Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Antes
los delincuentes tenían "alias"; ahora "juego de identidades".
Ahora, no solo cometen "irregularidades", sino que anuncian próximas
publicaciones en las que darán salidas a las ficciones en que han convertido
sus vidas polimorfas y perversas. Para Freud, el niño era un "perverso
polimorfo", pues se dedica a la transgresión constante al no haberse
levantado todavía las barreras de contención moral características del adulto. Nos
hemos llenado de estos "niños" perversos, adultos inmaduros, personas incapaces de
controlar sus juegos y fantasías rapaces. No tuve dudas de ello cuando vi a la
efervescente "Amy Martin" sosteniendo, en un coloquio televisivo, la
superioridad de Truffaut sobre Hitchcock, algo que al propio Truffaut hubiera avergonzado,
con toda seguridad y por lo que pediría perdón a su admirado maestro.
Y allí
estaba "ella" —Irene Zoe o Amy—, como Pereira, "sosteniendo". Era un
planteamiento tan infantilmente "transgresor", tan ridículamente "contestatario"
y "provocador" el que caracterizaba a esa cineasta subvencionada, a esa
obra maestra de la cultura achampanada —mucho ruido al principio, mucha espuma
después y nada de fuerza al final—, a esa maestra del "soy y no soy",
del "cu-cú tras-tras", que nos ilustra a la perfección el colmado
posmoderno en el que mal vivimos unos y otros se dedican al despiporre. "Amy"
es la perfecta bisutería.
El jueves por la mañana, Irene Zoe Alameda se
convirtió en el hazmerreír nacional, cuando hizo público un manifiesto de siete
páginas, escrito entre las brumas de la madrugada, titulado «Yo soy Amy
Martin». El manifiesto era denso y sesudo y tenía como objetivo defender el
honor de Carlos Mulas, su marido o ex marido, no se sabe. Decía la escritora
que él es un hombre íntegro, trabajador y brillante, víctima de «una enorme
bola de furia que pone de manifiesto la sed de sacrificios de nuestra herida
sociedad». La mujer 10 de la «clase creativa» hizo así algo que sólo hacían las
mujeres antiguamente: sacrificarse en el altar de su hombre, el destituido
director de la Fundación Ideas.*
Quedarán
esas páginas como el manifiesto cursi de la
bien pagá. Los "sacrificios" son los que hacen los demás para que
a usted le paguen 3.000 euros por sus colaboraciones con nombre fingido en la
fundación que controla su marido o ex marido, pues ni eso se tiene claro. No
nos vendan que "se sacrifican" o "son sacrificados" los que
viven más que bien en un país con seis millones de parados, de "minijobs"
y becarios. Los políticos que tenemos, grises, necesitan de estos encantadores
de serpientes posmodernos. Necesitan hacerse fotos en sitios que se llamen
"Ideas" o "Nóos" o cualquier otro nombre que nos transmita
esas dosis de "intelectualidad" que necesitan para tapar el pelo de la dehesa.
Tiene
razón Lucía Méndez cuando dice que de no haber salido el "manifiesto"
desvelando "quién es Amy Martin", no habría causado —y lo que queda—
tantos dolores de cabeza. No es la sociedad la que "pide sacrificios"
a Moloch, como afirma la cínica "Amy", quien en su delirio polimorfo se ve como una heroína
arrojada al fuego. Somos más bien un perro arrancándose las garrapatas a
mordiscos.
Lo
sangrante de todo esto es que el objetivo aparente de estas fundaciones, su
justificación política y existencial, era ofrecer "ideas" para
solucionar problemas. Los nuestros, no los suyos. Han quedado como un centro de
gratificaciones a la "intelectualidad" del chiringuito. Buenos
puestos, buenos sueldos, buenas relaciones.
El Mundo reproduce una serie de fotografías —hasta 18—
que nos resumen algunos momentos estelares de las relaciones pública en la vida
de Carlos Mulas, el "despedido", el descolocado, el prescindible
"golfo", en palabras del secretario de Organización del PSOE, Óscar
López, que han hecho fortuna y han pasado a todos los titulares.
Desgraciadamente, Mulas no puede salir de todas las fotos en las que aparece,
no puede ser "vaporizado", como en la novela de George Orwell,
borrada su imagen. El diario El Mundo
ha titulado la galería: "Carlos Mulas, el hombre de las mil fotos",
convirtiéndolo en el Lon Chaney —el
hombre de las mil caras— de la "política facial" española, que ni es
política ni es nada. Con parasitismo político es suficiente.
De
todas las fotos que reproduce El Mundo,
de todas esas figuras —Clinton, Sarkozy, Stiglitz, Jackson, Lakoff, Zapatero,
Felipe González, Hollande...— con las que ha compartido Carlos Mulas momentos
inolvidables para él, me quedo con su foto junto a José Blanco. Me emociona la
sintonía de ambos con su "uniforme" a rayas, esa camisa veraniega que
desvela el arte del mimetismo camaleónico, del envoltorio
político. Es el arte de entrar por los sentidos, de compartir una camisa como
un gesto afectivo. No menos polimórfica, en su diversidad, es Irene Zoe Alameda, transformada en escritora, androide, cantante, cineasta, directora de una sede del Instituto Cervantes (Carmen Caffarel dice que se la dieron por su currículum), la de Estocolmo, que no está mal. Las fotos forman parte de sus identidades, son parte de su ser representacional, externo. Son espectáculo, cada uno en lo suyo. Su vida se hace ante las cámaras, ante los micrófonos, en ruedas de prensa, en mesas redondas, en recepciones. Es su mundo.
Carlos
Saura rodó Los golfos (1959),
película descarnada de jóvenes que se buscan la vida como pueden y caen en la
delincuencia; aspiraban a torearse unas vaquillas y acababan fatal. Con Raphael
llegó lo del "golfo simpático" (El
golfo 1966), el que encandila con
sonrisas y canciones, con flequillo rebelde y guiños expresivos, con su chispa.
Estos de ahora son una mezcla de ambos. Encorbatados o despechugados,
engominados o con coleta, da igual, ellos son la modernidad creativa, el desparpajo comunicativo: ahora te estafo,
ahora te canto, ahora te escribo una novela, ahora te ruedo una película, ahora
te traigo un ex presidente. Tienen "agenda", están bien relacionados
o dominan el arte de aparentarlo, que es más importante.
Salen como setas. No da tiempo a recuperarse de uno de un partido y ya está el de otro en las portadas. Es la parte flatulenta de la política. El resacón cotidiano con el que nos levantamos cada día.
Dicen
en ABC que Jesús Caldera** no se
acaba de creer que su "mano derecha" hubiera realizado las acciones
que se le atribuían a él y a "Amy" o Irene Zoe Alameda, en lo que
podemos llamar sin duda una "cama redonda" creativa, en la que conviven
personas y personajes en un totum
revolutum promiscuo y evasor. En España hemos llegado a un grado en el que
ya no vale decir que "tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano
izquierda". Aquí ya no se entera el pulgar de lo que hace el meñique.
*
"El golfo y la mujer 10" El
Mundo 27/01/2013 http://www.elmundo.es/elmundo/2013/01/27/opinion/1359245039.html
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