Joaquín Mª Aguirre (UCM)
For several years, she wrote a dating column in
The Sunday Times, in which she would share all sorts of stories about being a
single woman in her 20s - the successes, disasters, mishaps, and everything in
between.
Her 2018 memoir - Everything I Know About Love
- lived up to its title, offering readers a frank and deeply personal account
of friendships, relationships and growing up as a millennial.
It became a best-seller and struck a chord with
women everywhere (and quite a few men). Critics praised her for so beautifully
capturing what it was like growing up in the noughties - there's even a section
dedicated to the politics of MSN Messenger.*
La noticia del abandono de contar su vida privada al mundo viene determinada por un hecho, su paso a la ficción con la aparición de una novela, "Ghost", de la que se hace eco el artículo.
El título hace referencia a un fenómeno, el "ghosting", es decir, la desaparición de la persona con la que mantienes una relación sin mediar explicación, lo que deja perplejo al abandonado o abandonada. El "ghosting" ha dado lugar a un programa de la MTV en el que los que han padecido este fenómeno ponen en marcha al equipo del programa tratando de encontrar una explicación a la desaparición repentina del otro, que deja traumatizado. El programa se llama "Ghosted: love gone missing" y va por su segunda temporada. Sigue la estela de otro programa de éxito, también sobre la vida social y amorosa, el de las falsas identidades a través de internet y cómo la gente establece relaciones de años, sin contacto físico, fingiendo ser otros, excusa tras excusa, mentira tras mentira.
Ambos programas constituyen un testimonio sobre las nuevas formas de relaciones personales y su forma entremezclada con la tecnología como un elemento determinante que marca a una generación y crea las bases de normalidad de la siguiente.
En el artículo de la BBC, la nueva autora, pasada a la ficción, explica:
"The reason I wanted to focus on ghosting
is it just seemed to be a word that was in the air," Alderton explains.
"Everywhere I went, whether it was in editorial meetings, or when I was
having conversations with friends, it just seemed to be this thing that was
happening. And whenever I spoke to people of an older generation, they seem to
be perplexed by it.
"Now, that is not to say that slipping
away in a cowardly fashion is something exclusive to millennials. I think the
reason why it's been exacerbated in recent times with the dawn of dating app
culture is that the accessibility to a variety of options in love is really
exciting."
As a result, anyone who spends time on the likes of Tinder, Bumble or Hinge also has to prepare themselves for a different type of dating to previous generations.
"For some people, it engenders this
unconscious sense that these aren't real humans, and that we don't owe each
other the same sort of accountability and respect and communication that we
would if we'd met as humans in real life," Alderton says.
"It can give them this sort of video game
anonymity, which means that people aren't people, they're opportunities for
experience. So once we're done with one, we just come out of the game and we
start a new game."*
El vínculo entre las relaciones sociales y la tecnología no es nuevo. En el ámbito amoroso, la carta ha sido un elemento que ha marcado generaciones y generaciones. Ha sido una "interfaz" que permitía tanto la sinceridad expresiva como los grandes fingimientos. Recuerdo la frase de Gustave Flaubert en su correspondencia: "He escrito muchas cartas de amor sin amor". Para él se trataba de un ejercicio de estilo. Frente a la impostura romántica, para él —esa es su modernidad— es el medio el que provoca el sentimiento, no la presunta autenticidad de la expresión, base del paradigma romántico.
Es significativo que Dolly Alderton haya pasado del
paradigma de la autenticidad absoluta en sus columnas periodísticas en The
Sunday Times a una novela sobre el "ghosting", la falta absoluta de
explicación en la ruptura, la desaparición total. Es irse al otro extremo del
fenómeno en una reacción pendular de difícil retorno, por lo que implica en sí
misma, la salida de un mundo o, si se prefiere, del tiempo generacional.
Hay un tiempo histórico que todos compartimos —mismo año, mismos acontecimientos—, pero hay un tiempo generacional, que es el de la experiencia compartida, el de la sensibilidad divergente con otros grupos generacionales. Las generaciones no se suceden, como pensamos erróneamente, sino que se superponen. Abuelos, padres y nietos vivimos sobre la misma superficie planetaria, pero compartimos escenarios mentales y visiones del mundo cada vez más diferentes, más distantes. Si los hombres son de Venus y las mujeres de Marte, las diferencias generacionales nos hacen de galaxias distantes e incompatibles. Sencillamente, se ignoran, son universos paralelos con comunicación horizontal e incomprensión vertical. La cuestión es que, fruto de la aceleración de nuestros tiempo social, esas galaxias generacionales se alejan cada vez más unas de otras aunque coincidan en la comida de los domingos, un pacto de no agresión. No significa que no se quieran, sino sencillamente que viven con percepciones, respuestas e interrogantes diferentes.
Lo que nos dice Dolly Alderton es que las posibilidades de relaciones del amor han cambiado la forma de entender el amor, palabra que acoge hoy muchos sentido. Y las posibilidades están determinadas por esas "aplicaciones" que han modificado el sentido del galanteo, de la relación misma y, con ello, de la responsabilidad hacia el otro. La "desaparición" sin rastro, el "gohsted", es el fin de un proceso cuyo sentido es diferente para las dos personas.
Lo interesante es cómo Alderton vincula esa forma de ser con las posibilidades de contacto a través de la tecnología, por un lado, y por otro cómo una generación percibe el mundo desde una mezcla entre ficciones y virtualidades que la tecnología le ofrece. De nuevo, encontramos el paralelismo flaubertiano en una Emma Bovary cuya visión del mundo está viciada por la lectura de novelas románticas que distorsionan sus relaciones. La locura del Quijote es ese precedente que da la modernidad a Cervantes y a los que siguieron su estela ya que es el desequilibrio entre la realidad y la ficción la base de nuestra lectura. El deseo de vivir a través de la fantasía que fabricamos es probablemente algo connatural a la insatisfacción humana.
La creación de interfaces tecnológicas y de falsas identidades a través de ellas nos sumerge en un universo generacional complejo, el que supongo que trata de explorar Alderton con su novela y el que ha determinado no volver a ser "sincera" y refugiarse en lo que la ficción controlada le permite, intentar ser ella misma sea eso lo que diablos sea.
Estos días de inicio de cursos virtuales, en los que los alumnos se convierte en imágenes en cuadraditos en mi aplicación de ZOOM, a veces solo un pequeño recuadro negro con un nombre, real o ficticio, hablaba de una de las condiciones de la crisis de la Modernidad, la de la "identidad". Una de mis alumnas me escribió posteriormente para señalarme que entendía las otras crisis, pero no la del "sujeto". No acababa de entender la falta de idea de la insinceridad del sujeto, denunciada por el psicoanálisis, o su carácter discursivo, de construcción, de un yo que se dice, que se narra ante sí mismo y ante los otros, un sujeto de esencia finiquitada.
Me parece acertada la idea de Alderton —muy macluhaniana— del cambio producido por la tecnología de las comunicaciones y el cambio de percepción del otro que estas crean. El otro es el recepto, el que está al final del proceso comunicativo y nos lo representamos determinado por el medio. Ya sea como lector de cartas o al otro lado de una pantalla, ya sea al otro lado de la reja de un balcón o al de un auricular de un teléfono, los medios no solo condicionan la comunicación, sino que esta condiciona la representan del otro y de nosotros mismos, paquetes de información que enviamos al otro lado de la cadena.
Los problemas de cada generación con las relaciones interpersonales son específicos, tiene sus propios modelos y referencias. Dependen de sus posibilidades de sinceridad y de fingimiento, dos conceptos bajo sospecha. La carta que permite expresarse permite también la falsedad, al igual que todas las aplicaciones en las que uno se describe ante los demás. Son escenarios a los que se sube, da igual el tiempo. No somos; representamos. La cuestión está en durante cuántas temporadas y las improvisaciones en cada representación.
Vivimos en un mundo en donde los héroes llevan máscaras, viven dobles y triples vidas con múltiples personalidades. No son lo que dicen ser. ¿Cuál es su verdadera identidad? Representar o no ser, esa es la nueva cuestión. Lo que sé de Dolly es lo que ella me mostraba; creerla es cosa nuestra y también de ella, que se cree a sí misma. La crisis se produce, precisamente, cuando uno deja de creerse, cuando entramos en shock al mostrarnos incongruentes. Entonces, las preguntas llegan en cascada.
Dolly Alderton ha decidido cambiar, dejar de mostrarse ante los otros y crear una nueva representación de sí misma ante los lectores. Su columna de exposición plena se ha cambiado en la ficción. Quizá sea un cambio de máscara, en donde a la última la privilegiamos llamándola "yo", nuestra principal creación.
* Steven
McIntosh "Why Dolly Alderton stopped writing about her personal life"
BBC 14/10/2020 https://www.bbc.com/news/entertainment-arts-54330640
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