Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En su Diálogo de la Lengua (1533), en su
capítulo séptimo, pone Juan de Valdés las siguientes palabras en boca de sus
interlocutores:
Pacheco: Maravíllome de vos que tratéis
tan mal a Mosén Diego de Valera, siendo de vuestra tierra, y aviendo escrito
muchas y muy buenas cosas en castellano; yo no sé por qué lo llamáis hablistán
y parabolano.
Valdés: Que sea de mi tierra o no,
esto importa poco, pues, quanto a mí, aquél es de mi tierra, cuyas virtudes me contentan,
si bien sea nacido y criado en Polonia. Y avéis de saber que llamo hablistán a
mosén Diego, porque, por ser amigo de hablar, en lo que scrive pone algunas
cosas fuera de propósito y que pudiera passar sin ellas, y llámolo parabolano
porque entre algunas verdades, os mezcla tantas cosas que nunca fueron y os la
quiere vender por averiguadas, que os haze dubdar de las otras. Como será dezir
que el conduto de agua que stá en Segovia, que llaman Puente, fue hecho por
Hispán, sobrino de Hércoles, aviéndolo hecho los romanos, como consta por
algunas letras que el día de oy en ella se veen [...]
Pasaje
notable del que se puede extraer algunas conclusiones respecto al uso que
algunos hacen del lenguaje y, especialmente, sobre las exenciones que la tierra
les concede.
"Hablistán"
y "parabolano" me palabras dignas de ser recuperadas por pura
necesidad. En otra parte del Diálogo, se muestra Pacheco sorprendido cuando
Valdés afirma que las palabras "envejecen" y que algunos usan
palabras demasiado viejas para los tiempos que corren, pues se ha olvidado su
sentido. Un "hablistán" es alguien que abusa de la palabra, que lejos
de la moderación de contentarse con decir lo que tiene que decir y a los demás
les basta para entender, sigue y sigue y sigue. "Hablistán" es una
forma de ser; hay gente que es "hablistana" hasta por SMS, que ya es
decir. Para ellos la lengua es como un chicle pisado que se estira hasta el
infinito, representado simbólicamente por la huida del interlocutor.
En estos tiempos de tanta palabra y tan poco idea, los hablistanes abundan. Nos asaltan desde las Teorías de la Comunicación y las Escuelas de Liderazgo. La idea de hablar bien, de ser buen comunicador, se ha "retorizado" y, siguiendo modelos psicológicos derivados de ratones, se ha convenido que una buena comunicación es la que consigue lo que quiere, que esa es su medida. Es otra mutación de las teorías económicas sobre el rendimiento, la productividad y la eficacia, esta vez llevadas al ámbito de la comunicación. La Economía, la más imperfecta de las ciencias o la más perfecta de las mentiras —como prefieran— se expande como base análoga de muchos otros campos y fenómenos. Todo es cálculo, medida y rendimiento. Las "bellas letras" son hoy las "letras eficaces".
Lo mismo
ocurre con la otra palabra usada por Valdés, "parabolano", forma
elegante de llamar al mentiroso, al que nos cuela, entre verdades, mentiras
camufladas. Un "parabolano", nos dice como ejemplo, es el que
ignorando las letras romanas visibles en el acueducto segoviano, se inventa o
acepta falsedades o inexactitudes que transmite como buenas, en este caso, convertir
a Hispán, "sobrino de Hércules" (o nieto, según otros), en su
constructor.
Hispán
fue hijo de Híspalo: "Este Híspalo fue hijo de Hércules, y de él se vino á
nombrar esta tierra España. Y fundó ó aumentó la ciudad de Sevilla la vieja,
nombrándola Híspalis" (Libro I, capítulo XX), nos cuenta en su Crónica universal del Principado de Cataluña
(1607), Jerónimo Pujades (1568-1635). Por supuesto, Híspalo tuvo una hija
llamada Hiberia, de la que "se nombró la tierra Iberia" (íd.).
Escribe Pujades que hay discrepancia entre los autores consultados sobre el
comienzo del reinado de Híspalo, que para unos fue en el año 589, para otros el
590 e incluso para un tercer grupo el año 607 después del Diluvio. Asombra
tanta precisión y discusión en la fantasía fundadora, pero es en la divergencia
en donde se asienta la diferencia que nos da entidad. Resulta tan complicado
precisar una verdad como una mentira, y tan gratificante discutir sobre unas
como sobre las otras. El caso es discrepar, encabezar una divergencia, aunque
sea sobre una fantasía.
Uy, qué bien eso de rescatar palabras casi olvidadas. Además de gustarme cómo suenan, y de tener esa sorna implícita incluso sólo en su aliteración, se me ocurren unos cuantos, así bote pronto, a quien aplicárselas.
ResponderEliminarY lo a gusto que me voy a quedar, jajaja.
Gracias por la aportación.
La verdad es que son preciosas palabras que merecen ser rescatadas, efectivamente, por lo actuales y ajustadas que le vendrían a algunos hoy en día. Un saludo. JMA
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