Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No, el
diccionario no tiene la solución. ¿Qué entendemos usted y yo por
"seguro" y qué sentido tiene para un epidemiólogo o un fabricante de
vacunas? Para el que se va a pinchar, lo de seguridad está claro: ausencia
absoluta de riesgo. Seguro es seguro. Pero puede que "seguro" sea
algo muy diferente en la realidad, especialmente porque el término se refiere a
una percepción nuestra, a una valoración que aplicamos a ciertas situaciones.
Tenemos
"cinturones de seguridad", "sexo seguro"... y tenemos bastantes
muertos pese al cinturón puesto y bastantes hijos
del sexo seguro circulando por el mundo. Pese a ello, nadie renuncia al
coche ni al sexo. Quizá el problema es que en esta sociedad de mercado y
mercadeo se abusa demasiado del término "seguridad", que lo
apliquemos con demasiada ligereza como parte del marketing del producto.
Después
de vendernos "seguridad" en todo, ahora comienza la campaña de
relativización de la seguridad. Se trata de que entendamos que eso de la
seguridad no excluye que te toque el problema o problemilla.
Vivimos
en un mundo simplificado y afirmativo. El mundo, en realidad, es complejo y
dudoso. En una época mediática, donde todo está lleno de discursos en
competencia, el que afirma primero, da dos veces. Todo cura, todo trae
felicidad, todo es eficaz... y mejor que el resto. El problema es que una cosa
son los anuncios y otra la realidad, que una cosa son los señores felices que
me sonríen desde vallas y pantallas y otra las caras nuestras cuando
comprobamos que lo prometido se queda a mitad de camino o que simplemente es
pura fantasía.
La
complejidad del mundo nos asusta y la ignoramos como avestruces. Metemos la
cabeza en el agujero de la seguridad y nos creemos que no existen riesgos, de
la misma forma que cruzamos por los pasos de cebra con la "seguridad"
de que todos pararán. Me gustaría conocer las cifras. Busco el dato y me dicen
que el 40% de los atropellos a peatones se produce en los pasos de cebra. Yo
cruzo pensando que es seguro y... Sin
embargo, si decidiera cruzar por donde no se debe, ¿estaría más seguro? Los datos dicen esta vez que el 60% de los atropellos se produce por cruzar indebidamente. Un 20% de diferencia, pero ¿lo vemos así?
Con las
vacunas estamos pagando nuestro exceso de pensamiento uniforme. Puede que todos
nos pongamos la misma vacuna, pero no todos somos iguales. Somos millones y
millones de seres diferentes con reacciones distintas por millones de
circunstancias y variables diferentes. Esto es muy bueno para muchas cosas y no demasiado para otras, como ocurre con la idea de seguridad. Una vacuna segura al cien por cien implicaría que todos somos iguales y, afortunadamente, no lo somos.
Leo
estas explicaciones en La Vanguardia que buscan responder a preguntas cuya
respuesta debería tranquilizarnos:
La mayoría de los casos han sido en mujeres
de entre 20 y 60 años, pero la EMA no ha hallado factores de riesgo que lo expliquen.
Ni patologías previas, ni la edad ni el hecho de ser mujer, pues podría
obedecer a que son mayoría entre el personal sanitario y el profesorado, dos
grandes colectivos vacunados. Algún investigador lo ha relacionado con las
hormonas y los anticonceptivos, pero solo son hipótesis y otros investigadores
señalan que si fuera así, habría más casos.*
¿Y si el mayor número de mujeres afectadas fuera simplemente porque son las más vacunadas al ser mayoría en esos dos sectores, sanitario y educativo? Al comienzo de la pandemia se barajó la posibilidad de las altas cifras de unos países respecto a otros partiendo de la idea de convivencia familiar, es decir, casas con más gente viviendo junta, más típico de las familias mediterráneas que de las germánicas o nórdicas, donde los hijos se emancipan antes. Las estadísticas sobre los contagios por grupos establecían enormes diferencias en función de la diversidad étnica y económica. Las diferencias raciales suponían condiciones diferentes y hábitos diferentes. No es lo mismo vivir amontonados en edificios insalubres que en cómodas casas unifamiliares en las afueras. No es lo mismo usar el transporte público que ir en coche a trabajar o a estudiar a la universidad. En muchos lugares, la asistencia sanitaria es cara y muchos no tienen una salud demasiado buena, lo que implica lo que llamamos "patologías previas", otro importante factor en los contagios.
Ante
toda esta enorme diversidad, los científicos tratan de dar explicaciones con la
información disponible y a sabiendas que hay muchas cosas que no son fáciles de
probar. Asumen la complejidad y evitan las afirmaciones absolutas, algo que se
lleva mal en la sociedad civil. Muchas veces me acuerdo de esa frase de una
amiga al comienzo de la pandemia: "¡la Ciencia nos ha fallado!"
Representaba una forma extendida del pensar común y confiado, el que cree que
en la farmacia tienen siempre lo que necesitas, que los médicos curan cualquier
cosa o que lo que tomen no tendrá efectos secundarios.
Vivimos
en una sociedad de promesas. Todos nos prometen felicidad, seguridad... pero lo
cierto es que nos topamos de bruces con la realidad tras cada una de ellas.
Quizá por esto se está produciendo una profunda crisis que lleva a un aumento
de las depresiones, la agresividad y del inconformismo. Muchas promesas ya no nos
convencen. De la promesas de la religión ("¡Jesús es mi vacuna!",
decían los negacionistas estadounidenses) a las de la mercadotecnia, la promesa
de seguridad absoluta intenta vencer los miedos, aunque no logre quebrar la
contundente realidad.
De la
promesa de la vacuna a la realidad de las vacunas. Ya sabemos que las vacunas
son relativamente seguras. En esa
relatividad, la cuestión no está en la vacuna en sí sino en nuestra diversidad,
en que somos diferentes y reaccionamos de forma diferente. En el diario El País
leemos:
Los efectos adversos se tienen en cuenta
desde las primeras fases de investigación, pero a pesar de todas las cautelas,
algunos son inevitables. Un medicamento es una complejísima receta bioquímica
cuya composición no puede ser universalmente inocua. “No existe ninguno que no
tenga efectos secundarios, salvo los compuestos homeopáticos, que no sirven
para nada”, explica Rodríguez Baño, también investigador del Instituto de
Biomedicina de Sevilla. La razón es que cada cuerpo es un mundo circunstancial
y responde de forma particular a los fármacos.**
Decir
que no puede ser "universalmente inocua" es establecer de una forma
elegante que habrá —como en todo medicamento— un porcentaje variable de
personas en las que el efecto sea negativo. Es lo que tratan de decirnos, de
forma también elegante, que los efectos beneficios son superiores a los
perniciosos.
El
problema es evidente. La vacuna se la pone cada uno en su propio brazo. No hay
"brazo estadístico"; el pinchazo te lo dan a ti. Es ese tránsito de
lo globalmente aceptable a lo personalmente incompatible el que no conseguimos
terminar de asimilar y, lo que es peor, nos lleva a cierto sentido de la
fatalidad, "pasará lo que tenga que pasar". Es ese "inevitable" que se menciona
en el que la vacuna nos descubre algo que no sabíamos: nuestra diferencia
específica. Es el resultado de lo heredado y lo vivido, lo que nos hace diferentes, incluso para las vacunas. Podemos vivir las diferencias como "vulnerabilidad" o como "riqueza diversa", aunque sea en nuestras incompatibilidades y rechazos. En cualquier caso, es la vida, en los dos sentidos: el biológico y el de fatalidad. No todo está en nuestras manos ni todo en nuestros genes.
Las
leyes de los grandes números no excluyen la fatalidad del número pequeño, la
individual, la suya o la mía ¿Y si me toca? Indudablemente esto nos lleva a
seguir evaluando riesgos, algo que hacemos constantemente, pero de lo que no siempre
somos conscientes. ¿Cruzo igual por un paso de cebra ahora que sé que el 40% de
los atropellos se producen en ellos? La alternativa es cruzar por donde no debo
y eso no solo es peligroso sino que me convierte en culpable. No vacunarse
tiene algo de eso, de cruzar por donde no se debe, algo de lo que será el único
responsable. ¿Es esto tener el destino en sus manos? Evidentemente, no.
La seguridad que pedimos, la absoluta, no siempre está disponible. De hecho, casi nunca se da. Si pensamos que estamos vacunando a poblaciones enteras, a países enteros, que lo haremos con continentes, nos damos cuenta de la enormidad titánica de este proceso y puede que eso cambie nuestra perspectiva, aunque no aliviará la tensión antes del pinchazo. La inmensa mayoría pasará por la vacuna sin más problemas. Pero el precio de la diversidad puede ser alto para quien le toca. Contra eso hay poco que hacer.
* Marta
Ricart "Cómo identificar una trombosis provocada por AstraZeneca" La
Vanguardia 8/04/2021 https://www.lavanguardia.com/vivo/20210408/6634765/vacuna-covid-vacunacion-astrazeneca-trombosis.html
** Raúl
Limón "Por qué los “efectos adversos muy raros” asociados a la vacuna de
AstraZeneca son esperables e impredecibles" El País 9/04/2021
https://elpais.com/ciencia/2021-04-09/por-que-los-efectos-adversos-muy-raros-asociados-a-la-vacuna-de-astrazeneca-son-esperables-e-impredecibles.html
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