No traicionar es perecer: es desconocer el
tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. Las
traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de
nuestros modernos mecanismos republicanos. El método democrático adoptado por
las repúblicas exige la adaptación constante de la política a la voluntad del
pueblo, a las fuerzas subterráneas o expresas de la sociedad. Requiere la
negación como sistema de gobierno. (10)
Para
los autores, las propias contradicciones de la sociedad democrática exigirían
la "traición" como fundamento del buen funcionamiento. La sociedad
democrática no es unánime, sino una amalgama de principios e intereses que es
necesario hacer converger a través de la acción de gobierno. "Traicionar"
es una forma de encontrar la flexibilidad armónica que permite gobernar;
gobernar es comprender que la acción es, como en la navegación a vela, el
resultado de fuerzas diversas que hay que conjugar y, por tanto, "traicionar".
Tras el preámbulo teórico, Jeambar y Roucaute proponen la Transición española como ejemplo de la "traición" necesaria para sacar adelante la idea de una democracia. El interés en salir de una dictadura camino de un sistema de libertades convirtió en "traidores" a dos fuerzas hasta el momento antagónicas, las representadas por el Rey Juan Carlos y por el republicano socialista Felipe González. Ambos "traicionaron" sus principios para acordar un camino:
[...] la traición al franquismo alcanza su punto
culminante en octubre de 1982, cuando Felipe González es designado jefe del
gobierno. En ese momento, Juan Carlos se impone definitivamente como el rey de
los demócratas y consolida la estructura institucional que había comenzado a
erigir en 1976, al hacer aprobar por referéndum una reforma política que abre
el camino a una democracia, y luego, en 1978, al sancionar la Constitución. Fue
la confirmación más brillante de la tesis de Raymond Aron, de que la traición
es la gran arma de los amigos de la Libertad contra la tiranía.
Con la designación de Felipe González como
primer ministro, Juan Carlos logra la pacificación democrática de España. Y
sobre todo le da al país un hombre singularmente dotado: el Gran Traidor que
estaba buscando.
Fue el mismo Felipe González el que en mayo
de 1979 impuso a su partido el abandono de los principios marxistas y la
aceptación de la monarquía, a la que antes había fustigado. Sin duda, era el
hombre que la joven democracia necesitaba. Y los españoles, al abandonar la
tiranía, supieron comprenderlo, por cuanto le otorgaron la mayoría en las Cortes.
La marcha de la democracia avanzaba a pie firme. (15)
Hay que
sobreponerse a la negatividad de la carga semántica del término
"traición" y leerlo sin apasionamiento. La "traición" es la
vía entre el radicalismo de los discursos y la flexibilidad de la acción. Los
que vivieron la época recordarán que la palabra "traidor" estaba a la
orden del día, aplicada a casi todos. "Traidores" fueron el Rey Juan
Carlos, Felipe González, Adolfo Suárez —había sido Secretario General del
Movimiento—, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Miguel Roca, las Cortes que
aprobaron la celebración del referéndum... No creo que nadie se librara de la
etiqueta ni de sufrir los acosos permanentes de los "puristas
políticos", de aquellos que les acusaban de traición en nombre de
cualquier tipo de ideales, en nombre de la Historia misma. Sin embargo, la "Historia
misma" se escribió de otra manera y, vista en perspectiva, a la "traición"
se le llamó "sacrificio".
Pero me
interesa, sobre todo, el equilibrio que los autores establecen entre la
esencial necesidad de la "traición" y la sociedad que les elige.
Señalan como cierre de su preámbulo:
En las antípodas del despotismo, la traición
es, pues, una idea permanente que, a diferencia de la cobardía, evita las
rupturas y las fracturas y permite garantizar la continuidad de las comunidades
democráticas al flexibilizar en la práctica los principios preconizados en la
teoría. Con todo, no es una puerta abierta a los oportunismos: en efecto, la
traición encuentra sus límites en la elección. Cuando deja de ser pragmatismo
gubernamental y se convierte en mera práctica para perpetuarse en el poder,
cuando vuelve la espalda a las aspiraciones del elector, sufre una sanción. Así,
entre traición y elección se establece un equilibrio frágil con el cual los
políticos no pueden jugar impunemente.
Es sin duda en esta combinación incierta que
el arte político encuentra su nobleza. Ejercicio peligroso para el que lo
practica, la alquimia traición-elección camina siempre por el borde del
precipicio del fracaso y el abismo de la irracionalidad. Todos los ejemplos que
brinda la historia cercana confirman la verdad de esta dialéctica. (12)
Lo que
aquí se llama "traición" va más allá del mero maquiavelismo para el
mantenimiento del poder; se trata más bien del mantenimiento de la "eficacia"
institucional, de la necesidad de equilibrio entre elementos antagónicos que,
sin renunciar a sus discursos, no pueden llevarlos a cabo so pena de desastre o
conflicto. La política, en un sistema de electores, se define como el arte de
la propuesta y de la comprensión de los límites de la propuesta. La
"traición" será mayor cuanto más distancia exista entre ambos.
También sus riesgos. La demagogia es hacer propuestas impracticables; la
irresponsabilidad, tratar de llevarlas a cabo.
Lo que
dejan claro los autores es que la "traición" está al servicio del
"buen funcionamiento" social y no del mantenimiento de los que luchan
por el poder. No es mero oportunismo. Está al servicio de una causa superior, la
superación de conflictos que lleven a rupturas del orden principal.
Las
sociedades democráticas son una amalgama de ideas, deseos e intereses,
contrapuestos y contradictorios, en ocasiones. Oscilamos entre discursos
pragmáticos y radicales que nos mueven y nos conmueven. Es fácil conseguir los
votos con discursos emocionales y propuestas demagógicas, prometer sin límite.
No es nada fácil, en cambio, llevarlas a cabo.
Me ponderaba una amiga egipcia, sumergida en el pesimismo de muchos de sus compatriotas, la gran suerte que tuvimos los españoles al poder votar una Constitución consensuada, fruto del acuerdo "traidor" de la mayor parte y no la que ellos han visto aprobada mínimamente hace unos días, imposición de un grupo sobre otros, a los que excluyó. La conversión de la religión en ideología transforma la "traición" en "pecado" y, por tanto, en intransigencia, condenando al fracaso la convivencia. El islamismo carece, orgullosamente, de las posibilidades de "traición" o, si se prefiere, eleva la "traición" a una práctica oportunista y astuta de consecución del poder para luego caer en la intransigencia absoluta y absolutista. Usa la traición como un método para conseguir el poder, para después investirse de los principios de la radicalidad y la intransigencia. El resultado lo tenemos cada día en los medios de comunicación: un país al borde del caos provocado por la intransigencia. ¿Su coartada?: que no buscan el poder sino hace reinar el poder de Dios. Pobre, pero suficiente.
El caso
egipcio es un buen ejemplo, desgraciadamente, de cómo la radicalización no es
el camino de la convivencia. La vuelta a los discursos radicales en la política
española debería replantearse por el bien de todos. Especialmente porque una
parte importante de la ciudadanía considera que no es "traición"
merecedora de elogio, como señalan Jeambar y Roucaute, sino oportunismo al que
les ha llevado el descrédito generalizado por su desastrosa gestión del país en todas las instancias. Se percibe demasiada "frivolidad" en demasiados discursos, fáciles de hacer, sin pensar en sus consecuencias para todos. No es casual que en el momento de mayor descrédito de la clase política, ésta lance las más sonoras propuestas y cuestione su propio camino y origen: la constitución española y la transición y consenso que la produjo.
No sé
si la teoría de la "necesidad de la traición" es cierta, pero la del
"sentido común" lo es siempre. Cuanto mayor sea la radicalidad de las
propuestas, su resolución solo se producirá mediante una "gran
traición" o mediante un "gran conflicto".
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