martes, 22 de agosto de 2023

El peor ejemplo político

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Entre degollamientos, besos robados y copas de campeonas; entre olas de calor e incendios que arrasan; entre noches en vela e inflación, entre consultas para cuál es la mejor hora para poner la lavadora y consultar la gasolinera más barata... sigue el culebrón español veraniego: quién gobernará España, esta España de todo lo anterior, de gruñidos continuos y descalificaciones, de prófugos con poder y votos útiles e inútiles.

España, sí, tiene problemas, pero el "meta problema" es el de la gobernabilidad, que es el que afecta a las soluciones posibles, que se hacen improbables, en este galimatías cacofónico y aburrido, este espectáculo del desgobierno político.

En mitad del calor y del caos, leemos la noticia en el diario El Mundo:

Miles de profesores, intelectuales, empresarios, economistas, ingenieros y juristas defensores del constitucionalismo han firmado un manifiesto difundido este lunes, en el inicio de la ronda de consultas del Rey a los partidos, en el que piden al PP y al PSOE que "recuperen la cordialidad política" y abran un proceso de diálogo de cara a la investidura para evitar que la gobernabilidad de España dependa de "opciones extremas o independentistas".

La carta, apenas cuatro párrafos redactados por la plataforma Consenso y Regeneración, insta a los dos partidos mayoritarios a "entablar un diálogo encaminado a forjar acuerdos de gobierno o de legislatura, donde la diversidad ideológica y el pluralismo no sean obstáculo para entenderse y para pactar políticas fundamentales en interés de todos los españoles y de nuestra propia democracia".

El empresario Joaquín Villanueva, coordinador de la plataforma, explica a EL MUNDO que hay dos motivos que explican este manifiesto. El primero es "no ser un país vergonzoso y hacer el ridículo, porque que se forme gobierno en España con un prófugo de la Justicia [Carles Puigdemont] que la propia España reclama es una enorme contradicción".

"¿Qué van a pensar los jueces belgas que tienen que decidir sobre la extradición de este prófugo cuando vean que es el que decide el Gobierno de España?", se pregunta Villanueva, que apunta a un segundo motivo: "España necesita, además, un acuerdo para sacar adelante reformas como la de la educación o la de las pensiones, que sólo se pueden hacer con el concurso de los dos grandes partidos". 

Las cosas caen por efecto de la gravedad o por su propio peso, como rezaba un viejo chiste. Esto es lo que es porque no podía ser de otro modo. Esa es la cuestión. Los alegres voceros de la "nueva política", de la política basada en la fragmentación hasta el infinito del espacio político y del enfrentamiento a cara de perro, se encuentran en un callejón sin salida. 

No, la "nueva política" ya ni es nueva ni es política. Y no lo es porque una política basada simplemente en la aritmética, que lleva a unirse a personas que solo tienen en común su deseo de sacar rentabilidad a sus pocos votos para llegar al gobierno no es "política", a la que habrá que buscar un nombre para salir del error.

No, la política no es esto. 

La iniciativa de la que nos habla el diario El Mundo no es simplemente una anécdota. Es la punta del iceberg del aviso a esta nueva "casta" generada por los que no querían castas.

Los que no querían bipartidismo, se encuentran ahora con un exacerbado "personalismo"; los que no querían ideologías se encuentran con la promoción desmesurada de la "imagen" pasada por los talleres de comunicación, que son los sastres de la política. Se comienza con una persona a la que se promociona hasta que se va formando el grupo a su alrededor. El objetivo es conseguir los votos suficientes como para que los demás te necesiten para ser investidos. Ese es tu momento, cuando tu miserable voto puede hacer girar el mundo a tu alrededor. Eso es poder.


¿Cómo dar un giro a una política construida sobre la descalificación sistemática del otro? Es la estrategia político comunicativa que aleja a los grupos del acuerdo moderado, de los pactos constructivos y los lleva hacia un radicalismo del descontento. Hemos llegado al punto en el que la contradicción se hace evidente. Esto no es gobernar; es ocupar sillones, repartir carteras, hacer amigos que esperan beneficiarse de las relaciones con el poder. No se buscan personas capaces de construir, sino personas capaces de destruir dialécticamente al otro en cada manifestación que realizan. Cada vez que haces eso, te ves más arrinconado en un radicalismo que te consume.

La moderación no es solo una cuestión expresiva. Es una actitud que implica el diálogo y, sobre todo, el diálogo para llevar a la sociedad donde sea mejor para todos. Por el contrario, esta política se basa en que no exista un "todos", una comunidad, sino una sociedad fraccionada e irreconciliable, que elija sus "generales" para la gran batalla. Hemos vuelto a las cruzadas políticas, a la guerra abierta entre fracciones irreconciliables.

Los grandes beneficiarios de esto son los radicales, ideas minoritarias, que ven reducido su esfuerzo consiguiendo más poder con menos votos, imponiendo sus líneas frente a las mayoritarias de la sociedad moderada, en la que caben muchas mejoras gracias a los diálogos. 

La lucha de los radicales por ambos lados es conseguir los mínimos eficaces, es decir, el número suficiente de votos como para poder ser el voto que necesitan los demás. Para ello es prescindible que no haya acuerdos mayoritarios, sino esta agrupación minoritaria oportunista. Todos quieren sacar algo, que lo que no consiguen en las urnas les llegue en las negociaciones. De esta forma la democracia se convierte en una tiranía brusca minoritaria.

Los partidos silencian a los díscolos. Evitan la quiebra la unidad de la acción comunicativa, un elemento esencial para provocar la erosión del otro, que es el verdadero objetivo, aislarlo y lanzar contra él miedos e ira. De esta forma, se vota con el rechazo airado y no por las ideas, que apenas se exponen y se verán transformadas por las posteriores negociaciones para llegar al poder.


¿Cuántas legislaturas se pueden aguantar de esta forma? ¿Cuánto tardarán en estallar el aburrimiento, el descontento o la ira contra el sistema? Ya estamos padeciendo síntomas de los tres estados posibles. Pero el principal efecto es la desconexión social, el sentirse no concernido por el sistema democrático, por la convivencia, que es lo que estamos viendo en ciertas tendencias juveniles primero y luego adultas. No hay reglas, solo poder; no hay respeto, solo deseo, coger aquello que puedo conseguir, porque si no otro lo hará.

La carta que firman muchos intelectuales, como los denomina El Mundo, es una muestra de cómo se evoluciona hacia la disgregación con esta forma de entender la política. Pueden tardarse décadas en recuperar una cierta normalidad de convivencia y sentido de ciudadanía. 

La carta no pide que uno u otro sea quien gobierne; eso es cosa de los acuerdos. Lo que no quiere es que quien gobierne España salga de los más oscuros pactos y cambalaches, asociado a los más sórdidos nombres y grupos.

El ejemplo político es importante porque se supone que nos representan, pero también que nos vemos representados en ellos. No les va mal, piensan algunos, y eso es muy negativo para el conjunto.

Que el gobierno de España pueda depender, como señala en el artículo Olga R. Sanmartín, de un prófugo, efectivamente no es un buen ejemplo. Solo de que todo vale... y ese es el peor ejemplo.

* Olga R. Sanmartín "Intelectuales defensores de la Constitución piden que el PP y el PSOE abran un proceso de diálogo para la investidura" El Mundo 21/08/2023 https://www.elmundo.es/espana/2023/08/21/64e3484ce9cf4a6b748b4585.html

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