viernes, 30 de octubre de 2020

Todos somos Francia

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


El atentado de ayer en Niza hace ver que lo que dijimos el día anterior sobre la espita que se estaba abriendo no iba desencaminado. De poco sirve que haya sido la Turquía de Erdogan de las primeras en condenar el atentado que ha dejado tres nuevas muertes cobardes. Es más bien la confirmación de su apresuramiento para no ser apuntada con el dedo por la virulencia de los ataques contra Francia y, en especial, los insultos a Macron, lanzados por el propio presidente turco, empeñado en tirar la piedra y esconder la mano, en apuntar contra la sociedad francesa y después intentar despegarse de los efectos de su hipócrita ira incendiaria. Erdogan, como otros dirigentes e instituciones del mundo islámico están jugando con fuego, con el fuego de la ira, llamando con cinismo a una violencia de la que luego pretenden deslindarse. Sin embargo, ese juego está ya demasiado manoseado; pero, pese a ello, les funciona.

De nuevo: ciertos dirigentes musulmanes están empeñados lanzar encendidas diatribas porque se juegan el liderazgo en una rivalidad por la influencia en la zona, por un lado; por otro, tratan de evitar ser señalados como débiles frente a una guerra contra occidente y sus valores. Con esta forma de liderazgo pretenden eludir las críticas que los islamistas les dirigen si no actúa, acusándolos de ser cómplices con el descreído occidente con el que, por otro lado, mantienen intercambios militares, comerciales, etc. Las condenas a Francia se han sucedido en todos los países musulmanes, no en "algunos", como repiten algunos medios y periodistas. Nadie ha querido quedarse atrás, contribuyendo todos a este clima de violencia que se genera en las bases callejeras, controladas por los grupos islamistas locales. Nadie les reprime y la presión llega a los palacios presidenciales en donde nadie quiere ser acusado de poco piadoso, el fundamento del liderazgo.

El retroceso hacia el integrismo tras la Primavera Árabe es un hecho. Los gobiernos compiten en una espiral conservadora, que se manifiesta claramente en las condenas, de Erdogan y al-Sisi a la Universidad de Al-Azhar. Cuando pocas horas después se produce la traducción de las airadas palabras a los sangrientos hechos, llegan las condenas y el tratar de separar el radicalismo verbal del factual. Pero, por mucho que lo intenten, la continuidad entre los palacios y la calle está asegurada por los imanes que llaman a la venganza, las fatuas contra Macron, Occidente, los cristianos, etc.

El atentado primero fue contra la escuela y lo que representa en Francia, como un eje de los valores de libertad republicanos; el segundo ha sido en el interior de un templo, centrándose esta vez en los valores religiosos. Se ha asesinado a un sacristán y a dos mujeres que asistían a la iglesia. Ha ocurrido mientras todavía se estaban quemando banderas francesas, retratos de Macron y se boicotean los productos franceses en los supermercados, de Egipto y Jordania a Indonesia y Arabia Saudí, pasando por los países del Magreb, agitados por los imanes radicales y los que no quieren dejar de parecerlo. El narcisismo de líder que congrega a los radicales le permite convertirse en brazo ejecutor divino, en vengador.

De la misma manera, los que atentan lo hacen alentados por las palabras y las imágenes de los que demandan venganza y un paso más en su "guerra santa mental", la que viven a través de los medios y redes sociales que crean su público radical porque de eso se vive muy bien y está cada vez mejor visto.

Llama la atención que los dos asesinos, el del profesor Samuel Paty y el de las tres víctimas de Niza, tengan en común dos características: la extremada juventud (18 y 21 años) y su poco tiempo en Francia. Tanto el checheno como el tunecino habían llegado a través de su situación como refugiados, regular el primero, irregular el segundo, desembarcado no hace mucho en Lampedusa.

Son dos elementos que no se deben perder de vista, juventud y poco tiempo de residencia occidental. El estudio de sus conexiones, tanto occidentales como en diversos países musulmanes son importantes. Del checheno se sabe que conecto telefónicamente con grupos en la zona de Siria bajo control turco. No hay mucha información sobre el tunecino, que habría llegado a Italia y de allí habría pasado a Italia. Túnez es el país con mejores resultados democráticos tras la Primavera, casi el único. Que el asesino confeso (está orgulloso de ello) sea tan joven, refugiado y haya llegado desde Túnez (un país tranquilo) a Lampedusa y de ahí a Francia para, en poco meses, radicalizarse cometiendo un tripe crimen en un atentado, es realmente preocupante y signo que hay que interpretar.

Los círculos del joven checheno eran claramente radicalizados, empezando por su familia, pese a que quedan muchos puntos oscuros en el asunto. Rápidamente se desveló una red de conexiones que iban de los chats de padres del colegio a puntos perdidos en Siria, pasando por imanes radicales en Francia. El caso del tunecino es más oscuro, por ahora.

Aunque las nacionalidades no sirven para comprender el fenómeno del integrismo, que es supranacional, religioso e ideológico, sí sirven para comprender las circunstancias de acoso que pueda haber en cada país. Hay países donde los que se exilian son demócratas y laicos y otros de los que se expulsa es a los radicales, que es lo que hizo Gadafi cuando se sintió amenazado, avisar a Occidente que dejaría de controlar su frontera. Es lo mismo que hace el turco Erdogan, amenazar con dejar de filtrar. Cuando los extremistas son incontrolables, lo fácil es exportarlos hacia el exterior. Crean un problema en Occidente, en el país al que llegan, y además hacen crecer el rechazo a los refugiados, que son identificados como peligrosos. De esta forma, se libran de los que les molestan, trasladan el problema a los países de acogida y crean un sentimiento anti islámico que les interesa mantener para vender que son líderes religiosos además de políticos, vendiendo liderazgo piadoso para mostrarse ante las bases agitadas por los islamistas radicales.

De esta forma, los perjudicados son los auténticos refugiados o exiliados, que ven crecer el sentimiento de rechazo alentados por populistas y la extrema derecha, que usa los atentados para soliviantar a sus propios electorados o comunidades en sus países. Con cada atentado, se hace crecer el sentimiento de rechazo, aumentando el drama que se vive en la zona, emparedados entre una violencia que les desplaza y otra violencia con la que son recibidos. Los gobiernos de la zona se deshacen de los peligrosos, trasladando a los países occidentales el peligro. Podemos quejarnos (y debemos hacerlo) de Erdogan, pero no es el único. No hay que engañarse.

En estos momentos, lo más importante es mostrar que "todos somos Francia", que no se puede ceder al chantaje ni del terrorismo ni de las hipócritas e interesadas reacciones de los gobiernos y autoridades religiosas, cuyo juego peligrosísimo está costando vidas. Comprender el sentido de este juego es esencial para no caer en reacciones que favorezcan esta estrategia. Para ello es esencial no solo la unidad europea, sino una mayor inteligencia en la comprensión del problema, un apoyo claro a los intelectuales laicos, que los hay, darles medios para que puedan hacer llegar sus ideas y que no se escuche solo a los radicales o a sus cómplices en el poder.


Hoy todos somos Francia porque sus valores son los nuestros y hay que ser firme en no consentir el chantaje, el miedo o la imposición del radicalismo retrógrado y fanático, oscurantista, que busca seguir sometiendo a pueblos empobrecidos por sus mandatarios, fanatizados por sus radicales que convierten la ignorancia en forma de control social, de seguir manteniendo el presente en el pasado, rechazando la modernización, el cambio histórico y pretendiendo, como los salafistas, reproducir como perfecto el mundo en el que vivió el profeta. El problema es que este cambio solo se puede producir desde dentro y las primeras cabezas que se cortan son las de los verdaderos reformistas, las de los que predican la libertad de conciencia o la democracia, los que hablan de convivencia, tolerancia y de abrir la sociedad al mundo para lograr una modernidad que se teme porque saben que con su llegada se acabarán muchos privilegios.

Estamos con Francia y estamos con los que se juegan la vida en muchos países por intentar convertirlos en sociedades abiertas y requieren de apoyo, entre otras cosas, porque comparten valores de libertad. Basta de apoyar tiranos en nombre de los negocios, de transigir con autócratas cuya única respuesta será siempre la manipulación del odio para seguir en el poder. 

Somos europeos, somos el profesor Samuel Paty enseñando libertad de expresión, somos —creyentes o laicos— el sacristán de Niza y las dos fieles asesinados todos por el fanatismo y la ignorancia. Que nos nos empujen ni al radicalismo ni a la ignorancia porque dejaríamos de ser igualmente quienes queremos ser, europeos, con valores solidarios y liberales, democráticos y con una cultura de tolerancia. Por eso hay rechazar este fanatismo y pedir respuestas claras y directas, firmes. Somos Francia. Que nos nos arrastren ni al integrismo, al miedo o a la intolerancia. Reafirmemos nuestros valores positivos.

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