domingo, 4 de octubre de 2020

¿Quién ha infectado a mi presidente?

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Sano o enfermo; muerto, vivo o mitad y mitad, Trump sigue siendo el centro. No es que juegue con blancas, es que el tablero es suyo y el contrario juega con las fichas contrarias. Trump no es un político, es un espectáculo, uno continuo, sin paradas, un show de improvisación, un larguísimo monólogo sobre el escenario de los Estados Unidos, del planeta entero. Cuando habla, se comenta lo que dice; cuando calla, todos se preguntan por su silencio. 

Los Estados Unidos siguen divididos con Trump. Están los que se lo han tomado por la vía transcendental el momento que vive el país; son los que piensan en la "seguridad nacional" y en los mecanismos constitucionales, en cómo afectaría a las elecciones en su recta final. Están también los que ven en su caso una enseñanza moral, una fábula con moraleja. Finalmente, están los que se carcajean sin límite inundando las redes sociales con memes, chistes y recordatorios de la arrogancia, ignorancia e imprudencia del presidente convaleciente. Unos dicen lo que piensan, mientras otros lo callan. Y otros hablan más de la cuenta.

Trump ha estado responsabilizando a China por el virus, lo que ha hecho que este se percibiera como una especie de "ataque" a los norteamericanos, el país que —por sus propias decisiones sobre cómo manejar la pandemia— está en el número uno mundial de contagiados y muertos. El narcisismo trumpiano se ha extendido a una parte de los Estados Unidos y esto les permite imaginarse una especie de plan conspiratorio cuyo golpe final era el contagio de su presidente.

En la CNN, James Griffith nos cuenta cómo en China se ha tratado de moderar la respuesta al contagio de Trump, la primera dama y algunos miembros cercanos de su staff. Según algunos medios, son las alegrías tomadas en la presentación de la nueva jueza candidata al Tribunal Supremo. Lo han establecido viendo la proximidad de unos y otros durante la ceremonia. En China se estaría controlando la respuesta popular ante la enfermedad de Trump para evitar incidentes diplomáticos, nos dicen. 

En Estados Unidos, por el contrario, señalan algo más preocupante: 

Yet that seems unlikely to change. Trump could now take an even harder line on China, further leaning into the narrative he has already established that Beijing is ultimately to blame.

Some on the US right are already using Trump's diagnosis to do just that. Republican Sen. Kelly Loeffler tweeted Friday that "China gave this virus to our President," adding "WE MUST HOLD THEM ACCOUNTABLE." Blair Brandt, a Trump campaign fundraiser, claimed the "Chinese Communist Party has biologically attacked our President," while US Rep. Mark Walker, ranking Republican member on the House Subcommittee for Intelligence and Counterterrorism, asked "is it fair to make the assessment that China has now officially interfered with our election?"* 

Si hay algo peor que Trump sean probablemente los trumpista. La expresión "ser más papista que el Papa" les cuadra bien. En el fondo, son sus hijos intelectuales, forzando mucho la palabra.

Como es tradicional en estos casos de fanatismo, se deben retorcer los hechos para que encajen en las estrechas y rígidas mentes. Lo decíamos hace un par de días, los fanáticos derechistas de los Estados Unidos acabarían fabricando sus propias conspiraciones y la enfermedad del presidente, debida a su propia necedad imprudente, es el broche mental que les permite seguir justificando lo que no pueden aceptar, su propia responsabilidad.

Trump pasó de la indiferencia al negacionismo. Hay más de 200.000 muertos en los Estados Unidos que le pueden ser adjudicados como responsable de políticas dirigidas a negar, pese a las evidencias, la importancia o el alcance del virus.

No deja de ser sorprendente que aquellos países en los que se ha negado la pandemia sea donde más muertos se han cobrado y, además, sean los más beligerantes contra China ya que se da la ¿extraña coincidencia? de estar gobernadas por populistas de ideología derechista.

Trump tenía una guerra contra China desde mucho antes que saltara la cuestión del COVID-19, pero solo cuando ya no pudo contener la evidencia de su ineptitud empezó a responsabilizar a China y a construir las conspiraciones cuyo único objeto era aislarla para beneficiarse en su guerra económica.

Los problemas de Trump con China no tienen nada que ver con la ideología sino con un hecho: China no ha cumplido el modelo de fracaso económico que se había diagnosticado al modelo comunista, entre otras cosas, porque no es lo mismo "ser comunista" que "estar gobernada por el PCCh". Con China no ha ocurrido lo mismo que con la Unión Soviética, una potencia que se desmoronaba ante la presencia de los Estados Unidos y Europa. China es ya la segunda potencia económica mundial y ha dejado de ser la mera fábrica de Occidente, sobrepasándolo en muchos terrenos punteros de la tecnología y la Ciencia, y con un mercado propio que ha ido aumentando su poder adquisitivo.

16/04/2020

El hecho de que China haya celebrado el fin de la pandemia gracias al esfuerzo del pueblo chino, que se ha sacrificado (¿cuándo aprenderemos a diferenciar a los pueblos de sus gobiernos?) fuertemente desde el principio para poder controlar la pandemia, algo que no han hecho aquellos que han estado más preocupados por la economía —una economía que no han logrado salvar— que por la vida de las personas. Todavía seguimos escuchando estupideces neoliberales sobre derechos que lo único que encubren es el miedo a las pérdidas económicas de personas y sectores, capaces de sacrificar las vidas de los que hagan falta, como quedó en evidencia en Reino Unido con la idea (que muchos no dicen pero cumplen) de la "inmunidad de rebaño", concepto derivado de los animales, pero de enorme crueldad si se aplica a los seres humanos.

La situación de movilidad mundial que tenemos es un semillero de infecciones futuras. El mundo se ha hecho instantáneo, pequeño al poderse recorrer en unas pocas horas, lo que hace que cualquier enfermedad se transmita con los efectos que vemos en muy poco tiempo. Son efectos colaterales de las interacciones internacionales del comercio y del turismo, básicamente. Los productos viajan de un extremo a otro del planeta; las líneas comerciales recorren el mundo en aviones, barco y trenes. hay grandes centros de concentración que sirven de nodos de redes de comunicaciones; hay ciudades de las que entran y salen millones de personas cada día gracias a los transportes de alta velocidad que permiten trabajar en una ciudad y vivir a dos cientos kilómetros de distancia, cubiertos en poco más de una hora.

Por otro lado, el maltrato dado al planeta, a su fauna (que ve reducido sus hábitats) o a su vegetación, los cambios extremos en la meteorología, con sequías, inundaciones, fuertes tormentas, etc. contribuyen a que nuestro entorno sea cada vez más agresivo desde múltiples dimensiones. Acumulamos, además, reacciones alérgicas, pérdida de defensas, vidas más alargas y achacosas, obesidad, estrés, problemas respiratorios por la polución, el tabaco, emisiones de todo tipo, vertidos accidentales, quemas de bosques, talas incontroladas, expansiones urbanas...

La crisis que tenemos es la del parón de una economía basada en el movimiento. Pero la guerra económica con China a la que Donald Trump ha tratado de lanzar al mundo contra China no es más que la frustración por la pérdida del dominio norteamericano, basado además en el papel de gendarme del mundo, es decir, un poder militar que es el que Trump ha estado fomentando a través del miedo con la creación de puntos calientes de fricción por todo el globo, de Oriente Medio a los mares de China.

La obsesión china de Trump ha calado bien en todo el electorado norteamericano porque afecta a todos, ya que les da una explicación sencilla de porqué se ha producido la decadencia del país. Para justificarla se recurre a todo tipo de argumentos. El preferido de Trump inicialmente eran los malos negocios que habían llevado a cabo los presidentes norteamericanos anteriores a él, todos muy malos negociadores, ¿lo recuerdan? El ego de Trump le hace percibirse como aquel que viene a arreglar los débiles acuerdos del pasado. Hay que temer a Estados Unidos para negociar bien, por eso lo primero es romper acuerdos, salir de foros internacionales, etc. La segunda fase es regresar con amenazas, con presiones, con conflictos en el horizonte, habiendo destruido los mecanismos de acuerdo. Europa lo ha padecido desde la OTAN, que llevó a que algunos países plantearan la necesidad de un ejército europeo armado con material europeo, lo que llevó a la ira de Trump, cuyas presiones tenían como objeto favorecer a la industria de armamento de su país, ahora centrada en la venta de armas a los países de Oriente Medio (Arabia Saudí, Emiratos), creando un nuevo foco de conflictos al presionar a Irán aislándolo y sacándolo de los acuerdos tan duros de conseguir anteriormente.

Pero el verdadero objetivo es China, a la que ahora se pretende responsabilizar de la ignorancia suicida y narcisista de Trump, víctima de sí mismo. La creación de focos de conflicto con China no cesa. La prensa norteamericana se ha dejado llevar en gran medida por Trump y ha creado una nueva guerra fría mediática cuya función es distraer de los hechos reales, que el mundo ya no es el mismo que era después de la guerra mundial, que fueron los propios Estados Unidos los que impusieron la globalización, fue su capitalismo el que eligió a China como fábrica más barata y se transformó en centros de investigación y sector servicios, algo muy sensible a dos cosas: recortes neoliberales y parones como el de la pandemia.


En China se pasó, en menos de treinta años, de la locura de la Revolución cultural a ser la segunda potencia mundial. A Estados Unidos le asusta no disponer de argumentos para explicar lo que la teoría negaba, el éxito económico chino y su transformación en potencia económica, un caso insólito teniendo en cuenta el punto de partida. El crecimiento norteamericano, en cambio, se produce tras el desastre mundial de la II Guerra Mundial, con una Europa devastada y una potencia, la Unión Soviética, que se había comido la mitad del continente, necesitada de protección, ante un aliado que que quería aprovechar y quedarse con todo el pastel. Entre ambas, se repartieron el mundo. Ahora estamos en un escenario muy distinto.

Pero lo ocurrido en China no es la explicación simplista de lo ocurrido en los Estados Unidos, cuya pérdida de influencia se debe a sus propias políticas y errores estratégicos. La soberbia de Trump no es la única causa, pues viene de antes. Trump ha sido el que ha recogido el malestar y el rechazo. El problema es que la solución de Trump pasa por la creación de conflictos y la presión para obligar a comerciar con los Estados Unidos, a practicar el proteccionismo económico, como ya padecen muchos países cada vez que se relacionan con alguien que no les gusta. Es la forma de cortar los lazos y crear de nuevo una política de bandos enfrentados donde todos dependan de su paraguas protector, que esta vez tendrá un precio muy elevado.

Los intentos de responsabilizar a China, incluso de pasarle una factura de daños económicos por la pandemia, ya tenía sus adeptos gracias a las afirmaciones  de Trump. Pero ahora van más allá. Responsabilizar a China de "infectar" a su presidente es una especie de declaración de guerra que, hasta el momento, solo tiene un contendiente los Estados Unidos de Trump, que ha jugado con una peligrosa retórica a la que Europa trata de no dejarse arrastrar por motivos evidentes.

Trump se ha infectó porque es Trump. Los que se han infectado en esa reunión es porque no querían quedar mal ante él llevando mascarilla; porque se abrazaron y besaron, porque —en resumen— siguieron la estupidez del líder hasta el límite de la prudencia y lo traspasaron. Llama la atención en la reunión ver a los periodistas mayoritariamente con mascarillas, al fondo, mientras que los que estaban en las primeras filas no querían que su presidente se perdiera gesto facial alguno de su admiración y felicidad por compartir aquel momento con ellos. La fidelidad se paga. Toda la prensa norteamericana da imágenes y gráficos de la posición de las personas en los actos de presentación de la jueza. Se ven imágenes en las que las caras de satisfacción por estar allí y poder estar cerca de sus jefes, queridos y admirados. Hay colas para saludarse, estrujarse en una competencia de intimidad. Si llevo mascarilla, ¿cómo van a saber que he estado allí? 

Ahora los fieles quieren responsables. Sin embargo, lo han tenido siempre delante sus narices. Algunos podrán presumir, si sobreviven, de haber sido infectados directamente por su amado líder, un gran honor.  

* James Griffiths "Trump has repeatedly blamed China for a virus that now threatens his health. This will make Beijing nervous" CNN 3/10/2020 https://edition.cnn.com/2020/10/02/asia/trump-china-coronavirus-intl-hnk/index.html


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