Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
medios recogen hoy un hecho triste, la muerte de Koko, la gorila que podía comunicarse
con los seres humanos mediante un vocabulario de 1.000 palabras. Entre tanta
tristeza que provoca el comportamiento humano, la muerte de Koko trae una
tristeza distinta que va más allá de la empatía con un animal. Koko era un
puente con la vida más allá de nuestra especie.
La
comunicación es un hecho constante a lo largo de lo que supone el abanico la
vida. Cada uno a su manera y con mayor o menor complejidad se comunica con sus
congéneres, con los otros miembros de su especie. Comunicar significa muchas
cosas y no requiere en la inmensa mayoría de los casos un voluntad de hacerlo.
Hay comunicación visual por el color, por vibraciones, química por los olores,
etc. Cuando aumenta la complejidad de los organismos —de la célula a los
humanos— aumenta la complejidad de su intercambio de señales. Nosotros mismos
nos comunicamos unos con otros, pero nuestro cuerpo es también un colosal
escenario de comunicación celular.
Pero lo
de Koko era otra cosa. Koko se comunicaba con nosotros y nos contaba cómo era
su vida, distinta a la nuestra y, probablemente, distinta a la de otros gorilas
con los no sabemos cómo podría comunicarse dada la distancia que el lenguaje
establecía con ellos. Koko compartía
muchas cosas con ellos, pero muchas otras cosas solo podía compartirlas con nosotros. La semántica nos muestra que en la misma
frase "compartir" significa dos cosas muy distinta: en su primera
aparición en la frase significa un modo pasivo —lo que es común con otros
especímenes de su especie—; en el segundo implica el deseo de intercambiar
información sobre sí misma. Es la diferencia entre el diálogo de la vida
orgánica y el de la vida social.
Koko ha
podido disfrutar de una vida social fuera de su propia sociedad, lo que la
convertía en un ser condenado a vivir fuera de su especie. Los medios, en este
caso, se pueden clasificar como aquellos que le ponen comillas a
"comunicar" y aquellos que no lo hacen, no dando por buena la idea de
que Koko era distinta a otros gorilas y que el aprendizaje la dotara de un
lenguaje que estableciera el puente entre especies. Los humanos hemos elevado
tanto el listón en esto de la comunicación que despreciamos lo que otras
especies hacen. Sin embargo, el heroísmo de Koko es muy superior al de nuestra
especie en términos biológicos. Las mil palabras con las que se ha ido de este
mundo son su propia odisea, no la de su especie. Koko es una heroína solitaria
y grandiosa.
Esas
mil palabras eran su repertorio, su forma de modelización del mundo, por usar los términos de la Semiótica de la
Cultura. Koko podía transformar su experiencia en signos, dar forma a los
estados de ánimo o comunicarnos lo que veía. Era un mundo sencillo en
comparación con nuestra complejidad, pero era su mundo, el expresable con las palabras, los gestos que le dieron para
expresarse.
El
encuentro con el actor Robin Williams muestra un emocionante deseo de
compartir, la base de la comunicación. Koko interactúa más allá de los signos;
estos son los instrumentos para poder alcanzar sus objetivos, que son emociones
a las que quiere llegar, objetos que quiere conseguir u ofrecer, y acciones que
realizar. Koko le pide a Williams que le haga cosquillas; le quita sus gafas y se las pone. Identifica al actor en la carátula de un dvd. Finalmente comparten risas, risas muy humanas. La emoción es palpable en el actor que ha quedado fascinado por la experiencia.
Desde
el momento en que Koko comenzó a aprender la lengua de los signos, Koko se
alejó de su especie. Entre ellos se sentiría en una inconsolable soledad;
notaría la carencia de esa posibilidad de compartir el mundo tal como ella lo
veía, que es lo que la modelización
hace. Una lengua pone límites al mundo, establece categorías, fracciona lo que
ante la vista es un continuo. Crea un espacio semiótico, el de la cultura, y
establece un afuera, lo que llaman un espacio alosemiótico, un espacio no
significado, real pero sin signos con los que comunicarlos. Ponemos nombres a
lo nuevo para poder manejarlo simbólicamente, para poder transmitirlo. En este
sentido, la comunicación de Koko ya solo era posible con los humanos, con
aquellos con los que podía compartir simbólicamente el mundo surgido en y desde
el lenguaje.
Son las
dos funciones del lenguaje —modelización y comunicación— las que Koko adoptó o
fue enseñada a usar. Para unos teóricos, la función básica es la de modelado,
la cognitiva, mientras que la segunda surgiría más recientemente en la
evolución humana. Koko ha sido la única gorila capaz de realizar tal hazaña,
una verdadera heroicidad biológica.
Koko era humana en un sentido muy especial. Lo
era sin dejar de ser gorila. Sus mil signos era un mundo suficiente para poder
compartirlo con nosotros y eso la hizo, como los humanos, unos días
feliz y otros desgraciada. Pero de lo que no hay duda de que era feliz comunicándose a través de aquella herramienta que le permitía ponerse nombre ella misma y a las cosas.
Koko se ha ido dejando muchos misterios sobre el lenguaje, sobre la evolución y las barreras entre especies que ella traspasó. Pero permitió ver nuevas perspectivas y demostrar lo que a muchos parecía imposible.
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