Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"Explotar
las redes". Esa es la expresión que se repite en los medios. No, no es
ningún descubrimiento importante, como signos de vida extraterrestre, algo
relacionado con nuestro "eslabón perdido" o algo sobre qué había
antes del Big Bang; tampoco es sobre nuevas curas de enfermedades imposibles o,
peor, que en España los políticos han dejado de pelearse. No. Se trata de que
Shakira ha sacado una canción —en un telediario de ayer el presentador nos
insistía en que escucháramos la letra con atención— en la que lanza
"dardos" a su ex, un futbolista que se acaba de retirar y sobre el
que existen algunas dudas económicas y organizativas, según nos han ido
contando en estos últimos tiempos. Sí, todo esto, nos dicen los titulares, ha
hecho "explotar las redes".
La
expresión es una metáfora de algo que se me acaba de escapar por la ambigüedad
que toda metáfora tiene al salirse de la enunciación directa. Pero, como ya nos
advirtió, Nietzsche, fabricamos metáforas y se nos olvida que lo son. En
realidad es lo que ocurre, las redes explotan y son explotadas. Son el negocio
del siglo XXI. Cada vez que "explota una red", la red es explotada y
alguien se beneficia de ello. En este caso, por ejemplo, la canción se
convierte en beneficioso espectáculo de la condenada por evasión de impuestos.
Esperemos que al menos Hacienda —que somos todos los españoles— se beneficie de
este escandaloso —hay un perfume que se llama Scandal!— drama privado para multitudes al que se le ha puesto
letra y música. Afortunadamente, esperemos, que al ex no le dé por cantar y que
solo se le den bien los negocios y las patadas a los balones, terrenos en los
que cometía alguna que otra falta.
Explotan
las redes, sí, y a algunos la cabeza, pues te vas impacientando viendo noticia
tras noticia del evento incendiario, que no llega la información sobre lo que
ocurre en Brasil, la corrupción en el Parlamento Europeo e incluso el caso
"¿qué pasa con Harry?", que combina ambos terrenos, una vez muerta la
reina que, afortunadamente, no llegó a leer el otro caso que hace explotar las
redes con pingües beneficios. No sé cómo hemos podido vivir sin saber que a
Harry le pegaba su hermano mayor, algo que pasa en todas las familias, pero no
con el mismo sentido, claro.
Confieso
que la primera vez que me colaron la letra de Shakira en un telediario no
entendía nada de esa letra mientras trataba de encontrar el mando y largarme a
la programación infantil, que es la única que solo tiene personajes reales y no
como nuestros informativos, llenos de muñecos y ficciones.
Copiándose
unos a otros en su sangrienta competición por las audiencias y las redes, que
son dos caras en distintas monedas, los informativos se degradan. Dejan cada
vez más sitio a todos estas ficciones parlantes cuya trascendencia es nula con
la excepción de sus cuentas bancarias. Pero da igual. Mientras haya "explosiones"
hay "vida informativa", late el corazón de las pantallas, las de los
televisores, los ordenadores y teléfonos. Y late con ritmo, con letras tontas,
con indirectas directísimas que se lanzan moviendo frenéticamente las caderas.
Los
medios hacen caso a las redes (están que echan chispas, que explotan, que
arden, nos dicen en socorridas metáforas incendiarias) y las redes hacen caso a los
medios difundiendo sus clips, retuiteando sus palabras, cargándolos de
"likes" hasta rebosar.
Hemos
creado una fauna específica para ser consumida a través de las redes. Los
medios tradicionales (la TV, la prensa, la radio...) se han fusionado en un
espacio multimediático, uno donde cabe todo, donde es más barato reproducir que
producir, donde el éxito no es lo original sino la repetición inagotable, recurrente.
A nadie
le preocupa los efectos mentales de todo esto... mientras dé beneficios.
Tenemos parejas que se pelean y se reconcilian en dudosas historias con
mediocres guionistas. ¿Es verdadera —se preguntan— su ruptura? Pero la
"verdad" y lo "verdadero" ya no es lo que era antes.
Aquello tan solemne de las películas de "levante la mano derecha: jura
usted..." hoy no se hace sobre una Biblia, sino sobre un teléfono que lo
retransmite.
Hemos
tenido que crear en los propios medios formas de verificación de las noticias
por la abundancia de falsas noticias, las famosas "fakes". ¿Pero qué
pasa con esas otras "no noticias" multitudinarias, las que hacen
"explotar las redes"? Todavía no se ha encontrado un antídoto.
Tampoco se ha buscado.
La vida puede ser un buen guion o un mal guion. Decía Edgar Morin, en ese libro de memorias que ha sacado a sus cien años, que la vida es imprevisible, que está llena de azar de la cuna a la tumba. Es la confirmación de que lo que aparece cada vez más en los medios no es la "vida", sino un simulacro, como señalaba Edgar Morin.
Hemos dejado de preguntarnos por la esencia y solo nos
importa la apariencia, lo que puede ser deglutido y vomitado como en una bien
organizada orgía romana. Sí, el mundo de la información está siendo consumido
por el del espectáculo formando un híbrido de difícil frontera, sin posible
muro trumpista que lo detenga (¡y que lo paguen ellos!), sin test ni PCR, donde saltan la valla cada día todos estos
personajes y personajillos cuya esencia determina el público que explota y es
explotado. ¿Qué hay más allá de las apariencias? La nada, la oscuridad, es decir, el anonimato, la plebe que mira un teléfono en el metro, en el autobús; mientras pasea a los niños, que baja las escaleras mecánicas con su smartphone, que se pasa de estación en un despiste; en parejas que ya no se miran a los ojos sino que miran sus pantallas, seres de pulgares degastados y ojos irritados.
El problema es que todo esto educa y mal educa. Se ha convertido en una generación crecida en un agujero que se traga todo y lo devuelve convertido en colorines, dramas y pitorreo. Son tonterías elevadas a la máxima categoría, la de un titular al inicio de un telediario en la hora de máxima audiencia.
Pero la celebridad estelar es dura y requiere un intenso trabajo, ya que puedes ser desplazado por alguien con letras de canciones con doble sentido, una nariz nueva o un embarazo inesperado seguido de un parto feliz. Estos seres viven y sufren delante de la pantalla, que no es el espejo del alma, sino aquello que da sentido a su guion y a su cuenta corriente, si hay suerte. Es el mundo que prefiere el "mundanal ruido", que escribía el poeta; un mundo al que el silencio agobia, deprime y destruye. ¡Vade retro!
Entre
todo esto, asfixiados por el olor —que afortunadamente las cámaras todavía no
captan— quedan algunos buenos periodistas que ven cómo se recorta su tiempo, el
de su reportajes, el de su análisis, para poder meter más canción que haga
explotar las redes. Mi admiración y condolencias para ellos. Sé lo que sufren.
Ya no
se da la información que necesitan, sino la que quieren, un cambio que afecta
en forma de descenso hacia la trivialidad. Antes los buenos profesionales, los
medios con profesionalidad, era capaces de seleccionar qué era lo básico que un
lector o un espectador debía saber para estar eso que se llamaba "bien
informado". Hoy eso se ha perdido y la información importante se esconde
detrás de cosas triviales, sin trascendencia alguna o, peor, de cosas triviales
que se han vuelto transcendentales para millones de personas.
Veo con
intensa emoción como Tamara F. se va a casar en el mismo castillo que sirve de
escenario a una serie de televisión que se estrena y se presume exitosa. Es la búsqueda del refuerzo, el escándalo
o la gloria de unos sirve de alimento a los otros y viceversa. ¡Qué mayor
fusión de fantasía y pseudo realidad que compartir en tu mente recalentada los
episodios de la serie mientras derramas lagrimitas sentidas por la boda! ¡Qué
mayor emoción que acordarte de la boda cuando veas la serie!
A la intensa emoción de la canción polémica cuya letra no nos podemos perder, se le suma ahora la polémica si es un plagio o no. ¡Plagio en esta época seriada, multiplicada, traducida! ¿Hay algo auténtico? ¿Estaba en el guion o no? Si es plagio, le han dado nueva vida al plagiado, pues seremos arrastrados para resolver si lo es no no? Así este esta nueva vida que explota en todas las dimensiones de la palabra, de explosiva a explotadora.
¡Cuánta
razón tenía MacLuhan cuando nos percibía como pueblerinos en la "aldea global"!
Paletos globales dispuestos a exclamar ¡cuánta
agua! ante la vista del mar informativo. Robinson y Viernes chateando cada
uno desde su rinconcito en la isla en mitad de la nada. ¡Y la nave va!
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