Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Creo
que nos viene bien ver Lincoln. El
cine, como cualquier otro arte, no puede ser Historia; es siempre un pasado
visto en un presente desde el que aprender. Hay muchas cosas que aprender en Lincoln, al menos muchas para pensar en
ellas. Lincoln es una película sobre
la política y los políticos, sobre la retórica y sobre los hechos, sobre los
fines y las causas. Y sobre los principios.
En
tiempos de absoluto descrédito de los políticos y la política, en los que el
sentimiento generalizado es que nos engañan, que no se ocupan de nuestros
intereses, es bueno ver Lincoln. En
una reciente mesa redonda televisiva, una conocida periodista manifestaba su
honda preocupación por la deteriorada percepción pública de la política y los
políticos. Cualquiera que tenga sentido común lo entiende; entiende que son
necesarios gestos que reivindiquen el carácter institucional de la sociedad, la
necesidad de vivir con instituciones en las que podamos creer y confiar. Y
también que el liderazgo es más una cuestión moral que retórica, aunque se tenga
también que recurrir a ella.
La
película comienza mostrándonos a Lincoln ante unos soldados que han memorizado
el breve e intenso discurso de Gettysburg. Nos enseña cómo aquellos jóvenes van
a la batalla con sus palabras en la mente y en su corazón, con una esperanza de
futuro. Le van repitiendo las frases de su discurso mientras se retiran a sus tiendas
y puestos de guardia, mientras se alejan de él en la noche. El homenaje a los
muertos es un compromiso con los vivos, como señaló en Gettysburg:
It is rather for us, the living, to stand here,
we here be dedicated to the great task remaining before us — that, from these
honored dead we take increased devotion to that cause for which they here, gave
the last full measure of devotion — that we here highly resolve these dead
shall not have died in vain; that the nation, shall have a new birth of
freedom, and that government of the people by the people for the people, shall
not perish from the earth.
Que su
sacrificio no sea en vano. Han ido hacia la muerte por algo en lo que creían,
con la confianza en una prometida libertad por la que muchos caerán, un sacrificio en constante riesgo de ser traicionado, vendido. Lo que la
película nos muestra es el calvario político y personal de Lincoln, la tentaciones
que le asedian para obtener la paz antes que la libertad por la que se ha
luchado, traicionando a los muertos, a los que creyeron en ese fin. Lincoln no es un film de guerra;
transcurre durante la guerra. La guerra que se nos muestra es la batalla por la
aprobación de la decimotercera enmienda constitucional, la que garantizaba la
igualdad acabando con la esclavitud.
A
Lincoln acuden a tentarle todos los demonios, los políticos y los familiares,
para que acabe con la guerra, lo que habría supuesto la reincorporación de los
estados del Sur y la vuelta a la esclavitud. Finalmente, decide que son los
bueyes de la libertad los que deben tirar del carro de la nación si es que esta
ha de tener algún futuro y dignidad. El coste son cientos de miles de muertos. Al final,
Lincoln recorrerá, con paso desgarbado, un dantesco escenario lleno de cadáveres; son los restos
humanos, el coste de esa libertad que necesitó plasmarse en una enmienda
constitucional.
El
Lincoln que Spielberg nos muestra no es un líder angélico. No puede serlo en
ese mundo político rastrero que vemos, movido por prebendas e intereses
personales, en el que cada uno intenta conseguir lo todo que puede sacar, en
donde se hacen colas en la Casa Blanca para obtener beneficios en mitad de una
guerra, en donde todos pasan factura y ponen precio. La política, nos parecen
decir en Lincoln, siempre es una
lucha en el barro, contra las circunstancias y las debilidades humanas, pero
hay que tener claro adónde se va, y eso solo puede hacerse desde los principios
y el deseo de un futuro mejor para un pueblo que parece vivir siempre en un
presente inmediato. No somos buenos, pero no debemos dejar de desear el bien.
Hay un
personaje cuya presencia es constante durante la película y que adquiere un
gran valor simbólico, el hijo pequeño de Lincoln, que recorre jugando los
pasillos y habitaciones de la Casa Blanca mientras se decide en ellas el futuro
de la república. Un niño fascinado por las imágenes fotográficas de los
esclavos, que pregunta sobre las diferencias de precios de las personas, que les pregunta si eran azotados, que
se viste con un uniforme militar jugando a la guerra por los pasillos es el
centro simbólico del filme. Él representa el futuro por el que están muriendo; Lincoln quiere para él lo que quiere para su propio pueblo.
En el
fondo la política se debería hacer así, pensando en nuestros hijos, en lo que
les dejamos y en lo que les preparamos, en los ejemplos que les damos y en el
sentido de nuestras enseñanzas. Lincoln sabía que las salidas fáciles habrían
beneficiado a muchos, pero que serían el socavamiento de los principios de la
república, una república que crecería alrededor del núcleo podrido de la
esclavitud. "I am
naturally anti-slavery. If slavery is not wrong nothing is wrong",
escribió el 4 de abril de 1864 a un ciudadano de Kentucky que le pedía
aclaraciones.
Cuando los
países o las instituciones caen en la inercia histórica y se alimentan de tópicos
más que de anhelos, comienza su deriva y decadencia real, por más que se rodeen de riquezas. Hay que querer ser más
justos para ser más justos, buenos para ser mejores. Ningún principio se
mantiene por sí mismo, solo por el deseo de los que creen en ellos.
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