jueves, 15 de abril de 2021

El dedo y el ojo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



¿En qué momento los políticos españoles (no me importan los de otros lugares) la rentabilidad de las maldades? Escucho a Sánchez soltarle ironías a Casado sobre si Díaz Ayuso se le como el protagonismo en plan cizañero y leo el titular que García Egea le da a RTVE: "No sé qué pasará el 4M, pero Cs va a pagar muy caro el haberse aliado con el PSOE y Podemos". Son pequeños ejemplos de maldades cruzadas con las que los políticos nos han acostumbrado a una forma de "hacer política" de muy bajo nivel y, sobre todo, reveladora de la impudicia en que esto ha ido degenerando.

No les duran tres párrafos lo constructivo de sus discursos y enseguida se deriva la cuestión a meter el dedo acusador en el ojo ajeno. Y no les faltan dedos para tanto ojo u ojos para tanto dedo.

Sigo sosteniendo que les concedemos demasiado protagonismo y atención a nuestros políticos. Han conseguido alentar la discordia como motor del ánimo español. Para ello cuentan con la complicidad mediática que, a su vez, considera la maldad política un espectáculo que vende y, sobre todo, que permite especializarse. Los hay de deportes, ciencia, sociedad... y política.



En un país que asiste asombrado a las maldades intrafamiliares de una serie de personas que deberían importarnos un bledo, pero de los que no conseguimos librarnos durante décadas, nuestros olímpicos del populeo, nacidos para ser objeto de consumo de la ignorancia, que crecen, se casan, se pelean, se reconcilian, se vuelven a pelear... y luego lo cuentan llorando ante una cámara o en un juzgado, no tiene nada de particular que la política se haya convertido en un patio de vecindad mal avenida, un mundo de cotilleos y rencillas, de dimes y diretes, como se decía antes. Es un mundo mal encarado, en donde nuestros comentaristas mediáticos explican que no son mentirosos, solo están en campaña.

Los géneros literarios se entremezclan dando lugar a fusiones entre la política del corazón y el corazón llevado al límite judicial. Es la "sociedad del espectáculo" bochornoso, por seguir a Guy Debord calificándolo. Es el selfie eterno, la fortuna de los dentistas, de los escritores de gags elevados a asesores políticos.

¡Qué terrible no dejarse arrastrar por tanta maldad y tontería! ¡Qué pena no conseguir disfrutar con los insultos lanzados desde unos asientos a otros del Parlamento, faltado permanentemente al respeto por los "okupas" electos que lo habitan! ¡Dan ganas de gritar, con Unamuno, que te quiten la razón y adentrarte en el proceloso mar de la estupidez, aplaudir cayéndose la baba admirativa con cada insulto, con cada maldad, con cada desatino!



"¡Cómo se nota que estamos en campaña!", le dice un político en campaña a otro político en campaña. Trata de convencernos que él no se deja arrastrar, que es mesurado y tiene sentido del estado, pero no es eso lo que vemos cada día. Más bien no salimos de las campañas, porque cuando no es en un sitio, es en otro. Tenemos las batallas de Madrid, las de Cataluña, Andalucía... ¡las de Murcia con sus tránsfugas, con perdón! Han creado con todo ello un tejido de infinita maldad, de santos patronos, la tomatina verbal, las cornadas de los sanfermines, la caída del partido de castellers, el verbo incendiario fallero, la cencerrada congresual.

El espectáculo final (por ahora) ha sido la destrucción del reparto madrileño del PP, con artistas invitados que la justicia ha dado de baja. Poco les ha durado el estrellato a los dos importados en la listas de Díaz Ayuso. Ha sido efímero, pero ilustrativo de una manera de entender la política autonómica como el alineación de un equipo de fútbol, donde te permites el fichaje de los de otras formaciones. Es una falta de respeto, por un lado, pero es también una forma de sentar precedentes para acabar primando los abandonos incentivados, también llamados "traiciones". Aquí, claro está, vale todo.


Cada vez que hay elecciones convocadas me da cierta depresión al ver en qué se ha convertido una ocupación digna, del servicio a la comunidad, algo que debería tener el respeto por norma porque es lo que caracteriza a una democracia. Lo contrario es lo que ya estamos empezando a ver: las provocaciones, la violencia, los ataques que pasan de lo verbal a lo físico. El cántaro está yendo demasiado a la fuente y en cualquier momento, algunos descerebrados van a hacer algo más siguiendo la senda del insulto y la maldad.

¿Esperanzas? Muy pocas, la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.