viernes, 13 de enero de 2023

Explotar las redes

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

"Explotar las redes". Esa es la expresión que se repite en los medios. No, no es ningún descubrimiento importante, como signos de vida extraterrestre, algo relacionado con nuestro "eslabón perdido" o algo sobre qué había antes del Big Bang; tampoco es sobre nuevas curas de enfermedades imposibles o, peor, que en España los políticos han dejado de pelearse. No. Se trata de que Shakira ha sacado una canción —en un telediario de ayer el presentador nos insistía en que escucháramos la letra con atención— en la que lanza "dardos" a su ex, un futbolista que se acaba de retirar y sobre el que existen algunas dudas económicas y organizativas, según nos han ido contando en estos últimos tiempos. Sí, todo esto, nos dicen los titulares, ha hecho "explotar las redes".

La expresión es una metáfora de algo que se me acaba de escapar por la ambigüedad que toda metáfora tiene al salirse de la enunciación directa. Pero, como ya nos advirtió, Nietzsche, fabricamos metáforas y se nos olvida que lo son. En realidad es lo que ocurre, las redes explotan y son explotadas. Son el negocio del siglo XXI. Cada vez que "explota una red", la red es explotada y alguien se beneficia de ello. En este caso, por ejemplo, la canción se convierte en beneficioso espectáculo de la condenada por evasión de impuestos. Esperemos que al menos Hacienda —que somos todos los españoles— se beneficie de este escandaloso —hay un perfume que se llama Scandal!— drama privado para multitudes al que se le ha puesto letra y música. Afortunadamente, esperemos, que al ex no le dé por cantar y que solo se le den bien los negocios y las patadas a los balones, terrenos en los que cometía alguna que otra falta.

Explotan las redes, sí, y a algunos la cabeza, pues te vas impacientando viendo noticia tras noticia del evento incendiario, que no llega la información sobre lo que ocurre en Brasil, la corrupción en el Parlamento Europeo e incluso el caso "¿qué pasa con Harry?", que combina ambos terrenos, una vez muerta la reina que, afortunadamente, no llegó a leer el otro caso que hace explotar las redes con pingües beneficios. No sé cómo hemos podido vivir sin saber que a Harry le pegaba su hermano mayor, algo que pasa en todas las familias, pero no con el mismo sentido, claro.

Confieso que la primera vez que me colaron la letra de Shakira en un telediario no entendía nada de esa letra mientras trataba de encontrar el mando y largarme a la programación infantil, que es la única que solo tiene personajes reales y no como nuestros informativos, llenos de muñecos y ficciones.

Copiándose unos a otros en su sangrienta competición por las audiencias y las redes, que son dos caras en distintas monedas, los informativos se degradan. Dejan cada vez más sitio a todos estas ficciones parlantes cuya trascendencia es nula con la excepción de sus cuentas bancarias. Pero da igual. Mientras haya "explosiones" hay "vida informativa", late el corazón de las pantallas, las de los televisores, los ordenadores y teléfonos. Y late con ritmo, con letras tontas, con indirectas directísimas que se lanzan moviendo frenéticamente las caderas.

Los medios hacen caso a las redes (están que echan chispas, que explotan, que arden, nos dicen en socorridas metáforas incendiarias) y las redes hacen caso a los medios difundiendo sus clips, retuiteando sus palabras, cargándolos de "likes" hasta rebosar.

Hemos creado una fauna específica para ser consumida a través de las redes. Los medios tradicionales (la TV, la prensa, la radio...) se han fusionado en un espacio multimediático, uno donde cabe todo, donde es más barato reproducir que producir, donde el éxito no es lo original sino la repetición inagotable, recurrente.

A nadie le preocupa los efectos mentales de todo esto... mientras dé beneficios. Tenemos parejas que se pelean y se reconcilian en dudosas historias con mediocres guionistas. ¿Es verdadera —se preguntan— su ruptura? Pero la "verdad" y lo "verdadero" ya no es lo que era antes. Aquello tan solemne de las películas de "levante la mano derecha: jura usted..." hoy no se hace sobre una Biblia, sino sobre un teléfono que lo retransmite.

Hemos tenido que crear en los propios medios formas de verificación de las noticias por la abundancia de falsas noticias, las famosas "fakes". ¿Pero qué pasa con esas otras "no noticias" multitudinarias, las que hacen "explotar las redes"? Todavía no se ha encontrado un antídoto. Tampoco se ha buscado.

La vida puede ser un buen guion o un mal guion. Decía Edgar Morin, en ese libro de memorias que ha sacado a sus cien años, que la vida es imprevisible, que está llena de azar de la cuna a la tumba. Es la confirmación de que lo que aparece cada vez más en los medios no es la "vida", sino un simulacro, como señalaba Edgar Morin. 

Hemos dejado de preguntarnos por la esencia y solo nos importa la apariencia, lo que puede ser deglutido y vomitado como en una bien organizada orgía romana. Sí, el mundo de la información está siendo consumido por el del espectáculo formando un híbrido de difícil frontera, sin posible muro trumpista que lo detenga (¡y que lo paguen ellos!), sin test ni PCR, donde saltan la valla cada día todos estos personajes y personajillos cuya esencia determina el público que explota y es explotado. ¿Qué hay más allá de las apariencias? La nada, la oscuridad, es decir, el anonimato, la plebe que mira un teléfono en el metro, en el autobús; mientras pasea a los niños, que baja las escaleras mecánicas con su smartphone, que se pasa de estación en un despiste; en parejas que ya no se miran a los ojos sino que miran sus pantallas, seres de pulgares degastados y ojos irritados.

El problema es que todo esto educa y mal educa. Se ha convertido en una generación crecida en un agujero que se traga todo y lo devuelve convertido en colorines, dramas y pitorreo. Son tonterías elevadas a la máxima categoría, la de un titular al inicio de un telediario en la hora de máxima audiencia. 

Pero la celebridad estelar es dura y requiere un intenso trabajo, ya que puedes ser desplazado por alguien con letras de canciones con doble sentido, una nariz nueva o un embarazo inesperado seguido de un parto feliz. Estos seres viven y sufren delante de la pantalla, que no es el espejo del alma, sino aquello que da sentido a su guion y a su cuenta corriente, si hay suerte. Es el mundo que prefiere el "mundanal ruido", que escribía el poeta; un mundo al que el silencio agobia, deprime y destruye. ¡Vade retro!

Entre todo esto, asfixiados por el olor —que afortunadamente las cámaras todavía no captan— quedan algunos buenos periodistas que ven cómo se recorta su tiempo, el de su reportajes, el de su análisis, para poder meter más canción que haga explotar las redes. Mi admiración y condolencias para ellos. Sé lo que sufren.

Ya no se da la información que necesitan, sino la que quieren, un cambio que afecta en forma de descenso hacia la trivialidad. Antes los buenos profesionales, los medios con profesionalidad, era capaces de seleccionar qué era lo básico que un lector o un espectador debía saber para estar eso que se llamaba "bien informado". Hoy eso se ha perdido y la información importante se esconde detrás de cosas triviales, sin trascendencia alguna o, peor, de cosas triviales que se han vuelto transcendentales para millones de personas.

Veo con intensa emoción como Tamara F. se va a casar en el mismo castillo que sirve de escenario a una serie de televisión que se estrena y se presume exitosa. Es la búsqueda del refuerzo, el escándalo o la gloria de unos sirve de alimento a los otros y viceversa. ¡Qué mayor fusión de fantasía y pseudo realidad que compartir en tu mente recalentada los episodios de la serie mientras derramas lagrimitas sentidas por la boda! ¡Qué mayor emoción que acordarte de la boda cuando veas la serie!

A la intensa emoción de la canción polémica cuya letra no nos podemos perder, se le suma ahora la polémica si es un plagio o no. ¡Plagio en esta época seriada, multiplicada, traducida! ¿Hay algo auténtico? ¿Estaba en el guion o no? Si es plagio, le han dado nueva vida al plagiado, pues seremos arrastrados para resolver si lo es no no? Así este esta nueva vida que explota en todas las dimensiones de la palabra, de explosiva a explotadora.


¡Cuánta razón tenía MacLuhan cuando nos percibía como pueblerinos en la "aldea global"! Paletos globales dispuestos a exclamar ¡cuánta agua! ante la vista del mar informativo. Robinson y Viernes chateando cada uno desde su rinconcito en la isla en mitad de la nada. ¡Y la nave va!

 

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