Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El artículo en la BBC recoge algunos apartados sobre la valoración mundial que se hace de Trump. La verdad es que el mundo no tiene una buena opinión del presidente, lo cual es bastante natural dado lo que ha hecho por él.
En el apartado de la "confianza", la opinión de los países en los que se ha preguntado, entre ellos España, no puede ser peor. Es, como decimos, un resultado basado en lo que se ha sembrado. Trump ha hecho que los líderes mundiales odien reunirse ante lo que tenían que aguantar con él. Las reuniones internacionales, si se mira un poco, se han ido convirtiendo en inútiles y han dejado de celebrarse, pese a los grandes problemas mundiales, que Trump, por cierto, niega o minimiza, tal como el coronavirus o el cambio climático.
Curiosamente, en España se ha criticado a Trump más por lo que hace en los Estados Unidos que por lo que nos afecta directamente. Nos hemos escondido detrás de Europa para no enfrentarnos directamente. Quizá sea porque seamos muy conscientes de nuestras (pocas) fuerzas. Las minorías de inspiración trumpista del mundo, como ocurre en España, copian sus alegatos, que son más absurdos aquí en los mismísimos Estados Unidos. Puestos a copiar, deberíamos elegir algo con más sentido. Pero cada uno da de sí lo que puede. De donde no hay, poco se puede sacar. Pero a Trump le han salido admiradores, de Nigel Farage a los de Abascal por estos lares. Hay otros sueltos por Europa que ahora se verán en dificultades si Trump, como apuntan los datos, sale de la Casa Blanca hacia alguno de sus resorts deficitarios.
La crisis con Europa ha sido lo suficientemente intensa como para haber tenido algo más de contestación. Sin embargo estamos tan absortos en nuestra pobre y gritona política interior que ya no sabemos distinguir lo que realmente nos preocupa. Nos han tenido tan mareados los problemas catalanes, especialmente, que la política exterior casi se ha dedicado a tratar de frenar (con poco éxito) las andanzas de Puigdemont por Europa y las reacciones a sus burlas en países como Bélgica, Holanda o Francia que a otra cosa. La verdad es que desconozco cuál es la política exterior española más allá de las broncas a cuenta de Venezuela. La política española es paleta e implosiva. La noticia, hace unos días, de que en el exterior algunos nos consideraban un "estado fallido", da cuenta del retroceso amplio de la valoración española que ha pasado de ser modelo mundial de la "transición" de una dictadura a una democracia a ser considerada un modelo de transición de una democracia al caos y la mala educación, dos aspectos definitorios de nuestra política actual también llamada la "nueva política" como otros llaman "nueva normalidad" a esta expansión del coronavirus. Vamos altivos hacia la nada o, peor, hacia la insignificancia ruidosa.
Trump, por el contrario, representa el autoritarismo ruidoso que ha enganchado a una parte del pueblo norteamericano mientras que ha puesto los pelos de punta al resto. La nueva forma de hacer política (no confundir con la "nueva política", creación doctrinal española) pasa por el ruido autogestionado, concepto que debería sumir en sesudas reflexiones a los teóricos, pero están desbordados por los pseudo acontecimientos que los políticos como Trump les crean para su natural deleite y ocupación. Trump siempre ha ido por delante, dejando pistas engañosas, entretenimiento para cubrir sus carencias que, visto desde su perspectiva son virtudes "enormes".
Trump, un presidente racista, pero acaba de decir públicamente, por ejemplo, que es el menos racista de todos los asistentes en cualquier sala en la que se encuentre presente. Ha dicho también que es el que más ha hecho contra el racismo "posiblemente" (es importante el detalle) desde Lincoln. También ha proclamado, en el mismo sentido, ser el mayor feminista, aunque tras el debate su esposa no quiera ni cogerle la mano, y las mujeres lleven manifestándose contra él desde el día en que entró en la Casa Blanca. Con Trump, todo es grande; no puede ser de otra forma. Los autócratas mundiales, como ha ocurrido con Corea del Norte, pronto aprendieron a halagar su ego para recibir favores. Una recepción a lo grande, palabras grandilocuentes, desfiles militares... y Trump volvía encantado.
Trump ha hecho lo que él considera más importante en la política: correr ríos de tinta. En el caso de Trump, los ríos son como el Amazonas, el Mississippi o el Nilo. Con Trump, ya no sabes en qué asalto del combate te encuentras y es difícil que dé un golpe por encima de la cintura. Pero siempre dirá que ha ganado por KO, aunque lo haga desde el suelo.
La vuelta que le ha dado a su infección por el coronavirus es un ejemplo que debería enseñarse en las escuelas y seminarios políticos: de negar el virus a considerarlo un regalo divino para ayudarle a "comprender por dentro" el proceso de la enfermedad y decir que se encuentra mejor que antes, que es inmortal. Con Trump, todo es circo, aunque sea romano.
La velocidad de emisión de falsedades era superior a la de su investigación por la prensa, que ha tenido que crear equipos especiales de "fact check" para intentar demostrar que era mentira lo que decía. Un gano casi inútil si se tiene en cuenta que no tiene ningún sentido de la vergüenza ni del pudor. Ha descubierto que la mentira no es un vicio moral sino una inversión rentable y, lo que es peor, que los votantes aman las mentiras que quieren escuchar. ¿Quién quiere que le digan la verdad? ¿No es mejor que te digan que siempre tienes razón?
En este sentido, Trump es el político anti ilustrado, por ignorante y por pragmatismo. Ha demostrado que las mentiras no son grandes o pequeñas, sino rentables o no; que existen mentiras de usar y tirar, y que a las constantes se les llama programa.
Ha demostrado que no existen amores políticos, que cualquier colaborador puede ser defenestrado y vilipendiando en cuanto que entra en contradicción o desacuerdo con el jefe. Del amor al odio solo va una opinión contraria. El doctor Fauci ha sido llamado "idiota" cuando era alabado poco antes. Cuando salga de la Casa Blanca, el anecdotario que va a ver la luz será espeluznantemente cómico. Tendrán que crearle una lista específica de best-sellers para poder clasificar lo que se escriba sobre él.
La política de Trump la ha padecido el planeta. Las relaciones internacionales han retrocedido décadas, abandonando organismos esenciales para la coordinación mundial. Pero Trump no entiende la política exterior como una forma coordinada, basada en los acuerdos. Para él es una forma de dominación. El mundo es un gigantesco mercado en el que todo vale. No ha aliados, solo clientes y rivales. Se ha llevado mejor con algunos enemigos que con sus propios aliados, porque los convierte en súbditos exteriores, maltratados porque no tienen derecho a voto. La retirada de los organismos mundiales lo ha entendido como una liberación de compromisos, un actuar libre y prepotente. Se ha rodeado de gente cuyo interés era intentar imponer fuertemente una sumisión, recuperar la hegemonía norteamericana debilitada tras la Guerra Fría, con el ascenso de Asia, primero Japón y después China. Pero Japón era un país vencido y colonizado, mientras que China era lo contrario, un país en expansión económica continua y elevando su nivel de orgullo nacional por los resultados.
Trump cree que puede convertir al mundo en un escenario controlado y anti chino. Pero lo que ha creado es otra cosa. Japón, como Alemania, fueron reconstruidos con ayuda exterior: a China nadie le ha regalado nada. Y eso asusta porque ya no es una mera fábrica sin ideas —como se empeña en demostrar contra los hechos— sino un país puntero cuya estructura autoritaria se refuerza desde que está Trump debido a los ataques constantes, previos al coronavirus.
Para Trump el mercado se basa en la fuerza y la fuerza primaria es la militar. Ármate y vende armas a los que las necesiten es su lema. La necesidad la crea él al impulsar viejos y nuevos conflictos, destruyendo las vías de diálogo. Para él, un conflicto armado es una oportunidad de mercado o una oportunidad de influencia en la zona. La política de retirar tropas se complementa con el aumento de las ventas de armamento, como ha hecho en Oriente Medio, donde ha hecho buenos negocios apoyando a los saudís y a sus aliados. Para poder hacer eso, primero rompió los acuerdos con Irán y amenazó a Europa si trataba de mantenerlos. La amenaza es su arma y la desestabilización su negocio; todos le compran armas, dando acceso a una tecnología militar que antes no se ofrecía, pero Trump da la oportunidad de renovar el parque militar adquiriendo nuevas armas.
Si Trump sale finalmente de la Casa Blanca, habrá dejado el país con una división como no existía desde la Guerra de Secesión. Ha lanzado a unos norteamericanos contra otros, y a todos contra sus vecinos, de México a Canadá. Les ha hecho renegociar acuerdos imponiendo sus demandas, pues no hay muchas alternativas con un vecino así. Ayer mismo defendía que los niños separados de sus padres en la frontera, estaban en lugares más limpios. Lo dice después de haber dicho que los inmigrantes llegaban a USA desde "pozos de mierda". La tesis de la limpieza ha sido sostenida involuntariamente por la primera dama, en grabación telefónica de una ex asesora personal. Muy harta debió quedar. Es solo un detalle, puesto ahora sobre la mesa de los debates presidenciales, y que muestra la falta de humanitarismo administrativo en un país habitualmente generoso. Esta forma perversa de intimidación, la separación de familias, se ha convertido en uno de los rasgos con los que será recordada la era Trump.
Trump ha jugado con el racismo. Lo ha hecho negándose a condenar lo condenable y loando lo impresentable. Lo hizo desde el principio y hoy los Estados Unidos han retrocedido hasta llevar de nuevo a la lucha en las calles con "milicias" paramilitares que baja a la frontera a matar mexicanos, como ocurrió en un par de ocasiones, o a "pacificar" las protestas "radicales", como ha hecho en otras. Ha querido usar al ejército norteamericano para apaciguar los conflictos que él mismo alentaba al evitar condenar los actos violentos de racismo combinados con la brutalidad policial. Desde que llegó, los racistas lo consideraron "su presidente", el que iba a reconocer el supremacismo blanco e iba a poner a las minorías en su sitio. Trump ha jugado con todo eso y la Historia lo recordará así. Más allá de sus seguidores, solo los humoristas le echarán de menos.
Podríamos seguir un campo detrás de otro. No creo que Trump haya sido bueno para casi nada que no sea él mismo, el centro de su política y de sus aspiraciones. No hay otra, como desvelan todos los que han pasado por su vida, su despacho o su cama. Los efectos sobre el mundo son negativos, mostrando que se puede llegar a la presidencia de los Estados Unidos, una democracia, y exportar autoritarismo, intransigencia y mentiras en tropel. Hay mucho Trump que, afortunadamente, no le llega a los tobillos. El mundo no lo podría soportar. La pregunta ahora es sobre las secuelas, los efectos secundarios, los imitadores, etc. y, sobre todo, cómo se puede arreglar tanto desaguisado.
Sí, Trump, sin duda alguna, entrará en la Historia. Cuanto antes lo haga, mejor para el mundo.
* Rebecca Seales "US election 2020: How Trump has
changed the world"
24/10/2020 https://www.bbc.com/news/election-us-2020-54541907
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