Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Un viejo cuento, refiriéndose a las tres
princesas de Ceilán, dice lo siguiente: «Cuando
sus altezas viajaban, siempre hacían descubrimientos, por medio de la
casualidad y la sagacidad, de cosas que no iban buscando». Este rasgo de las
tres princesas es [...] un arma vital en el arsenal del científico. La ciencia
es fundamentalmente el arte de llegar, por medio de preguntas y respuestas, a
un mejor entendimiento con la naturaleza. En el ejercicio de este arte no hay
motivo para limitarse a plantear preguntas y a resolver problemas previamente
formulados.* (48)
Le interesaba a Wiener exponer el gran potencial de
las "invenciones", su capacidad de ir más allá del planteamiento
inicial. No basta con descubrir cosas; hay que descubrir después para qué
sirven, que pueden ser muchas más de las que pensábamos. Él lo llama
"preguntas inversas": ¿para qué sirve esto que he descubierto o he
inventado? Puede que hayamos tenido en mente un objetivo, pero ese potencial de
los inventos o de los principios encontrados no somos capaces de comprenderlo
inicialmente.
La "serendipia" es el arte de esa búsqueda de lo que no sabemos. "Serendip" era el nombre persa del reino de Ceilán, la actual Sri Lanka. El escritor inglés acuño el término "serendipia" (serendepity) al realizar su versión del cuento persa Los tres príncipes de Serendip. Había sido publicado en Venecia, en 1557, con el nombre "Peregrinaggio di tre giovani figliuoli del re di Serendippo" y la historia se había recogido en distintos autores occidentales, incluido Voltaire.
La libertad de los tres principes (o de las tres príncesas del texto citado de Wiener) de Ceilán es la de los "buscadores alegres", en un
sentido casi nietzscheano. Hace falta esa "alegría" de la busca y aplicarla a los
distintos apartados de este mundo de protocolos, deshumanizado, cibernético, de
inputs y outputs. En estos tiempos de recetas estandarizadas y de incuestionadas
teorías sin realidad, hacen falta personas imaginativas para inventar y
encontrar nuevas soluciones más allá de lo canónico, que no funciona demasiado
bien. Pero me temo que todos nuestros pasos son restrictivos y sancionadores de
la invención y el descubrimiento, de la imaginación, a fin de cuentas.
Creo que hay demasiadas "recetas" en
campos demasiado abiertos, como son los de las ciencias sociales, los que tratan
de lo que nos rodea, del funcionamiento del mundo en el que nos movemos. A
diferencia de otros campos en los que la materia o la vida de comportan de
forma estable —los reinos de la regularidad—, lo humano es cambiante en casi
todas sus capas. Estudiamos el mundo con retraso. La teoría que llevamos puesta
puede no servir ya en el momento en el que la aplicamos. Y, desde luego, no lo hará indefinidamente.
Max Planck escribió en su autobiografía lo siguiente: "Una nueva verdad científica no triunfa por convencer a sus oponentes y hacerles ver la luz, sino porque los oponentes terminan muriéndose y una nueva generación crece familiarizada por ella"** (38). Puede que algunos piensen que Planck exageraba, pero hay muchos campos en los que se podrían poner buenos ejemplos de ello.
Norbert Wiener |
Es claro que la política. la economía, el derecho,
etc., necesitan imaginación "alegre" para enfrentarse a los nuevos
retos que la aceleración de los cambios produce. El incremento de la velocidad
histórica genera desajustes permanentes que vemos y padecemos cada día. No
todas las herramientas o recetas son válidas de la misma forma en que lo eran
hace décadas.
Con lo prolongación de las expectativas de vida,
tenemos en sobre la faz de la tierra generaciones distintas con mentalidades y
formas de ver el mundo diferentes, con formas de percibir los problemas muy
diferentes. Las comunicaciones ponen en contacto cotidiano a culturas que
vivían distantes, produciéndose malentendidos y confrontaciones. Sin embargo,
los grandes problemas se siguen sin afrontar de manera nueva. Nadie se hace "preguntas
inversas": ¿qué podemos hacer con todo lo que sabemos, a sabiendas de que
todo lo que sabemos nos ha transformado ya?
La "innovación" que se nos propone es de
andar por casa; lo es en el sentido schumpeteriano del término, como un motor diferencial
económico, pero nadie se está cuestionando el motor en sí ni el tipo de combustible
que se usa.
Horace Walpole |
Parece obvio que nuestros problemas están ahí, se
perciben sus efectos. La sociedad basada en el trabajo que surgió con la
revolución industrial y urbana ha llegado a un punto en el que hacen falta
imaginación, no adivinación. Hay que dar nombre a los problemas flotantes antes
de que se pinchen y revienten.
Los modelos se agotan cuando caen en la rutina,
forma evidente de su incapacidad de enfrentarse a los problemas que generan. La
rutina presupone una estabilidad del mundo de la misma manera que el obsesivo
compulsivo trata de que su mundo no se desmorone mediante un artificial orden
impuesto. Pero el mundo es como es y avanza con nuestras acciones aunque no
seamos conscientes de los efectos de todas ellas.
Puede que las tres princesas de Ceilán tengan que
salir a recorrer de nuevo el mundo y, sin un plan preconcebido, "por medio
de la casualidad y de la sagacidad", puedan encontrar soluciones a
problemas viejos, sin solución hasta el momento, y tengan la capacidad de bautizar
los "nuevos problemas", los que flotan frente a nosotros sin que nos
decidamos a ponerles nombre, los que nuestras viejas ideas hacen invisibles. Con
ellas, tendremos que preguntarnos "inversamente": ¿para qué sirve
este mundo que hemos hecho?
* Norbert Wiener (1995): Inventar. Sobre la gestación y cultivo de las ideas. Barcelona,
Tusquets.
** Cit. Alberto Tomás Pérez Izquierdo(2012): Max Planck. La teoría cuántica. La revolución de lo muy pequeño. Col. "Grandes ideas de la Ciencia", RBA, Barcelona.
** Cit. Alberto Tomás Pérez Izquierdo(2012): Max Planck. La teoría cuántica. La revolución de lo muy pequeño. Col. "Grandes ideas de la Ciencia", RBA, Barcelona.
Edición japonesa de Los tres príncipes de Serendip |
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