Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El gobierno de España
acaba de presentar un nuevo "estado de alarma", un poquito a gusto del
cliente. Lo digo porque las autonomías siguen mandando en su territorio. De lo
que se ha tratado siempre —y así nos ha ido— es de que no te puedan recriminar
las medidas antes que las muertes y contagiados. Lo queremos todo: queremos que
el gobierno central asuma las imposiciones drásticas y nosotros ser generosos
en la desescalada, lo que ha sido el causante de nuestros males. Nuestras
autonomías siguen siendo oportunistas y calculadoras. Pero las cifras no dan
para juegos, como hasta el momento.
En condiciones
ideales, como en los laboratorios, las medidas funcionarían, pero no vivimos en
un laboratorio sino en una realidad cruda y pertinaz que nos demuestra que
sabemos la teoría pero nos cuesta poner en marcha la práctica, que es muy
sencilla pero desagradable, especialmente si luego les pides el voto a los que
sancionas o se arruinan. No es otra la clave. No hay que dar más vueltas al
asunto.
Pedro
Sánchez ha anunciado un estado de alarma que quiere mantener hasta mayo. Quizá
lo haya hecho para dar esperanzas a la próxima temporada turística, dando por
descontado que las navidades van a ser más familiares
que nunca, con un Santa Claus no conviviente. Todo muy virtual y simbólico.
Un estado de alarma con intención de renovarse hasta mayo de 2021 echa por tierra muchos deseos e ilusiones de que esto sea rápido. Deberíamos estar mentalizados ya, pero la lucha político económica no nos ha dejado ver el bosque. Ahora llegan unas normas más o menos comunes que tendrán que aplicarse, sí o sí, si queremos salir de esto algún día.
Hay
medios que todavía siguen jugando con la desinformación sobre muchas cosas, del
origen a la llegada de las vacunas. En realidad, en lo único que deberíamos
estar centrados en la contención, que es lo que está en nuestras manos y dejar
que los norteamericanos se dediquen a las especulaciones o acusaciones para
camuflar el desastre, en todos los órdenes, que ha supuesto esta pandemia para
el país que quiere ser considerado como una primera potencia. Nadie ha tenido
tanto tiempo como los Estados Unidos y nadie lo ha desperdiciado tanto, con
Trump al frente, el peor presidente.
Lo que
parece evidente, si así queremos ver algo y no tirar experiencia y sufrimiento por la borda, es que la única
forma de controlar esto es controlarse a uno mismo y exigir que se controle a
los demás. Basta ya de tonterías en nombre de "derechos y libertades",
basta ya de usar a los jueces para seguir haciendo lo que queremos con el mayor
ejercicio de insolidaridad visto en décadas por las personas que ha decidido
que esto no va con ellos, que pueden seguir haciendo lo que han hecho siempre y
presumir de ello. La excepcionalidad de la situación exige mentalizarse a que
esto es una larga responsabilidad, un cambio de hábitos de vida en nombre
precisamente de la vida. Muchas cosas se podrían hacer de no ser por el exceso
al que algunos lo llevan con su falta de solidaridad, del botellón al adulto de
la fiesta privada.
Volvemos
a la segunda sesión de la misma película, por más que se nos diga que es solo
un remake. Es cierto que los que murieron ya no pueden volver a morir, pero
quedan muchos que se libraron entonces que pueden entrar ahora. Parece que
tiene que haber una muerte por familia para que finalmente seamos conscientes
de lo que nos estamos jugando.
El
horizonte de mayo son muchos meses, pero es más realista que decir que va a haber
una vacuna en primavera. El realismo es importante en este universo de noticias
falsa, de expectativas falsas y de promesas falsas. No hay más que una
realidad, que es la que marcada cada día el número de muertes, con las que
algunos juegan políticamente en sus guerras absurdas ante una situación como
esta.
Los
eslóganes optimistas se han quedado por el camino; la idea de ser mejores no deja de ser una mirada ilusa
ante lo que la realidad ha mostrado de egoísmo, insolidaridad e
irresponsabilidad de muchos. Podemos consolarnos diciendo que son solo una
minoría, pero consuela poco. Un simple paseo nos quita mucho del optimismo.
Mayo como horizonte significa sobre todo mentalizarse, dejar de meterse en guerras nacionales y autonómicas y ponerse a remar todos en el mismo sentido. Políticas claras y sanciones ejemplares. Ya lo hemos tratado en varias ocasiones: no hay que desmoralizar al que cumple, que ve, como vemos todos, a los que no cumplen. No hay que perder cumplidores porque entonces el retroceso será enorme. Algunos hablan de "cansancio". Nada agota más que ver desperdiciar lo bueno que se hace, el sacrificio. Sobra palabrería y falta el estímulo real de la mejora. Den ejemplo.
Mayo es un horizonte lejano con un duro invierno de por medio.
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