Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De
nuevo, otra acción judicial poco comprensible para cualquier persona
normal. Si hace unos días un juzgado consideraba "normal" la
grabación y distribución en una web porno de las imágenes grabadas de mujeres
orinando en un callejón porque eran tomadas en la vía pública, hoy sus señorías
nos vuelven a sorprender con una nueva aportación a la perversa normalidad
española. Me refiero a lo que tampoco entenderán muchos, al cartel usado por
Vox en la campaña electoral madrileña en el que se nos muestran, antagónicas,
las imágenes de una adorable yaya, una de esas que echamos de menos abrazar
durante la pandemia, frente a un agresivo "mena", con capucha y
pañuelo tapando su cara, pero no lo suficiente como para no sentirnos
atemorizados. En los Estados Unidos de Trump, este joven habría durado poco, ya
fuera por confusión del táser con un arma de fuego o bajo la atenta mirada de
un buen ciudadano que lo habría eliminado por la claridad de sus malas
intenciones.
Sobre
Vox se ha dicho de todo, especialmente sobre sus continuadas mentiras sin
importarles la realidad, una molestia irrelevante, sobre su machismo nacionalista
—¡y a mucha honra!— y su intolerancia al extranjero, como otro las tienen a la
lactosa. El problema es que les funciona, que han conseguido ya establecer su
cuota de descontento explicativo, que es la forma de recoger frustración y
hacer proselitismo.
Como en
el caso del trumpismo populista, del que son fruto calcado, viven de consigna e
intereses ocultos, de alentar el odio amplificado con discursos que promueven
el enfrentamiento. ¡Ojo, no son los únicos! Pero sí lo son en esto del racismo,
algo que en ellos va del "¡maldito virus chino!" al que oponen los
"anticuerpos españoles" del cuerpo serrano de Ortega Smith, al cartel
contra los menores acogidos de cualquier lugar del mundo.
Nadie
se ha atrevido a secundar el cartel de Vox, todo lo han criticado. Menos su
señorías, claro, dando de nuevo lugar a un descoloque mental sobre nuestro
sentido de lo que debe ser la justicia. ¡Muy mal debemos estar los españoles en
cuestiones de Derecho y Justicia, para no acabar de entender que uno pueda
soltar mentiras (los datos son falsos) y venenos (la actitud es de clara
incitación contra un sector protegido) sin que haya nada que decir. Asociamos
desgraciadamente las mentiras con los políticos, pero el odio se está haciendo
cada vez más patente como parte de su juego. Cuando un político sube el tono,
obliga a que el que está junto a él le supere, Los grandes partidos se han
visto arrastrados por esta energía negativa que hace que se sancione la
moderación —¡aburrida tibieza!— y se ponderen las actitudes negativas que
llevan a la falta de diálogo y a los enfrentamientos duros, que son rápidamente
"normalizados". Las elecciones no hacen sino intensificar este tipo
de comportamientos del que es difícil librarse.
Por
definición, se oye más al que más grita. Este sencillo principio es el que guía
una acción política centralizada en el día a día de las encuestas, un efecto
distorsionador sobre la vida política. Pero muchos viven de estos sondeos, de
estas informaciones que nos dan cada media hora un retrato general, que creo es
contraproducente. Lo es porque obliga a una política efectista, carente de
ideas y basada en este tipo de provocaciones que atraen la atención sobre
personas o grupos. Hoy, cuando las elecciones se resuelven en el "photo
finish", esto golpes de efecto te pueden atraer los votos necesarios para
acabar ganado en la recta final, pero el coste para la vida social, para la
convivencia es muy alto; lo es también para cierto sentido de la dignidad que
la democracia debería entender como valores humanos, que se ven pisoteados por
este tipo de manifestaciones falaces y que buscan sacar lo peor de las
personas.
En el
diario El País, se cierra la información con las palabras desafiantes de
Abascal:
(...) el líder de Vox, Santiago Abascal, ha
asegurado que seguirá denunciando el supuesto coste de los menores extranjeros
sin familia para las arcas públicas. “Que la Fiscalía haga lo que quiera, que
nosotros vamos a acudir a los tribunales y no nos vamos a dejar arrebatar
nuestra libertad de expresión”, ha declarado a Servimedia. Si el cartel se
retira, ha advertido, el partido ultra repetirá el mismo mensaje en cuñas de
radio o tribunas públicas. “Van a tener que amordazarnos y lo tienen muy
difícil”, ha concluido.*
De
nuevo, conceptos hermosos y dignos, como es "libertad de expresión"
son contaminados con algo que lo excede. El principio básico se confunde con la
posibilidad de mentir impunemente, tal como se le ha recriminado a Rocío
Monasterio en sus intervenciones por las televisiones en las que se ha
presentado. Mentir no es libertad de expresión. Pero a ellos —y a
otros— les da igual, si consiguen lo que quieren.
Los
políticos sin principios hacen política sin principios. Cada vez es más difícil
respirar el aire que se contamina con tanta perversión de las ideas y de las
palabras. Si no te dejas arrastrar por este impulso constante hacia lo negativo,
solo que el distanciamiento, que tampoco es bueno. Pero es grande el desgaste
melancólico que produce el día a día de la política. Es frustrante ver cómo
algo que tanto costó a muchos, la convivencia y los proyectos comunes, se han dilapidado.
Se está
llegando a límites, como los que muestra el cartel, incomprensibles desde una
racionalidad que hay que tratar de preservar. Dejarse arrastrar por las
emociones primarias —el miedo, el odio...— es lo que lleva al hundimiento de
los proyectos comunes y España debería poder serlo.
No se
trata aquí de un "todos contra uno", sino de la responsabilidad de
todos en la creación de un espacio de convivencia. Pero la radicalización y la
desaparición continua de los proyectos moderados del panorama político no
ayudan a crearlo. La polarización española nos radicaliza porque se vota no en
lo que cree sino para evitar que los fantasmas de tus enemigos lleguen al
poder.
Javier
Salas nos trae la base de este estilo de hacer política en el artículo "La
demonización del rival en política", en cuyo inicio se señala:
Los humanos tienen una predisposición
psicológica hacia lo negativo: en igualdad de condiciones, lo malo les
condiciona más que lo bueno. Y este fenómeno no es ajeno a la creciente
personalización de la política, en la que importa más el personaje, quién sea
la candidata, la imagen de los líderes. Es lo que han comprobado dos
investigadores al analizar más de un centenar de elecciones en 14 democracias
europeas durante las últimas seis décadas: el peso de la demonización del
dirigente rival determina cada vez más el sentido del voto. Partidos, campañas,
medios y activistas fortalecen este fenómeno al centrar el mensaje en lo
indeseable que es el oponente, lo que genera además un clima que perjudica la
gobernabilidad y el funcionamiento de las instituciones.**
Se
trata de crear un mundo negativo para después dirigir las iras hacia un
responsable. La política se personaliza intensamente porque hay que ponerle rostro
al enemigo. Esta vez, el peligro está representado en un cartel, en forma de
menor extranjero, que debe ser mostrado como el causante directo del hecho de
la miseria de las pensiones de las adorables abuelitas. El odio se dirige
contra ellos, depredadores, parásitos de los esforzados cuerpos españoles.
Finalmente, el dedo señala a los que gobiernan, responsables de tamaña afrenta,
de consentir esta injusticia.
Estos mensajes
negativos se forman en aquellos que los aceptan. Es una clara incitación al
odio, por más que los criterios de los juristas no estén a la altura de la
sutileza de los manejos del marketing político y las ciencias de la conducta.
Nos
explica Javier Salas los efectos de estas prácticas (mundiales) de manipulación
en nuestro país. De las investigaciones realizadas, se señala:
España es un caso muy destacado en sus datos:
el impacto que tienen en la elección del voto las actitudes negativas hacia los
líderes es mucho más fuerte que en el resto de países. Al realizar un análisis
adicional a petición de EL PAÍS, los investigadores descubrieron que España
obtiene la puntuación más alta entre los 14 países en términos de personalización
negativa durante las últimas dos décadas, pero también positiva. “Básicamente”,
resume Garzia, “descubrimos que los líderes importan mucho en España: importan
más que en el resto de países tanto en términos positivos como negativos”.
Este comportamiento tiene consecuencias
negativas, advierte. “Ya era discutible si la decisión basada en actitudes
hacia los líderes era compatible con nuestros estándares democráticos, pero
estas preocupaciones son aún más justificadas si los ciudadanos votan principalmente
en contra de un candidato determinado”, señala. Para la politóloga Berta
Barbet, de la Universitat Autònoma de Barcelona, esta dinámica es peligrosa
para el funcionamiento institucional: “Dedicarse a generar antipatías es útil
electoralmente, pero perjudica a la gobernabilidad”.**
Está
suficientemente claro. Pero esto no significa nada porque ellos, los que nos
llevan a esta situación, lo saben sobradamente. Lo saben y lo buscan. El poder
es lo que se busca confiando en que después todo estará controlado, pero no es
así. Lo que te queda es un escenario fraccionado, lleno de gestos hacia la
galería, donde cualquier movimiento de acuerdo es inmediatamente resaltado como
traición o debilidad.
¿Hasta
dónde nos puede llevar esto? Depende de muchas cosas, todo se suma al
descontento: una crisis económica, una pandemia inesperada, la inestabilidad
del empleo, la falta de acceso a la vivienda... todo contribuye a un escenario
de conflicto y sobre todo a una frustración interior que busca alguien en quien
descargarse, un destinatario de la ira acumulada.
Lo que es indudable es que a Vox le ha salido muy bien la jugada. El cartel sobre una cuestión que, además de falsa, es de nula incidencia en Madrid ha conseguido acaparar la atención. Sus líderes, cuyo eslogan es "protege Madrid" (¿cabe mayor delirio?) , exhiben orgullosos el que se ha convertido en principal motivo electoral. Cuanto más se les critique, su "verdad" aumenta, convencidos que el rechazo es prestigio. La forma de conseguir la foto es sencilla, levantar el cartel, ante el delirio de sus seguidores.
Esperemos
que esta nueva incitación al odio no tenga consecuencias directas. Me viene a
la memoria el caso de una profesora sancionada después de estallar en clase
contra un alumno extranjero. La madre de la profesora había fallecido días
antes y los políticos habían estado haciendo campaña explicando que los
inmigrantes colapsaban las urgencias impidiendo que se atendiera a los
nacionales. No fue en España, pero el mensaje es el mismo.
Este
tipo de política tiene que acabarse. No es cuestión de un juez, sino de la clase política y de la clase de política que realizan.
**
Javier Salas "La demonización del rival en política" El País
23/04/2021
https://elpais.com/ciencia/2021-04-23/la-demonizacion-del-rival-en-politica.html
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