domingo, 24 de junio de 2018

Sentencias o más vale antes que después


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé si es mucho o es poco, porque cualquier tipo de contabilidad en estas cosas es compleja. No hay labor de traducción más compleja que la de la justicia, que debe convertir delitos en condenas. Ocurre desde el inicio del reconocimiento del delito mismo (como observamos en España con el caso de "La manada") y ocurre con la conversión en condena (como acaba de ocurrir en el mismo caso). Los españoles aprendimos Economía con la crisis y estamos aprendiendo Derecho con las discrepancias sociales con los jueces  y sus decisiones. Ejemplos no nos faltan para practicar, desde luego, pues no hay sección más nutrida —después del deporte— que el género judicial, por el que pasan desde los miembros de la Casa Real hasta modestos concejales, desde ex ministros a ex presidentes autonómicos. La variedad de casos es tan grande y la experiencia tan enorme, que deberían poder convalidarnos alguna que otra asignatura en la carrera de Derecho, al menos las prácticas.

Cuando los juzgados ofrecen demasiadas noticias no suele ser un buen indicador de la vida social; cuando se convierten en el centro de la vida política es señal de que algo no funciona en el sistema o, al contrario, que se han convertido en una herramienta del sistema para mantener el control político.
La confrontación, por ejemplo, de los jueces con los dictados de la administración Trump, muestra la profunda división alcanzada en el país. También algo más: la forma de interpretar su propio legado, es decir, su historia y principios. Han sido los jueces los que han frenado muchas de las iniciativas, en especial, aquellas referidas al tratamiento de la inmigración, pero también en otros dos aspectos importantes, la mujer y los derechos relacionados con la identidad sexual.
Los tres elementos definen a una sociedad y a sus principios. De alguna forma, se encuentran unidos porque tienen que ver con el derecho de las personas a decidir sobre sus propias vidas y aceptar las de otros.
Las cuestiones planteadas respecto a las migraciones llevan tiempo haciendo que las sociedades se enfrenten a su propia definición y a algo que es cada vez más evidente: el mundo es uno y las barreras son formas artificiales, construidas desde visiones cambiantes respecto a su función. Plantea también otros aspectos sobre la responsabilidad de los distintos países en los problemas de conjunto y los flujos desde la pobreza a la riqueza, desde la guerra a la paz. Las soluciones, si las hay, están lejos de resolverse en muchas décadas. Serán determinantes las primeras respuestas que demos, en un sentido u otro, porque nos definirán y definirán el futuro de conflictos que nos esperan por delante.


Se corre, además, el peligro real de que se utilice la inmigración como un arma para conseguir favores por parte de países a través de los que pasan, que otros encuentren un gran negocio en ella mediante la corrupción administrativa y policial respecto a los traficantes y, finalmente, que sean los países de origen los primeros interesados en que salgan para conseguir fondos de retorno. Los tres problemas son reales y están en mayor o menor medida sobre la mesa, por más que se hable de unos más que de otros. Si se ignoran, se seguirán enquistando sin resolverse.
Las otras dos cuestiones afectan a las identidades, a los derechos de las personas a decidir sobre sus propias vidas sin ser forzadas por el resto de la sociedad. La cuestión patriarcal es una forma de discriminación ante las mujeres y su estatus varía según países y sociedades. En muchas es la piedra de choque de la modernización, que pasa necesariamente por la igualdad de derechos y el reconocimiento de las mujeres. No es un camino fácil pues leyes y costumbres se oponen muchas veces; en otras, las leyes abren caminos, pero el reaccionarismo los cierra de facto mediante la imposición de las costumbres patriarcales, que llevan a la muerte a muchas mujeres cada año en todas partes.


La fricción estos días en España entre los jueces y la sociedad se centra en el caso de "La manada", que ha levantado indignación en todos sus pasos. No entiende la sociedad en su conjunto las decisiones de los jueces, lo que se vuelve en contra de la justicia. Las leyes han ido progresando, pero, como decíamos al principio, hay "traducciones" de delitos a penas que presentan problemas, lost in translation. La ejemplaridad que se pide ante lo que se concibe como un problema social grave no se encuentra en las sentencias, por lo que la gente sale a la calle, constituyéndose en una especie de tribunal popular. El caso ha servido, además, para hacer emerger mucho machismo subyacente que se manifiesta en los debates, públicos o privados.
Los jueces han de aplicar las leyes, pero para aplicarlas primero han de interpretarlas y es ahí donde se produce la fisura social, el distanciamiento. Como grupo humano, en su interior hay todo tipo de sensibilidades ante los problemas reales, ideas de lo que es la justicia y sus límites, etc. En algunos países, como en los Estados Unidos, las diferencias son más acusadas y asumidas; en otros, al contrario, se tiende más a la estandarización y a normalizar el sistema para evitar grandes discrepancias. En este caso las ha habido, entre los propios jueces y entres los jueces y la sociedad.
Eso da cuenta de la importancia de la cuestión y de las divergencias existentes en la sociedad misma. No creo que los jueces sean un grupo aparte, sino que parten de las leyes que les dan. Está claro que esas leyes tienen defectos (tanto en su creación como en su interpretación)  y plantean problemas en la traducción de lo que la sociedad espera en ciertos casos, manifestándose inquietud a indignación por los resultados.


Lo que parece evidente es que vivimos tiempos de crisis, de choque por las interpretaciones que se le dan a los acontecimientos y situaciones. Hace falta mucho diálogo y mucha mentalización social porque muchos de los problemas no proceden de un mundo viejo, como nos gusta pensar, sino que siguen renovándose en las mentes de los más jóvenes e, incluso, agravándose peligrosamente.
No se debe descuidar este resurgimiento del radicalismo tanto en la xenofobia populista como con la aparición de un nuevo machismo narcisista y violento, que busca multiplicar sus "heroicidades" con fotos y vídeos en las redes sociales, las verdaderas destinatarias de sus egos. Ellos desean ser vistos, ya sea violando o saltándose los límites de velocidad. Si no actuamos de forma clara en los aspectos formativos de las personas, se prevé un conflicto social permanente para el futuro.
El problema con los jueces y sus interpretaciones no debe tapar el verdadero mal de fondo: la existencia de las tendencias sociales xenófobas, machistas, discriminadoras, intolerantes, etc. La sociedad debe identificarlas y hacer frente a ellas en todos los terrenos y niveles. Lo que no se arregla a tiempo, estalla al final en nuestras manos. 
Hablar de la "sociedad" siempre es sencillo. Lo que hay que preguntarse es qué puede hacer cada uno para frenar esta deriva que nos afecta a todos, a nuestras vidas y a la convivencia. La sociedades no se delegan, se construyen entre todos con diálogo y estableciendo principios claros de convivencia, defendiéndolos frente a los prejuicios y el deterioro. Es importante que nos reconciliemos con la justicia porque sin instituciones no podemos funcionar. La calle es para lo que es, no para otra cosa.
Pero está en nuestras manos no dejar pasar los momentos en los que percibimos el machismo, la xenofobia o la intransigencia. Está no dejar solos a los que lo hacen y se juegan el tipo por recriminar conductas negativas desde esos estándares de convivencia. Más vale actuar antes, sembrando diálogo, que después recoger después estas situaciones que nos hacen preguntarnos muchas cosas.


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