domingo, 3 de junio de 2018

La aritmética política


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La nueva forma de entender el mundo de la acción política no busca ya soluciones a los problemas sino nuevos problemas más manejables o que confieran alguna ventaja. Eso es lo que parece desprenderse de la lectura rápida de lo ocurrido en España estos días.
Todo lo hecho ha sido constitucional, dice todos. Pero eso no significa que sea bueno per se o funcione. Estamos en un estado de derecho y las cosas se pueden hacer de muchas formas. Esta es una de ellas. Nada más. Cada cual tendrá sus perspectivas y valoraciones, pero el estado funciona y sus instituciones también.
Rescatábamos hace unos días la idea de Hanah Arendt sobre la política como arte de conseguir el poder diferenciándola del de vivir en común, que era la original, nos decía. Bien, pues los que querían el poder ya lo tienen y los que lo tenían no. Lo que ocurra ahora está abierto a todo lo posible, sin que eso signifique que sea mejor necesariamente. Como señalamos, es una vía atípica que implica que han fallado las normales. Y la democracia es sobre todo la búsqueda de un estado de normalidad como forma de vida.
La posibilidad de una moción de censura estaba presente desde el día siguiente a las elecciones generales. La aritmética manda y cada uno tiene lo que tiene. Da la impresión que se esperaba la ocasión para justificarla ante el pueblo soberano. Curiosamente no ha sido la situación del 155 en Cataluña y el previsible contagio al País Vasco; lo que la ha producido sino el "viejo caso Gürtel", al menos en apariencia.

Hay muchas cosas sorprendentes en esta moción, la primera que prospera en la España democrática. La primera de ellas es el tratamiento mediático: todos apuntan a que Pedro Sánchez es una especie de víctima de las circunstancias, que no quería realmente, pero... Es en los peros en donde comienzan las interpretaciones. Para unos, la presión de Podemos con la amenaza de presentar otra moción y dejar a los socialistas en la tesitura de apoyarla o no, ha sido decisivo. Para otros ha sido el cálculo de rentabilizar los errores del gobierno lo que ha lanzado a Ciudadanos a dejar caer a Rajoy y sacar al Partido Popular del poder. Para otros, la moción ha sido la forma de quitar a Rajoy del medio por parte de los nacionalistas, dejando fuera a los más reticentes a hablar con ellos. Hay interpretaciones para todos los gustos y no tienen porqué ser incompatibles.
Hay quienes dicen que Rajoy podía haberlo parado de dos formas: convocando elecciones antes de que se presentara la moción (con muy malos sondeos) o simplemente dimitiendo, lo que le dejaría en una posición insostenible en la Historia: el primer presidente que cesa en la democracia española por un escándalo de corrupción, una especie de Nixon a la española, poco más o menos. Es comprensible que Rajoy prefiera pasar a la Historia como el presidente al que tumbaron entre todos que como un villano. El elogio que le ha dedicado Angela Merkel es suficiente en estos momentos.


La moción de censura abre una serie de interrogantes. El primero es moral. Afecta al comportamiento y responsabilidad de los partidos al mantener una política errónea sobre la corrupción y su propia financiación, un modelo que se debe erradicar de la vida española de una vez por el bien de todos. Los partidos —todos— deberían empezar a solucionar ese efecto llamada a los sinvergüenzas y delincuentes. Podemos creer que a) todos los políticos son delincuentes, b) que la gente es honrada hasta que llega a los partidos y se pervierte o c) que la mala organización de los partidos atrae a este tipo de individuos que acaban tejiendo sus redes clientelares. Las dos últimas explicaciones piden soluciones a los partidos a un problema que convierte la política en un rifirrafe continuo que crispa a la sociedad, la divide y convierte las alianzas políticas en motivo de estigmatización. Son los temores al populismo callejero y de redes sociales, que piden sangre, los que eliminan cualquier viso de acuerdo sobre grandes temas.
Los ciudadanos tienen que tener claro que esto no es un mero asalto al poder, sino la ocasión de producir una purga en los partidos para poder liberarse de los males crecidos en estos años. La moción debería suponer un cambio en las mentalidades, una rectificación del camino. Todos queremos partidos limpios, actitudes claras, condenas reales y no palabrería, tarde y mal.
Los que ven la moción como una forma de acceso al poder hacen un flaco servicio a la democracia. Lo ocurrido en Italia es una muestra de lo que no debe ocurrir en España. No se pueden producir acuerdos contra natura porque es anteponer el poder de los políticos a los deseos de los ciudadanos. No es solo aritmética, son principios básicos para gestionar lo que es del pueblo y que los políticos y sus partidos solo gestionan. Los partidos tienen que cambiar. Eso es una exigencia común y constante
Una moción de censura de estas características necesita de una reflexión sobre los costes presentes y futuros. Presentes porque ya ha divido a la sociedad y futuros para evitar que se repita este proceso, que solo debilita la confianza en la clase política y arrastra hacia los radicalismos que son una amenaza por todas Europa.

Es esa clase la que ha creado el máximo problema de este país. Lo ha hecho para tapar su propia ineficacia en resolver el gran problema nacional: el destino de la próxima generación, la que ha padecido la crisis económica y ha sido sacrificada proletarizándola. Toda energía que no vaya en esa dirección por parte de todos será una forma de entender la política que nadie considerará adecuada.
Las maneras políticas son otra cuestión. Llevamos años señalándolo: la entrada de una forma de hacer política efectista, de cara a la galería, peleona, insultante y estigmatizadora no es la solución a nuestros problemas comunes. Se empeñan en que no convivamos. Puede que sea la que guste a los que están deseando salir a la calle. Pero no es allí donde se hace la política en una democracia real, sino en las instituciones precisamente para evitar el enfrentamiento.
La política, los partidos, deben hacer serio examen de conciencia. Los medios, en cambio, hablan ya de las luchas intestinas para acceder al poder. A la historia  le gustan mucho las ironías y puede que se produzcan algunas pronto.
Ver una moción de censura como una victoria de unos sobre otros, ya lo dijimos el otro día, es un catastrófico error, solo posible en irresponsables. Es un fracaso colectivo que implica a todos los partidos por su incapacidad de encontrar soluciones a los problemas que la sociedad les demanda. Los problemas no están para aprovecharlos, sino para remediarlos y eso les compete a todos.
Cuando algunos han considerado el gobierno de Pedro Sánchez inviable han tenido en cuenta que la moción que ha facilitado acceso al gobierno no puede ser un acuerdo de futuro, sino solo una destrucción del presente. No es posible mantener con acuerdos a los grupos que sí se han puesto de acuerdo, aunque por motivos diferentes, para sacar al Partido Popular. En ese sentido, no ha habido un programa real, que es la base de la moción constructiva, como han resaltado los medios.
En los próximos días y meses veremos cómo se escenifica esta nueva situación. Lo que sí está previsto es que el gobierno de Sánchez tiene las manos más atadas que el de Rajoy y que nadie va a hipotecar su futuro por él. Sobre el papel, la aritmética funciona, pero la aritmética política tiene muchas reglas no dichas o efímeras. Los cálculos que cada uno haya hecho tendrán que comprobarse en la realidad.



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