viernes, 23 de octubre de 2020

El tiempo, el espacio y el teletrabajo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


La Vanguardia nos recuerda hoy que hubo un mundo sin relojes*, donde el tiempo era otra cosa. Probablemente ningún invento ha cambiado nuestra vida como el reloj. Ha tenido que llegar un coronavirus para confirmar su importancia y lo que implica modificar nuestro sentido temporal, que implica orden y función. Hubo un tiempo en el que se trabajaba de "sol a sol" y se levantaba uno con el canto del gallo. Luego, al "gallo" paso a dársele cuerda todos los días y a fijarle las alarmas para levantarnos a cualquier hora. Y eso nos creó un nuevo sentido compartimentado de lo que antes era un flujo continuo. Algo más, el mundo comenzó a sincronizarse y nuevos problemas llegaron para ajustar las horas entre distancias largas. Lo del "una hora menos en Canarias", que repetimos automáticamente es el resultado de procesos de enorme complejidad y precisión en el cálculo. Eso de llegar a otro país y cambiar la hora trajo de cabeza los que viajaban a América y se realizaron múltiples experimentos llevando relojes a bordo para intentar sincronizar las horas, algo que se planteaba en un planeta por fin redondo. 
A  la lucha anterior por los calendarios, es decir, por la división del tiempo de traslación, del año, le siguió el fraccionamiento del día, para lo que el reloj, un lujo inicial, fue decisivo. Los relojes de sol, los de arena o agua, todo tipo de dispositivos fueron desplazados por los relojes mecánicos, fruto de precisos artesanos, y ahora por   los digitales. El mundo se rige por el reloj, ya sea para las jornadas laborales, los récords de velocidad que nos marcan los cronómetros de precisión, el tiempo de aparcamiento o la programación de la radio o televisión.

El titular del diario, que reproduce el artículo de The Economist, nos dice "Contra la tiranía del reloj: así cambia el trabajo flexible la relación de los trabajadores con el tiempo". Y es que nos encontramos inmersos en una celdas invisibles, las de las horas o minutos, las de los límites que nos marcan. Trabajo, descanso, paradas, trayectos, hasta los artículos de periódicos incluyen ya un "tiempo estimado de lectura 8 minutos" como si fuéramos torpes si tardamos más o nos lo fueran a quitar una vez pasado ese límite. Por eso, no hay duda, hablamos de tiranía. El reloj es el sicario del tiempo, la vida que nos compran mediante diversas formas de pago.

Nos dice en el artículo:

Hace doscientos años, un aparato empezó a dominar el mundo del trabajo. No, no fue la máquina de vapor... fue reloj. La llegada de la fábrica supuso que los trabajadores cobraran según las horas trabajadas y no por su producción material. En el sistema de taller doméstico que imperó antes de la época fabril, los mercaderes entregaban en la casa del trabajador el material que había que tejer, hilar, coser o cortar. Cada trabajador era remunerado según los artículos que producía. Eso daba a tejedores e hilanderos la libertad de trabajar cuando consideraran conveniente. En la fábrica, en cambio, el dueño exigió a los trabajadores que se presentaran a un turno determinado.

La tiranía del tiempo estuvo marcada por una serie de innovaciones. Dado que en el siglo XIX pocos trabajadores poseían relojes, unos personajes conocidos como “despertadores” recorrían las calles golpeando puertas y ventanas para avisar de la hora a los obreros. Más tarde, las fábricas usaron sirenas y silbatos para indicar el inicio y el final de los turnos, con los empleados usando al entrar y salir un reloj de fichar. Con el tiempo, cuando los trabajadores vivieron más alejados de su lugar de trabajo, el poder del reloj provocó unas horas punta diarias, puesto que eran millones las personas que iban y venían del trabajo. A menudo, pagaban una penalización temporal porque tenían que soportar atascos de tráfico o esperas de trenes impuntuales.* 

Recuerdo haber leído hace unos años una interesante "historia del reloj" donde se daban detalles de este tipo pero, sobre todo, lo esencial es cómo ha afectado a nuestras vidas regularizando y controlando las más mínimas acciones.

La clave, una vez más, está en nuestra organización del trabajo, el gran cambio que se produjo con la revolución industrial. La sociedad se transforma en una "megamáquina", por usar el concepto acuñado por Lewis Mumford. A las máquinas hay que añadir nuestra propia conversión, individual y colectiva, en piezas cuya función es la realización de determinadas acciones con unos resultados. El tiempo es determinante.

Lo que Nos trae el diario es el descubrimiento, a través del teletrabajo, de que existe otra alternativa al orden regular y masivo, orientándose al control de lo producido y no tanto al proceso de producción.

La pandemia del coronavirus está modificando la forma de producción, el espacio y el tiempo. El trabajador tiene la capacidad de organizar su propia jornada y establecer una forma propia de cumplir unos objetivos. Igualmente, el teletrabajo deslocaliza la empresa, la convierte en un sistema virtual de interacciones entre sus miembros y clientes.

Con los confinamientos, el trabajo se ha desplazado de las fábricas y empresas a los hogares. Lo primero que se vieron fueron los problemas, pero ahora están viéndose también las ventajas. Unos días atrás comentábamos los reportajes sobre el boom de la venta (y fabricación) de sillas ergonómicas para aquellos que deberían trabajar en casa. El hogar pasa a ser también un espacio de trabajo y se modifica: de la velocidad de las conexiones al mobiliario, de la potencia del ordenador a la sillas y mesas en las que se van a pasar muchas horas. Yo mismo, realizo desde casa una serie de tareas, de clases online a tutorías durante el día. Lo que antes se hacía en un aula, ahora se hace mediante una conexión de Zoom; las tutorías que se hacen en el despacho, ahora las atiendo desde casa. Ya he participado en diversos congresos online, tribunales de tesis, etc. Los lunes, por ejemplo, me desplazo hasta la universidad, dando la clase en un aula con una reducción significativa de alumnos; el resto del grupo sigue las clases online. Otros días, la clase es completamente online y yo "teletrabajo" y ellos también, ya que su tarea es la asistencia a clase. Los efectos son claros en estas semanas: un aprovechamiento mayor del tiempo y también una intensidad mayor, lo que implica mayor esfuerzo. Las dos horas de clase online suponen un esfuerzo mayor que cuando son presenciales. Supone también una adaptación de materiales y enfoques pedagógicos diferentes, que es quizá lo que más les está costando a muchos ya que supone un cambio mental y salir de las rutinas.

En los meses finales del curso anterior fue posible mantener, por ejemplo, mis seminarios de doctorado y hasta conseguimos mantener online el cinefórum semanal. Costó más avanzar en las clases regulares, pero lo achaco más a la incertidumbre de cuánto iba a durar la situación (tanto por parte del alumnado como por el profesorado y las autoridades educativas). Ya hemos comentado en varias ocasiones como ese infundado optimismo sobre la provisionalidad de la pandemia ha retrasado muchas cosas en la educación, un sector que es más conservador de lo que debiera. Las empresas que han podido adaptarse lo han hecho; otras simplemente se han quejado.

Los medios nos informan de la avalancha de gente que se ha desplazado a sus segundas residencias o a los pueblos para teletrabajar desde allí. Hay incluso hoteles que ofrecen servicios de este tipo, adaptando sus habitaciones para que se pueda trabajar en ellas. ¿Por qué no trabajar desde una playa o desde el campo? Si desaparece el concepto de "espacio de trabajo", diferenciado del "hogar", ¿qué sentido tiene vivir cerca de tu lugar antiguo?

Otro de los problemas que se plantean es precisamente el del carácter esencial de las comunicaciones. Las buenas conexiones son esenciales y, aunque se ha hecho un gran esfuerzo empresarial, el crecimiento de la demanda no se corresponde con el crecimiento de las condiciones de transmisión, que producen problemas de desconexiones, ralentización, etc. Es una buena ocasión para renovar todo lo referido a la vida digital y desplazarla del ocio casero al teletrabajo, lo que implica un mayor número de conexiones, abriendo canales para toda la familia, de los niños que celebran un cumpleaños, asisten a una clase, se hace una cibervisita a la familia o se trabaja en una sesión.

Si la actividad lo permite, el teletrabajo va a ser una solución para muchas empresas, lo que está ya provocando una caída de la demanda de muchos espacios, que no se necesitan tan amplios al tener a muchos de sus trabajadores diseminados y conectados en redes.

El enfoque del artículo se centra en el énfasis en la tarea y menos en el tiempo empleado. Lo importante es que esté hecho en el momento en que debe estarlo y no el control del tiempo de las personas. No es necesario "fichar", por decirlo así, sino mostrar el trabajo realizado. Cuánto tiempo emplee y en qué momento es cosa mía.

El gran peligro es, de nuevo, el tiempo. Lo primero que se ha estado reivindicando ha sido el derecho a la desconexión, es decir, el poder fraccionar de nuevo el tiempo por encima de las posibilidades de conexión. Esta vez, el tiempo, actúa como límite de protección, evitando que se exceda, que el hecho de estas deslocalizado y conectado no implique la explotación de la persona. Por ello, se da la paradoja de que pidamos límites horarios al desaparecer los límites físicos. Otro problema es la aplicación de los costes. Lo que antes se hacía en la empresa, se hace ahora en casa, con un gasto y unos materiales e instrumentos que corren a cargo del trabajador.

¿Se perderá el sentido de unidad al estar distribuidos en redes? Es probable, al carecer de referencias físicas o incluso personales. Tampoco conviene ser demasiado estrictos en los pronósticos ya que esto es un acelerón enorme a una situación que había empezado a darse con anterioridad. El aumento masivo del teletrabajo obligará a regular de forma más equilibrada lo que antes era minoritario.

Se nos habla de la telemedicina, de la teleducación, etc. Hay sectores que van verse potenciados por esta actividad; serán los que descubran más ventajas que inconvenientes. La producción eficaz y el ahorro será un tema determinante. La experiencia del tiempo que llevamos y lo que nos queda por delante, que no será poco, nos dan un empujón al otro lado de la transformación social, del cambio de paradigma del trabajo.

Ya se ponen encima de la mesa aspectos beneficiosos que antes solo se insinuaban, como la bajada de los locales, el ahorro en contaminación por los menores desplazamientos, etc. Las imágenes de grandes aparcamientos vacíos porque sus anteriores ocupantes trabajan desde su casa va a ser más frecuente de lo que pensamos en determinados sectores, sobre todo el de las empresas cuyos productos sean convertibles en digitales o sean servicios que puedan ser ofrecidos online.

El mundo del ocio ya tenía adelantado el gran avance en los videojuegos, actividad casera. También las plataformas online de exhibición cinematográfica experimentaron un gran cambio al trasladar las películas de las salas de cine a las salas de casa. Igualmente el mundo de la edición desmaterializó los libros, los discos y el vídeo.

Pero ahora se trata de un cambio importante en el sistema productivo. El espacio deja de ser relevante y se deslocaliza. El tiempo se flexibiliza en beneficio del producto, como nos recordaba La Vanguardia en los tiempos en que la medida de los artesanos era la obra y no el tiempo empleado y un lugar diferente al del propio taller. Señala el diario los estudios que recogen la buena disposición de ciertos sectores al teletrabajo:

 

Según una encuesta encargada por la compañía de mensajería corporativa Slack y realizada a 4.700 teletrabajadores en seis países, el trabajo flexible se considera muy positivo, ya que mejora tanto el equilibrio entre trabajo y vida privada como la productividad personal. Además, los trabajadores flexibles obtuvieron en la categoría de “sentido de pertenencia” a su organización una puntuación más elevada que los que tenían un horario fijo tradicional.

[...] Lo sorprendente del estudio de Slack es la naturaleza generalizada del apoyo al teletrabajo. En general, sólo un 12% de los encuestados deseaba volver a un horario de oficina normal. En Estados Unidos, los empleados negros, asiáticos e hispanos se mostraron más entusiastas ante esa modalidad de trabajo que sus colegas blancos. Las mujeres con hijos se mostraron en general favorables y mencionaron una mejora en el equilibrio entre su vida laboral y personal; aunque existe, de todos modos, una brecha entre las mujeres estadounidenses descontentas y las de otros países, mucho más satisfechas con ese tipo de trabajo (una diferencia atribuible en parte a la disponibilidad de guarderías públicas).* 

Me imagino que los resultados estarán marcados por el sentido del "trabajo" y el "tiempo" en cada cultura, algo bastante variable. De "el tiempo es oro" al "tiempo es vida" hay toda una serie de consideraciones marcadamente culturales. Lo que creo que sí es cierto es que nuestra percepción del trabajo —el que sea— está determinada por nuestra percepción de "desempleo", un factor relevante a la hora de valorar lo que se nos ofrece o lo que podemos disponer.

La debilidad de la economía española es la gran cantidad de autónomos a la fuerza, de las microempresas que no pueden o no saben o no quieren crecer, que de todo hay. El teletrabajo del autónomo no es el mismo que el de quien forma parte de una organización. Parece, en cualquier caso, que mientras dure la pandemia y probablemente más allá, el mundo laboral se abra a nuevas fórmulas más elásticas que tendrán una gran repercusión —ya la tienen— en sectores muy diversos. Comentábamos que no solo están los aparcamientos vacíos en muchos centros. También se han quedado vacíos, por ejemplo, los restaurantes en los que se servían comidas a los trabajadores de las empresas cercanas. El cambio ha sido muy rápido, lo que tiene efectos dramáticos, sin demasiado tiempo. La restauración es un sector perjudicado porque se reduce la movilidad, pero el teletrabajo lo hará también. Los que sepan ver el cambio —empresas, educación, ocio, cultura...— tendrán eso ganado; los que no lo hagan, el signo de los tiempos los borrará del mapa.

En nuestros tiempos, la velocidad de adaptación tiene que ser grande, dinámica. Este cambio lo ha producido un hecho extraordinario, pero que no sabemos cuánto durará o si será el último. Es probable que la realidad sea más negra que nuestras perspectivas optimistas y nuestro autoengaño.

El reloj marca nuestras vidas y lo ha ido haciendo cada vez más en esa combinación de tiempo, espacio y calendario. Ningún cambio —y menos de esta categoría— puede beneficiar a todos. Los cambios tienen siempre sus elementos difíciles de cambiar. La imposición del reloj, la imposición del desplazamiento del campo a las ciudades, la industrialización, etc. han sido cambios traumáticos y salvajes en muchos aspectos. Hoy tenemos que pensar rápido para poder sobrevivir en este mundo acelerado, que se puede ver irreconocible en unos meses.

Tengo mis dudas sobre si vamos a volver a algo parecido en muchos sectores que se van a ver transformados por el cambio, la percepción de los riesgos y la conversión del Plan B en Plan A, si este funciona mejor.

Al "espacio-tiempo" einsteniano, al "cronotopo" bajtiniano" en él inspirado, se les debe añadir la acción: el aquí, el ahora y el qué, en este caso el trabajo, pero también el ocio, como estamos viendo. es la totalidad del tiempo: ¿nos desplazaremos por el ocio cuando no lo hagamos por el trabajo? ¿Quién pensó que la gente se jugaría la salud y la vida por tomarse un café, por fumarse un cigarro o por ir a celebrar la victoria de su equipo en una final de Copa? Hay muchos interrogantes de tipo sociocultural por resolver en adelante.

La tiranía del tiempo existe. El reloj la marca, pero las fuerzas sociales son quienes la imponen. Las nuevas unidades de medida de la eficiencia productiva puede que se fijen menos en los horarios tradicionales y se centren, como se nos dice, en los objetivos que alcanzar. No es nuevo, pero puede darse un salto cuantitativo que afecte a muchos otros sectores desde una perspectiva sistémica. Son los efectos que casi nadie tiende a valorar, pero los más importantes que hay que prever.

Todo está interconectado y lo que ocurre en un lugar causa movimientos en otros. El tiempo y su división, la estructuración laboral en unidades temporales y espaciales, etc. se van a ver profundamente alterados. No hace falta que todo cambie, pero, si los cambios llegan a un punto crítico, entonces todo se precipita. Por eso es importante imaginar los escenarios posibles, un ejercicio valioso que es necesario agudizar para que el futuro no te caiga en un pie.

El teletrabajo no será la Arcadia que algunos pintan ni el infierno que otros auguran. Pero sí es importante que, lo que sea, nos pille preparados. Los que se han comprado una silla nueva, infierno o paraíso, estarán siempre más cómodos. 

* "Contra la tiranía del reloj: así cambia el trabajo flexible la relación de los trabajadores con el tiempo" La Vanguardia / The Economist 23/10/2020 https://www.lavanguardia.com/economia/20201023/484220766308/trabajo-flexible-trabajadores-tiempo.html

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