Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
No deja
uno de sorprenderse. Cuenta Pablo Herreros en su blog de Etología del diario El Mundo, "Yo, mono", bajo un
gran titular que reza "Gina, la chimpancé adicta al porno", que
realizando un viaje para ver los chimpancés que se encontraban en los zoos
españoles, se encontró en el de Sevilla a una hembra a la que —para que no
se aburriera y tuviera "vida interior" estimulante— le había dejado
un televisor y un mando a distancia para que ella misma seleccionara el canal
que más le apeteciera. Según Herreros, no solo se manejaba bien con el mando, sino que sintonizaba preferentemente el canal porno en el dial. Era su favorito.
Se
teoriza sobre esta circunstancia, aunque no lo suficiente, pues calificar de "adicta
al porno" a una chimpancé no deja de ser un cierto desatino evolutivo. Lo extraño es que Gina se hubiera dejado seducir por los telediarios
o se enganchara a alguna telenovela o reality. Eso sí que hubiera sido
sorprendente, que dejara empantanado todo lo que hiciera para retomar su
capítulo diario de "Isabel" o "Los Borgia", o votar en algún programa para echar a
algún concursante. Más preocupante todavía que se enganchara a los debates
electorales o a los discursos de fin de año.
El "adicto al porno" acaba prefiriendo el porno (representación) a la realidad y deja de convertirse en una alternativa para ser un fin. La pornografía puede ser hija de la represión, del aburrimiento sexual o del puro entretenimiento y, en su
vertiente económica, del gran negocio de la trastienda que todas las sociedades
han mantenido desde los orígenes para compensar el "exceso" de sexualidad. La regulación y control del deseo ha sido el
mecanismo más eficaz que todas las sociedades han encontrado en la historia de
la humanidad. También un gran negocio que vive tanto de la represión como de la falta de ella.
En el
blog etológico se nos dice:
Obtener placer a través del sexo es un mecanismo favorecido por
selección natural, mediante el cual se asegura que los individuos deseen los
encuentros sexuales. Cuando el fin es reproductivo, este es un método muy eficaz
para la mejora del ADN.
Pero en algunas especies de animales, este
deseo ha sido tan fuerte que se ha independizado de su función original y ahora
buscamos sexo con otras intenciones que no tienen por qué perseguir la
descendencia. Al igual que otros comportamientos de los que depende nuestra
supervivencia, como por ejemplo la comida o las relaciones sociales, el sexo
también nos genera profunda satisfacción.
Me temo
que se incurre en el error de pensar que los animales se aparean con el deseo
consciente de tener descendencia. No entiendo bien lo de las "intenciones". Que el
placer es una forma de gratificación para fomentar los encuentros sexuales es
completamente cierto; lo que no lo es, en cambio, es que haya un pensamiento
procreador consciente. Por eso precisamente cuando los seres vivos descubren
alguna forma alternativa de procurarse placer mediante la estimulación, lo
hacen sin problemas. La forma en que lo hagan es secundario —excepto en la especie humana—, con lo que se demuestra que es un mecanismo "ciego", no consciente.
Evidentemente solo una especie que haya descubierto —y supongo que a los
humanos nos costó bastante— que el apareamiento lleva a la propagación de la
especie podría establecer formas de separación consciente de la finalidad de la actividad sexual. Por supuesto que existe "sexo" (placer) sin reproducción en
la naturaleza, pero solo una especie que ha teorizado contra su propio instinto,
como es la nuestra, es capaz de hacerlo como "alternativa" a la reproducción. Lo
demás seres son conscientes del placer, que es la sensación física (psíquica realmente) gratificante,
el efecto, pero desconocen las causas o motivos, el sentido y objeto de la gratificación. Son los individuos los que buscan la gratificación, mientras que la "naturaleza" (perdón por la personalización metafórica) es la que "busca" (más personalización) la reproducción, es decir, la extensión genética de la especie. Los debates sobre si el el "gen", el "individuo" o la "especie" quien se "reproduce", lo dejamos para los especialistas.
Somos
nosotros los que distinguimos entre una sexualidad no reproductiva y otra que
sí lo busca, pero mucho me temo que esa distinción necesite unos cuantos millones de años de evolución detrás. Que algunas especies cultivan la afectividad y las relaciones sociales, es indudable; que la sexualidad forma parte de esas relaciones sociales y de poder, también. Pero eso no significa que sean conscientes de por qué lo hacen.
Por
mucho que se haya titulado el blog etológico "Yo, mono", nos
cuesta ponernos en la mente de Gina. Más bien ocurre lo contrario, proyectamos la
nuestra en la de ella. ¡Pobre Gina!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.