Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hoy es
el segundo aniversario de la Revolución egipcia, la del 25 de enero, la
revolución agridulce; la revolución de la que unos hablan y otros lloran; la revolución
de los hijos de la que se apropiaron los padres. Para una generación, para su
futuro, una oportunidad de ser que quedó en soñar. Jamás se ha visto una revolución
tan extraña, de la que se fueron apropiando sucesivamente los que la negaban,
los militares, los islamistas. El régimen cayó; la revolución no ascendió más
que retóricamente.
Visto
desde fuera, el gran problema de Egipto es que sus gobernantes no creen en él.
Lo percibes en su paternalismo constante, en su negación de las personas, en la
imposición del orden exterior. Los gobernantes se protegen del pueblo aunque
dicen protegerlos; los llaman "hijos" e "hijas". Y Egipto
es un gran pueblo al que mantienen niño entre todos, vigilándolo siempre,
seduciéndolo con palabras mientras se le niega con acciones. Lo convierten en
un gran auditorio en el que cada década personas diferentes les explican porque
les retiran su libertad y lo peligroso que sería para ellos decidir.
El
diario Al-Masry Al-Youm nos trae una
nota —recogida por Reuters y otros medos internacionales— sobre los cambios que
la compañía Egypt Air va a realizar en las películas que se proyectan durante
sus vuelos*. El motivo no es otro que la queja de Ahmed Fahmy, miembro y
portavoz del Consejo de la Shura (la Cámara Alta) y miembro destacado del
partido de la Hermandad Musulmana, el Partido de la Justicia y la Libertad. En
un vuelo de Jartum a El Cairo en el que viajaba, Ahmed Fahmy hizo detener la
película que se proyectaba, una vieja cinta, "Arees Mama" (El
pretendiente de mamá), protagonizada por la muy conocida actriz, cantante y
presentadora de televisión Nelly (Nelly Artin Kalfayan, 1947), una institución
en el mundo del espectáculo egipcio. Egypt Air ha asegurado, en comunicado
oficial, que no se produjo ningún "incidente violento" entre el
miembro de la Shura que hizo detener la película porque se sentía
"ofendido" por lo que veía, y la tripulación, y que los pasajeros no
protestaron. La compañía ha realizado otro comunicado en el que expresa que se
creará un comité para revisar las películas proyectadas durante los vuelos para
hacer que se ajusten a los "valores y costumbres egipcios" (Egyptian values and customs).
Ese
avión en el aire, con un político islamista interrumpiendo una proyección
porque se siente escandalizado (EgyptAir
said he had "expressed reservations about one of the scenes" in the
movie), convertido en portavoz único de los "valores y costumbres
egipcios", amparándose en su cargo —que implica, claro, una gran
responsabilidad en la protección del alma de los ciudadanos viajeros por
quienes debe velar—, es una reveladora metáfora de la situación egipcia, de la
mentalidad paternal, controladora, revisionista y autoritaria de lo que la
caída del régimen anterior trajo. No la Revolución, sino la consecuencia de los
que se oponían a ella mientras la celebraban en público.
Dr Ahmed Fahmy, miembro de la Shura y censor aéreo |
No solo
se trata de controlar medios de comunicación, tribunales, escuelas, etc., como
vemos Hasta una vieja película que se proyecte en un vuelo cae bajo su
jurisdicción. Son los vigilantes,
aquellos ante los que pasajeros, tripulación y compañía tiene que plegarse
porque como cantó Bob Dylan, "tienen a Dios de su lado" y el poder de
recordártelo:
Oh my name it is nothin'
My age it means less
The country I come from
Is called the Midwest
I's taught and brought up there
The laws to abide
And that land that I live in
Has God on its side.
(Bob Dylan, With
God On Our Side 1963)
Los dos
años desde la Revolución egipcia nos muestran cómo las estructuras permanecen
inmutables bajo distintas caras y discursos, por más que se maquillen. El mismo
autoritarismo con diferentes collares, la mismas prácticas clientelares, los
mismos mecanismos de perversión disfrazados de pureza. Siempre la negación del
pueblo, convertido en gigantesca "madrasa" de la que nunca se emancipan.
Egipto
es ahora como ese avión, con un piloto que les lleva y otro guía espiritual que
les selecciona las películas que pueden ver. Es otro ejemplo de los que llegan
cada día de la deriva autoritaria, en nombre de la moral y la buenas
costumbres, de la "protección del pueblo" por parte de todos esos
buenos y piadosos ciudadanos que, llevados al extremo de la generosidad, no
solo deciden cómo quieren vivir ellos sino también cómo han de vivir los demás.
Todo por su bien, por el bien del pueblo al que hay que proteger de sí mismo,
tarea encomendada a los guardianes de la moral, del pensamiento, de la fe. Son
sus ojos, sus oídos, su tacto; su pasado, su presente, su futuro.
Esto no
es la Revolución, sino su enterramiento, como se consagra en el preámbulo de la
Constitución recién aprobada, en cuyo nombre se interrumpe la proyección del
avión, ya que es el "poder", las autoridades, quien debe velar por la
moral del pueblo, porque esos "valores y costumbres" permanezcan
limpios, inmaculados.
El
segundo aniversario de la Revolución, quizá por todo esto, debe ser celebrado,
recordado. No en celebraciones oficiales hipócritas, sino en la esperanza de
los que la animaron, de los que creyeron en ella. La Revolución es un hito
histórico, una demostración de lo que se puede realizar, un inicio de
esperanza. En ese sueño quedaron atrapados los mártires, los que dejaron la vida, los que fueron apaleados, heridos, detenidos, torturados, vejados. Ellos tienen el memorial del recuerdo; son la fuerza que mueve a muchos a seguir.
En el
relato Su poderoso arcano, el gran
narrador egipcio Yúsuf Idrís escribió:
Hay un método muy conocido para hacer que la tortuga se mueva con
regularidad. Consiste en atarle a la espalda un largo bastón al final del cual
le ponemos comida que la tortuga verá y tratará de alcanzar, pero,
naturalmente, nunca llegará a ella y por eso continuará moviéndose.
Nosotros somos como esa tortuga. Para
movernos, tiene que haber al alcance de nuestra vista una esperanza que
intentemos alcanzar; pero, a veces, no la vemos, porque las vicisitudes de la
vida nos la ocultan. En ese caso, nos paramos; no por estar desesperados, sino
para volver a buscar la esperanza. Y para buscarla es preciso que tengamos, a
su vez, una esperanza fuerte en encontrarla. A estos periodos de búsqueda de
esperanza la gente los llama desesperación. Algunos van, incluso, más allá y
ponen la desesperación al mismo nivel que la esperanza, a pesar de que la vida,
como vemos, es una esperanza continua, y nuestro movimiento es constante, ya
sea para verificar la esperanza o para alcanzarla. Curiosamente, esos períodos
de búsqueda de la esperanza a los que llamamos desesperación son períodos en
los que el ser humano es más optimista y avanza más que el desesperanzado.**
En este
bello pasaje, Idrís expresa que la desesperación es también esperanza; solo es
su ausencia de la vista, no del corazón. La desesperanza que sienten muchos
egipcios hoy es porque la esperanza no está ante sus ojos, no está en lo que
ven ante ellos. Pero, como bien señala Idrís, la esperanza está en el corazón. Hay
que querer verla. Una generación soñó con cambiar y cambió ella; este no es su
cambio, sino el cambio de los que no soñaron. Pero eso no debe anular el soñar,
el movimiento vivificador del deseo.
A la
metáfora de la tortuga y el palo con la comida que nunca se consigue podemos sumar
la paradoja de Aquiles y la tortuga, a la que nunca alcanzará. Pero ambos casos,
incluso como paradojas, requieren de un elemento: que la tortuga se mueva. Lentamente,
pero se mueve. Hay cosas que no
llegan a ser reales, pero que nunca pueden dejar de ser soñadas. La tortuga de
Aquiles no llega, pero está más cerca. La posibilidad de que la desesperanza
—la búsqueda desesperada de la esperanza para seguir— se convierta en abandono es
grande, pero hay entre ambas (desesperanza y abandono) una distancia inmensa
que no se puede confundir. Lo que Idrís nos dice es que el signo de la
esperanza es el movimiento, el no
cesar de perseguir el ideal que nunca alcanzamos.
Solo
los ilusos confían en realizar el ideal. Los ilusos y los dictadores y
fanáticos que quieren traer el "orden perfecto", el que a ellos se les ha
revelado, a la tierra. Las tortugas del mundo se mueven hacia el ideal, pero
encuentran un camino que han de transformar, un recorrido imperfecto animados
por la esperanza. No se trata de cumplir el ideal, algo que siempre traerá la
frustración de lo imperfecto, sino de movernos en nuestra imperfección natural,
de adaptarnos a la vida haciendo equilibrios entre ideales y realidad. La tortuga avanza; el avión, en cambio, solo lo aparenta: avanza en el espacio, pero retrocede en el tiempo hasta llegara al inmovilismo absoluto, hasta conseguir la parálisis moral y social.
La
Revolución sigue ahí, sigue como esperanza y como desesperación, como deseo de
libertad y progreso real. Es el deseo no realizado, el motor de las acciones,
la referencia de un horizonte lejano al que es posible dirigirse en un
movimiento constante.
Los
sensatos se seguían por las estrellas; los locos quieran alcanzarlas. Pero
ambos deben mirarlas en su caminar. Es lo que vieron un 25 de enero; estrellas hacia las que dirigirse.
* "EgyptAir reviews in-flight movies after
Brotherhood complaint" Al-Masry A-Youm 24/01/2013
http://www.egyptindependent.com/news/egyptair-reviews-flight-movies-after-brotherhood-complaint
**
Yúsuf Idrís (2003) "Su poderoso arcano", en Una cuestión de
honor. Ediicones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid. pp. 153-153.
La actriz censurada, Nelly |
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