Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es una
de las cuestiones más elementales en la comunicación: "no marees a la
gente. Sé claro y piensa lo que vas a decir antes de decirlo." Todo esto
se viene abajo con la pandemia, una demostración del fracaso comunicativo en
situaciones de riesgo.
Desde
que comenzó la pandemia, los humanos de a pie hemos escuchado primero con
miedo, luego con precaución, finalmente estupefactos, las variadas y
contradictorias instrucciones que se nos
han dado sobre cómo sobrevivir al coronavirus, pero nadie nos informa sobre
cómo sobrevivir a la información que genera.
Al
inicio de la pandemia, comenzaron a surgir noticias sobre cómo las personas
mayores habían echado el cierre informativo, es decir, se negaban a estar escuchando
todo el día noticias sobre las muertes en las residencias. Ya era un aviso de
algo bastante obvio, no por ello practicado: demasiada información negativa
sobre algo pierde su efecto.
Por
otra parte, el énfasis puesto en las personas mayores acabó convenciendo a
muchos jóvenes que solo se morían los viejos, con lo que pronto fue necesaria
una estrategia comunicativa para convencerles que tomaran medidas de seguridad porque, aunque murieran pocos,
podían hacer morir a muchos extendiendo el coronavirus desde su indiferencia
asintomática. Pasad el tiempo, estamos en situación similar. El abuso de las
informaciones crea indiferencia.
Poco
hemos aprendido de todo este largo año de coronavirus y comunicaciones. Los
políticos y autoridades sanitarias tampoco ayudan mucho, la verdad, con sus
diarios cambios sobre dónde, cómo, cuándo hay que llevar una mascarilla.
Tampoco lo hicieron cuando empezaron a discutir sobre todos y cada uno de los
tipos de mascarilla, algo en lo que los medios también se regodearon una y otra
vez. Sobre las mascarillas se ha dicho de todo: que sí, que no, que depende,
cómo se llevan, cómo no se deben llevar; que si se llevan en la playa, que
dejan marca del sol (turistas playeros interrogados a pie de ola), que solo si
se pasea, que no hacen falta si hay metro y medio, dos metros, si en interiores
solo... Nos informan además de lo que hacen en Francia, en Reino Unido, en
Suecia... si ha funcionado o no, algo que
varía cada semana. Países que se nos presentaban como modélicos, a la
semana siguiente eran mostrados como infiernos de contagios...
Sobre
el coronavirus, lo estamos viendo, no hay información que resista. Ahora nos
está pasando con las vacunas y la polémica de los trombos, sembrando el
desconcierto y las dudas en unos y otros. Mientras en un informativo un experto
dice que "sí", en la cadena rival hay alguien que dice que
"no", algo que se invierte en el informativo siguiente.
Lo que
está ocurriendo con la vacuna de AstraZeneca no tiene precedente. Tenemos un
recorrido de su aplicación por todas las edades en función de cada país, que
han elegido (no sabemos cómo) a quien le endosan las vacuna "segura",
pero menos segura que las otras de las que no existe ninguna indicación
negativa (que sepamos). Igualmente, es un vaivén informativo donde lo mejor es
que te pinchen, no enterarte de lo que te han puesto y rezar porque no te toque
estar entre esos "poquitos" entre millones que no acaban bien.
La
pandemia y su comunicación han desvelado la variabilidad en nuestras mentes de
las palabras que usamos. No hay palabra más usada y por ello más devaluada que
"seguro". Cuanto más se afirma de algo que es "seguro", más
crece la sensación de temor entre quienes la escuchan. Precisamente por su
abuso, acabamos por recelar. ¿Qué diantres significa que "la cultura es
segura", por favor? No es la "cultura" la que te contagia, sino
las condiciones de distancia y prevención entre dos personas, da igual que
estén escuchando una sinfonía de Mozart que a Georgie Dann cantando "La
Barbacoa". ¿Qué tiene que ver esto con la "cultura" o es que
confundimos la leche y la botella?
Se ha
acuñado un término, "infodemia". La Fundéu de la RAE explica que
"se emplea para referirse a la sobreabundancia de información (alguna
rigurosa y otra falsa) sobre un tema" y añade: "La Organización
Mundial de la Salud emplea desde hace tiempo el anglicismo infodemic para referirse a un exceso de información acerca de un tema,
mucha de la cual son bulos o rumores que dificultan que las personas encuentren
fuentes y orientación fiables cuando lo necesiten."
Si la pandemia te contagia, la infodemia te marea y acabas pasando de todo. Solo la lectura diaria de lo que habría que saber ya nos desborda; pero más allá del exceso, está la paciencia, el hastío, hasta el ennui baudeleriano. Es el territorio depresivo, el de la saturación y la melancolía interactuando. Nos avisan del aumento de las enfermedades mentales, del aumento de la angustia y la violencia, que se desbordan por las tensiones a las que estamos sometidos. No sé si la información que damos está contribuyendo al crecimiento.
La
mayor eficacia de la información es la novedad y aquí asistimos a la mayor
redundancia vista hasta el momento. Pero es de un nuevo tipo, contradictoria y
polémica. Es como el yin y el yang de la información, nada existe sin lo
contrario.
No sé para que algunos se molestan en crear bulos. La información se desinforma sola. No hace falta crear nada. Muchos tiran la toalla, desesperados por ser incapaces de dar forma coherente a lo que reciben.
¿Qué
hacer ante este desorden? Un mayor esfuerzo. Infórmese lo justo, porque lo básico, aunque no lo parezca, no ha cambiado.
Este continuo girar de caballo de noria no nos lleva más allá. Lo seguro hoy es
lo que era seguro ayer: mascarilla, lavado de manos, distancia y ventilación. No
entre donde no se cumpla. Y que ladren o cabalguen lo que quieran, expresión
que, por cierto, no es del Quijote, sino de un poema de Goethe,
"Ladran" (Kläffer).
No sé
si realmente sirven de algo los miles de horas de información dedicadas a todo esto
o si lo que se está formando son durezas mentales, resistencias, zonas ciegas. Esto, como tantas otras cosas en la
vida, hay que tomarlo con moderación para no acabar empachados.
Hay mucho que mejorar en la comunicación de este tipo de situaciones que, nos dicen los expertos (algunos días), vienen para quedarse. Más allá de los medios, es probable que haya que empezar por las escuelas mismas, enseñando buenas prácticas y el seguimiento de ciertos protocolos generales. Habrá que educar también a los informadores, analizando estrategias comunicativas más eficaces en estas cuestiones; a los expertos, para que diriman sus diferencias en privado...
El caos
informativo que tenemos comienza en las fuentes y acaba llegando a la calle.
Políticos, asesores, expertos... son una legión que debería tener una mayor coordinación
para la mejor eficacia. Pero este coro cacofónico no tiene batuta al frente. Por más que se ha intentado, no hay forma.
Hoy
tendré que mirar la lista de lo que puedo hacer, de a qué hora puedo regresar y
dónde están los límites de mis desplazamientos. Tendré que consultar dónde debo
llevar mascarillas y si esta es recomendable o no está homologada; miraré si
han variado en centímetros las distancias, cuándo caducan los geles hidro-alcohólicos
y si es contraproducente para la piel su uso continuado. Mi lista de lo que debo tener en cuenta es interminable, agotadora. Cuando llegue al final, es posible que algunos de sus consideraciones hayan cambiado y deba revisarlo todo. Me siento Sísifo-pandémico.
Se me
han quitado las ganas de salir.
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