Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
nueva forma de entender el mundo de la acción política no busca ya soluciones a
los problemas sino nuevos problemas más manejables o que confieran alguna
ventaja. Eso es lo que parece desprenderse de la lectura rápida de lo ocurrido
en España estos días.
Todo lo
hecho ha sido constitucional, dice todos. Pero eso no significa que sea bueno per se o funcione. Estamos en un estado
de derecho y las cosas se pueden hacer de muchas formas. Esta es una de ellas.
Nada más. Cada cual tendrá sus perspectivas y valoraciones, pero el estado
funciona y sus instituciones también.
Rescatábamos
hace unos días la idea de Hanah Arendt sobre la política como arte de conseguir
el poder diferenciándola del de vivir en
común, que era la original, nos decía. Bien, pues los que querían el poder
ya lo tienen y los que lo tenían no. Lo que ocurra ahora está abierto a todo lo
posible, sin que eso signifique que sea mejor necesariamente. Como señalamos,
es una vía atípica que implica que han fallado las normales. Y la democracia es
sobre todo la búsqueda de un estado de normalidad como forma de vida.
La
posibilidad de una moción de censura estaba presente desde el día siguiente a
las elecciones generales. La aritmética manda y cada uno tiene lo que tiene. Da
la impresión que se esperaba la ocasión para justificarla ante el pueblo
soberano. Curiosamente no ha sido la situación del 155 en Cataluña y el previsible
contagio al País Vasco; lo que la ha producido sino el "viejo caso Gürtel",
al menos en apariencia.
Hay
muchas cosas sorprendentes en esta moción, la primera que prospera en la España
democrática. La primera de ellas es el tratamiento mediático: todos apuntan a
que Pedro Sánchez es una especie de víctima de las circunstancias, que no
quería realmente, pero... Es en los peros
en donde comienzan las interpretaciones. Para unos, la presión de Podemos con
la amenaza de presentar otra moción y dejar a los socialistas en la tesitura de
apoyarla o no, ha sido decisivo. Para otros ha sido el cálculo de rentabilizar
los errores del gobierno lo que ha lanzado a Ciudadanos a dejar caer a Rajoy y
sacar al Partido Popular del poder. Para otros, la moción ha sido la forma de
quitar a Rajoy del medio por parte de los nacionalistas, dejando fuera a los
más reticentes a hablar con ellos. Hay interpretaciones para todos los gustos y
no tienen porqué ser incompatibles.
Hay
quienes dicen que Rajoy podía haberlo parado de dos formas: convocando
elecciones antes de que se presentara la moción (con muy malos sondeos) o
simplemente dimitiendo, lo que le dejaría en una posición insostenible en la
Historia: el primer presidente que cesa en la democracia española por un
escándalo de corrupción, una especie de Nixon a la española, poco más o menos.
Es comprensible que Rajoy prefiera pasar a la Historia como el presidente al
que tumbaron entre todos que como un villano. El elogio que le ha dedicado
Angela Merkel es suficiente en estos momentos.
La moción
de censura abre una serie de interrogantes. El primero es moral. Afecta al
comportamiento y responsabilidad de los partidos al mantener una política
errónea sobre la corrupción y su propia financiación, un modelo que se debe
erradicar de la vida española de una vez por el bien de todos. Los partidos
—todos— deberían empezar a solucionar ese efecto llamada a los sinvergüenzas y delincuentes. Podemos creer que a) todos
los políticos son delincuentes, b) que la gente es honrada hasta que llega a
los partidos y se pervierte o c) que la mala organización de los partidos atrae
a este tipo de individuos que acaban tejiendo sus redes clientelares. Las dos
últimas explicaciones piden soluciones a los partidos a un problema que
convierte la política en un rifirrafe continuo que crispa a la sociedad, la
divide y convierte las alianzas políticas en motivo de estigmatización. Son los temores al populismo callejero y de redes sociales, que piden sangre, los que eliminan cualquier viso de acuerdo sobre grandes temas.
Los
ciudadanos tienen que tener claro que esto no es un mero asalto al poder, sino
la ocasión de producir una purga en los partidos para poder liberarse de los
males crecidos en estos años. La moción debería suponer un cambio en las
mentalidades, una rectificación del camino. Todos queremos partidos
limpios, actitudes claras, condenas reales y no palabrería, tarde y mal.
Los que
ven la moción como una forma de acceso al poder hacen un flaco servicio a la
democracia. Lo ocurrido en Italia es una muestra de lo que no debe ocurrir en
España. No se pueden producir acuerdos contra
natura porque es anteponer el poder de los políticos a los deseos de los
ciudadanos. No es solo aritmética,
son principios básicos para gestionar lo que es del pueblo y que los políticos
y sus partidos solo gestionan. Los partidos tienen que cambiar. Eso es una exigencia común y constante
Una
moción de censura de estas características necesita de una reflexión sobre los
costes presentes y futuros. Presentes
porque ya ha divido a la sociedad y futuros
para evitar que se repita este proceso, que solo debilita la confianza en la
clase política y arrastra hacia los radicalismos que son una amenaza por todas Europa.
Es esa
clase la que ha creado el máximo problema de este país. Lo ha hecho para tapar
su propia ineficacia en resolver el gran problema nacional: el destino de la
próxima generación, la que ha padecido la crisis económica y ha sido
sacrificada proletarizándola. Toda
energía que no vaya en esa dirección por parte de todos será una forma de
entender la política que nadie considerará adecuada.
Las
maneras políticas son otra cuestión. Llevamos años señalándolo: la entrada de
una forma de hacer política efectista, de cara a la galería, peleona,
insultante y estigmatizadora no es la solución a nuestros problemas comunes. Se
empeñan en que no convivamos. Puede que sea la que guste a los que están deseando
salir a la calle. Pero no es allí donde se hace la política en una democracia
real, sino en las instituciones precisamente para evitar el enfrentamiento.
La
política, los partidos, deben hacer serio examen de conciencia. Los medios, en
cambio, hablan ya de las luchas intestinas para acceder al poder. A la historia
le gustan mucho las ironías y puede que
se produzcan algunas pronto.
Ver una
moción de censura como una victoria de unos sobre otros, ya lo dijimos el otro
día, es un catastrófico error, solo posible en irresponsables. Es un fracaso colectivo
que implica a todos los partidos por su incapacidad de encontrar soluciones a
los problemas que la sociedad les demanda. Los problemas no están para
aprovecharlos, sino para remediarlos y eso les compete a todos.
Cuando
algunos han considerado el gobierno de Pedro Sánchez inviable han tenido en cuenta que la moción que ha facilitado acceso
al gobierno no puede ser un acuerdo de futuro, sino solo una destrucción del presente.
No es posible mantener con acuerdos a los grupos que sí se han puesto de
acuerdo, aunque por motivos diferentes, para sacar al Partido Popular. En ese
sentido, no ha habido un programa real, que es la base de la moción constructiva,
como han resaltado los medios.
En los
próximos días y meses veremos cómo se escenifica esta nueva situación. Lo que
sí está previsto es que el gobierno de Sánchez tiene las manos más atadas que
el de Rajoy y que nadie va a hipotecar su futuro por él. Sobre el papel, la
aritmética funciona, pero la aritmética política tiene muchas reglas no dichas
o efímeras. Los cálculos que cada uno haya hecho tendrán que comprobarse en la
realidad.
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