jueves, 15 de octubre de 2020

Las cifras y lo que hay detrás

Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Las sospechas sobre lo que está haciendo la Comunidad de Madrid crecen. Si no se puede cambiar la realidad, se cambian los datos. Tanto empeño hace ver que no es realmente la salud de los madrileños lo que importa o se defiende, sino otros intereses más profundos. En Cataluña, los hosteleros han salido a la calle a protestar porque se sienten perjudicados. A lo mejor en Madrid el procedimiento de la protesta no requiere salir a la calle y las conexiones patronales solo tienen que levantar el teléfono, como suele decirse.

La batalla de Madrid es política. Los argumentos de la Comunidad no han variado: nos tienen manía, el gobierno ataca a Madrid, etc. Son triviales y absurdos, con evidencia ni razón. Es de patio de colegio, que es el nivel de nuestra política a cara de perro.

La denuncias de los epidemiólogos sobre el cambio de sistema contable, va más allá de los números y coincide con el argumento trumpista: si hace muchos test, te salen muchos contagiados. La consecuencia es clara: hagamos menos test. Y eso es muy peligroso. Como señalaba un experto en televisión, la nueva norma ha cambiado la definición de "contagio". Los números mejoran, pero ya no se refieren a lo mismo. Hay una realidad descrita por los números anteriores y hay una nueva descripción que modifica la imagen de la realidad. Realidad A (antes del cambio) y Realidad (B) después del cambio. El símil más próximo que se me ocurre es el de los cambios introducidos en las cifras del paro con los que a veces nos cambian la imagen global. Basta con definir de forma diferente lo que se considera "parado", para que las cifras reflejen una menor cantidad de parados. La realidad es la que es, pero nuestra descripción de lo que queda dentro o fuera determina nuestro pensamiento y aceptación.

Las reglas del juego descriptivo deben ser necesariamente constantes para que —como decía otro epidemiólogo consultado— se pueda estudiar la "tendencia". De otra forma, la idea de que han descendido las cifras de contagios es una enorme falacia. Enorme y peligrosa, dada la naturaleza de lo que estamos tratando.

El argumento trumpista ya lo comentamos la primera vez que se utilizó. Es una excusa perfecta porque, aunque absurda en un plano, tiene su lógica en otro: si no haces test, oficialmente no hay contagiados. Según este principio, lo importante es la cifra y la cantidad depende de los parámetros que establezcamos. Si no hago test, solo tendré las cifras de ingresados. Es de esta divergencia —son más difíciles camuflar las cifras de ingresados— de donde surgen las denuncias: unas cifras se mantienen (las que no se tocan), mientras que otras descienden (las que se retocan). No es la primera vez que esto ocurre cuando, por ejemplo, se han tardado en dar cifras de días que luego se repartían en otro. De esta forma se camuflan los picos y aparecen ciertas "mesetas" igualitarias.

De nuevo, Madrid no se merece esto. No se lo merece el pueblo madrileño, cada uno de sus habitantes, por más que muchos se sigan sin toman en serio las medidas y vayan sin mascarilla hablando interminablemente por teléfono o fumen cigarrillo tras cigarrillo para mantenerla por debajo de la barbilla.

Hay, sin duda, una responsabilidad social. Pero es también una irresponsabilidad política tratar de encubrir las cifras para camuflar y mantener unas circunstancias negativas para la salud de todos. Una vez más, una epidemia como esta no es una cuestión individual, de derechos individuales, sino de responsabilidad colectiva. Y es aquí donde se falla según las mentalidades. Los que consideran que se violan sus "derechos" porque se restringen sus movimientos o por que deban llevar más carillas, podrían decir lo mismo de los semáforos o de las calles de una única dirección, ¿por qué no?

El individualismo no tiene sentido en algo que se basa en el contagio, que compete al grupo. El problema es el pensamiento individualista, que en este caso se vuelve peligroso e insolidario. Esta enfermedad es muy amplia en sus síntomas y caprichosa en sus víctimas. No nos iguala a todos, dando mayor riesgo a unos que a otros en función de aspectos biológicos, pero también sociales. Extrema las diferencias económicas porque los ricos tienen más metros cuadrados a su alrededor que los que viven hacinados en pisos de barrios humildes; se ceba más en los que tienen que arriesgarse a trabajar en condiciones de precariedad frente al que vive de las rentas o tiene ahorros suficientes.

En Madrid, tengo la impresión, que se está priorizando a los que más pierden con la pandemia y no a los que más sufren por su causa. Es la prioridad económica, que ha buscado todo tipo de subterfugios en diversas partes del mundo para negar lo evidente y llegar a cambiar los números para camuflar los intereses reales tras las decisiones. Pero, por favor, no utilicen el nombre de todos los madrileños para justificar lo que les parece prioritario. Nada hay más prioritario que las vidas humanas. La economía se recuperará —si son capaces de cambiar este modelo de sociedad basada en el consumo turístico y el ocio en cualquiera de sus variantes hacia un modelo industrial y tecnológico—, pero nadie recuperará ni las vidas perdidas ni el dolor causado.

El camuflado de las cifras cambiando de método contable es una argucia indigna. En estos momentos se debate en el parlamento la situación de Madrid y la lucha seguirá más tiempo. Deben dejar de poner a los ciudadanos como escudo o como excusa. Especialmente cuando no se han tomado medidas para su protección y ha tenido que ser la sociedad la que tomara sus propias medidas; cuando no se ha mejorado la situación de los sanitarios, que siguen en cuadro, agotados y hartos; cuando no se han dotado a colegios, institutos y universidades de recursos para enfrentarse a la situación, etc. Lo único que les ha preocupado ha sido la situación del Aeropuerto de Barajas. No la situación del metro de Madrid ni de los autobuses... y un largo etcétera de casos en los que se esperaba una acción clara que no llegó.

Puede que las cifras madrileñas hayan cambiado, pero no lo ha hecho la realidad, que solo se mueve por acciones personales, sociales e institucionales. Cada una de ella tiene sus cumplidores, sus negacionistas y sus indiferentes. Pero las instituciones no se pueden permitir jugar con fuego porque tienen una responsabilidad que va en su función y en su elección, proteger a todos y no solo defender a algunos. 

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