Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cada
vez es más frecuente que una conversación entre profesores acabe con un lamento
por la mala preparación con la que nos llegan los alumnos. Esto era antes
frecuente en profesores con larga trayectoria, pero ahora te lo dicen
igualmente profesores con experiencia más corta en las aulas. Indudablemente,
hay algo que falla.
La
cultura es un sistema de referencias y conexiones, tiende a la amplitud. Sin
esa macro red es muy difícil construir conocimiento, comprensión. Nuestro problema
es que hemos aceptado un modelo educativo vinculado a un modelo socio-cultural
que no funciona, que es un fracaso. Todo ello en un entorno cada vez más
degradado, en el que no es la cultura lo que fluye sino la trivialidad más
absoluta. Esa falta de sentido se basa en un modelo cultural basado en la
atención, el sistema de captación en medio del caos que nos rodea. La profusión
de fuentes solo producen cacofonía, ruido en el que se trata de percibir algún
tipo de orden o sentido. Pero el único sentido es desplazarse de un lado a otro
partiendo de las llamadas competitivas que se nos realizan desde los 360 grados
a nuestro alrededor. Somos un centro sensible en mitad de un torbellino de
ruidos.
Las quejas más generalizadas se refieren a la falta de referencias, a la incapacidad de construir un universo ordenado o, si se prefiere, conectado, de relaciones, de consecuencias. Igualmente sobre la atención débil, la incapacidad de mantener un tiempo determinado la atención centrada. Hay un tercer efecto que preocupa: la exteriorización de la memoria. No hay voluntad de retener porque existe la idea de que todo está fuera, al alcance de un clic. ¿Para qué "recordar" si basta con "recuperar"?, se preguntan.
Estamos
pagando la crítica desinformada a la memoria, donde se confundió el
"aprender de memoria" (repetir sin comprender) con el verdadero
sentido de la memoria, la clave de la identidad: somos nuestros recuerdos. Esto
se ha sustituido por un vacío constante en donde apenas se retienen los
conocimientos en beneficio de ciertas experiencias comunes que refuerzan el
sentido de grupo, que viene a ser como una memoria
artificial sostenida por el sentimiento de pertenencia.
La
presión mediática exterior es absorbente. Nos saca de nosotros mismos y nos aísla,
por un lado, y nos da sentido grupal, por otro. De esta forma se crea pronto
una dependencia enfermiza de la conexión, que pasa a ser el flujo vital que nos
llega de fuera en contraposición al crecimiento propio interno. Nos lo dicen
todos los días, pero son demasiadas cosas las que dependen de esta
sociedad-mercado de la información.
Hace
apenas unos años, la gente salía del vagón del tren para hablar por teléfono.
Hoy un vagón de tren se convierte en un locutorio en el que todos tienen el
teléfono en sus manos, aunque realicen funciones diferentes, hablar, chatear,
revisar las cuentas, etc. Es la alternativa constante a la realidad, que es la
que queda fuera del foco de la atención.
Esto ha ido descendiendo cada vez más. Ya nadie se pregunta a qué edad deben tener los niños "su primer móvil". No tenerlo los convierte en parias aislados.
Los
efectos los tenemos, pero no conviene airearlos demasiado no sea que nos
tengamos que enfrentar a fuerzas cada vez más dependientes y resistencias más
fuertes. Hoy es difícil que se atienda en un aula porque la dependencia de
móviles y de ordenadores hace que entre en competencia el discurso educativo en
la clase con los múltiples discursos que están entrando por los dispositivos de
comunicación. La capacidad de atención se ha reducido y la fatiga aparece
inmediatamente. No ha costumbre de concentración en un mundo lleno de ruidos y
llamadas. No hay mástiles a los que atarse para no apartarse del camino
atencional concentrado. Se nos pide que saltemos de una cosa a otra, que
atendamos al fragmento frente a la totalidad, que ignoremos las conexiones
profundas en beneficio de las superficiales.
La
cultura de la memoria externa ha producido un efecto "resumen", que
es la forma de reducir lo externo a lo que se solicita, la operación
fundamental. Acostumbrados a esta forma de trabajo es muy difícil poder
producir una información propia, valiosa, personalizada, crítica, etc. que
serían los valores que la educación debería transmitir.
La
experiencia que te transmiten los compañeros es la de enfrentarse a un muro de
resistencia, un muro poderoso de hábitos. El sistema educativo no se ha
enfrentado a ellos o si lo ha hecho ha cosechado un estruendoso fracaso que ha
ido ascendiendo por todo el sistema. Hoy solo es posible educar tratando de
invertir el proceso, deseducar en los malos hábitos, y tratar de crear otros
nuevos con los que el estudiante se pueda reconstruir. Esto no es fácil porque
no existe la conciencia de ello más que una minoría, planteando resistencia
muchos de ellos. El camino fácil es difícil de rechazar; muchos prefieren
seguirlo.
Frente
a este muro no solo se encuentran los profesores, como si fuera una guerra de
trincheras. Se encuentran también alumnos que han seguido otras mecánicas de
aprendizaje, ya sea por las familias o por haberse encontrado con profesores y
maestros que consiguieron cambiar la orientación general. Estos se mantienen
muchas veces en un segundo plano porque la presión del grupo es fuerte. Es
misión de los educadores detectarlos primero y poner a su alcance comprensión y
materiales que no frenen su desarrollo personal.
Por
muchos lugares, fuera de España, surgen muchas críticas a un modelo de
universidad industrializado y burocrático que ha perdido el sentido de la
formación de la persona. Esto se ha convertido en un auténtico lastre para una
sociedad que ha dejado de ver la Universidad como un modelo en el que inspirarse,
del cual salen al unísono conocimiento y crítica. Vivimos en una sociedad
mercado que nos usa, en donde los elementos que priman no conllevan la
corrección de desvíos y sencillamente se deja llevar, arrastrar por los flujos
de los beneficios de unos pocos, olvidando la mejora del conjunto que es visto
simplemente como una "oportunidad" de negocios sin ninguna esperanza
de mejora. Nos arrastra simplemente.
La crisis no es solo cuestión del alumnado; afecta de lleno al profesorado, que se ve encerrado entre estrechos límites en su producción y una carrera de obstáculos para su promoción. La competencia no ha dado los resultados que se esperaba, centrándose en realidad en una forma de repartir puntos para las trayectorias académicas, reduciendo la creatividad necesaria para la investigación en rutinas de repetición, en valoración de los proyectos o las carreras en función de la financiación lograda, etc. La resistencia es también grande porque el que ha programado su promoción por estos caminos no quiere que se cambien.
Están apareciendo libros, artículos, reseñas, etc. sobre este grave problema del que una sociedad aparentemente festiva esconde entre sus miserias y defectos. Los que sienten que es necesario replantearse el sistema educativo son cada vez más. No es fácil, pues el sistema se mueve por su propia inercia, sin revisarse críticamente, confundiendo el concepto de "resultados" y "eficacia" con unos sentidos bastardos que nos alejan de la responsabilidad social. No es asunto nuestro, dicen. Pero sí lo es. Si no se tienen claros los criterios sobre lo que realmente necesitan las personas para no dejar de serlo para no convertirse en meros recambios de la maquinaria social, la Universidad deja de ser tal y renuncia a su propia "misión", que es la de mantener vivo el deseo de mejora del conjunto, de una vida más consciente, más culta y conectada vertical y no solo horizontalmente. Es el resultado de romper las conexiones con el legado cultural y adentrarse en el futuro imaginario que nunca llega; es el resultado de presentismo que nos lleva a un utilitarismo vacío que pierde el sentido de lo apropiado, de lo que realmente se necesita para hacer una sociedad mejor en un sentido profundo del término y no en uno superficial y efímero que tiende a generar cada vez más desigualdades sin que ellos le preocupe. Hay que recuperar el sentido de la Universidad, su idea ilustrada de mejora no solo de la sociedad, sino de la persona, buscando un sano equilibrio entre ambas.
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