Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Antena3
acaba de abrir su noticiario de la mañana con una noticia destacada: la
maniobra de hacer expulsar un trozo de bocadillo a una mujer atragantada por
parte de unos miembros de la Guardia Civil que estaban en el mismo local del
suceso. Tuvo suerte la mujer de que allí hubiera personas con formación en
primeros auxilios, pero ¿es noticia? Lo es porque había imágenes para
reproducir. La noticia no es lo que ocurre, sino lo que es captado en un
universo ávido de imágenes impactantes, en donde se entremezclan las cámaras de
seguridad de los bares, las callejeras o las captadas por los miles de millones
de teléfonos móviles. Alguien sube esas imágenes a alguna red social e
inmediatamente se produce el fenómeno de la redistribución infinita si esas
imágenes atraen. El objetivo no es informar sobre lo que ocurre en el mundo e
informar a los espectadores. El objetivo es mantener durante un tiempo
especificado a quienes están al otro lado de la pantalla hasta que la responsabilidad
pasa al siguiente programa.
La
imagen impactante pasa a ser la reina de la programación. Se le dedica más
tiempo a los traspiés de un presidente al subir una escalera que a sus discursos.
En el acto de la toma de posesión presidencial, el protagonismo se lo roban las
manoplas escandalosas del senador Bernie Sanders. Y así funciona el mundo
audiovisual prolongado al mundo de las redes sociales, competidoras en imágenes
impactantes con los informativos, que encuentran en ellas su modelo en tensión
constante.
La
morbosidad de las imágenes ha sustituido a su carácter informativo, que pasa a
un segundo lugar. Los periodistas trataban de "dar seriedad" a la "noticia
de la mujer atragantada". Se le aplican los protocolos informativos: se da
el lugar, la edad de la mujer, datos sobre la formación de los guardias
civiles... Pero todo ello es solo la forma de evitar convertirse en un
fragmento de YouTube. Otro día será otra cosa, un coche que se salta un
semáforo, un patinete que atropella a una señora... Siempre hay un objetivo que
capta, una voluntad que lo sube a la red, otros que lo hacen circular... y así
pasa a ese mundo paralelo del que puede ser rescatado por cualquier
circunstancia, en cualquier momento. La vida se acaba; las imágenes duran... y
vuelven. Lo hacen en función de su carácter morboso, como ilustración de nuevos
sucesos con los que se establecen conexiones o como simple recuerdo atencional,
despertando nuestra memoria impactada por lo que vimos.
No
siempre es así. Las imágenes de los ataques racistas contra asiático
norteamericanos tomadas por cámaras de seguridad trascienden el morbo del ataque
en sí y muestran algo más. Son pruebas de algo que ocurre y tiene trascendencia
social. No es un atragantamiento por un trozo de bocadillo. Las imágenes grabadas desde distintos ángulos del ahogamiento policial de George Floyd han sido decisivas y se están manejando en el juicio, que ha alcanzado unas dimensiones planetarias. Han sido esenciales, pero no siempre es así.
La
Vanguardia nos trae hoy, de la pluma de Domingo Marchena, un artículo titulado
"Clamor contra el uso impúdico de la imagen del niño asesinado en
Almería". Y nos habla del eterno retorno de los temas por su carácter
morboso.
El mal, la capacidad de hacer daño, no tiene
límites. A veces, de forma inconsciente o no, nos convertimos en cómplices, en
aliados de los verdugos. Así lo ha denunciado en un escrito que corta la
respiración Patricia Ramírez, la madre del pequeño Gabriel Cruz, el Pescaíto ,
el niño de ocho años asesinado por Ana Julia Quezada el 27 de febrero del 2018
en Las Hortichuelas, Almería.
El aniversario de los atentados de la Rambla
de Barcelona sirve en bandeja la excusa para exhumar imágenes de cuerpos
inertes. El del accidente de Angrois, en Santiago de Compostela, permite
repetir mil veces la grabación del tren, descarrilando a toda velocidad. La
tragedia de Germanwings resucita imágenes de hierros retorcidos. El cantante
Àlex Casademunt fallece en un accidente y la familia se entera por Twitter…
Los ejemplos son infinitos. Pero lo del
Pescaíto, así llamado porque siempre dibujaba pececitos, supera todo lo
imaginable. Su madre, que recoge firmas para proteger la memoria de las
víctimas de crímenes mediáticos, lo ha descubierto horrorizada. La imagen del
niño sigue siendo utilizada hoy en día con los fines más impúdicos, incluso
para remitir a páginas web de contenido gore o de una violencia atroz.*
La
paradoja del escrito es que no puede escapar a su propia morbosidad.
Denunciarlo es enunciarlo. El artículo se abre con una fotografía: la asesina
abrazando al padre de la víctima. A lo largo del texto, hasta dos más nos
muestran a la asesina detenida en una y durante el juicio la otra.
Si la
madre se queja por el uso de la imagen de su hijo, las de su asesina no serán
menos dolorosas y reavivarán los hechos y sentimientos. El derecho al
"olvido" no parece existir en una sociedad que muchas veces es
insensible al dolor de los que tiene delante pero hipersensible ante aquel que
le muestran debidamente enmarcado.
Los que
sufren por el dolor mediatizado aspiran al silencio, que es un primer paso
hacia el olvido o, al menos, a intentarlo; aspiran también a la justicia, algo que no es fácil separar del ruido mediático. Las denuncias de la madre han
conmovido, sí. La vimos hace unos días en una tensa intervención:
Antes del juicio, las filtraciones de un
sumario en teoría secreto se sucedían sin fin. Aunque no es lo mismo leer un
informe forense en un legajo judicial que en un periódico, Patricia Ramírez dio
una lección y pidió que la morbosidad no ganara espacio a las buenas acciones y
al “mar de sonrisas” que su hijo se merecía.
Pero ya no puede más. “La imagen de Gabriel
se ha utilizado en exceso y a veces como reclamo para fines particulares (…) No
hemos dejado de luchar por el abuso indiscriminado e inapropiado de su figura”.
La herida nunca cicatrizará. Pero ¿hacía falta echarle sal? ¿Hacían falta
“miles de titulares y cientos de programas de televisión y vídeos, muchos
carentes de sensibilidad”*
Vivimos
en una sociedad cada vez más extraña o, si se prefiere, una sociedad en la que
los criterios morales y los valores se apartan en nombre de esas prioridades
atencionales. Nosotros mismos no empaquetamos y nos ofrecemos para ser
consumidos. Se pierde la percepción del alcance de nuestras acciones en algo
que está al otro lado de los nuevos medios que han acabado arrastrando a los
medios profesionales hacia el mismo agujero. Los profesionales de la
información tienen un cierto sentido de lo que es su labor; los que simplemente
juegan con lo disponible no tienen otro aliciente más que la expansión del ego,
acumular relaciones, evitar la soledad entre millones. Otros aspiran a la
capitalización de esa atracción morbosa, como se nos dice en la denuncia.
La madre, durante su aparición en los medios, muestra imágenes de la prensa y las redes sociales. Muestra páginas con comentarios donde la gente se libera de formas, de maneras y sentimientos, y dicen lo que le parece, sin más. ¿Es que no puedo decir lo que pienso?, dirán algunos. Probablemente sí, pero tú mismo te calificas con lo que dices. Pero tras un pseudónimo, un nombre en clave, todos se creen con derecho a la ocultación, algo que las víctimas, sobreexpuestas, no pueden hacer. Hay una injusticia en esa desproporción. Son demasiadas piedras lanzadas y manos escondidas.
Que las víctimas se tengan que proteger de los medios y sus comentaristas supone
que son víctimas dobles. Padecen la violencia criminal primero y a esta se
añade la violencia mediática, la de medios y micromedios, que con variables
perspectivas viven de la atención.
La madre ha dado una rueda de prensa para
pedir ese respeto que se le niega al manipular la imagen de su hijo. También ella necesita llamar la atención; lo hace con una camisa estampada con pescados y exhibiendo dibujos. El diario
El País recogía entre las declaraciones en su comparecencia ante los medios:
[...] también pidió a los medios de
comunicación que se centraran “en las cosas bonitas”. Sin embargo, ha roto su silencio
y su intento de encontrar tranquilidad para anunciar que ha interpuesto ya dos
denuncias ante la Policía Nacional y el juzgado de guardia para solicitar la
retirada de las imágenes que, además, van acompañadas de una serie de
comentarios de internautas.
“Siempre he intentado hacerlo desde la
intimidad: solo solicito que las víctimas no tengamos que pasar por este tipo
de abusos crueles e inhumanos”, ha insistido Ramírez, a punto de romper a
llorar y que en los 20 minutos que ha durado su comparecencia pública se ha
mostrado muy dura. “Desgraciadamente, tenemos un sistema de medios de
comunicación y de redes sociales en el que son capaces de utilizar la crueldad
extrema para ganar publicidad, likes y audiencia”, ha señalado.
Igualmente, la madre de Gabriel ha criticado
el uso que diferentes partidos políticos y sus militantes han realizado de la
imagen de su hijo “con fines partidistas”: “Una diputada de Vox compara el
pequeño Gabriel con un feto abortado”. Es uno de los titulares que Ramírez ha
leído con rabia para luego mencionar el uso que realizó el coordinador de Vox
en el municipio almeriense de Las Salinas para criticar las protestas contra la
muerte de George Floyd, algo que más tarde acabó con su expulsión del partido
después de que la mujer hablara con Santiago Abascal. “Jamás me meteré con que
la imagen de mi hijo represente a la buena gente de este país y a las buenas
acciones. En lo que no tenga que ver con eso, esta madre va a seguir dando la
lata hasta que quede aliento”, ha recalcado.**
No es
difícil comprender su indignación. Los usos y abusos de la imagen de su hijo
pueden llegar a ser infames. Cualquier dato o imagen puede ser reproducido en
cualquier momento o convertido en parte de discursos extraños para despertar
sentimientos manipulados en la gente.
La
violencia mediática es más controlable que la micromediática, aunque se realimentan
la una con la otra. Los medios tienen estructuras y criterios, aunque sean
contradictorios. Pueden llegar a acuerdos internos sobre cómo actuar. En los
micromedios, por el contrario, cabe todo; son decisiones personales y ahí
entran desde las personas de interés genuino
y respetuoso hasta las peor intencionadas. Sin embargo, el
comportamiento de los medios se parece cada vez más al de los micromedios,
perdiendo en sentido de la responsabilidad y de los criterios de relevancia en
favor de los atencionales.
La
sociedad de la información es caótica y se rige por unos pocos principios
generales y una pérdida manifiesta de ética y pudor. Puede jugar con todo y estar por encima de todo. Cabe la
movilización democrática y la imposición autoritaria de lo propio a los demás.
El viejo principio de "quien no quiera verlo, que no mire" es su primer mandamiento. El siguiente dice que todo lo que pueda exprimirse debe hacerse hasta la última gota, ya sea el dolor o la alegría, el orgullo o la vergüenza. Todo debe ser visto cuando quiere se mirado.
Hace
dos días hablábamos de la extrañeza general sobre la desestimación de una causa
por la grabación y difusión de las imágenes de mujeres orinando en un callejón
durante unas fiestas de pueblo. Se nos hablaba de que algunas de las mujeres
identificadas han tenido que recibir atención psicológica por lo que es
claramente un ataque intencionado, una voluntad de hacer daño. Pero la
trivialidad del mal es creciente. Sencillamente: importan poco lo que puedan
sentir otras personas porque no se piensa en ellas, en lo que puedan sentir.
Eso es un problema suyo. Las imágenes están ahí y son utilizadas una y otra vez.
“Basta ya de remover heridas y de seguir haciendo daño”*, ha señalado la madre en palabras recogidas por el texto de La Vanguardia. Pero una vez que algo entra en la red ya es incontrolable. Cualquier día, en cualquier lugar, el dolor puede reaparecer en forma de fotografía, de imágenes de vídeo.
Dudamos que esto se pueda frenar, pero sí que es importante denunciar este uso morboso de las imágenes, esa crueldad infinita de los comentarios.
Hay hechos intrascendentes convertidos en noticias que recorren toda la prensa y pasan a las redes. Hay imágenes de las redes que pasan a ser transcendentes en los medios. Pero hay casos de uso morboso de las noticias, su prolongación infinita, su manipulación, su conversión en tópico deshumanizado que causan mucho dolor. La misma creación del concepto "crímenes mediáticos" implica una valoración desde la perspectiva atencional. Pero en todo crimen hay una víctima y una personas próximas que ven impotentes este uso perverso y rentable de aquello que les duele, siempre a disposición de quien quiera retomarlo por cualquier motivo.
* Domingo Marchena "Clamor contra el uso
impúdico de la imagen del niño asesinado en Almería" La Vanguardia 7/04/2021
https://www.lavanguardia.com/vida/20210407/6631578/clamor-impudico-imagen-nino-asesinado-almeria.html
** Nacho Sánchez "La madre del niño Gabriel denuncia el uso “cruel” de la imagen de su hijo en redes sociales" El País 22/03/2021 https://elpais.com/sociedad/2021-03-22/la-madre-del-nino-gabriel-denuncia-el-uso-cruel-de-la-imagen-de-su-hijo-en-redes-sociales.html
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