Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¡Esto
del ADN empieza a tener un peligro! No estamos llenando de gente empeñada en
resucitar especies y no es plan. Punset se ha traído un señor, muy científico,
que anda por ahí diciendo a los niños que si quieren tener en casa un dinosaurio
y cosas así. Luego, el niño se hace ilusiones y viene el desengaño porque lo
que quieren "resucitar": un pollo con dientes y cola al que —según
señala el indagador— no saben si llamar "pollosaurio" o
"dinopollo". Dicen que va a hacer con él "evolución
inversa", ajustándole los genes como el que ajusta el carburador.
Puede
que este señor, Jack Horner, sepa de evolución y genética todo lo necesario,
pero, desde luego, no entiende nada de niños. Si engatusas al niño diciéndole
que le vas a llevar un dinosaurio y luego le das ese engendro, te lo lanza a la
cara y se pasa una semana sin hablarte. No entiendo porqué hay que meter a los
niños —se empeñaba este señor y se empeñaba Punset con él— en esto de los "dinosaurios".
Si sale una chapuza, el niño se lleva un berrinche y si sale bien, ¡un peligro!
Puedo
entender que a alguien le apasione ir tocándole los genes a los demás, pero no
consigo ver la "ciencia" en ir con el argumento del consumo infantil
por delante. Nos dicen sus biógrafos que Jack Horner fue el paleontólogo que
asesoró a Steven Spielberg para la serie de Jurassic
Park, que en él se inspira también el personaje del antropólogo Alan Grant
(Jeff Goldbloom). Me da la impresión que ha decidido cambiar de personaje e
interpretar al mitad científico, mitad empresario del espectáculo, que aparecía
en la película interpretado por Richard Attenborough, el gerente de InGen, John
Hammond.
Si algo
sacamos en claro de aquella película es lo que pasa cuando resucitas
dinosaurios. Parece que el modelo de científico comerciante es el que prevalece
y que en una investigación tienes que ir por delante con el producto final, el pollosaurio resucitado, y la clientela
potencial, los niños a los que venderás el producto, tu "target
group", como dicen los de la mercadotecnia.
En su
entrevista con Punset, que ve con interés televisivo que la gente se plantee
estas cosas, Horner dice que lo del ADN en el ámbar no funciona y que ahora se
trata de tocar unos genes por aquí y otros por allá del pollo para
"redirigir su desarrollo". Al final tendríamos algunas características
de sus parientes antiguos en el pollo actual, que lo que se cambió en el camino
evolutivo se quede como estaba. Nadie pregunta a los pollos, claro, que si
tuvieran capacidad de hablar llamarían a Jack Horner el "Mengele
aviar", superando en odio al coronel Sanders, el que aparece en el famoso
logo del pollo frito al Kentucky.
La
moraleja de todo esto es que si quieres hacer ciencia tienes que brindarte al
espectáculo, igual que Santiago Segura se dedica a la promoción de sus
películas para ir creando un público que le llene las salas. Horner seguirá
sembrando los sueños de los niños de pollos jurásicos que les pedirán a sus
padres que se lo regalen por Navidad y cumpleaños; los padres irán a las
tiendas a preguntar; las tiendas preguntarán a los proveedores y estos a las
empresas, quienes finalmente apoyarán con donaciones a los científicos
capaces de hacerlo. Es el nuevo ciclo de la Ciencia de Mercado. Y si no
funciona, por lo menos has vivido de contarlo y que te llamen
"visionario".
Pero lo
del dinopollo se queda en nada con la nueva ola de manía resucitadora. En el
diario El País, Javier Sampedro titula "Neander Park" su artículo
sobre las posibilidades de resucitar neandertales:
El genetista de Harvard George Church, que ha inventado el marketing
genético al escribir en una molécula de ADN su propio libro —Regénesis: cómo la bilogía sintética va a
reinventar la naturaleza y a nosotros mismos—, ha propuesto no ya resucitar
a un neandertal, sino a toda una cuadrilla de ellos (ver entrevista adjunta).
Y entre los científicos que consideran
técnicamente factible la resurrección de los neandertales —si no ahora mismo,
sí en el plazo de sus vidas— milita nada menos que Svante Pääbo, jefe de
genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, líder
indiscutible de la paleogenética, o recuperación de ADN antiguo a partir de
huesos fósiles, y máximo artífice de un reto científico que se consideraba
imposible hace solo unos años: el genoma neandertal, la lectura de la secuencia
(tgtaagc…) de los más de 3.000 millones de bases, o letras químicas del ADN,
que portaban en el núcleo de cada una de sus células aquellos homínidos que
dominaron Europa durante cientos de miles de años y hoy duermen el sueño
fosilizado de los justos.**
Plantea,
con razón, Sampedro la diferencia entre que podamos hacer ciertas cosas y que
las hagamos, que el "debemos hacerlo" debe ser previo. Pero, en este
mundo de mercadeo, el "¿debemos?" se sustituye por el "¿es
rentable?". No le sigo, en cambio, en algunos de los argumentos sobre los
que especula. Habla, por ejemplo, de nuestra "mala conciencia" por
haber eliminado a los neandertales, acorralándolos en Gibraltar. Dice: «El
registro fósil no nos deja muy bien parados, y clonar al neandertal se puede
interpretar como nuestro humilde resarcimiento por haber causado su extinción.»**
Ya está
muy complicado todo —y no hablo del paro— como para traer ahora neandertales al mundo. Pero el argumento
que me descoloca completamente es el del "amor a la Naturaleza":
[...] la resurrección del neandertal plantea
lo que podría denominarse el dilema del ecologista. La técnica para hacerlo, por
un lado, implica una serie de manipulaciones genéticas, hibridaciones
cromosómicas y clonaciones embrionarias suficiente como para atragantar la cena
de Nochebuena de cualquier amante de la naturaleza. Por otro lado, sin embargo,
¿qué amante de la naturaleza se opondría a la recuperación de una especie no ya
en riesgo de extinción, sino tan extinta como lo pueda estar el tiranosaurio
rex? Si el amor a la naturaleza es real, ¿no debería abarcar también a las
naturalezas del pasado y a nuestros antecesores en el cuidado y usufructo del
planeta?**
Me
parece un argumento falaz desde dos perspectivas. La primera es que el concepto
de "amor a la Naturaleza" es científicamente absurdo, una sentimentalización. Las extinciones forman parte la Naturaleza misma;
son el resultado de los mecanismos selectivos que ha intervenido en los procesos
de la evolución. En la Naturaleza no existe el "amor a la
naturaleza"; solo lo tenemos nosotros como una forma retórica de hablar de
nosotros mismos y de lo que nos rodea. No hay "dilema del ecologista"
en este sentido. Javier Sampedro sabe que el conservacionismo ecológico se
plantea otros dilemas, pero no el de las luchas entre las especies, que se
considera "natural". Lo que trata de evitar son las "acciones
destructivas del hombre" sobre las especies, que son vistas como
alteraciones del propio "ritmo" de la evolución, si es que eso existe.
Las especies se han extinguido siempre; hemos descubierto que nosotros
intervenimos con nuestros actos en ello como especie altamente invasiva.
Segunda
perspectiva. Desde un punto de vista teórico extremista, la única forma de
restituir a la "naturaleza" a sus "propios" ritmos
—entendiendo que "naturaleza" es una construcción conceptual, una
abstracción— sería que quien la altera en mayor medida desapareciera, es decir,
nos extinguiéramos nosotros, que somos la especie que más altera con sus
acciones a las demás devorando ecosistemas. Por eso la "ético" no
consiste en recuperar neandertales o dinosaurios, sino en tratar de alterar lo
menos posible el resto de la vida planetaria, algo que nos resulta cada vez más
complicado por los procesos de transformación y destrucción de hábitats que
realizamos. Estamos por todas partes. Somos la plaga, que se decía antes.
Más nos
vale "regenerarnos" a nosotros mismos, comprender el alcance de
nuestras acciones y tratar de reducir sus efectos sobre los otros. Eso sería
más "ecológico". Incluso más inteligente para nuestra propia
supervivencia. Más que llevar un dinosaurio a casa, como propone Horner, lo que
hay que hacer es "arreglarla".
Me quedo más tranquilo cuando leo en otros medios que George Church, el genetista de Harvard cuya entrevista en una revista alemana había causado todo este revuelo, dice que ha sido un error de traducción y que no está buscando ningún vientre de alquiler para traer neardentales al mundo. Un respiro. Gracias a Dios, la ciencia funciona aunque la traducción siga fallando.
Desde luego, lo que no van a conseguir es que yo quiera tener un dinopollo ni que me sienta culpable por la desaparición de los neardentales —que si hubieran podido nos habrían hecho desaparecer a nosotros— para justificar negocios y proyectos científicos. Lo que la evolución hizo; hecho está.
* Redes: "Quiero tener un dinosaurio...
en casa" RTVE
10/01/2013http://www.rtve.es/television/20130110/quiero-tener-dinosaurio-casa/598640.shtml
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