Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Entrevistaban
a Pilar Mendía, del Sindicato de Enfermería, en el informativo de Antena3 de la
mañana, apenas unos minutos. Le preguntan por la situación y por cómo la están
viviendo. Hablan del agotamiento y la desesperación por la presión continua en
que se encuentran. Sale a la luz la única explicación cuando se lo piden: la
gente vive ya en una realidad paralela, diferente a la de las personas que cada
día se enfrentan a la durísima realidad. "A la gente habría que explicarle
que esos días de vacaciones en los que van al campo o a la montaña, a la playa,
se traducen en doscientos muertos", señala. El periodista se muestra
perplejo: Entiendo lo que me dice, pero ¿no hay ya bastante información?"
"Quizá haya sobreinformación, quizá la gente ya está harta y cansada. Sea
por lo que sea esto nos pasará factura, ya nos la está pasando".
Más de
un año y seguimos enfrentándonos al día a día de una pandemia que se ha
convertido en una parte de nuestras vidas... Corrijo: una pandemia que es nuestra vida. Quizá en este error de
percepción resida esta especie de "realidad paralela" en la que
efectivamente vivimos.
Los
medios de comunicación informan, sí, pero hay mucha información que alienta
esta escisión mortal. A veces no son palabras, es un factor emocional que se
alienta desde las imágenes. No sé si es consciente o si se trata simplemente de
la inercia mediática, la ausencia de reflexión sobre los efectos de la propia
información. El caso más claro y deprimente es lo ocurrido con Bosé estos días,
un caso flagrante de irresponsabilidad informativa, lleno de excusas y
subterfugios, pero cuyo único fin es alcanzar a las audiencias y ganar dinero.
Nadie desaprovecha las ocasiones de negocio. Hay muchos buenos profesionales en
TV, pero también muchos programas y muchos ejecutivos que toman decisiones.
En
realidad hay diversas "realidades" paralelas y la del personal
sanitario, efectivamente, es una de ellas. La retórica fácil del primer
confinamiento, los aplausos a las 8, ya fueron advertidas. No se combate una
epidemia con palmas ni en el país del flamenco. De todas sus peticiones,
refuerzos, agilización, mantener puestos de trabajo, etc. no creo que se haya
cumplido mucho. Las guerras abiertas entre administraciones y sindicatos
tampoco han ayudado mucho. Las administraciones son implacables y el dinero se va en muchas otras cosas, más
rentables electoralmente. El desgaste, la desmoralización, la caída ante la enfermedad,
etc. han pasado su factura a muchos miles de personas que en la Sanidad se
enfrentan cara a cara a la enfermedad, que no tienen que verla en la TV ni a través
de cifras.
Hemos
hecho un país bastante ingobernable, por no ir más lejos. Un país que es
incapaz de renunciar, ante las cifras de muertos, a los protagonismos y a los enfrentamientos
entre autonomías de diferente signo, en guerra permanente con el gobierno
central (y viceversa) es difícil de entender a menos que se viva sumido en la
ola de la propaganda de cualquier signo.
El juego constante de cambios en todo —de las vacunas a las edades, de las edades a las dosis y vuelta a empezar—, de tratar constantemente de desgastar al otro con ataques cuando solo debería haber coordinación, etc. son deprimentes y también pasarán factura. Puede que no seamos capaces de pagarla y, sencillamente, nos levantemos marchándonos hasta la siguiente.
Decía
una enfermera hace unas semanas que era deprimente salir de tu turno, haber
visto morir a la gente, y encontrarte con la gente que regresa de sus fiestas y
botellones. Sí, desmoralizante, un mazazo para la vista y un trauma para la
mente. Por su cabeza habrá pasado de todo. Ella volverá al día siguiente a su
trabajo, al igual que los que volvían de la fiesta irían el fin de semana
siguiente a otra.
Si vas
por la calle es fácil percibir esas realidades paralelas; puedes diferenciar
perfectamente a unos de otros. Ayer me comentaban de una compañera de trabajo
que cierra la puerta y se quita la mascarilla sin importarle que esté alguien
más en el despacho. ¿Una provocación? Algunos se ponen con desdén la mascarilla
cuando llegas a algún lugar. Les molesta.
Hemos leído en la prensa estos días el caso de la persona que contagió a sabiendas o como gracia a más de 20 personas. Se quitaba la mascarilla y les tosía encima. "¡Os voy a pegar el coronavirus!", les decía. Contagió a cinco en su trabajo y estos a sus familias hasta esa veintena. ¿Realidad paralela?
Me
notificaron el viernes el contagio de dos personas porque se fueron a celebrar
una boda. Un amigo falleció porque se reunieron a celebrar el final de una
tesis que se había celebrado online por prevención.
Todos se hartan de repetir eslóganes sobre la seguridad ignorando que son las personas las que crean las condiciones de seguridad. La seguridad apenas viene de fuera; somos nosotros quienes la creamos. Pero me es más placentero pensar que no tenemos responsabilidad, que depende de otros.
¿Realidades paralelas? Quizá las realidades paralelas sean muchas más de las que sospechamos y vivamos incomunicados dentro de nuestras conchas, encerrados ante todo lo que nos negamos a ver. Los vientos que nos llegan desde muchos puntos son como cantos de sirenas. Hay avisos, como los que nos daba Pilar Mendía desde el Sindicato de Enfermería; pero también hay demasiadas sirenas que con su canto seductor nos arrastran contra los acantilados. El problema es que aquí son pocos los que, como Ulises, se hacen atar al mástil para resistir.
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