martes, 27 de abril de 2021

Realidades paralelas

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




Entrevistaban a Pilar Mendía, del Sindicato de Enfermería, en el informativo de Antena3 de la mañana, apenas unos minutos. Le preguntan por la situación y por cómo la están viviendo. Hablan del agotamiento y la desesperación por la presión continua en que se encuentran. Sale a la luz la única explicación cuando se lo piden: la gente vive ya en una realidad paralela, diferente a la de las personas que cada día se enfrentan a la durísima realidad. "A la gente habría que explicarle que esos días de vacaciones en los que van al campo o a la montaña, a la playa, se traducen en doscientos muertos", señala. El periodista se muestra perplejo: Entiendo lo que me dice, pero ¿no hay ya bastante información?" "Quizá haya sobreinformación, quizá la gente ya está harta y cansada. Sea por lo que sea esto nos pasará factura, ya nos la está pasando".

Más de un año y seguimos enfrentándonos al día a día de una pandemia que se ha convertido en una parte de nuestras vidas... Corrijo: una pandemia que es nuestra vida. Quizá en este error de percepción resida esta especie de "realidad paralela" en la que efectivamente vivimos.



Los medios de comunicación informan, sí, pero hay mucha información que alienta esta escisión mortal. A veces no son palabras, es un factor emocional que se alienta desde las imágenes. No sé si es consciente o si se trata simplemente de la inercia mediática, la ausencia de reflexión sobre los efectos de la propia información. El caso más claro y deprimente es lo ocurrido con Bosé estos días, un caso flagrante de irresponsabilidad informativa, lleno de excusas y subterfugios, pero cuyo único fin es alcanzar a las audiencias y ganar dinero. Nadie desaprovecha las ocasiones de negocio. Hay muchos buenos profesionales en TV, pero también muchos programas y muchos ejecutivos que toman decisiones.

En realidad hay diversas "realidades" paralelas y la del personal sanitario, efectivamente, es una de ellas. La retórica fácil del primer confinamiento, los aplausos a las 8, ya fueron advertidas. No se combate una epidemia con palmas ni en el país del flamenco. De todas sus peticiones, refuerzos, agilización, mantener puestos de trabajo, etc. no creo que se haya cumplido mucho. Las guerras abiertas entre administraciones y sindicatos tampoco han ayudado mucho. Las administraciones son implacables  y el dinero se va en muchas otras cosas, más rentables electoralmente. El desgaste, la desmoralización, la caída ante la enfermedad, etc. han pasado su factura a muchos miles de personas que en la Sanidad se enfrentan cara a cara a la enfermedad, que no tienen que verla en la TV ni a través de cifras.



Hemos hecho un país bastante ingobernable, por no ir más lejos. Un país que es incapaz de renunciar, ante las cifras de muertos,  a los protagonismos y a los enfrentamientos entre autonomías de diferente signo, en guerra permanente con el gobierno central (y viceversa) es difícil de entender a menos que se viva sumido en la ola de la propaganda de cualquier signo.

El juego constante de cambios en todo —de las vacunas a las edades, de las edades a las dosis y vuelta a empezar—, de tratar constantemente de desgastar al otro con ataques cuando solo debería haber coordinación, etc. son deprimentes y también pasarán factura. Puede que no seamos capaces de pagarla y, sencillamente, nos levantemos marchándonos hasta la siguiente.



Decía una enfermera hace unas semanas que era deprimente salir de tu turno, haber visto morir a la gente, y encontrarte con la gente que regresa de sus fiestas y botellones. Sí, desmoralizante, un mazazo para la vista y un trauma para la mente. Por su cabeza habrá pasado de todo. Ella volverá al día siguiente a su trabajo, al igual que los que volvían de la fiesta irían el fin de semana siguiente a otra.

Si vas por la calle es fácil percibir esas realidades paralelas; puedes diferenciar perfectamente a unos de otros. Ayer me comentaban de una compañera de trabajo que cierra la puerta y se quita la mascarilla sin importarle que esté alguien más en el despacho. ¿Una provocación? Algunos se ponen con desdén la mascarilla cuando llegas a algún lugar. Les molesta.



Hemos leído en la prensa estos días el caso de la persona que contagió a sabiendas o como gracia a más de 20 personas. Se quitaba la mascarilla y les tosía encima. "¡Os voy a pegar el coronavirus!", les decía. Contagió a cinco en su trabajo y estos a sus familias hasta esa veintena. ¿Realidad paralela?

Me notificaron el viernes el contagio de dos personas porque se fueron a celebrar una boda. Un amigo falleció porque se reunieron a celebrar el final de una tesis que se había celebrado online por prevención.

Todos se hartan de repetir eslóganes sobre la seguridad ignorando que son las personas las que crean las condiciones de seguridad. La seguridad apenas viene de fuera; somos nosotros quienes la creamos. Pero me es más placentero pensar que no tenemos responsabilidad, que depende de otros.

¿Realidades paralelas? Quizá las realidades paralelas sean muchas más de las que sospechamos y vivamos incomunicados dentro de nuestras conchas, encerrados ante todo lo que nos negamos a ver. Los vientos que nos llegan desde muchos puntos son como cantos de sirenas. Hay avisos, como los que nos daba Pilar Mendía desde el Sindicato de Enfermería; pero también hay demasiadas sirenas que con su canto seductor nos arrastran contra los acantilados. El problema es que aquí son pocos los que, como Ulises, se hacen atar al mástil para resistir.




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