Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País nos trae datos sobre el fenómeno de las armas y sus consecuencias
en los Estados Unidos. La tendencia a recoger datos nos da un puzle en el que
se baraja el crecimiento de las ventas, el número de armas, las muertes, etc.
Es difícil que la frialdad de los datos dé cuenta del fenómeno de la violencia,
de enorme complejidad. Los números
reflejan cantidades y una sola dimensión. Pero las muertes nos revelan
mucho más al describirnos cada caso en su especificidad.
Las
armas son un gran negocio y es difícil andarse con medias tintas ante un sector
que no se siente afectado por el número de muertes causadas dentro o fuera de
Estados Unidos. Las ventas nacionales son solo una parte del gran negocio de la
venta de armas de todo tipo. La justificación de las armas está rodeada de
grandes palabras (libertad, seguridad, defensa...), pero se esconde la
principal, "beneficio", palabra sagrada que todo lo justifica. Las
armas son un negocio creado alrededor de una forma de pensar.
En
estos años, esa forma de pensar se ha adaptado constantemente a los intentos de
limitarlas. Nos dicen en el diario:
El Departamento de Justicia evitará la
proliferación de las “armas fantasmas”, unos kits que contienen piezas
separadas que permiten ensamblarlas en menos de 30 minutos y que son difíciles
de rastrear. También regulará los adaptadores que dan más estabilidad a las
armas cortas, como el que usó el asesino de Boulder. El Gobierno publicará en
los próximos 60 días la legislación de “alerta roja”, que permite a las
autoridades impedir temporalmente el acceso a armas a personas inestables
mentalmente que fueron denunciadas por familiares o policías. Una norma
nacional de este tipo habría hecho más difícil conseguir pistolas al atleta
Adams y al asesino de FedEx, pues sus familias mostraron preocupación por sus
conductas recientes.
La determinación de Washington ha sido
reconocida por el movimiento que exige una regulación menos laxa. “Las acciones
anunciadas reflejan el compromiso para reducir la violencia inclusive si el
Congreso no actúa”, considera Josh Sugarman, director del Violence Policy
Center, una organización de Washington. El especialista considera que en los
próximos años se verán más esfuerzos de la Administración federal y de los
estados en favor de mayores controles. El 57% de los estadounidenses cree que
las leyes de ventas de armas deben ser más estrictas, según una encuesta
reciente de Gallup. La cifra ha caído un 7% entre 2019 y 2020, un año que
registró un aumento de 40% en la venta de armas, rozando los 40 millones.*
Pero es
bien conocido que cada vez que se anuncia una posible restricción, al igual que
cada vez que se produce un ataque con muertes múltiples en cualquier institución
o en la simple calle, las ventas se disparan, nunca mejor dicho. Mucha gente
tiene armas por que otros las tienen. Las armas llaman a las armas.
De nada
servirán las medidas si no se ataca el mal de raíz y este es psíquico, el miedo, un factor esencial
para comprender muchas reacciones de la sociedad norteamericana a raíz de sus
propias experiencias acumuladas. Las cifras de posesión de armas y del tipo de
armas no son concebibles más que desde un miedo profundo en la mayoría y un violento
deseo destructivo en una minoría. Ambas interactúan formando una espiral: más
violencia, más miedo, más negocio.
No sé
si Estados Unidos ha dejado de interesarse por la especificidad de la violencia
y la asume como la simple consecuencia de tener armas. De ser así, no se
logrará resolver el problema. La causa
no es el arma; esta es la herramienta.
La causa está en la mente de quien deriva su odio o su miedo a través de ella
usándola en el crimen. Mucho me temo que la sucesión de los crímenes haga fijarse
poco en ellos, que evite la profundización en las raíces de la violencia, dejándonos
huérfanos de explicación, clasificándolos simplemente.
El
gusto morboso por la violencia, la fascinación a la que recurren los medios,
evita la explicación profunda en favor de los aspectos más superficiales, que
son finalmente los mostrados. Entre la parquedad de las autoridades al estar
todo bajo sumario y limitarse a dar los datos y la espectacularidad superficial
de los medios, que nos ofrecen las imágenes disponibles y el dolor de las
familias y supervivientes, el discurso se ha convertido en un subgénero informativo, un texto codificado
que tiene sus propias características diferenciales. Esto hace que, salvo raras
excepciones, una simple explicación dé cuenta del suceso. Luego llegan el
siguiente y el siguiente...
En cada
uno de estos casos, asesinatos, tiroteos, suicidios..., hay una historia de violencia
de profundas raíces, una historia de invisibilidades o desatenciones, de falta
de percepción exterior, de daño y dolor acumulados previamente.
El
arte, de la novela al cine, ha tratado de entrar en la violencia. De un Truman
Capote, con su célebre A sangre fría hasta series centradas en casos más o
menos conocidos. Pero los análisis son insuficientes y, sobre todo, impactan
sobre la superficie endurecida de una parte de la sociedad. Del magnicidio al
asesinato masivo causal, pasando por el regreso al instituto o a la empresa, de
la matanza racial al suicidio, la violencia norteamericana tiene un fondo por
explorar, pese a sus incontables casos, a los miles de muertes por armas cada
año.
El arma
es un tótem, el centro de una cultura en la que se ha instaurado la violencia.
El culto a la violencia crea violencia y la ofrece como una salida a la tensión
social. Hemos visto cómo las armas salían acompañando a los manifestantes
durante la pandemia. Mientras unos llevaban mascarillas como protección, los
que se les enfrentaban iban cargados de armas. La era de Trump glorificó una
forma de violencia e hizo salir a la calle diversas formas de violencia, las
armas una de ella. El cierre de su mandato con el asalto al Capitolio es un
epílogo. El arma es el acompañante en la violencia principal, el elemento que
resalta, pero es en la mente del violento donde está el arma verdadera.
Los
crímenes cometidos estos días, con fondo claramente racista, muestran que el
arma no es el centro del problema, sino la voluntad de matar amparándose en las
instituciones. El asesinato de George Floyd es el elemento más clarificador de
este proceso. No hizo falta más que una rodilla y presión; la coartada fueron
los protocolos de reducción de detenidos. Pero lo que era una maniobra de
reducción —en esto está de acuerdo todos hasta el momento— se convirtió en un
arma criminal usada con la firme voluntad de matarlo. Nada más horrible que la
cara de indiferencia del asesino imponiendo su violencia con la presión de su
rodilla sobre el cuello de Floyd. Orwell representó así la violencia bruta del
poder; no era una rodilla, sino una bota, pero era lo mismo, el uniforme y la
situación le legitimaban. En ese
momento, el asesino se sentía poderoso, invencible y oculto por el protocolo ante
la mirada complaciente de unos y paralizada de otros.
No, no
son necesarias armas para matar. Bastan las manos, las rodillas, las patadas...
con el deseo de matar es suficiente. Hay determinadas profesiones que se les
ofrecen a ciertas mentalidades como formas protegidas de desahogar impunemente
lo que llevan dentro. Eso vale para la violencia física o para la violencia
sexual, para la pederastia clerical o los abusadores como entrenadores
deportivos. Buscan profesiones en las que esconderse y poder actuar.
Con
unos días de diferencia, hemos visto dos muertes que dejan claro que es en las
mentes donde hay que investigar. El asesinato al "confundir" el táser
con el arma de fuego por parte de una instructora experta, con más de 20 años
en el cuerpo policial, por un lado; y la muerte de un disparo en el pecho de un
niño de 13 años, con las manos levantadas, desarmado. Ninguna de las dos
muertes permite ningún tipo de justificación o atenuante. Son ejecuciones
sumarísimas, como lo fue la de Floyd. Puedo
matarte y te mato.
Las
microcámaras que registran lo que ocurre no solo muestran el presente, sino que
hacen pensar en las decenas de miles de muertes que se pueden haber producido
en estas mismas circunstancias, auténticos
asesinatos. No hay motivos para evitar pensar que muchas de esas muertes se han
producido en situaciones parecidas ante la ausencia de testigos.
La
violencia con las armas es, evidentemente, más peligrosa y difícil de
controlar. Pero es el deseo de violencia por represión del miedo acumulado o por
la canalización institucional del odio, racista o de cualquier otro tipo, el
que dispara el gatillo.
No
basta con el control de las armas. Eso es solo una parte. Lo que hay que parar
es el deseo de matar, el odio que se extiende por las sociedades y al que las
armas sirve de herramienta. Se necesita un cambio de mirada, de percepción de
los otros, de conciencia de encontrarse en un país amplio y no un lugar donde
unos no tienen derecho a elegir cómo morir porque otros lo deciden por ti.
Los que
apuntan hacia los fabricantes, vendedores, etc. de armas tienen un objeto más o
menos claro contra el que dirigirse. Pero lo que está detrás de todo ello es
mucho más difuso, enterrado en cientos de años de discordia, de discriminación,
de creencia profunda en una desigualdad que se ha asentado en muchas
instituciones de forma silenciosa marcando una delgada línea roja. El concepto
de "discurso de odio" es importante aunque impreciso. Son muchas
veces esos discurso de odio múltiples los que llevan a la acumulación del deseo
de matar una vez que se ha deshumanizado al otro. Hay que exigir su silencio,
denunciarlo. De otra forma, seguirán actuando como voces que resuenan en las
mentes como llamadas a la violencia.
Mientras
no se reduzca el odio subyacente, la violencia que recorre las instituciones, las justificaciones por intereses económicos, etc. difícilmente se podrá superar lo que hace apretar el gatillo.
* Luis
Pablo Bauregard "La tensión armada aumenta en Estados Unidos" El País
18/04/2021
https://elpais.com/internacional/2021-04-18/la-tension-armada-aumenta-en-estados-unidos.html
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