jueves, 1 de octubre de 2020

Nueva política, viejos insultos (La bronca 2)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)


¿Es tan difícil ponerse de acuerdo? Dos no discuten si uno no quiere, dice el refrán. Pero, ¿y si a los dos les apetece discutir? Hemos tenido un ejemplo de lo que pasa en el debate entre Trump y Biden. Algunos columnista y políticos le reprochan a Biden haberse dejado arrastrar "al barro" para pelear. Los intentos de mantenerse impertérrito ante insultos, interrupciones y todo tipo de desaires, impensables antes, se han convertido en una triste realidad política de división.

Trump se presentó como un nuevo modelo político, el "no político". Bueno, es lo que le interesaba. Llegó diciendo que él no era hombre de medias tintas, que diría siempre lo que pensara. Es cierto, pero el problema es que no ha dicho más que mentiras, medias verdades e inexactitudes, según los —gracias a él— muy desarrollados métodos de "fact check" que ha movilizado a cientos de periodistas e investigadores de cada una de sus afirmaciones. Pero Trump les ha agotado. A una mentira le seguía otra y otra y otra... Los investigadores tenían que hacer horas extra para conseguir mantener el ritmo del presidente más mentiroso de la historia. Trump ha dejado a Nixon como un querubín, que ya es decir. A Nixon le sacaron los colores y se tuvo que marchar con ese gesto tan gráfico desde el avión, ese adiós con giro de muñeca y sonrisa impostada. A Trump tendrán que desalojarle los marines de la Casa Blanca porque se atrincherará en el búnker y se llevará a casa el botón nuclear si no lo cachean al salir.

Trump lo ha empantanado todo y cuando se vaya lo hará con un taponazo de champán universal que recorrerá el planeta en su totalidad, la celebración mundial del cese de una pesadilla.

Ayer hablábamos de la bronca como estrategia para la distracción. Un clavo saca otro clavo. Un problema lo es por su contenido o por la atención que le dediquemos. Ignorar los problemas reales y centrarse en los artificiales, los creados especialmente como una cortina de humo tiene sus riesgos políticos. Pero forman parte de esa nueva-vieja forma de hacer política, amplificada gracias al manejo de los medios de comunicación por su ideología (resulta rentable adscribirse a una en estos tiempos de segmentación de los mercados, incluidos los electorales) o por su necesidad de seguir con la mirada la mano del ilusionista. "Todo por aquí, nada por allá" es el nuevo lema de estos demagogos de la distracción atencional.

Desgraciadamente, el método Trump, por darle el nombre de su más "ilustre" practicante, se está extendiendo peligrosamente y ya tiene franquicias por todo el mundo, de Johnson en el Reino Unido a Jair Bolsonaro en Reino Unido pasando por algunos países europeos que hacen populismo nacionalistas a costa de la Unión, con unos toques demagógicos y peligrosos de un Erdogan, por ejemplo. Y España...

Estamos elevando la bronca a niveles históricos. Tenemos ya el triste récord de poder discutir sobre cualquier cosa. El tono de las discusiones aumenta en función de la propia debilidad del sistema y sus integrantes. Todo está tan fraccionado, la derecha y la izquierda, y pulverizado el centro, que solo queda discutir. A la razón de los hechos o los argumentos, se le opone esta retórica hueca, atamborrada, que convierte a España en una concentración en la plaza de Calanda. Como se suele decir, ¡con la que está cayendo!

No hay persona que te encuentres que, tras la mascarilla, se sienta indignada con lo que ve y escucha. Estamos llegando a unas cotas en las que la venda del partidismo o la ideología se caen de los ojos ante tan tontería y mala fe generalizadas como vemos y escuchamos cada día. No hay día que no tengamos una nueva-vieja polémica. Los desbaratadores del país se están empleando a fondo, pronto no quedara piedra sobre piedra, solo un insulto que se irá repitiendo como un eco hasta perderse en la nada. Y es que es ahí a donde vamos, al agujero negro que todo se los traga. Cuando digo todo, quiero decir todo. No hay posibilidad de hundimiento de los políticos sin que nos arrastren. No hay quórum en la Historia, al abismo vamos todos.


Nunca he visto a la poca gente que veo tan pesimista. Doy gracias a que gran parte de mis conversaciones son con personas de otros países y hablando de cosas que nada tienen que ver con nosotros. Son mi Shangrila, del que soy desalojado de una patada cuando enciendo el televisor para ver las noticias. Regresas pasadas unas horas hablando de cosas interesantes, de problemas reales del mundo... para encontrarte con los "nuevos políticos" insultando, los "viejos políticos" camino del trullo y con los "futuros políticos" asistiendo al seminario de comunicación corporal que toca esta semana.

Toda la virulencia exhibida no es más que precisamente la carencia de la fuerza necesaria para tomar decisiones que no erosionen su ya desgastada imagen. No es otra la preocupación, solo el desgaste político. La fragmentación política no ha traído diversidad, sino radicalidad y debilidad, por lo que se está en un constante cálculo de los efectos de la contestación. Los gritos intentan tapar las vergüenzas, distraer de lo propio y señalar lo ajeno.

País de discutidores, nos dejamos arrastrar somnolientos, irritados, hartos. ¿Hay límite? Tenemos abiertas todas las heridas, incluso las más viejas y cerradas porque forma parte de la estrategia de provocación de unos y otros para que le miremos, para que no dejemos de hacerlo ni un segundo. Tienen miedo a que les sobrepasen por lado o por otro. Los márgenes son estrechos para unos y otros. Los recién llegados se aprovechan, por lo que la radicalidad avanza como forma teatral de la política.

Me doy cuenta que este es el tercer post seguido en el que la bronca es el tema principal. Son gritos desesperados por regresar a un silencio imposible ya, el de esos pájaros que escuchaba regresar en pleno confinamiento. Nuestros medios nos lanzan a la cara cada día toneladas de detritos políticos. Ya es difícil de soportar.

En país moderno y verdaderamente democrático es aquel en el que los progresos realizados permiten la confluencia de las fuerzas y la limitación de tensiones. Nosotros estamos volviendo a la época de las Cruzadas. Si lo que aumentan son las distancias, las desigualdades y las disidencias, es que algo está fallando gravemente.

Estamos en un mundo de Cecil B. de Mille, para quien una película "debía comenzar con un terremoto y seguir ganando en intensidad". Lo malo es que aquí los terremotos son de verdad y no efectos especiales.


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