Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Alemania
está en el centro de las miradas, amigables u odiosas, de todos. Los que la
proponen como modelo de estabilidad o los que reniegan de ella puede que tengan
motivos para ambas cosas. Que Alemania es un gran potencia no lo pone en duda
nadie; que ha sabido rehacerse en varias ocasiones de su historia, tampoco. El
pueblo alemán siempre ha sido puesto como modelo de trabajo y de seriedad
laboral. Sin embargo, algo parece estar resquebrajándose en el modelo. No es el único caso, pero sí uno de los que merecen ser estudiados con detalle.
La
insistencia de los políticos en las grandes cifras —y en las más interesadas—
ocultan la realidad de la economía traducida no a cifras sino a personas, a
situaciones reales. Lo que ya no pueden "maquillar" más esas cifras —ni
soslayar los discursos triunfalistas— es una creciente y escandalosa
desigualdad social. Alemania, el modelo del éxito y eficacia, padece esta enfermedad que
parece asociada a la crisis en cualquier lugar. De hecho, está ocurriendo en todas partes. Es la traducción de algo que la
gente observa y repite intuitivamente: la crisis hace más ricos a unos y más
pobres a otros. La ruleta de la historia está extrañamente trucada.
En
estos últimos días las informaciones sobre el crecimiento apabullante de la
desigualdad en Alemania han saltado a las páginas de los periódicos tras la
publicación de los informes económico sociales. La conclusión es el aumento galopante
de la desigualdad.
Ya a
principios de octubre, el corresponsal en Berlín de La Vanguardia señalaba:
El recién publicado informe cuatrienal del Ministerio de Trabajo
alemán, “Riqueza y Pobreza”, de 500 páginas, contiene un reconocimiento oficial
del aumento de la desigualdad en el país que hace 30 años figuraba como
relativamente nivelado en el contexto europeo. En 20 años los activos privados
se han más que duplicado. Han pasado de 4,6 billones de euros a 10 billones.
Dividido entre los 40 millones de hogares alemanes, arrojaría 250.000 euros por
hogar, un país de Jauja. Desgraciadamente el reparto real de esa fortuna lo
estropea todo.
El diez por ciento de los alemanes
concentraba, en 2008, el 53% de los activos privados, señala la Oficina
Estadística Federal. Al siguiente 40% más rico le corresponde el 46% y al 50%
restante....el 1%. La evolución desde 1998 que refleja este estudio oficial es
inequívoca: en diez años, ese 50% más pobre ha pasado de poseer el 4% de los
activos a su actual 1%. La categoría intermedia del 40% se ha encogido, seis
puntos, mientras que la indecente concentración de riqueza del 10% más rico ha
subido ocho puntos.*
Los
datos no dejaban lugar a muchas dudas. La estabilidad de la "economía
alemana" no es la estabilidad del "pueblo alemán". Las excusas
en torno a la crisis que comenzó en 2008 han servido para poner en marcha un
modelo de reparto en el que las cargas han ido a unos —a los más— y los
beneficios a otros —los menos—, como se desprende claramente de las cifras.
La
crisis económica ha sido la excusa que ha dejado las manos libres a los gobiernos
para enterrar definitivamente el mayor "coste global": la igualdad
social, el movimiento de nivelación de las desigualdades. El naturalismo
económico siempre ha planteado que la tendencia "natural" es a la
desigualdad, algo que probablemente sea cierto, pero no por ello deseable. El
esfuerzo de los gobiernos se basa, por tanto, en la nivelación de esas
desigualdades mediante la aplicación de políticas de reequilibrio que tiendan a
mitigar la brecha. Esto —se olvida a veces— no es una concesión gratuita, sino
el resultado histórico de dos elementos: la conflictividad social que el siglo
XIX y XX vivieron—en términos de revoluciones, comunas, levantamientos,
revueltas, etc.— y la extensión de la democracia, que —como ya señalaron los
teóricos políticos de la época—, al aportar el voto a los menos pudientes,
llevaría a los gobiernos a velar por ellos. Las dos cosas se han olvidado
bastante. Ha aumentado el descontento y la conflictividad social y ha crecido
el descrédito de la clase política, bajo sospecha de plegarse a los deseos de
las poderosas minorías económicas.
Lo
ocurrido en Francia —el "caso Depardieu", la migración de los ricos—
o el problema del "abismo fiscal" de los Estados Unidos —no querer penalizar
a las rentas más altas por parte de los republicanos—, los continuos escándalos
de defraudadores fiscales (la "Lista Lagarde" griega), son ejemplos
elocuentes de los extremos insolidarios en tiempos de crisis de la forma de
redistribuir el beneficio de unos para resolver los problemas de otros. El objetivo
ha dejado de ser social y ha pasado a ser abiertamente individualista y
corporativista, ya que en los beneficios se entremezclan las empresas (con sus
accionistas y directivos) y los que se benefician de ellas.
Cuando
una sociedad produce en un sitio y consume en otro, se produce un obvio declive
del trabajo que se mantiene a costa de degradarse. Es entonces cuando el
consumo emigra allí dónde se está produciendo el nuevo crecimiento de la
riqueza. No es otro el secreto de la mayoría de los países
"emergentes", a los que se va a vender, los nuevos clientes.
Alemania
tiene un gran potencial en investigación y producción, pero se está resintiendo
en lo laboral, que debe ser competitivo para mantener los márgenes de beneficio
que se obtendrían produciendo en otros lugares más baratos. Eso lleva a los
males que aquí observamos desde hace mucho tiempo: precarización, aumento del
trabajo a tiempo parcial, etc. Alemania los padece como resultado de la
"salida" de sus crisis anteriores y el aumento de ésta.
El
Centro Alemán de Información para Latinoamérica y España señalaba hace un par
de semanas en lo referente a la desigualdad laboral de género:
Alemania ha obtenido malas calificaciones en un estudio de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre
igualdad de género. Respecto a la diferencia de salarios entre hombres y
mujeres, Alemania ocupa el tercer peor puesto entre los 34 países que integran
la OCDE.
La brecha salarial de ingresos medios es en el país germano del 22%,
como se desprende del estudio "La igualdad de género", publicado el
viernes pasado, 14 de diciembre. En el promedio de la OCDE, la brecha salarial
es sólo del 16%.
Más de la mitad de la diferencia es
atribuible al trabajo a tiempo parcial, dijo la responsable del departamento de
política social, Monika Queisser. En Alemania, el 62% de las mujeres de entre
25 y 54 años trabaja a tiempo parcial; en Francia únicamente el 26% se acoge a
esta modalidad.**
Estas
cifras —el tercer peor país de los 34 de la OCDE— nos muestran que Alemania
"salió" de la crisis de los números grandes a costa de adentrarse en
la crisis social. Esta crisis es la de la igualdad, en este caso, de género.
Pero la equiparación del trabajo femenino al masculino es también un logro
social y, como tal, se resiente en las crisis que nos hacen perder los valores
defendidos hasta el momento.
El
argumento de que esto es "caro" es cierto, pero relativo a las
voluntades de asumirlo. Siempre será caro si el empleo se destruye. Y eso es lo
que está ocurriendo; se destruye para no resurgir o hacerlo de forma más
barata. El caso de Alemania —convertida además en modelo— es extensivo a casi todos los países: el aumento de la desigualdad social. No es ella sola; el peligro es considerar su política sin evaluar sus costes sociales. Por eso se ha recriminado los distintos maquillajes de las cifras de la desigualdad social.
El gran
reto político del futuro es la necesidad de regreso de la solidaridad social,
no solo la privada sino la institucional. La "voluntad de igualdad"
es el deseo de la mayoría de los ciudadanos de que la sociedad evolucione
dentro de unos marcos solidarios que mantengan unas prestaciones suficientes
para evitar miseria y conflictos. La primera trae a la segunda. El aumento de la pobreza conlleva el crecimiento de otros muchos problemas que se derivan de ella.
Que una
sociedad se empobrezca en su conjunto —empeoren sus condiciones laborales, sus
seguros sociales...— mientras que aumenta la fortuna de los que se enriquecen
es un pésimo síntoma del funcionamiento político y de la deriva del pensamiento
social que lo justifica.
La tendencia
de la clase política a mantener maquilladas las cifras para poder justificarse
ante la opinión pública es un escándalo más de los que nos toca vivir en estos
tiempos revueltos. Necesitamos una nueva forma de política y políticos que
recuperen valores de armonización y mejora social "reales", no la
simple retórica. La retórica de "lo inevitable" encubre la voluntad
de "lo posible" como alternativa al empobrecimiento general. ¿Qué
necesidad tienen los más ricos de que se cambie el sistema si les va tan bien?
La idea
de que enriquecerse hace bien a los demás —tan repetida en la era neoliberal de
Reagan y Thatcher— y que había que cuidar a los ricos ignora el hecho de que
los ricos siempre quieren ser más ricos y, sobre todo, que les importan un
bledo los demás.
*
"Una Alemania mucho más desigual" La Vanguardia 7/10/2012
http://www.lavanguardia.com/internacional/20121007/54352345618/alemania-mas-desigual.html
Un artículo muy interesante y la frase final es genial! El hecho de que el sistema político esté "bajo sospecha de plegarse a los deseos de las poderosas minorías económicas" ya lo han estudiado en EEUU y por lo menos allí han concluido que se acerca bastante a la realidad. Lo peor de todo es que en Europa me da la sensación de que vamos por el mismo camino... Y me hace mucha gracia que los medios españoles se pasen todas las Navidades hablando del abismo fiscal, augurando el desastre económico y la falta de responsabilidad para evitarlo, cuando aquí tenemos la misma situación y no se ha dudado un momento en aplicar "abismos fiscales"...
ResponderEliminarEn fin, aquí se explica la economía al servicio del 1%, un libro muy interesante: http://www.amazon.com/Winner-Take-All-Politics-Washington-Richer-Turned/dp/1416588701
Gracias, Beatriz. Sí, parece cada vez más evidente, como acaba de demostrarse en los Estados Unidos (tienes razón en que miramos más allí que aquí, pero, ya sabes, nadie ve la viga en el ojo propio), que se corre el riesgo de que se acabe legislando para las minorías en nombre de una teórica libertad general. La defensa de la riqueza en nombre del "riqueza llama a riqueza" obvia que esa "riqueza llamada" puede ir siempre al mismo bolsillo. Demasiados tópicos sueltos y muchas teorías que no responden a la realidad actual en un mundo globalizado e instantáneo. Te recomiendo que leas un viejo "post", del 5/4/2011. http://pisandocharcosaguirre.blogspot.com.es/2011/04/el-uno-por-ciento-y-el-sindrome-de.html
ResponderEliminarUn saludo, gracias por leerlo y el comentario, y feliz año.
JMA