Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
proceso del impeachment sigue su camino lleno de obstáculos en el senado, como
estaba previsto por la mayoría republicana. La esperanza de que algunos
senadores se pasen al bando demócrata en algún momento son bajas, pero el proceso
sirve de escaparate político para mantener fija la atención norteamericana. El
impeachment es un "juicio político" y por ello debe tener sus
estrategias que son claramente políticas. Precisamente por esto, no vamos a
decir que es irrelevante lo que ocurra, pero sí que lo que está ocurriendo
tiene ya su peso en los que finalmente deciden, los votantes. Lo que se decida
en el senado es importante, pero lo que se forme en las mentes de los electores
es más importante, por lo que el proceso en realidad para lo que sirve es para
probar ese cierre de filas sobre Trump.
El
mensaje de Donald Trump, reflejado en uno de sus tuits es claro y sencillo:
"me están atacando a MI por defenderte a TI". Trump también juega con
sus piezas, por supuesto. Es esta la línea defensiva y, sobre todo, lo que ha
ido a decir a Davos, que ayer nos mostraban: los Estados Unidos nunca en su
historia han ido tan bien y se lo deben exclusivamente a él. Como Trump no
tiene reparos en la auto alabanza, lo dice y lo repite las veces necesarias. El
argumento contra los demócratas lo tiene ya fabricado: si no quieres perderlo
todo, vótame. Al final, los votantes deben elegir en pensar en su conciencia o
en su bolsillo.
Los argumentos de la defensa de Trump, hasta el momento, es que este no ha hecho nada. El de Trump, que todo se trata de una caza de brujas, es decir, que no ha hecho nada. Se convierte entonces en una especie de juicio invertido, los acusadores son los culpables. Es propio de Trump, pero veremos si es suficiente. Lo que hay que comprobar si la capacidad de auto contradicción y el descaro de Trump, demostrados constantemente, tienen la misma consideración en otros miembros de la defensa.
Explicaba
ayer Agustín Remesal, el que fuera antiguo corresponsal en Washington de RTVE,
que la diferencia con el impeachment de Bill Clinton, un presidente popular con
logros importantes, y Donald Trump, un
presidente desgastado y que ha puesto patas arriba el mundo, era que el demócrata
ya prácticamente había cubierto su segundo mandato, mientras que Trump se
encuentra terminando el primero y aspira al segundo. Lo que le va a Trump es
mucho más.
Si
comparamos los dos casos es bastante curioso cómo se evalúan los hechos. A
Clinton se le juzga por mentir sobre haber mantenido relaciones sexuales con la
becaria Monica Lewinsky. La mentira bajo juramento es grave. Donald Trump tiene
el record, difícilmente superable, del número de mentiras dichas, pero no se
presenta a jurar nada. Trump presume de sus aventuras sexuales y la primera
parte de su mandato estuvo llena de escándalos de compras de actrices porno, de
ex mises de sus concursos, etc.
Por lo
que se procesa políticamente a Trump es por haber retenido ayuda militar a un
país, Ucrania, en conflicto con Rusia, si no se montaba un escándalo con el
hijo de un competidor por la Casa Blanca. Es "abuso de poder", pero
es también un caso de fabricación de escándalos para desprestigiar a una
persona con la que compite en la carrera presidencial, en el caso de que
saliera de las primarias demócratas como candidato. Es decir, ha conspirado
contra un político de su propio país en beneficio personal con dinero público.
Clinton
salió de la Casa Blanca; lo más probable es que Trump se quedé donde está. Creo
que las diferencias entre la gravedad de los casos son muy claras. Se valoró la
mentira bajo juramento, mientras que hoy no cuentan las constantes mentiras de
Trump, como se le afea cada día en la prensa norteamericana.
Creo
que esto abunda en la idea que hemos expuesto aquí en algunas ocasiones, los
seguidores de Trump ven algo en él que quieren mantener. Hay un núcleo
irredento de seguidores que, haga lo que haga, le apoyará.
Pese a
que una de las líneas de argumentación en su defensa dice que los demócratas
que revertir lo ocurrido en la urnas, lo cierto es que las urnas le dieron casi
tres millones de votos más a Hillary Clinton. Lo que se llama el "voto
popular" no fue para Trump, que lanzó nuevas mentiras para poder convivir
con ese hecho. Fue el "colegio electoral" el que le llevó a la
presidencia. Por eso, son los republicanos los responsables de lo que hicieron
entonces, pero de nuevo de lo que están haciendo ahora. Puede que Trump supere
el impeachment gracias a los bloqueos de los republicanos, pero ¿podrá ganar el
voto en las urnas?
De
nuevo queda una pregunta en el aire. ¿Quedará ligado el destino republicano al
de Trump? La pregunta no es trivial, porque el empeño republicano en defender
con uñas y dientes lo indefendible tendrá consecuencias en el futuro. Si Trump sale
de la Casa Blanca será arrastrando tras de sí a unos políticos que han asumido
su defensa. Cuando Trump pierda el poder, es probable que surjan muchas más
cosas que volverán inaceptable su figura e imperdonable su defensa. Habrá una
segunda línea de republicanos que se lanzarán al relevo exigiendo
responsabilidades. Siempre hay unión cuando se tiene el poder, pero una vez
perdido la cuestión es otra.
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