Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Por mi parte, la pregunta es la siguiente: ¿cómo es posible que, pasado este tiempo, sigamos haciendo preguntas tan absurdas? Eso sí, no la dirijo a ninguna autoridad, ni siquiera a quienes, con evidente buena fe, las hacen una y otra vez. Se transmite un erróneo sentido de la "seguridad". Es algo que no sabemos y que no sabremos por mucho que preguntemos este tipo de generalidades absurdas. Podríamos preguntar, con resultados similares, "si es más peligroso sentarse en las terrazas de los números pares o impares de la calle" o, ¿por qué no? ya puestos, "si es más contagiosa la familia política que la propia" o si lo son más las ciudades que empiezan por "M" que por "Z".
Lo
primero: hay que tener cuidado con las figuras retóricas. La "cultura" no puede ser "segura". No llamemos a una sala cinematográfica o a un teatro la "cultura". Uno se
puede contagiar en un museo, porque es un espacio donde podemos encontrarnos
con más o menos personas, que puede estar más o menos desinfectado y al que
podemos ir mejor o peor protegidos. Preguntar por la "cultura"
haciéndola equivalente a "espacios de cultura" es absurdo porque la cultura es
una, un concepto, mientras que los lugares (salas de conciertos, museos, cines, teatros,
etc.) tendrán cada uno de ellos su propio nivel de seguridad, por lo que
tampoco tiene mucho sentido generalizar sobre "si los teatros son
seguros" o no.
El
ejemplo del reciente escándalo del Teatro Real de Madrid nos muestra cómo se puede jugar
con las cifras diciendo que se vendió la mitad del aforo, con la pequeña
distinción que arriba, en el gallinero, estaban apelotonados, mientras que los
más pudientes melómanos de las primeras filas tenían un nivel de seguridad muy
distinto. Eso fue lo que hizo que se montara el escándalo. Es decir, como
sostenían los responsables del teatro, se habían mantenido las normas de
seguridad al vender la mitad del aforo, algo que podía ser cierto, pero desde
luego no era "seguro" para una gran parte del público, que se encargo
ruidosamente de manifestarlo. Un genérico "seguro" es muy engañoso y puede ser contraproducente. Cada espacio de cultura se debe ganar su certificado de seguridad, como cada terraza, restaurante, supermercado, etc. No vale un vacío sentido de la totalidad que encubra los defectos de algunos y diluya los aciertos de otros.
Se
puede jugar con los conceptos y las palabras, con las cifras, como comentábamos
ayer sobre la Comunidad de Madrid, pero con lo que obviamente no se puede jugar
es con el coronavirus, que es el que es y no atiende ni al diccionario ni a la
prestidigitación o malabarismos semánticos y estadísticos. Seamos serios, que es
mucho lo que nos jugamos.
Todos sabemos lo que debemos
hacer, pero son muchos los que no lo hacen porque no quieren. Es sencillo de
entender. Igualmente hay gente que paga sus impuestos y otros que buscan la
manera de no hacerlo o pagar menos de lo que deben; al igual que hay gente que
se salta los pasos de cebra...
Las preguntas absurdas producen respuestas absurdas y estas contribuyen a crear confusión y justificaciones de lo que se hace mal. La pregunta de la cultura sigue a las constantes preguntas que han estado rondando los medios sobre el turismo. "¿Es la comunidad X segura?" o "¿es la playa segura?". "¿Son el avión y el tren seguros?" han estado lanzando a la gente a confiarse. Detrás de ellas están muchas veces los intereses económicos de personas y sectores.
Hemos
padecido el doble movimiento del "#yo_me_quedo_en_casa" y del
"#yo_no_paro_en_casa". El sentido común nos decía que el virus seguía
ahí, pero la idea de "seguridad" sectorial, que siempre es afirmativa,
es lo que muchos deseaban escuchar y ha servido para que eso que llamaron erróneamente
"nueva normalidad" haya sido una trampa en todas partes. Pero
nosotros hemos tenido el dudoso honor de meternos de llenos en el problema a
más velocidad que los demás.
La
explicación es sencilla: la economía española necesita de este movimiento. Si
no llegaban los turistas extranjeros (un poco asustados y no tan fáciles de
convencer) había que ocupar sus puestos. El mercado tiene una forma sencilla de
hacerlo: el estímulo de la bajada de los precios. Muchos de esos que se
quedaron aislados en la India o en Ecuador o en otros lugares en la primera
fase de la enfermedad viajaron hasta allí aprovechando las "increíble
ofertas". Tenían un mecanismo justificativo de la imprudencia que les
motivaba con que "todo era muy seguro". El argumento se lo repetían
en las propias agencias para venderles los billetes cuando tímidamente
preguntaban si el lugar a donde iban "era seguro". ¡Por supuesto! ¡Faltaría más!
Ayer mismo, en un canal televisivo, se nos mostraban las "increíbles ofertas" de Benidorm, con gente que había ido a pasar el puente del Pilar y habían decidido quedarse ante las "increíbles ofertas". Todo es seguro y que no se atreva nadie a decir lo contrario.
La
pregunta deja de ser tan "tranquilizadora" cuando se la hacen otros:
"¿es España segura?". Y menos cuando, injustamente o no, responden de
forma que no nos gusta, con los datos en la mano.
Hay que preocuparse menos de hacer campañas y más de asegurarse que los locales y actividades cumplen las normas, al igual que el comportamiento público. No hay cultura segura, sino lugares seguros, controlados, con actividades bien planificadas y con personas responsables. Lo demás es tirar el dinero. No basta con repetir eslóganes y lanzar campañas. Hay que apoyar al que cumple, gratificándolo, mientras que hay que hacer lo contrario con aquellos que arriesgan la salud de los demás. Menos retórica y más inversión en seguridad.
Esas campañas rotundas y genéricas no sirven de mucho, por no decir de nada. La enfermedad es concreta, en el espacio y el tiempo. Varía en función de sus condiciones y de nuestras actividades en el espacio concreto en que uno se contagia. Todo lo demás, no sirve y puede ser contraproducente.
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