Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No
había que ser adivino. Conforme se acercan unas elecciones, el distanciamiento
entre los partidos es mayor en las dos dimensiones de nuestra política, la
oposición tradicional y la que surge entre los respectivos socios de gobierno
con sus partidos acompañantes.
Las
relaciones entre socialistas y podemitas
(o similares) y entre los populares y los de Vox se complica. No podía ser de
otra manera. El modelo de política a la española es agresivo y dinamitero.
Tiende, como hemos comentado en ocasiones, a rentabilizar los mínimos, que
necesitan ser compensados con energía que erosione a la oposición y, a la vez,
a los socios. Se trata de demostrar que tu compañero se queda corto y que tú lo
haces mucho mejor, por lo que cualquier propuesta o comentario se vuelve
dinamita para tu socio.
Esta
vez es un tema sensible, el del aborto, y asombra la ligereza con la que es
tratado. La irrupción de los profesionales de la sanidad señalando que es algo
que les compete finalmente a ellos y no a los políticos decidir, ha dejado en
evidencia este sistema de peleas de gallos.
Los
gobiernos con apoyos se basan en el principio de proximidad suficiente, por
denominarlos así. Dos partidos pueden gobernar en común cuando están próximos y
comparten puntos de vista e ideas. Pero, ese principio queda contrarrestado por
el principio de diferencia, que viene a decir que dos partidos no son
"uno" porque no comparten muchas otras cosas. Limitan sus diferencias
para aliarse, pero discuten para mantenerse identificados. De este difícil
equilibrio surgen las diferencias.
El
problema es que España se nos ha llenado la política de estas circunstancias de
amor y odio entre partidos. Los partidos aliados incluso rivalizan en las puyas
que lanzan a los del otro lado, a la oposición oficial. Podemos rivaliza con el
PSOE en poner verde al PP. En el otro lado, Vox presume de enfrentarse al
gobierno central con más contundencia que el PP, queriendo dejarlo en evidencia
frente a sus votantes con la esperanza de arrebatarle un puñado en las próximas
elecciones.
Con
esta estrategia generalizada sobre el tablero político, pocas esperanzas quedan
de una vida sana y apacible. La política se convierte así en el arte de generar
problemas antes que el de encontrar soluciones que alivien tensiones. Es la
tensión lo que se convierte en consustancial para la política, produciendo y
necesitando unos perfiles de políticos muy especiales. Si de lo que se trata es
de tener el verbo agresivo y no el ingenio y capacidad constructivos, lo que la
política produce en serie son personalidades gustosas de dar ruedas de prensa
luciendo su agresividad verbal y en estado de denuncia permanente. Llegas más
arriba en el partido cuanto mejor luces esta especie de virtudes invertidas, la lucha, el verbo acerado y
la reacción rápida. Esto se superpone a cualquier otra capacidad, que puede
incluso dejarte aparecer como tonto o ingenuo.
Esto
está solo empezando. Nos quedan por delante ríos de reproches y descalificaciones.
Los adjetivos ya crecen y "la barbarie" para referirse a los
"otros" ya ha sido introducida entre los piropos que se arrojan unos
a otros. Crecerá. El ingenio se malgastará en buscar las fórmula más mediática
y eficaz (para muchos es lo mismo).
Ayer hablábamos del "retroceso democrático". Esta forma de hacer política es una forma de retroceso ya que tiende a enfrentar a los votantes y los arrastra a su forma más agresiva. La democracia no es la naturalización del insulto, sino la forma de convergencia que ofrezca las mejores posibilidades de acuerdos. Estas estrategias comerciales adaptadas a la política, basadas en la fragmentación y el ruido de atracción, no son buenas y tienden a crear más conflictos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.