Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A la perspectiva
del blanco o negro, con la república y sus valores o contra ella, se añade otra
inédita que es la del colaboracionismo, a la que Francia —y muchos otros
países— no es ajena. ¿Por dinero?, se preguntarán horrorizados algunos. Parece
que el asesino, que desconocía la cara de su víctima, pidió a algunos alumnos
que se lo marcaran a cambio de dinero. ¿Ingenuidad? Quizá la simpleza de la
vida, en la que consigues lo que pagas.
En ABC
nos dicen:
Los investigadores creen que varios alumnos
señalaron a cambio de dinero al profesor Samuel Paty, asesinado el pasado
viernes junto a la escuela en la que trabajaba en la región de París, al
yihadista que lo decapitó.
El ministro de Educación, Jean-Michel
Blanquer, indicó este martes que «hay elementos que dejan pensar eso», horas
después de que se confirmara que también habían sido detenidos cuatro
estudiantes y que un quinto quedó rápidamente en libertad sin cargos, por las
sospechas de su implicación en el desarrollo del atentado.
En una entrevista al canal «BFMTV», Blanquer subrayó que si se verifica esa versión «sería de una extrema gravedad» y vendría a demostrar «la penetración entre los más jóvenes de una cierta visión del mundo», la del «islamismo fundamentalista», a través de las redes sociales y de ciertos organismos.*
No
sabemos quiénes han sido esos delatores, esos chicos de los que sí sabemos, en
cambio, dos cosas con claridad: saben el valor del dinero y no conocen el valor
de la vida humana.
La
cruzada de Macron contra el radicalismo islamista debería ampliarse más allá
pues son los valores de la escuela republicana los que han sido heridos en esa
doble vertiente, tanto por la violencia directa contra Samuel Paty, como la de
los jóvenes que vendieron su vida por probablemente menos de treinta monedas.
Con
estas informaciones, la conclusión del tercer párrafo del artículo de ABC entra
en la contradicción reduccionista de, si son "radicales", ¿por qué
necesitaban pedir dinero? y nos enfrenta al hecho crítico: si no eran, ¿fueron
colaboracionistas por el dinero? La hipótesis más benévola es la que les aleja
del radicalismo para centrarlos en una mezcla de ingenuidad, codicia y
estupidez, que no son precisamente los valores de la escuela republicana o no.
La
conclusión es que el asesinato, ejecución sumaria, del ciudadano Samuel Paty
deja al descubierto las grietas de nuestra educación. Es un ejemplo del
radicalismo, sí, pero también una demostración de que nuestros sistemas
educativos están fallando en valores precisamente porque son los valores lo que
nos están fallando en una sociedad cuyas fuerzas institucionales están siendo
sustituidas por esos laberintos de opinión que constituyen las redes sociales,
una forma de interacción incontrolada que afecta en muchas dimensiones y que, sin
duda, está formando la visión del mundo de una generación que crece con ellas
como una referencia.
El
concepto de aprendizaje o formación es más amplio de lo que nos gustaría. No
solo aprendemos en los espacios destinados a la enseñanza, como la escuela. Aprendemos
de todo lo que nos rodea y de todo lo que recibimos. Se suele plantear —y así
lo tenemos desde el siglo XVIII en que surgió la Pedagogía ante la necesidad,
precisamente, de formar "ciudadanos" con valores comunes— la relación
"familia-escuela" y lo que ocurre con las divergencias.
El
asesino de 18 años procede de un entorno en el que la familia lo es todo —han
sido detenidos— y en el que la verdadera escuela es la combinación de la
mezquita y la escuela coránica, cuyos efectos radicales han desembocado en su
acción criminal, para él heroica. Se ha cerrado una mezquita radical y se ha
detenido a un imán radical que lanzó a los que quisieran seguirle el mensaje
apuntando a Samuel Paty. Se ha detenido al padre radical que lanzó vídeos
contra el profesor. Es fácil actuar contra el radicalismo... cuando ya ha
actuado.
Pero el
problema que nos presenta el pago por la delación, por apuntar al profesor al
que todos sabían que estaban buscando, pues el incidente llevaba ya algún
tiempo, abre otras dimensiones, hacia el otro lado de la moneda. La
indiferencia que se deja comprar.
El caso
de la muerte de Samuel Paty abre una percepción nueva del problema más allá del
radicalismo. Si este último plantea el problema del fanatismo, en el otro
extremo está un mal muy peligroso, la indiferencia.
Los
homenajes sentidos por parte de alumnos, padres, vecinos, autoridades, grandes
manifestaciones, flores, etc. encubren también un problema más general, el de
la facilidad de conseguir que fuera señalado con un poco de dinero.
Macron
ha citado en la residencia a los responsables de las redes sociales para
exigirles más dureza con los grupos que las usan para expandir los mensajes de
odio, pero ¿qué pasa con esa indiferencia, ese cálculo económico que hace que
se señale a la víctima por pertenecientes a la comunidad que ahora le llora?
Necesitamos
la pluma magistral de alguien que haga el mismo examen del colaboracionismo.
Necesitamos la pluma de un nuevo Moravia para reescribirnos "El
conformista", los mecanismos psicológicos y sociales mediante los cuales
convivimos con la barbarie; necesitamos volver a plantearnos la indiferencia
del Mersault camusiano en El extranjero. Necesitamos... sí, precisamente eso
que nos falta, un rearme moral, una cultura que nos defienda ante la
indiferencia, el gran problema de una sociedad que se mueve por lo trivial
—algo que la pandemia está dejando en evidencia—, con las prioridades basadas
en el consumismo, que ve el mundo desde la plácida atalaya de un bar, sin ver
más lejos. Y solo el interés nos saca de lo trivial, no los principios o
valores. ¿Por qué no dejó la escuela clara su actitud cuando comenzaron los
ataques? ¿Por qué siempre las manifestaciones son post mortem?
La lucha de la sociedad francesa, como todas nuestras sociedades, es precisamente que esa indiferencia interesada, movida a golpe de atención, de griterío, de insultos en las instituciones que debería promover el respeto, la dignidad y los valores comunes, promueven lo contrario. Frente a esta indiferencia controlada, dirigida por el consumo, tenemos un creciente movimiento de radicalización, dogmático y con vocación de martirio, alentado por furibundos teóricos que lanzan sus fatwas —como ahora sabemos que se hizo contra Samuel Paty— pidiendo "cabezas" a sabiendas que les traerán cabezas.
Si no exportamos democracia, importaremos radicalismo. Por eso es tan importante abrazar menos dictadores y apoyar más a los que creen en las libertades. Lo que vemos en el mundo es el aumento del radicalismo, del autoritarismo, de los populismos que usan la religión como arma y argumento para cimentar la identidad y asegurarse el control del dogma, que es la puerta de la obediencia ciega.
El problema francés, como el de todos, es la erosión de la institución, de la convivencia, de los valores, creando un mundo laxo, que se mueve a golpe mediático, sin liderazgo claro, sustituido por esa figura del "influencer" parlanchín y resultón, aspiración de millones de jóvenes, deseosos de ser pagados por ser ellos mismos, por más que sea detrás de una necesaria máscara social.
Los radicales del mundo se ríen de las democracias; se ríen de su debilidad, de sus disputas, de su falta de acuerdo interno. Frente a esto, ellos plantean el valor del dogma, la sanción de la disidencia y la reunión de todos los poderes en una sola mano. Y no les va mal: controlan lo suyo y desbaratan lo ajeno aprovechando esta indiferencia generalizada, que solo actúa a golpe de emoción tras un atentado. Ganan terreno. Saben que hoy los franceses están en las calles, pero que mañana estarán en su casa y será volver a empezar. La intimidación, las condenas de Al-Azhar, las fatwas lanzadas al viento para ver quién las recoge, etc. Va su prestigio en ello; no pueden manifestar debilidad y surge el doble lenguaje: la condena previa y el lamento posterior. Los radicales son siempre los otros.
Los
países radicales, anti democráticos, son tolerados porque tienen dinero para
comprar voluntades o para comprar armamento a quienes los producen. Los
intereses por delante de los principios. Un presidente de una democracia como
los Estados Unidos abraza sin sonrojo al príncipe heredero al que todos
responsabilizan del asesinato y desmembramiento de un periodista opositor. Que
los principios no te hagan perder un buen negocio. ¿Nos extrañará luego que se
pueda comprar la colaboración en un crimen anunciado por unos pocos euros en el
patio de una escuela, orgullo de la República?
Algo falla. No estamos suficientemente comprometidos con los valores con los que vivimos. Los damos por hecho, que son inamovibles. Pero los valores se debilitan cuando se dan por hechos. Samuel Paty enseñaba sobre el valor de la libertad de expresión. La realidad, desgraciadamente, nos ha mostrado lo que ocurre cuando se ejerce esa libertad en un espacio como una escuela. Hay que repensar muchas cosas.
La muerte cruel y bárbara de Samuel Paty es un aviso. Para los radicales es un aviso de lo que le puede pasar a otros que le imiten sembrando el miedo, algo que han conseguido. Para todos nosotros, un aviso también de que falla la escuela contra la que se atenta en la figura del profesor comprometido. ¿Luchar contra las redes, contra las familias, contra el bochornoso espectáculo político del día a día? Mejor ser indiferente, no mezclarse, mirar para otro lado. Y si se puede sacar algún beneficio, ¿por qué no?* "Varios alumnos señalaron al profesor francés a su asesino a cambio de dinero" ABC / EFE 20/10/2020 https://www.abc.es/internacional/abci-varios-alumnos-senalaron-profesor-frances-asesino-cambio-dinero-202010201617_noticia.html
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