Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cara
del primer ministro japonés Shinzō Abe, lo dice todo. La foto que ilustra el
artículo publicado por el diario El País da cuenta de las actitudes de cada uno
de los presentes: Abe, Macron, Merkel, May... y frente a ellos un inamovible
Donald Trump. El cuerpo, las posturas lo explican todo; apenas hay necesidad de
comentarios. El titular confirma lo que los ojos ven: "La brecha entre
Trump y los países del G7 se agrava tras una cumbre crispada por el
comercio".
La
brecha queda escenificada en el espacio, en la posición de los cuerpos, en el
aburrimiento de Abe, en la paciencia al límite de Merkel, en el desafío impertérrito
de Trump frente a todos, sentado, con los brazos cruzados.
El
diario nos explica lo ocurrido:
La cumbre del G7 finalizó en llamas este
sábado en Canadá. El grupo de países más industrializados anunció que había
consensuado un comunicado conjunto para tratar de evitar una escalada
proteccionista, tras dos días de reuniones muy difíciles por el giro
aislacionista de EE UU. La tensión estalló poco después. El primer ministro
canadiense, Justin Trudeau, criticó la política de Trump en su rueda de prensa
de clausura y el presidente se revolvió vía Twitter poco después. Fiel a su
talante volcánico, imprevisible, anunció que había ordenado a sus
representantes que no suscribieran el texto conjunto.
"Sobre la base de las falsas
declaraciones de Justin en su rueda de prensa, y el hecho de que Canadá está
gravando con aranceles masivos a nuestros ganaderos, trabajadores y empresas,
he instruido a nuestros representantes para que no apoyen el comunicado
mientras miramos los aranceles sobre los automóviles que entran en el mercado
estadounidense", escribió Trump en su cuenta de la red social.*
Trump
se ve a sí mismo con el dueño de una empresa al que los empleados van a
discutir sus sueldos. El mundo debe plegarse ante sus deseos. Irritado por el
desafío de Trudeau —¿para esto le he dado la mano?—, el tuit va cargado de
amenazas y de un hecho: la negativa a firmar el acuerdo.
Mientras
Rusia se siente marginada por los otros países, los Estados Unidos de Donald
Trump se sienten al contrario: son ellos los que marginan al mundo entero en un
proceso mental que solo cabe en una mente egocéntrica como la del presidente
norteamericano.
La
cuestión que se plantee entonces debe ser diferente a la que cabría utilizar
con otra persona. No se está negociando con los Estados Unidos, se está haciendo con quien está a su frente, una
persona con una capacidad casi ilimitada de negociación y con una idea en
mente: todos sus antecesores lo han hecho mal y él viene a arreglarlo. Por si
no lo habían descubierto, Trump no es un político al uso, ni tan siquiera un político. Es un muro que tienen
enfrente. Si le sigues la corriente, todo va bien; pero si le llevas la contraria,
hará como con Trudeau, insulto y castigo. Trump sabe que sus
audiencias/votantes disfrutan con este tipo de movimientos humillantes e
infantiles, impropios de un gobernante. Pero Trump se presentó como alguien que
iba a dejar en evidencia a los políticos. Asumió que una parte de la sociedad
norteamericana se sentía distante de los políticos profesionales y que le
apoyarían por eso. En eso no se equivocó. El resultado es lo que nos muestran
los estudios: que sus votantes están satisfechos con que haya puesto el mundo
patas arriba. También los ha radicalizado, pues es su única alternativa de
apuntar hacia el futuro, mantenerlos dentro su onda. Una vez elegido este
camino, solo queda mantenerse en él ante las demandas crecientes de los
radicales que le votaron y la esperanza de radicalizar más al país.
La consecuencia
interna es una división como nunca se ha visto en el país, en donde unos se
disculpan por ser norteamericanos y no haber podido impedir que llegara al
poder, mientras que otros le jalean cada juguete roto, tratado incumplido o
ofensa gratuita a los países.
Los que
tienen una enorme dependencia de los Estados Unidos, especialmente en materia
defensiva, tienen que claudicar o arriesgarse a correr riesgos mayores. Eso
explica la cara de Shinzō Abe, al que los misiles norcoreanos le han pasado por
encima tras los desafíos crecientes, preparatorios de la escenificación del
arreglo con Corea del Norte con los que busca que le den el Nobel de la Paz,
visto como una certificación de su "excelencia".
El aislamiento de Trump en el G7 abre una situación cada vez
más tensa con los Estados Unidos, que mina su propio liderazgo al basarse en la
fuerza contra sus propios aliados. Pero lo que no entra en la cabeza de Trump,
por su propia trayectoria vital, es la idea misma de "alianza" en un
sentido político. Puede haber socios comerciales, pero "aliados" es
un concepto ajeno a su mente.
La gran pregunta es cuánto tiempo tardará en recuperarse un
orden internacional más ajustado a la armonía que al conflicto. La cuestión no
se plantea solo por los Estados Unidos, sino por los efectos de la misma
corriente populista que llevó a Trump hasta la Casa Blanca y que está
abriéndose camino por diversos países, incluida la Unión Europea.
Estamos en una fase imprevisible de desarrollo. Donde el
mundo necesita más voluntad de acuerdos y no la presión de una guerra económica
(las otras también están abiertas con el interminable conflicto en Siria y la
zona, sin garantías de paz estable) como la que Trump parece buscar. Sus rivales
son ya todos. Su soledad en el G7 es la señal de un conflicto que no va a
cerrarse en mucho tiempo. Un segundo mandato de Trump, como ya algunos apuntan,
marcaría una estrategia de dominación que no se le va a permitir. Presionar a
unos y hacer concesiones a otros para dividir, como ha hecho con la política de
aranceles le ha fallado, como se ha visto con el Canadá de Justin Trudeau, con quien
ahora se enfada e insulta, tal como recoge el propio The New York Times.
Nadie quiere ser aliado de Trump, un arma imprevisible de
doble filo. Theresa May fue la primera en apreciarlo. Todos los demás buscan
estabilidad frente al ciclón Trump. Y no puede haberla con un hombre cuya
finalidad básica es destruir todos los tratados realizados durante décadas en
los militar, económico y diplomático.
La foto de El país nos mostraba los rostros de los
aburridos, agotados e indignados participantes en la batalla del G7. Como
señalan algunos analistas, eso deja a Putin llamando a la puerta, como ya está
haciendo aprovechando la indignación que Trump causa. Algunos ya se declaran
"pro rusos", como el gobierno italiano (ultraderecha y antisistema),
que reclama el levantamiento de las sanciones económicas a Rusia. Las sanciones a Rusia mostraban a Putin que no podía hacer lo que quisiera, que en Europa no ponía él las fronteras (pese a lo que diga un militar español muy promocionado). Trump no cambia fronteras (por ahora), pero levanta muros reales y económicos. Le importan poco sus vecinos, como acaba de demostrar y mucho menos los que no lo son. Eso tiene un coste que el G7 deberá mostrarle.
El mundo puede reorganizarse sin seguir los pasos de Trump.
Costará, pero se puede hacer. Lo que no está claro es que Trump pueda estar
solo frente al mundo. A él le satisface el ego esa distancia, pero puede ser contraproducente
para los Estados Unidos, que tardarán en recuperar la confianza mundial. Su estrategia:
divide y vencerás. Pero puede encontrarse solo pronto en una guerra en la que
nadie quiera ser su aliado.
* "La brecha entre
Trump y los países del G7 se agrava tras una cumbre crispada por el
comercio" El País 10/06/2018
https://elpais.com/internacional/2018/06/09/actualidad/1528557793_763550.html
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