viernes, 1 de junio de 2018

La puerta chica


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se están escenificando en estos momentos los últimos actos previos a la votación de la moción de censura contra el gobierno del Partido Popular. No es una sorpresa, sino el fin previsto a una mala gestión de una línea que se tenía que haber resuelto hace mucho tiempo para evitar llegar a esta situación. Una moción de censura no es algo que se limite a mero juego parlamentario, no es una simple ejecución de una aritmética. Es mucho más.
Se da en un espacio, el parlamentario, pero también en un tiempo, el momento histórico en el que se presenta. El gobierno y su cabeza han incurrido en una serie de errores garrafales desde hace años, desde que la corrupción saltó al escenario de las principales preocupaciones ciudadanas. Desde hace años repetimos que la incapacidad de encontrar una solución política a lo que era un caso político en todos los ámbitos tenía unos efectos perniciosos sobre la vida política haciéndola girar sobre el entrecruzamiento con otras líneas más complejas.
Mientras haya mayorías absolutas, se viven periodos de tranquilidad en los banquillos de autonomías o en los del parlamento nacional. Actúan como defensa frente a los reproches. En el caso de la debilidad por el reparto de votos en las elecciones últimas, solo era cuestión de tiempo.
La lógica es implacable: si no se resuelven los problemas, se pierden votos; si se pierden votos, los problemas te devoran. No es otra cosa lo que le ha pasado a un ciego Partido Popular. La ceguera es un terrible mal político. Lleva a estrategias erróneas, a escoger mal el remedio para los problemas, que se acumulan.
Y el remedio del Partido Popular, aquella estrategia, del "cómo van a votar juntos X y Z" o de "cómo le van perdonar sus votantes que se apoye en Z" ha dejado de funcionar. Hoy han votado sin pudor o sin escrúpulos los que pareciera que no lo harían juntos nunca.


Eso es lo que abre la segunda parte de la cuestión: los costes o resultados de todo esto. Para el partido que sale del gobierno por la puerta infame de la censura, ningún momento es bueno. Pero eso no significa que esto no tenga costes para todos. Una moción de censura puede llevarte al poder, pero no significa más que un fracaso del sistema en su conjunto. Por más que sea constitucional es una forma que implica la incapacidad de resolver una crisis.
La unión de los votos necesarios plantea a muchos las hipotecas de futuro ante una situación del país sometida al desafío secesionista entre otros retos. Si la estrategia señalada anteriormente, "cómo va a votar juntos", ha fallado al Partido Popular, muchos se preguntan por lo solícito del nacionalismo para aportar su granito de arena a la caída de Mariano Rajoy.


Es interesante ver en los diarios de hoy cierta coincidencia en ver esta moción de censura como un desastre inoportuno y fatalista. Inoportuno porque crea de desunión en un momento de necesidad de unidad y fatalista porque Mariano Rajoy se lo ha ganado a pulso arrastrando hacia los que ya no podían dejar pasar ni la ocasión ni el compromiso.
Es difícil encontrar otro político como Mariano Rajoy, al que aquí hemos calificado como "tautológico". La situación se agravaba con una primera línea de defensa que nunca ha buscado construir sino destruir los ataques a la inacción tautológica de su presidente. Eso dejó de funcionar cuando se puso la sentencia sobre la mesa y el momento en que hablaron los jueces dejó absurdas las excusas.
Las críticas desde fuera del parlamento no van solo a un presidente ausente de la sala en la que se está hablando de su futuro y del futuro del país y, de hecho, del futuro el partido que preside. Van a todos, a cada uno en su papel.
Los dos grandes partidos de la transición española son víctimas de la ceguera, no han entendido que la pérdida de sus votos, que el surgimiento de grupos políticos a su sombra que les desbordaban, se producía por su incapacidad de resolver sus problemas sin que tuvieran que intervenir los jueces. La lentitud de los casos, la aparición de "nuevos viejos casos" (la detención de Zaplana), etc. han convertido el acto de gobernar en un calvario y el de ser oposición en un combate de artes marciales.
Poca política queda... o quizá toda, ya que no es fácil considerar política lo que llevamos un tiempo viendo. No se puede estar mucho tiempo tirando del hilo se que se rompa. Y se ha roto.
Leer y escuchar a los comentaristas sobre lo que se está escenificando es interesante y no dejan de sorprender la contundencia de los reproches a unos y a otros. Escribe Javier Ayuso en El País:

Los socialistas han recuperado en apenas diez días todo lo que habían perdido en los últimos años: han retomado la iniciativa para manejar la agenda política en nuestro país. Ha sido una buena operación de Pedro Sánchez cuando las encuestas le situaban en una clara posición de debilidad. Un movimiento muy positivo, no solo para el PSOE, sino para los intereses generales de los españoles que han visto cómo se pone fin a un gobierno manchado por la corrupción.
Hasta ahí, todo bien. Sin embargo, no está tan claro que un gobierno débil sometido a los vaivenes de unos socios peligrosos (Podemos, ERC, PdCat, PNV, Bildu...), vaya a contribuir a estabilizar o regenerar nada. ¿No hubiera sido mejor negociar una fecha para convocar elecciones generales, más pronto que tarde, para que sean los españoles los que decidan quién quiere que lidere el proceso de estabilización y regeneración institucional?
Llevamos dos años empantanados en una legislatura que no ha sido capaz de sacar adelante leyes (salvo los presupuestos, salvados a golpe de talonario), ni solucionar los graves problemas que tiene España; sobre todo, el de Cataluña, cuya gestión ha sido nefasta. Es la hora de que voten los ciudadanos y sienten las bases de un nuevo gobierno capaz de hacer esa política de diálogo y de consenso que anunció ayer Sánchez.
El problema es que todos los partidos, sin excepción, están poniendo sus intereses particulares por encima de los generales. Y tan poco deseable es mantener un gobierno sin credibilidad ni legitimidad como el del PP, como prolongar por mucho tiempo un ejecutivo débil que solo pueda navegar al pairo queriendo contentar a todos los socios que le han permitido llegar a La Moncloa. Pedro Sánchez tiene ante sí la enorme responsabilidad de hacer compatibles sus intereses partidistas con los de los españoles.*


El gobierno de Sánchez se percibe como un despropósito por la heterogeneidad y lo efímero de sus apoyos ante cualquier decisión. En realidad no es una moción por el caso Gürtel, sino la ocasión del nacionalismo y los populistas de desprenderse del Partido Popular. Como tendrá ocasión de comprobar pronto Sánchez no tienen nada que celebrar. El acuerdo es válido para destruir, por razones diferentes, pero de imposible coincidencia de futuro, salvo que Sánchez enloquezca o los nacionalistas y populistas vayan a Lourdes. El objetivo pues —determinado por la aritmética— no es construir sino destruir, acabar con una situación que ha sido imposible sostener. La responsabilidad es de Mariano Rajoy, sin duda.
No se puede separar el partido del gobierno ni el pasado del presente. No se puede. Eso todo el mundo lo tiene claro y se ha traducido en la pérdida de apoyos en las urnas.
Mientras el sistema casi bipartidista funcionó, los votantes estaban obligados a tragarse muchos sapos de sus partidos. La separación clara de dos opciones ideológicas (más los nacionalistas de distinto pelaje) impedía que se perdieran muchos votos. Era el sí o sí porque el cambio ideológico no era posible so pena de una esquizofrenia electoral. Eso ha cambiado con la aparición de alternativas. Es ya posible penalizar a unos votando a otros sin alejarse demasiado de la ideología general del votante. El Partido Popular ha sido castigado —como lo fue el PSOE por Podemos— por los votos a Ciudadanos. Las nuevas formaciones han surgido del descontento, han crecido con la frustración de los "viejos partidos". Es lo que ocurre cuando no se resuelven los problemas acumulados ni se saca la basura de la alfombra.
Los únicos que van a celebrar esta moción son aquellos que ven en un gobierno estable el freno a sus pretensiones, los secesionistas y los presuntos antisistema. No deja de ser sorprendente que lo primero que ha pedido Sánchez sea "lealtad" al Partido Popular y a Ciudadanos. Pero es otra línea del guión improvisado de esta comedia llena de gags trágicos.
Rafael Latorre escribe en El Mundo:

El drama del candidato Sánchez está escrito en la Constitución. La moción de censura tiene un carácter constructivo, como repetían los tertulianos en la víspera como cacatúas. Si consistiera en demoler todo habría sido más fácil porque Sánchez sólo habría tenido que desgranar los despropósitos del PP y no habría tenido que eludir la pregunta letal de si podía garantizar que lo que viene es mejor para España que lo que su moción dejará atrás.**


Evidentemente la respuesta es no, no hay garantías. Esto no es una cuestión maniquea ni una película de superhéroes. Es más bien un hecho histórico negativo pues implica el fracaso de los mecanismos ordinarios y la llegada de los extraordinarios. El máximo responsable es aquel cuya cabeza se pedía y que encerrado en sus tautologías no ha sabido dar respuestas a lo que era un clamor social: la lucha contra la corrupción en hecho y gestos. La política de que hablen los jueces es válida hasta que los jueces hablan. Tampoco ha funcionado el listado de éxitos en otros campos ni el de apelación a la historia señalando que el PSOE estropea y el PP arregla. Todo eso se ha acabado ya.
En este momento, la cámara está en pie aplaudiéndolo. Es el primer presidente, como señala el comentarista, que accede por la vía de la moción de censura, incluso el primer presidente que no es diputado. Unos se abrazan, otros circunspectos. Los que se abrazan lo hacen porque han obtenido un presidente; otros simplemente porque ya no está Rajoy.


Rajoy sale por la puerta chica; Sánchez entra por ella para llegar al gobierno. No hay mucho que celebrar. Rajoy no dice nada, como tantas veces.
Se abre ahora la lucha interna en cada partido. En el PP, buscando líder que les saque de la ignominia de la moción de censura; en el PSOE, entre aquellos que consideran a Sánchez un peligroso irresponsable. En Podemos apuestan por el 2020 para testarse con el PSOE. Los más felices, por partida doble, los secesionistas; han contribuido a hacer caer un gobierno y tienen en su mano presionar a uno más débil al que han votado. No tienen nada que perder, mucho que ganar una vez sentado el precedente.
Habrá quien duerma feliz, habrá quien lo haga preocupado y otros finalmente muy enfadados. Eso es lo bueno de la democracia. Puedes elegir tu estado de ánimo. Es una experiencia nueva en nuestra democracia y cuando pasen aplausos, besos y lágrimas deberían reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. 


* "Ni un Gobierno ni otro es deseable" El País 1/06/2018 https://elpais.com/elpais/2018/05/31/opinion/1527782734_315207.html
** "Pedro Sánchez, un presidente muy a su pesar" El Mundo 1/06/2018 http://www.elmundo.es/espana/2018/05/31/5b104cf2468aeb28128b45e0.html



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