martes, 17 de enero de 2023

La oposición múltiple

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

No había que ser adivino. Conforme se acercan unas elecciones, el distanciamiento entre los partidos es mayor en las dos dimensiones de nuestra política, la oposición tradicional y la que surge entre los respectivos socios de gobierno con sus partidos acompañantes.

Las relaciones entre socialistas y podemitas (o similares) y entre los populares y los de Vox se complica. No podía ser de otra manera. El modelo de política a la española es agresivo y dinamitero. Tiende, como hemos comentado en ocasiones, a rentabilizar los mínimos, que necesitan ser compensados con energía que erosione a la oposición y, a la vez, a los socios. Se trata de demostrar que tu compañero se queda corto y que tú lo haces mucho mejor, por lo que cualquier propuesta o comentario se vuelve dinamita para tu socio.


El ejemplo más claro lo tenemos en estos momentos por el caso en Castilla y León. La guerra  de interpretaciones y declaraciones entre el Presidente (PP) y el vicepresidente (Vox) excede ya el de los límites de lo razonable, incluso en términos políticos. Se puede ver cómo cada uno ofrece propuestas abiertamente distintas. Vox intenta recuperar protagonismo, mientras que el PP trata de no perderlo, algo que es aprovechado para lanzarse sobre el conjunto del partido por el gobierno de PSOE y demás. Todo un lío escandaloso que los medios airean como las grescas antes de las finales de fútbol.

Esta vez es un tema sensible, el del aborto, y asombra la ligereza con la que es tratado. La irrupción de los profesionales de la sanidad señalando que es algo que les compete finalmente a ellos y no a los políticos decidir, ha dejado en evidencia este sistema de peleas de gallos.

Los gobiernos con apoyos se basan en el principio de proximidad suficiente, por denominarlos así. Dos partidos pueden gobernar en común cuando están próximos y comparten puntos de vista e ideas. Pero, ese principio queda contrarrestado por el principio de diferencia, que viene a decir que dos partidos no son "uno" porque no comparten muchas otras cosas. Limitan sus diferencias para aliarse, pero discuten para mantenerse identificados. De este difícil equilibrio surgen las diferencias.

El problema es que España se nos ha llenado la política de estas circunstancias de amor y odio entre partidos. Los partidos aliados incluso rivalizan en las puyas que lanzan a los del otro lado, a la oposición oficial. Podemos rivaliza con el PSOE en poner verde al PP. En el otro lado, Vox presume de enfrentarse al gobierno central con más contundencia que el PP, queriendo dejarlo en evidencia frente a sus votantes con la esperanza de arrebatarle un puñado en las próximas elecciones.

Con esta estrategia generalizada sobre el tablero político, pocas esperanzas quedan de una vida sana y apacible. La política se convierte así en el arte de generar problemas antes que el de encontrar soluciones que alivien tensiones. Es la tensión lo que se convierte en consustancial para la política, produciendo y necesitando unos perfiles de políticos muy especiales. Si de lo que se trata es de tener el verbo agresivo y no el ingenio y capacidad constructivos, lo que la política produce en serie son personalidades gustosas de dar ruedas de prensa luciendo su agresividad verbal y en estado de denuncia permanente. Llegas más arriba en el partido cuanto mejor luces esta especie de virtudes invertidas, la lucha, el verbo acerado y la reacción rápida. Esto se superpone a cualquier otra capacidad, que puede incluso dejarte aparecer como tonto o ingenuo.


También tiene un importante efecto de arrastre de los votantes, convertidos primero en "audiencia", en destinatarios de estos mensajes agresivos.  Se produce así un efecto "circo romano", en el que la mayoría corea la agresividad verbal, fomentándoles su mejora constante. Al igual que un circo romano, piden sangre, ¡dales caña! Como esto es cuestión de temperamento, el que no lo aguanta sufre en un entorno chillón y pseudo ingenioso, provisto cada día de tomates virtuales que lanzar desde la grada.

Esto está solo empezando. Nos quedan por delante ríos de reproches y descalificaciones. Los adjetivos ya crecen y "la barbarie" para referirse a los "otros" ya ha sido introducida entre los piropos que se arrojan unos a otros. Crecerá. El ingenio se malgastará en buscar las fórmula más mediática y eficaz (para muchos es lo mismo).

Ayer hablábamos del "retroceso democrático". Esta forma de hacer política es una forma de retroceso ya que tiende a enfrentar a los votantes y los arrastra a su forma más agresiva. La democracia no es la naturalización del insulto, sino la forma de convergencia que ofrezca las mejores posibilidades de acuerdos. Estas estrategias comerciales adaptadas a la política, basadas en la fragmentación y el ruido de atracción, no son buenas y tienden a crear más conflictos.


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