Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Llevo viendo varias películas antiguas—especialmente de los 50 y 60, en las que se aumentó mucho el metraje— que respetan en los DVD la sana costumbre de los "entreactos", unos cuantos minutos de música orquestal con temas de la película. En las salas de proyección se aprovechaba para salir un momento e ir al baño o a comprar más palomitas. Los nuevos soportes han decidido respetar esos "intermedios" como una parte más de la obra, aunque supongan un parón en la proyección. En ocasiones son piezas musicales valiosas que merecen ser escuchadas con detenimiento más allá del valor de ayudar a sobrellevar nuestras necesidades y músculos. Cuando me aparecen esos carteles de "intermedio" en la pantalla me da la sensación nostálgica de haber retrocedido en el tiempo. Eran tiempos piadosos y no como Peter Jackson, que nos trae un King-Kong sin respeto fisiológico, reflejo de este mundo sin pausas.
Si tuviéramos una aplicación así en la vida —no solo en el cine— sería fantástico. Puestos a imaginar, supongamos que fuera el demonio de Laplace quien la manejara; tendríamos avisos de todos los momentos aburridos, que no nos aportan nada en la vida y que podríamos aprovechar para ir al baño o a cualquier otro sitio mientras en la pantallita del teléfono se nos mostraría un resumen que podríamos revisar descuidadamente o dejar pasar sin más.
La
aplicación, además, permite la contestación social porque, si la tienen muchos,
la huida es sincronizada y dejamos vacía una sala de proyección o la
conferencia de un orador plúmbeo, un político poco creíble o cualquier otra
situación que se coma el tiempo de nuestra vida sin reportarnos ninguna
utilidad o placer.
En el
caso de las películas y el momento de ir al baño, la ventaja del número se puede
convertir en un inconveniente pues como haya mucha gente con la aplicación
instalada todo el mundo recibiría el aviso a la vez y se formaría cola en los
aseos. Es fácil de subsanar si la aplicación es personalizada ("customizable",
dicen ahora los cursis). No todo el
mundo se aburre por lo mismo. Estarán aquellos que se aburran con las escenas
de cama o con la batallas, a otros les aburrirán los tiroteos o las
persecuciones en coche. Si hay posibilidad de señalarlo, ¡estupendo!, así no
coincidimos todos.
El otro
día leía sobre el gigantesco negocio de las "aplicaciones", que no
son ya el sueño del "Gran invento para la Humanidad", sino de la
solución de pequeños problemillas, como este de ir al baño. Nos contaban que la
"App Store" de Apple había superado los ¡40.000 millones de
descargas!, una auténtica barbaridad. La cifra nos indica: a) que hay mucho "emprendedor"
en esto; b) que hay muchos problemas que tratan de resolvernos; y c) que nos
gusta descargar, probar y desinstalar las aplicaciones para olvidarnos de
nuestros problemas mientras lo hacemos.
Las
aplicaciones son la materialización de aquello de lo que carecemos y que se
ofrecen a resolver. Las hay muy útiles y las hay superfluas, serias y divertidas,
inteligentes y tontísimas. Con ellas, estás a la moda o te quedas atrasado. Son como las hormigas voraces del capitalismo informacional frente a los dinosaurios de la era industrial.
Viendo las aplicaciones que tienen instaladas las personas nos podemos hacer una idea medianamente clara de su forma de ser. ¡Quién nos iba a decir que el móvil iba a acabar siendo el espejo del alma! Me imagino que ya se realizarán selecciones de pareja por identidad de aplicaciones. Seguro que habrá alguna aplicación para detectar las aplicaciones que tienen instaladas los demás e indicarnos cuál es la amistad más sólida, el amor más duradero. Ya no se trata de tener "almas gemelas", sino "móviles gemelos", aparatos con las mismas aplicaciones.
Que una aplicación nos diga qué es aburrido y qué no también tiene sus riesgos. Puede que nos perdamos cosas interesantes porque otros decidieron que eran aburridas. Hay aplicaciones que nos resuelven problemas; otras en cambio insisten en decidir por nosotros, que es otra cosa. El mundo está lleno de gente que quiere decidir por nosotros. Siempre lo ha estado. Y todos, dicen, lo hacen por tu bien. Siempre nos quieren hacer la vida más fácil.
De las personas que estudiaban mucho se decía antes que eran "muy aplicadas". Hoy podríamos decirlo de quienes llevan sus teléfonos llenos de aplicaciones.
De las personas que estudiaban mucho se decía antes que eran "muy aplicadas". Hoy podríamos decirlo de quienes llevan sus teléfonos llenos de aplicaciones.
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