domingo, 16 de octubre de 2022

Low cost somos todos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

En La Vanguardia de hoy insisten en la lucha contra el turismo "low cost" mediante el artículo situado en lugar preferente, con el titular " Cambio en la industria turística / El alza de precios de hoteles y vuelos golpea al turismo 'low cost'", al que se añade "El turismo barato tiene los días contados; vuelos y hoteles consolidan su encarecimiento", y un segundo texto, el firmado por el director, Jordi, con el titular "No lloremos por el 'low cost'". La subida de los precios se considera como algo inevitable y se apuesta por el turismo "caro" frente al término eufemístico "low cost", que indica dos cosas "barato", pero el inglés nos lo presenta como algo llegado de fuera y que podemos controlar. De esta forma se nos da a entender que no es algo que nos afecte a nosotros sino a los que llegan del exterior. Se extiende así la metáfora del "invitado", del visitante al que controlo gracias a los precios: subo los precios y así selecciono el tipo de turismo que quiero recibir.

Sin embargo, el panorama que se nos presenta, lo que tenemos enfrente es que nuestros dos principales abastecedores de turismo desde el exterior, Reino Unido y Alemania, pasan por crisis que hacen más que dudoso que el turismo sea su prioridad. Reino Unido está pasando la mayor crisis en muchos años, con la libra hundida, mientras que en Alemania se habla de recesión. Nosotros dependemos de ellos para que nos salgan las cuentas.

Lo cierto es que el verdadero "low cost", sin eufemismos esta vez, es lo que se practica con nosotros, españoles de a pie, en todos los sectores. Agobiados por la precariedad, por los sueltos "low cost", se nos pide y alienta a que dejemos lo poco que ganamos en el sector del ocio, la hostelería y del turismo, que son nuestra alternativa a la industria.

Mientras Barcelona vive una serie insólita de ataques, robos, etc. sobre los turistas que van a la ciudad, el problema parece estar en que los turistas tienen que gastar más. El titular en el diario El Mundo es rotundo, "Barcelona, la ciudad de los 400 delitos al día: "No puedes llevar un bolso, parece el Bronx"".

En España solo se ha hablado de las quejas y las presiones de estos sectores durante la pandemia, ignorando al resto. Había que vender "normalidad" para que el turismo fluyera, para que los bares permanecieran abiertos, tal como ahora que, debido a la crisis energética, todo parece depender de que las terrazas permanezcan abiertas e iluminadas más tiempo que los demás. Visto el resultado electoral que le dio a Isabel Díaz Ayuso —apodada "La Reina de los Bares"—, los poderes locales dudan sobre qué hacer. Los bares y demás son el segundo espacio de vida español y del turismo, que será el chantaje que se utilice para evitar los controles energéticos. Los controles de temperatura, por ejemplo, también han sido contestados porque hacen "menos competitivos" los locales, tanto para el invierno (más calefacción) como para el verano (más refrigeración). Estos sectores se han acostumbrado a cierto grado de inhibición ante las medidas que sí deben cumplir los demás, de las escuelas a los grandes almacenes, pasando por las empresas y fábricas. Pero el ocio, el turismo, etc. tienen patente de corso en todo esto.

El encarecimiento de los precios es una forma de recuperar ingresos. Lo del "low cost" no es más que una operación de imagen que lo justifica. Tras el término "low cost" se ha ido creando una idea del "turismo mochilero" que es una excusa para elevar los precios a los demás. Parece que subir los precios tiene un factor disuasorio, pero quien acaba pagando la subida es el que sí va, entre ellos los españoles, que no se salvan porque se diga en inglés. Todos somos turismo "low cost", con la salvedad del que se puede permitir todo. Solo unos pocos privilegiados buscan los precios más elevados como forma de afirmar su elitismo y evitar tener que codearse con la plebe.

El problema es que la plebe se ha ido incrementando gracias a las condiciones de precariedad, bajos sueldos, etc. que llevamos padeciendo ya más de una década y que afecta a toda nuestra vida, del envejecimiento de la población, que no puede tener hijos, al vaciado de media España, en la que no se invierte lo que se debería; de la crisis de la vivienda al descenso de los sueldos. Pero, eso sí, todos debemos de ir a llorar nuestras penas al local de ocio más cercano.

"Low cost", sí, somos todos. Hay que financiar desde el estado la "cultura" (bonos juveniles de 400 euros) o las ayudas a la vivienda de los menores de 30 años. Dada la fragmentación generacional que se produce en el electorado, no es de extrañar que los grupos a la izquierda del PSOE pidan que se baje la edad de voto hasta los 16 años.

Somos un país "low cost". Lo somos porque no podemos ya sobrevivir de otra manera que bloqueando los precios, bajando o quitando impuestos, mientras el estado sigue recibiendo de las alzas de precios. Lo que entra por un lado sale por otro. No puedo frenar las alzas, pero puedo inventarme ayudas que mejoran siempre la imagen. Como se deja claro, son "ayudas del gobierno".  Este sistema no arregla nada y se vuelve clientelar. 

La CEOE ya dicho que no aceptan las subidas salariales con el IPC, que sigue disparado. ¡Un país de pobres... con turistas ricos, qué más se puede pedir! Mano de obra barata y clientes dispuestos a gastar. No es precisamente el ideal para el futuro del país. Y, sin embargo, es el que se mantiene como motor.

El turismo se tiene que resentir en esta crisis brutal que padece Europa. La idea de que van a venir a gastarse lo que les quede en España, una España de precios al alza, es bastante peregrina. Ya no nos vienen los oligarcas rusos, cuyos yates han quedado abandonados en nuestros puertos y sus villas ya no contratan limpiadoras y jardineros españoles. ¡Qué pena! Ahora les puede tocar a unos tocados británicos, alemanes y demás europeos, más cerca de Rusia que nosotros, que lo vemos todo desde la otra punta de Eurasia. Si la idea es que vengan a dejarse aquí lo que les queda, no está muy claro.

El "low cost" somos nosotros, sometidos a una brutal crisis económica, cada vez más encerrados en el reductivo modelo turístico, aceptado por ayuntamientos, comunidades autónomas y sectores del ocio y la hostelería. Si ellos no llegan de fuera, se recurrirá, una vez más, a nosotros, los españoles de a pie, al "low cost" nacional para que a algunos les salgan las cuentas. Pero la maldita inflación se nos come las reservas, los ahorros, y tendremos que elegir en qué gastamos lo poco que resta si es que resta algo.

Veremos los titulares de La Vanguardia dentro de algún tiempo. Veremos si hay que llorar o no y por qué. 


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