domingo, 9 de octubre de 2022

El puente volado

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La destrucción del puente que une los territorios rusos con la Crimea anexionada en 2014 es un punto importante en esta extraña guerra no declarada y que ha tenido efectos en todo el mundo y en todos los sectores, condicionando la vida de millones de personas más allá de los que viven en las zonas atacadas.

Como hemos señalado en otras ocasiones, Putin ha metido a Rusia en una guerra que no puede ganar y no puede permitirse perder. Este episodio, por más que lo califique como "terrorismo", forma parte de esta situación de indefinición.

El golpe al puente es, además, una muestra de que la guerra no se acabará cuando Putin lo decida, sino cuando los ucranianos decidan que han recuperado un territorio del que los rusos no se pueden retirar y cuyos riesgos son cada vez más evidentes. Cuando uno ocupa un espacio de esta forma, sabe que no habrá paz hasta que se vaya.

Todo el delirante montaje realizado por Putin —primero me piden que les defienda; después hacen un referéndum de petición de ingreso en Rusia; tercero, les aceptan y ya son rusos— es tan burdo e irresponsable que solo puede conseguir fracasar. Como el proceso es tan delirantemente burdo, el hecho de que nadie, con la excepción de los rusos, se lo crea dice mucho sobre el concepto que Putin tiene de lo que es ser una superpotencia en el siglo XXI.

La única persona a la altura de Putin en esto del poder ha sido y es Donald Trump. El ex presidente de Estados Unidos tenía una visión omnipotente del poder: si tienes poder puedes hacer todo. Y una pregunta: ¿para qué quieres ser poderoso si no usas el poder? No sé quién aprendió de quién, pero lo cierto es que la visión que Putin tiene del poder es muy parecida, una fuerza que se debe manifestar. La gran diferencia, claro está, en que los Estados Unidos las instituciones democráticas ponían freno a los desvaríos de Trump, al menos a muchos de ellos. A Putin, en cambio, nadie le ofrece resistencia. 

Insisto en que miremos con detalles las caras de los militares mientras escuchan hablar a Putin, cuando están bajo su mirada más dura. Se les ve temblar, que les falta aire. Alexander Solzhenitsyn, el premio Nobel de Literatura, describía momentos similares en su obra Archipiélago Gulag para referirse al miedo aterrador ante Stalin. La mirada acerada de Putin hace derretirse a esos rudos militares.

Putin sigue con las destituciones de militares. Mal camino porque va creando un grupo de agraviados y de futuros agraviados que se irá agrandando. El miedo une mucho. Unos intentarán no fracasar a la mirada del jefe. Pero tiene que haber en ese ejército ruso personas que saben que esto es una locura y que no va a ningún lado más que a empeorar la vida de los rusos. El hecho de que los europeos nos resfriemos este invierno por las bajadas de las calefacciones no es ningún consuelo para los rusos que ven cómo su vida cambia, se empobrece y se cierra sobre sí misma. Todo eso va contra Putin hasta llegar a un punto de conflicto interior irreversible.

Los lazos de las personas hacen que sus vidas estén vinculadas y la información circula por ellas, por lo que la propaganda empieza a perder eficacia ante los datos de primera mano. Los que se van no solo dejan un hueco, sino algo en qué pensar. Por eso la represión creciente solo hará despertarse el sentido de la realidad que una dictadura distorsiona.


La causa de Ucrania es una fabricación de la propaganda. No creo que sea algo que esté en la mente de los rusos como una idea permanente. Cuando la realidad se aleja cada día más de la imagen propagandística, cuando entra en flagrante contradicción con la versión oficial es cuestión de tiempo o de intentar aislar completamente a la gente, algo muy difícil hoy en día porque siempre hay grietas.

Putin ve dos cosas: que los ucranianos no se rinden y recuperan espacios, primera; y que cada vez le queda menos margen de maniobra para "soluciones" sin retorno. Nadie se ha equivocado tanto en sus cálculos. Hoy la media Europa que no estaba en la OTAN pide estarlo. Va a pagar con creces cada centímetro de territorio anexionado. Sabe que no se va a parar nadie en la presión sobre Rusia, lo que se acabará volviendo contra él en algún momento. ¿Va asumir el riesgo de usar armas nucleares? ¿Va a querer ser quien desencadene una III Guerra Mundial? ¿Cree que le va a seguir alguien en ese paso?

El puente destruido es un símbolo. Lo era para Putin y lo es para los ucranianos, aunque con signo distinto. La normalización de la invasión y la anexión que representaba se ha venido abajo con la explosión de sus pilares.

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