Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Son los
números. Por paradójico que pueda parecer a primera vista, es lo que ocurre
cada vez más y en todas partes: las políticas de desunión favorecen a los que
tienen menos votantes. La incapacidad para obtener distancias amplias (mayorías
claras) entre unos y otros da como resultado el poder de los menos
representativos.
Esto lo
podemos ver en España cuando tenemos las presiones de aquellos que se saben con
pocos votos pero con los justos como para poder hacer que otros formen gobierno
o para impedirlo. Hoy es más rentable —más barato, más manejable— ser un sector
minoritario necesario para poder gobernar que tener que vérselas con grupos grandes,
más lentos y costosos.
Para
poder tener este tipo de situación privilegiada es precisa la radicalización
dentro del área. Hay que tener un grupo de votantes fiel que asegure su voto.
La fragmentación o el descenso de los votantes hacen aumentar el poder de esos
grupos ya que nunca se alcanza ya una mayoría. En España lo estamos viviendo a
la derecha (con Vox) y a la izquierda (con Podemos y ahora un posible
"Sumar"), pero lo hemos visto especialmente con los grupos
nacionalistas en el plano autonómico y también en el nacional disfrazando su
poder, pero obteniendo apoyos cambiados por privilegios (ahora lo podemos
apreciar en las leyes que se pretenden aprobar por el apoyo del gobierno
central).
Pero
tenemos ejemplos fuera, cada uno con sus variantes. Es significativo lo que
está ocurriendo para conseguir la presidencia de la Cámara de Representantes,
controlada por los republicanos, pero donde un ala radical, un grupo pequeño,
tiene los votos suficientes como para impedir la elección de cualquier miembro
del partido sin su aceptación. Llevan ya, nos dicen los medios, seis votaciones
tumbando al candidato de su partido. La CNN titula ahora mismo "Six votes.
Two days. No Speaker" en el lugar privilegiado de sus informaciones.
Son congresistas que se oponen a la ayuda militar a Ucrania, a la introducción de mínimas limitaciones en la tenencia de armas de fuego, y que exigen el refuerzo de la lucha contra la inmigración ilegal, el desmantelamiento de parte de la legislación de protección del medio ambiente, y la reducción del tamaño del Estado del Bienestar de Estados Unidos. Para ello, exigen que el futuro presidente de la Cámara tenga pocas atribuciones, y sea fácil echarlo. También reclaman que los temas se debatan uno a uno, y no en las llamadas leyes ómnibus, en las que cabe desde la ayuda a Ucrania hasta el Presupuesto del Departamento de Defensa, la regulación del precio de los medicamentos o los tipos de armas de fuego que se pueden poner a la venta. Para ellos, eso es democracia. Para sus rivales, una manera de eternizar los debates que hará imposible legislar.
Siempre han estado ahí, congregados en el llamado caucus de la Libertad (un caucus es como un club político, cuya influencia se mide más por su capacidad de ejercer influencia que por acciones formales), que nació con la revolución del Tea Party tras la victoria de Barack Obama en 2008. Y siempre han estado votando contra sus correligionarios republicanos, o haciéndolo a favor, pero a regañadientes.
La gran diferencia es que la mayoría republicana en la Cámara de Representantes es tan exigua esta vez que ese grupo tiene una minoría de bloqueo suficiente para dejar a McCarthy a las puertas de la tierra prometida -el sillón de speaker- pero no dentro de ella. *
Las seis votaciones nos dan muestra de su poder, dado el poco margen de maniobra que tienen por su corta mayoría. Necesitan a todos y cada uno de sus representantes. Cuanto más exigua sea la mayoría, más rentabilidad le sacan a los suyos, cuya supervivencia se produce si se mantienen firmes. Saben que mientras lo hagan tienen posibilidades de que sean aceptadas cosas que son habitualmente rechazadas.
Esto tiene una causa: la incapacidad de los partidos de todo el mundo para llegar a acuerdos en puntos relevantes. El modelo impuesto de política de enfrentamiento diario provoca dos cosas: 1) la desaparición de partidos bisagra (en nuestro caso, primero con el CDS y ahora con Ciudadanos; los liberales en Reino Unido, etc.); y 2) la disputa de votos entre grupos desgajados y afines. Ambos modelos buscan la radicalización de su electorado para evitar las fugas y trasvases. A esto se le llama "fidelización", que es asegurarse por cualquier medio la fidelidad del votante, tal como se hace en el comercio con la compra de productos. Pero la política no es un mercado o, al menos, no debería serlo.
La política deja de entenderse como una forma de pacificación social mediante los acuerdos entre grandes grupos que se dirigen hacia un centro imaginario, convergente y dialogante, que es lo que permitió la creación del llamado "estado de bienestar", tratando de asegurar políticas sociales que beneficiaran a la mayoría, respetadas por los grandes grupos. Pero la política del desacuerdo, de la confrontación constante, de la agresión y el insulto, va en dirección contraria. Aumenta la distancia y la agresividad pero esto se traduce en fraccionamiento, en una mezcla de apatía electoral (los que se desentienden) y en lo contrario, un movimiento de radicalismo fiel que se auto estimula con la política. Los partidos se vuelven irreconciliables y sus discursos son de negación de lo que el otro pone sobre la mesa.
Es indudable que esta forma de hacer política es peligrosa y crea un problema democrático: los partidos se ven obligados, para poder sacar adelante sus propios programas, a aceptar propuestas más radicales que no son suyas. En ocasiones, esto crea conflictos dentro del partido, que acaba produciendo escisiones. Muchos piensan, con razón, que la forma de sacar adelante sus propuestas no es estar dentro del partido, sino chantajearlo desde fuera.
Los partidos políticos, en España claramente, han ido perdiendo en discusión constructiva interna. Los congresos con debates sobre propuestas eran reales. Hoy son otra cosa muy distinta; se hacen básicamente como actos promocionales y no de fundamentación de sus principios y respuestas. Incluso las formas de ponerse nombres son metafóricas y menos históricas, lo que les permite borrar pasados y "abrirse generosamente" a posturas camaleónicas. Alguien decidió que las "viejas etiquetas" de identificación política eran una carga y decidió abrirse a la poesía y a la sugerencia. "Podemos", "Vox", "Sumar", "Ciudadanos", los italianos "Movimiento 5 estrellas" y "Forza Italia!"... son ejemplos de esta forma poética y vaga de autodenominación. Demasiada mercadotecnia y poca definición, lo que les permite redefinirse y dar bandazos según el momento.
BBC Mundo 5/01/2023 |
* Pablo Pardo "McCarthy pierde la sexta votación para convertirse en presidente de la Cámara de Representantes pese al apoyo de Trump" El Mundo 4/01/2023 https://www.elmundo.es/internacional/2023/01/04/63b5936621efa0b1508b45d5.html
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