viernes, 9 de abril de 2021

De la seguridad a la probabilidad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



No, el diccionario no tiene la solución. ¿Qué entendemos usted y yo por "seguro" y qué sentido tiene para un epidemiólogo o un fabricante de vacunas? Para el que se va a pinchar, lo de seguridad está claro: ausencia absoluta de riesgo. Seguro es seguro. Pero puede que "seguro" sea algo muy diferente en la realidad, especialmente porque el término se refiere a una percepción nuestra, a una valoración que aplicamos a ciertas situaciones.

Tenemos "cinturones de seguridad", "sexo seguro"... y tenemos bastantes muertos pese al cinturón puesto y bastantes hijos del sexo seguro circulando por el mundo. Pese a ello, nadie renuncia al coche ni al sexo. Quizá el problema es que en esta sociedad de mercado y mercadeo se abusa demasiado del término "seguridad", que lo apliquemos con demasiada ligereza como parte del marketing del producto.

Después de vendernos "seguridad" en todo, ahora comienza la campaña de relativización de la seguridad. Se trata de que entendamos que eso de la seguridad no excluye que te toque el problema o problemilla.

Vivimos en un mundo simplificado y afirmativo. El mundo, en realidad, es complejo y dudoso. En una época mediática, donde todo está lleno de discursos en competencia, el que afirma primero, da dos veces. Todo cura, todo trae felicidad, todo es eficaz... y mejor que el resto. El problema es que una cosa son los anuncios y otra la realidad, que una cosa son los señores felices que me sonríen desde vallas y pantallas y otra las caras nuestras cuando comprobamos que lo prometido se queda a mitad de camino o que simplemente es pura fantasía.

La complejidad del mundo nos asusta y la ignoramos como avestruces. Metemos la cabeza en el agujero de la seguridad y nos creemos que no existen riesgos, de la misma forma que cruzamos por los pasos de cebra con la "seguridad" de que todos pararán. Me gustaría conocer las cifras. Busco el dato y me dicen que el 40% de los atropellos a peatones se produce en los pasos de cebra. Yo cruzo pensando que es seguro y... Sin embargo, si decidiera cruzar por donde no se debe, ¿estaría más seguro? Los datos dicen esta vez que el 60% de los atropellos se produce por cruzar indebidamente. Un 20% de diferencia, pero ¿lo vemos así?



Con las vacunas estamos pagando nuestro exceso de pensamiento uniforme. Puede que todos nos pongamos la misma vacuna, pero no todos somos iguales. Somos millones y millones de seres diferentes con reacciones distintas por millones de circunstancias y variables diferentes. Esto es muy bueno para muchas cosas y no demasiado para otras, como ocurre con la idea de seguridad. Una vacuna segura al cien por cien implicaría que todos somos iguales y, afortunadamente, no lo somos.

Leo estas explicaciones en La Vanguardia que buscan responder a preguntas cuya respuesta debería tranquilizarnos:

 

La mayoría de los casos han sido en mujeres de entre 20 y 60 años, pero la EMA no ha hallado factores de riesgo que lo expliquen. Ni patologías previas, ni la edad ni el hecho de ser mujer, pues podría obedecer a que son mayoría entre el personal sanitario y el profesorado, dos grandes colectivos vacunados. Algún investigador lo ha relacionado con las hormonas y los anticonceptivos, pero solo son hipótesis y otros investigadores señalan que si fuera así, habría más casos.*

 


¿Y si el mayor número de mujeres afectadas fuera simplemente porque son las más vacunadas al ser mayoría en esos dos sectores, sanitario y educativo? Al comienzo de la pandemia se barajó la posibilidad de las altas cifras de unos países respecto a otros partiendo de la idea de convivencia familiar, es decir, casas con más gente viviendo junta, más típico de las familias mediterráneas que de las germánicas o nórdicas, donde los hijos se emancipan antes. Las estadísticas sobre los contagios por grupos establecían enormes diferencias en función de la diversidad étnica y económica. Las diferencias raciales suponían condiciones diferentes y hábitos diferentes. No es lo mismo vivir amontonados en edificios insalubres que en cómodas casas unifamiliares en las afueras. No es lo mismo usar el transporte público que ir en coche a trabajar o a estudiar a la universidad. En muchos lugares, la asistencia sanitaria es cara y muchos no tienen una salud demasiado buena, lo que implica lo que llamamos "patologías previas", otro importante factor en los contagios.

Ante toda esta enorme diversidad, los científicos tratan de dar explicaciones con la información disponible y a sabiendas que hay muchas cosas que no son fáciles de probar. Asumen la complejidad y evitan las afirmaciones absolutas, algo que se lleva mal en la sociedad civil. Muchas veces me acuerdo de esa frase de una amiga al comienzo de la pandemia: "¡la Ciencia nos ha fallado!" Representaba una forma extendida del pensar común y confiado, el que cree que en la farmacia tienen siempre lo que necesitas, que los médicos curan cualquier cosa o que lo que tomen no tendrá efectos secundarios.



Vivimos en una sociedad de promesas. Todos nos prometen felicidad, seguridad... pero lo cierto es que nos topamos de bruces con la realidad tras cada una de ellas. Quizá por esto se está produciendo una profunda crisis que lleva a un aumento de las depresiones, la agresividad y del inconformismo. Muchas promesas ya no nos convencen. De la promesas de la religión ("¡Jesús es mi vacuna!", decían los negacionistas estadounidenses) a las de la mercadotecnia, la promesa de seguridad absoluta intenta vencer los miedos, aunque no logre quebrar la contundente realidad.

De la promesa de la vacuna a la realidad de las vacunas. Ya sabemos que las vacunas son relativamente seguras. En esa relatividad, la cuestión no está en la vacuna en sí sino en nuestra diversidad, en que somos diferentes y reaccionamos de forma diferente. En el diario El País leemos:

 

Los efectos adversos se tienen en cuenta desde las primeras fases de investigación, pero a pesar de todas las cautelas, algunos son inevitables. Un medicamento es una complejísima receta bioquímica cuya composición no puede ser universalmente inocua. “No existe ninguno que no tenga efectos secundarios, salvo los compuestos homeopáticos, que no sirven para nada”, explica Rodríguez Baño, también investigador del Instituto de Biomedicina de Sevilla. La razón es que cada cuerpo es un mundo circunstancial y responde de forma particular a los fármacos.**

 


Decir que no puede ser "universalmente inocua" es establecer de una forma elegante que habrá —como en todo medicamento— un porcentaje variable de personas en las que el efecto sea negativo. Es lo que tratan de decirnos, de forma también elegante, que los efectos beneficios son superiores a los perniciosos.

El problema es evidente. La vacuna se la pone cada uno en su propio brazo. No hay "brazo estadístico"; el pinchazo te lo dan a ti. Es ese tránsito de lo globalmente aceptable a lo personalmente incompatible el que no conseguimos terminar de asimilar y, lo que es peor, nos lleva a cierto sentido de la fatalidad, "pasará lo que tenga que pasar".  Es ese "inevitable" que se menciona en el que la vacuna nos descubre algo que no sabíamos: nuestra diferencia específica. Es el resultado de lo heredado y lo vivido, lo que nos hace diferentes, incluso para las vacunas. Podemos vivir las diferencias como "vulnerabilidad" o como "riqueza diversa", aunque sea en nuestras incompatibilidades y rechazos. En cualquier caso, es la vida, en los dos sentidos: el biológico y el de fatalidad. No todo está en nuestras manos ni todo en nuestros genes. 

Las leyes de los grandes números no excluyen la fatalidad del número pequeño, la individual, la suya o la mía ¿Y si me toca? Indudablemente esto nos lleva a seguir evaluando riesgos, algo que hacemos constantemente, pero de lo que no siempre somos conscientes. ¿Cruzo igual por un paso de cebra ahora que sé que el 40% de los atropellos se producen en ellos? La alternativa es cruzar por donde no debo y eso no solo es peligroso sino que me convierte en culpable. No vacunarse tiene algo de eso, de cruzar por donde no se debe, algo de lo que será el único responsable. ¿Es esto tener el destino en sus manos? Evidentemente, no.

La seguridad que pedimos, la absoluta, no siempre está disponible. De hecho, casi nunca se da. Si pensamos que estamos vacunando a poblaciones enteras, a países enteros, que lo haremos con continentes, nos damos cuenta de la enormidad titánica de este proceso y puede que eso cambie nuestra perspectiva, aunque no aliviará la tensión antes del pinchazo. La inmensa mayoría pasará por la vacuna sin más problemas. Pero el precio de la diversidad puede ser alto para quien le toca. Contra eso hay poco que hacer.

 


* Marta Ricart "Cómo identificar una trombosis provocada por AstraZeneca" La Vanguardia 8/04/2021 https://www.lavanguardia.com/vivo/20210408/6634765/vacuna-covid-vacunacion-astrazeneca-trombosis.html

** Raúl Limón "Por qué los “efectos adversos muy raros” asociados a la vacuna de AstraZeneca son esperables e impredecibles" El País 9/04/2021 https://elpais.com/ciencia/2021-04-09/por-que-los-efectos-adversos-muy-raros-asociados-a-la-vacuna-de-astrazeneca-son-esperables-e-impredecibles.html

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