Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay un tiempo para los análisis y otro para los deseos, uno
para los datos y otro para los sueños. Este blog comenzó con la Revolución, el
mismo día en que los egipcios salieron a la calle a reclamar su futuro robado
durante décadas. Comenzó con tres artículos, día a día, hasta que se abrió un
espacio propio para seguir dando salida sin limitaciones al torrente de
sentimientos y preocupaciones que la realidad egipcia suministraba cada hora,
cada minuto en el ascenso agónico de un pueblo a su libertad.
Tras la caída de Mubarak, lo que parecía un final se mostró
solo como un principio. Lo que había sido una desesperada reacción contra un
dictador aburrido que había llevado su propio régimen hasta la parálisis del
absurdo, se convirtió en una crisis crónica y profunda que todavía continúa y
es difícil que se cierre.
La elección de presidente está más guiada por la
desesperación que por la ilusión. Porque todo sigue abierto en Egipto: no se
han cerrado ni la dictadura ni la revolución. En un proceso insólito, lo que
parecía haber caído no cayó, y lo que parecía haber ascendido no llegó arriba.
Cada movimiento en alguna dirección ha sido con lágrimas y sangre.
Finalmente, la teoría y práctica del caos, preconizada por
el régimen de Mubarak para justificar su gobierno de mano dura ante el mundo,
va a servir para determinar el voto de muchos egipcios. En año y medio, los
egipcios han visto convertidas las calles de El Cairo y los pueblos del país en
escenarios violentos en los que la muerte se ha presentado con impunidad y
descaro con los motivos más extraños, desde un partido de fútbol hasta los
falsos secuestros de muchachas por motivos religiosos. Fanáticos deportivos,
religiosos o políticos han tomado el lugar de los resistentes de Tahrir. El
deseo de paz, libertad y futuro se fue diluyendo en un anhelo imperioso de
supervivencia mientras el país se hundía económicamente.
En el plano internacional, se ha abierto una crisis con los
aliados anteriores y entre el pueblo y los políticos. Por un lado, se ha
entrado en un escenario complicado con los Estados Unidos e Israel. Los
primeros sostenían el régimen a través de la financiación de ejército, que a su
vez sostenía a Mubarak y el régimen. La administración Obama mostró su apoyo a
la revolución primero, para criticar después las actuaciones del ejército en la
calle y de la cúpula militar en los despachos. Israel, por el contrario, des el principio temía
un Egipto democrático y sigue temiendo sus efectos sobre su política de
seguridad. Se han abierto otras crisis internacionales, la más señalada la que
ha mostrado la diferencia de intereses con el cambio. Me refiero obviamente a
la crisis con Arabia Saudí y que ha mostrado que el dinero del petróleo sigue
comprando voluntades. La visita del parlamento islamista a “cerrar” ante los saudíes
la crisis desencadenada por la condena a prisión y azotes de un abogado egipcio
que trató de defender la dignidad de miles de egipcios maltratados por los “señores”
saudíes, ha hecho daño a los partidos que ocuparon los escaños en las primeras
elecciones.
La elección de un presidente para dirigir un país cada vez
más complicado podría verse como una solución, pero existen tantas
posibilidades de mejora como de empeoramiento. La división actual entre
parlamento, gobierno, ejército y la calle, puede añadir un nuevo foco si el
resultante no pertenece a ninguno de los anteriores o si pertenece a alguna de
las fracciones señaladas. La elección de un presidente próximo a los militares
creará conflictos con el parlamento y la calle; la de uno alejado de todos,
lejos de aunar, recibirá los ataques y resistencias del resto, como sería
probablemente el caso de salir Abdel Moneim Abouel Fotouh. El hecho de que no se sepa cuáles son las funciones de un presidente crea un insólito panorama ya que, previsiblemente, las competencias presidenciales serán desarrolladas en función de quien resulte elegido, ya que el parlamento será decisivo. Otra paradoja más, la de la elección de un presidente sin saber qué puede hacer. No sabemos cómo los egipcios construyeron las pirámides y me temo que va a ocurrir lo mismo con el sistema político que intentan crear. Acabará siendo un misterio.
El caos es el factor más peligroso porque hace añorar los
tiempos de la dictadura y desear un “hombre fuerte”. La fortaleza de un país no
es el orden público, sino el acuerdo político, algo que parece imposible
alcanzar. El islamismo que arrasó en las urnas, se ha mostrado romo en lo
político, carente de ideas, y preocupado por las costumbres y por cómo imponer
el control sobre la vida y el pensamiento de las personas, mostrando su distancia
de un Egipto moderno y superador de sus lacras históricas. Los problemas
existentes se han mostrado en una jerarquía absurda en la que se daba prioridad
a cómo controlar el acceso a Internet para defender la moral, condenar en los
tribunales películas cómicas de los años 90, o impedir las transmisiones de los
debates parlamentarios. Todos estos elementos y muchos otros revelan la
ausencia de un modelo de futuro y solo un programa de control social retrógrado
e hipócrita que se hace la cirugía estética a escondidas, incumpliendo su
propio y absurdo precepto, como el caso del diputado salafista
que fingió un asalto para justificar y esconder su insatisfacción con su nariz, finalmente operada.
Es una anécdota, pero no por ello deja de ser reveladora en su simbolismo.
Un “hombre fuerte” como solución es condenar a Egipto a
baños de sangre constantes y a una represión similar o peor a la anterior, que
sería absolutamente incompatible con cualquier sistema nominalmente
democrático. La solución no debe venir de un “hombre” sino de un “pueblo”, de
la sabiduría de sus elecciones y del control de los elegidos. Hoy por hoy no es
fácil porque siguen pesando las secuelas de los efectos nocivos del régimen de
Mubarak que lo mantuvo mal informado y sin la educación necesaria para su
emancipación política y cultural. Son muchos años conviviendo con las
distorsiones de una dictadura que se presentaba como normalidad. La brecha entre el Egipto ilustrado y el que ha permanecido mayoritariamente iletrado y en la pobreza es demasiado amplia ahora como para que no se produzcan manipulaciones. Esa es la brecha que hay que reducir para avanzar a través de la educación.
La petición del “hombre fuerte” que muchos hacen para salir
del caos es la respuesta natural al desorden reinante, pero no es la solución.
Sobre todo si existe la razonable sospecha que el caos es la estrategia para
conseguir que los egipcios aborrezcan la revolución responsabilizándola de los
desmanes de militares, matones y fanáticos. La terrible constatación del proceso egipcio
es que finalmente, los héroes y mártires que resistieron los ataques del
dictador han seguido recibiendo el acoso posterior de los que se beneficiaron
de su caída. Les interesaba que alguien quitara de en medio a Mubarak, algo que
no tuvieron el valor de hacer en treinta años, pero temían que los que se
comprometieron en las calles llevaran a Egipto a un punto en que rechazaran la
tutela que les permita controlarlo.
La revolución de Internet se ha convertido en la política
que quiere controlar Internet. Creo que es un elemento suficientemente
comprensible del cambio de los tiempos que han llegado. Algunos sostienen que
estos excesos políticos aceleran la caída de la máscara de los que se
proclamaban como “no políticos” y se decían próximos al pueblo, ejemplos de
pureza. Sus actos han precipitado el cambio de opinión con tan solo ver su
orientación absolutamente política por encima de sus discursos piadosos. En ese
sentido ha sido revelador para muchos que se han desengañado pronto. Nadie quiere ser "político", pero lo son.
El avance del acoso contra las mujeres y los discursos
machistas instalados en el mismo parlamento, los planteamientos retrógrados en
materias de libertad de expresión, la voluntad de censura de los medios de
comunicación en la transmisión de las actividades del parlamento, la ausencia
de deseo de integración de otras fuerzas mediante la aplicación de las mayorías
aplastantes, etc., no hacen ver un panorama sencillo. Son tendencias
manifiestas, que se quedan en algunos casos por el camino, pero que existen y
reflejan un modelo social y político al que se quiere llegar, un modelo de
paternalismo político, pasar del “padre Mubarak” a un nuevo “padre” al que obedecer.
Este artículo se titula “Suerte, Egipto” y es un deseo de
corazón, aunque la razón diga que es otra cosa lo que necesita el país para
salir adelante. Egipto tiene un potencial extraordinario en su juventud, una juventud
comprometida y deseosa de volcarse para sacar al país del agujero en el que le
metieron la corrupción, los políticos, militares y hombres de negocios, que
metieron las manos en su arcas y sacaron las ilusiones de sus corazones
convenciéndoles de ser un pueblo ingobernable necesitado de militares en los
despachos y tanques en las calles. Ese esquema autoritario se reproduce a
escala en muchas instituciones egipcias que piensan que es la forma natural de
funcionamiento. Y no es así. No es más que el modelo que crea la dependencia
necesaria para que todo siga igual, mandando siempre los mismos y besando la
mano que te abofetea porque luego te arroja unas monedas. La revolución dijo
¡basta! y se manifestó en ese “orgulloso de ser egipcio” que se estampó en
ropas y corazones. De ahí la recuperación de la dignidad cantada por todos.
Egipto no necesita suerte, sino la sabiduría de dirigir a
sus políticos y no de que sean los políticos los que les dirijan a ellos. La
democracia es una escuela a la que hay que ir todos los días. No una vez y
desentenderse. Necesitan que esa “sociedad civil”, de la que tanto se hablaba,
se recupere y se extienda por todos los niveles sociales para comprometer a
todos en el futuro del país, en su modernización, en su integración
internacional, y no en lo contrario.
Sea cual sea el resultado de estas elecciones, está mi deseo
de que sea lo mejor para los egipcios, que les traiga paz, justicia y libertad.
Gracias Joaquín por dibujar tan bien nuestra relaidad y sueño con tan pocas pinceladas. Lo mismo deaeo para Egipto y los egipcios pero como dices: ¨Todo sigue abierto en Egipto¨ por eso hasta la esperanza debe estar abierta.
ResponderEliminarTe queremos Joaquín.
Rasha Abboudy
Gracias, Rasha. Lo mismo digo. Y la esperanza siempre, mientras queden fuerzas. Saludos. JMA
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