Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Comentaba
hace unos días mi disfrute con la revisión de La marsellesa (1938), la magnífica película de Jean Renoir que
describe el tiempo transcurrido entre el asalto a la Bastilla y la caída de la
monarquía. Durante ese tiempo, Renoir nos muestra un canto a la fraternidad y
el descubrimiento de dos palabras que a los aristócratas les resultan
incomprensibles, metafísicamente inesperadas, "ciudadano" y
"nación". De ser una posesión del rey, de ser sus súbditos, aquellas
personas descubrieron que querían ser ciudadanos de una nación, Francia, que
había sido hasta el momento un cortijo rococó. Empezaron a amar más allá de los
límites de sus humildes pueblos y aldeas y se sintieron "hermanos",
"libres" "iguales"
ante la Ley, el Rey o Dios. Y si alguno decía lo contrario, peor para él. Los
franceses quisieron ser "franceses" y no unas moscas sobre su
superficie.
Nos ha
sorprendido a todos que ese actor francés, tan francés, como es Gérard
Depardieu amenazara con renunciar a su nacionalidad francesa —lo del "pasaporte"
no es más que tomar la parte por el todo, retórica— si le tocaban sus impuestos
y le hacían pagar por encima de lo que él consideraba ¿justo, injusto, ajustado...?
Gérard
Depardieu no es cualquier cosa. Ciertamente, Depardieu es el hombre que ha
encarnado a Cyrano, a Balzac, que dio vida al Jean Valjean de Los miserables, de Hugo, —sin zarandajas
musicales anglosajonas—, que fue mosquetero Porthos, escultor Auguste Rodin, revolucionario
Danton, volteriano Zadig, hipócrita Tartufo... y orondo Obélix, es decir, lo
más granado de la cultura francesa —¡él!—, sorprende al mundo desde las
portadas con el anuncio de que se va al otro extremo de Europa, se hace
ciudadano del país más grande del mundo, Rusia. No de cualquier Rusia, claro;
se hace "ruso" de la Rusia de Putin, porque es éste el que la ha
concedido la nacionalidad con la velocidad con que los zares cumplen sus más
leves deseos: ¡así, en un tris!
Putin,
quien acaba de prohibir a los norteamericanos adoptar niños rusos dentro de
esta "guerra tibia" que mantiene desde que se ha hartado de que le
bailen y canten en las iglesias o que no valoren sus esfuerzos por hacer de
Rusia un paraíso ordenado y eficiente, no estaba dispuesto a dejar pasar una
ocasión propagandista de tal calibre. Si Rafael Correa tiene a Julian Assange,
¿por qué él no puede tener a Gérard Depardieu?
Rememorando
el paso de los espías al "otro lado", pleno de espíritu LeCarré, Putin quizá desvelará dentro de poco tiempo —cuando Depardieu esté a salvo— que era un
"topo", un infiltrado surgido del frío, cuyo principal objetivo era
obtener información esencial sobre la seguridad francesa. ¿La "poción mágica", quizás? Todos esos papeles
interpretados, todas esas comilonas y juergas regadas con buen vino de los
viñedos franceses más selectos, no eran más que una tapadera para encubrir su
acciones.
Yo no
sé si Gérard Depardieu ha valorado suficientemente su acto. No sé si Francia va
a entender su reacción, no se sí la "nación" y los
"ciudadanos" van a entender su renuncia en nombre del puro parné.
Cuando se han dado casos de establecimiento de domicilio fuera de las fronteras
para evadir las fiscalidades altas, la gente siempre ha reaccionado mal. Así
suele ocurrir con deportistas, actores, etc., con aquellos que viven de la
estima de sus públicos. Depardieu les ha dicho que lo de la "fraternité"
y la "égalité" se han quedado obsoletas y él se coge la
"liberté" haciendo de su capa mosquetera un sayo. Por lo pronto, Le Figaro ya lo ha situado en primera
página con el titular: «J'aime Poutine, la Russie et sa démocratie». Parece un
nuevo grito revolucionario, en cualquier caso siempre una declaración de amor.
Se ha hecho ruso y extracomunitario.
Quizá
para compensar tanta confusión internacional —o para aumentar la confusión,
¿quién sabe?— la portada de The Economist
nos muestra a un Barack Obama afrancesado, con camiseta de rayas y boina,
salido de un cuadro canalla de Toulouse-Lautrec. ¡Qué lío globalizado!
Pretenden volvernos locos a todos. Si Donald Trump seguía levantando recelos
sobre el origen de Obama para tratar de impedir su reelección presidencial,
¿cómo se sentirá el millonario norteamericano al tener que seguir la
"french connection" del presidente hasta París? ¿Es todo una gigantesca conspiración?
Amenazar
con hacerse belga creo yo que ya era bastante. Sin embargo, mucho debe
enfadarse Gérard Depardieu cuando le tocan los millones para irse al otro
extremo de Europa, a Rusia. Me temo que Vladimir Putin exprimirá el limón hasta
que la cáscara quede más seca que la momia de Lenin, que todavía reposa en su
residencia, junto a los muros del Kremlin. Y que siga así, porque si se levanta de su tumba y descubre que la
Rusia de sus entretelas ha quedado como paraíso fiscal para defraudadores
insolidarios del mundo, le da algo o se lanza a la revolución espectral, como
el Motorista fantasma. Pero, ¡qué va!, Rusia ya no es lo que era. Descubro a
unos iconoclastas rusos que han hecho un pastel con la forma de la momia de
Lenin y ofrecen complacidos una degustación al público asistente. Seguro que es un plato de la "nouvelle cuisine" rusa. ¡Ay, Gérard, dónde te has metido!
Depardieu
ha pasado de enfrentarse al César a lanzarse a los brazos del Zar. Gérard
Depardieu tiene lo que se merece, no la nacionalidad rusa —que los pobres ya
tienen bastante con aguantar lo que aguantan—, sino el "regalo" imperial
de Vladimir Putin. Son tal para cual. La Historia ha juntado a estos nuevos "továrich",
"Astérich" (Putin da perfectamente el tipo) y "Obélich",
esta vez como eslavos en lugar de galos. "Továrich" era el
equivalente revolucionario al "ciudadano" de la revolución francesa,
el "camarada".
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