jueves, 22 de octubre de 2020

Perimetrados, lo importante es lo que ocurre dentro

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


I

Nadie ha estado más aislado y "perimetrado" que aquel barco, el Diamond Princess del que ya no se acuerda nadie, que Japón tuvo retenido frente a uno de sus puertos al comienzo de la pandemia. Aquello sí que era un perimetraje. Y ningún japonés se contagio, desde luego, pero sí que se produjo un desastre en su interior donde los casos se multiplicaron. De vez en cuando nos llegaban imágenes de los niños corriendo por cubierta o de la gente llamando por sus teléfonos —atendiendo periodistas, informando a casa, matando el aburrimiento— desde las terrazas de cubierta o asomados a las ventanas de la nave. En un momento, el Diamond Princess llegó a tener la mitad de los casos de contagiados fuera de China, es decir, en el resto del mundo. Las críticas llovieron y eran obvias. Los protegidos estaban fuera, pero dentro la enfermedad se extendía imparable porque no se molestaron en tomar medidas de separación. El triste destino de los sanos era esperar a que les llegara el coronavirus; era cuestión de tiempo. Y así ocurrió.

Ayer, los programas informativos de las diferentes cadenas hablaban de la eficacia de los "confinamientos". Le pongo las comillas por un confinamiento del que se puede salir para ir a trabajar, salir para ir a estudiar u otras causas justificadas, deja reducido a su mínima significación el concepto en muchas ciudades o incluso Autonomías enteras en las que se han visto decretado este estado. No se puede entrar o salir, dicen, pero muchos lo hacen. Una de las críticas a las medidas de la cuarentena del Diamond Princess fue precisamente que los norteamericanos sacaron de allí a sus compatriotas, por lo que esparcieron el coronavirus en su propio territorio. En febrero de 2020, ¡tan lejos!, no sabíamos mucho del contagio, de los asintomáticos, etc. por lo que se empezó a adquirir triste experiencia. Pero el sentido común suele escucharse poco en casos como estos.

En la busca de soluciones que reduzcan nuestras escandalosas cifras, a la vanguardia negativa de Europa y recién entrados en el Club del Millón, el de los países que han sobrepasado el millón de contagiados, las autoridades de todo pelaje y nivel tratan de resolver su propia infección, la de la discordia y, sobre todo, el pobre espectáculo que están ofreciendo respecto al comportamiento del coronavirus en nuestras tierras.

Como bien señalaban algunos expertos preguntados, el confinamiento sirve de muy poco si no se acompaña de otras medidas. Pero la crítica, una vez que se inicia, acaba devorando cualquier medida. Lo mismo ocurría ayer con el contraataque de la hostelería. Levantan airados los documentos en los que dicen que los contagios en su sector son los mínimos, lo mismo que ocurre con todos los demás: la cultura es segura, las escuelas son seguras, las universidades son seguras, el turismo es seguro, el comercio es seguro... Pero, si todo es tan seguro, ¿dónde se contagia la gente?

Y es aquí donde se hace de la necesidad virtud. Siguiendo la "norma Trump", el problema viene de hacer tanto test. Ojos que no ven... Con un mal seguimiento, una mala trazabilidad, sin aplicaciones de seguimiento, sin personal que rastree, no se sabe de dónde llegan los virus ni hasta dónde llegan. Solo sabemos que llegan enfermos a los hospitales, que se mueren en las residencias, etc., pero desconocemos realmente origen y límites, quién y hasta dónde, datos esenciales para establecer en qué ámbitos se produce el contagio. Lo que sabemos está determinado por la calidad de los datos, que son bastante deficientes, pero que elevamos a verdad absoluta si permiten alejar las sospechas de nuestro sector específico. Esto ya se denunció por los expertos en la "nueva contabilidad" de la Comunidad de Madrid para reducir sus cifras oficiales de contagiados. Una redefinición del contagiado y sobre todo del "contacto" y del grado de relación nos hace tener unas cifras engañosas. Pero no se trata de que sean "verdad", sino que nos favorezcan en la tarea exculpatoria en la que se han metido los diferentes sectores, destrozados por los efectos del coronavirus o de las medidas.

Es de sentido común que si se deja a la gente circulando libremente en el interior del perímetro, lo que se produce es una intensificación de los contactos. El cierre de la hostelería, es cierto, hace que aumente el número de reuniones privadas, dirección en la que todos apuntan porque es la única que es prácticamente imposible de controlar.


Lo malo es que esto se está planteando como un juego de "tú prohíbes, yo paso de ello". Es el placer de la transgresión. Basta que me distancien para que yo me junte. ¿Qué otro sentido tienen los cientos de botellones que cada fin de semana hay que desmantelar en todas las ciudades? El escándalo de las ciudades universitarias se ha producido con la llegada de los estudiantes al comienzo del nuevo curso. Lejos de sus casas, todo es ya posible. Perciben como un riesgo bajo frente al disfrute. Pero la cuestión va más allá de las aulas. Los grupos se organizan para entre clase y clase seguir su vida social. Se separan en el aula, donde mantienen la mascarilla; pero salen y se agrupan, compartiendo el saludable humo de sus cigarros a pocos pasos del edificio.

En el transporte público, en el metro, da igual que la megafonía repita una y otra vez que solo se admite una persona en los ascensores. Veo cada día cómo entran 8 o 10 personas a la vez. Nadie quiere esperar al siguiente o molestarse en subir por las escaleras mecánicas. Lo mismo se puede decir de los asientos, donde a la inicial separación dejando asientos vacíos, le sigue ya una ocupación total, solo aliviada por la menor presencia de viajeros a algunas horas debido al teletrabajo. Lo mismo puede decirse de los autobuses o trenes. ¿Cansancio, aburrimiento, indiferencia?

Todo esto (y mucho más) se da dentro de nuestras ciudades perimetradas, por lo que es lógico que la medida tenga sus cuestionamientos. Como en el Diamond Princess, ¿de qué sirve no dejar salir si se contagian los de dentro? Y ese es el fallo, en última instancia no es el trabajo, no es la hostelería, etc. Somos nosotros, las personas las que no cumplimos. Hay que decirlo con claridad. No es el coronavirus el que nos engaña, el muy ladino, somos nosotros —esa orgullosa mayoría— la que impone su fatalismo y comodidad, su egoísmo e ignorancia.



 II

Hace unos minutos, en Telemadrid nos mostraban grandes aparcamientos vacíos, lugares donde antes era imposible aparcar. Las zonas de oficinas se han visto afectadas por el teletrabajo. No son solo el aparcamiento. Los bares de la zona, nos dicen, servían una media de 60-70 comidas diarias; ahora apenas llegan a 15-17, nos informa una camarera. En cambio, nos dicen que el sector de la fabricación de sillas ergonómicas se ha disparado. Si tienes que estar trabajando desde casa, la gente no quiere padecer dolores de espalda. Ayer nos hablaban de otro sector en alza, el de los muebles. Al estar más tiempo en casa, lo que antes se gastaba fuera ahora se dedica a tener sofás y sillones más cómodos, pantallas de televisión más grandes, más ordenadores para la familia, etc. Los hoteles, nos han enseñado en ocasiones, alquilan sus habitaciones como oficinas o espacios para reuniones. No hablemos del sector de la informática, con agotamiento de ordenadores y otros dispositivos de contacto. Pero se escuchan más los lamentos que las alegrías. Vaso medio lleno o medio vacío.


El dramatismo de muchas situaciones surge de la incertidumbre, el mayor inhibidor de la inversión. ¿Cuánto durará esto? ¿Es una lucha o una redición provisional a la espera de una vacuna? De esta pandemia hay varias cosas que se pueden sacar como conclusiones: a) no se combate con eslóganes (¡saldremos mejores!, ¡todos unidos!, etc.); b) hay que invertir más en investigación, sanidad y educación, como sectores públicos porque la tendencia privada es a mínimos; c) la responsabilidad individual es esencial, por lo que es ahí donde hay que intervenir; d) hay detectar a los infectados y a sus contactos, pero también a los irresponsables y sus compinches; y e) sin unidad política todo es desperdicio, por lo que hace falta liderazgo responsable y leal a la verdad. Esto último es lo que estamos ponderando en líderes que no son solo gobernantes, sino que con ejemplo, claridad y sinceridad se enfrentan a la realidad llamando a las cosas por su nombre y mostrando decisión. Es lo que estamos admirando en aquellos países en los que ha habido personas que han sabido asumir su papel en este momento histórico. Lo demás es pose, demagogia e irresponsabilidad.

Finalmente, es verdad que una sola medida no combate la expansión. Quizá sea porque una sola medida no es suficiente para contenernos en nuestras debilidades. Hace falta más responsabilidad social, más conciencia grupal. Eso significa más y mejor concepto de la ciudadanía, una variable que no se suele barajar, pero esencial. Hay gente que es incívica. Lo es por motivos como el mal ejemplo de sus dirigentes, una educación ciudadana deficiente y un sentido insolidario de las situaciones, egocentrismo de unos y otros en último término.

Ninguna medida funcionará por sí sola; ni el confinamiento ni ninguna otra. Ninguna lo hará si no ponemos empeño y sacrificio en esta durísima batalla donde el coronavirus tiene como aliados el aburrimiento y la falta de responsabilidad de muchos. Las autoridades ya se conforman con reducir las cifras, con contener el avance, tal como ocurrió en marzo, para que no se llenen los hospitales. Pero poca visión hay tras esto. Fatalismo e irresponsabilidad son factores que no ayudan. Es asombroso que nuestros problemas sean la llegada de "puentes", qué va a pasar con Halloween o cuántas personas se podrán poner a la mesa en Navidad; que los focos de infección sean botellones y reuniones festivas, ascensores llenos, grupos de fumadores callejeros echándose el humo unos a otros o cualquier otra situación que está en nuestra mano evitar.

Lo importante del aislamiento es, como en el caso del Diamond Princess, lo que ocurre dentro del perímetro, que se convierte en una trampa si no se toman las medidas adecuadas. Cuando se vuelve a abrir es peor que lo que había. Los "toques de queda" que se avisan tampoco sirven de muchos si la gente se reúne en sus casas, lejos de la vista. Y así una medida tras otra; carecen de sentido si no se quieren cumplir realmente y ha esa conciencia de su necesidad. La llamada desescalada ha sido realmente una fase de expansión brutal del coronavirus. La gente salió del toril tras el encierro y se encontró con que "todo era seguro". Ahora lo pagamos con nuestras tristes cifras y, peor, nuestras actitudes displicentes. Los espacios son seguros si todos cumplen las normas. El caso del buque británico fue resultado de un solo pasajero; tardaron varios días en notificarlo al pasaje, lo que hizo que la placentera vida del crucero no se interrumpiera, ¿por qué renunciar a bailes y diversiones en grupo? Luego fue demasiado tarde, un cierre sin medidas, un mundo aburrido que había que animar.

Exceso de confianza, demasiados eslóganes grandilocuentes y la debilidad del que no puede prescindir de nada, donde todo es muy importante y se pierde el sentido de aquello que realmente lo es. Las medidas básicas están claras. Si no se cumplen, estaremos como el Diamond Princess, aislados y contagiándonos unos a otros hasta que llegue la vacuna milagrosa que siguen prometiendo y que tardará en llegar.

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