Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Tener
razón o tener votos, esa es la cuestión. El proceso de impeachment ante el
Senado norteamericano sirve para plantear un conflicto ético que está en la base
de la democracia y se plantea de múltiples maneras. Es el conflicto entre la
aritmética y la conciencia, la tentación de convertir en "verdad"
aquello que se gana en una votación, aunque se sepa que es "mentira".
Por eso, cuando se plantea un caso como el que ahora mismo vemos en el senado
vuelve ante nosotros el bendito problema de la democracia, el que nos proclama
libres pero nos limita posteriormente en nombre de razones de las cuales la más
evidente son los intereses partidistas o incluso los personales.
¿Qué
duda cabe que el hecho de que un presidente de un país retenga unas ayudas
económicas a otro si este no le fabrica y facilita información contra un rival
político en su carrera hacia la presidencia es un hecho más que reprobable?
Cualquiera puede entender fácilmente que ha usado para un fin personal lo que
no es suyo, las ayudas, abusando y presionando al gobierno de un país para
conseguir lo que sus propias instituciones han aprobado. Con el agravante
importante de que esa ayuda era ayuda militar para un país en guerra, es decir,
les era urgentemente necesaria.
Durante
el proceso, ha quedado demostrado el abuso. Ha hecho, además, un daño al
prestigio de su propio país, que se percibe como manipulador extremo y deja de
ser fiable, considerando a los países aliados como meros títeres a su servicio.
Hay
ocasiones, por ejemplo, en que un país condiciona a otro cuando se producen
situaciones graves que deben resolverse, como en casos de derechos humanos. Se
hace para obtener un bien amplio que beneficiará a los perjudicados. Pero en
este caso, el único interés es personal —debilitar a su rival de cara a la
reelección—, por lo que no hay ningún bien que se pueda alegar más allá del
beneficio del propio Trump. Puede que este, en su visión mesiánica, considere
un bien para la humanidad, un regalo, un segundo mandato. Pero eso es algo que
forma parte de su propia patología narcisista.
El impeachment es un caso extremo. Los
dedos de la mano sirven para contar los casos en la historia de la República.
La negación de los republicanos, siguiendo a Trump, de la trascendencia del
hecho, que primero negaron, es importante y tiene consecuencias para el futuro
y para el propio concepto de democracia que no se basa en el partidismo y en el
número sino precisamente en los límites a la arbitrariedad y al abuso.
Toda la
estrategia de la acusación demócrata y que se plantea ahora en el Senado,
especialmente la desarrollada por el antiguo fiscal Adam Schiff, tal como nos
la presenta Stephen Collinson en su análisis de la CNN con el título "Adam
Schiff piles pressure on Republicans under fire" y tal como podemos
apreciar en sus intervenciones a través de la TV, se basa en el combate entre
la política de los números y la política como conciencia. Los números pueden
variar de una legislatura a otra, pero si se deja fuera la conciencia y se
acepta todo en nombre de la aritmética, el sistema se resiente y acabará pasando factura política y social.
La
estrategia de Schiff no se centra en demostrar lo que ya saben sino en apelar a
las consciencias de aquellos que saben que lo que Trump ha hecho es malo pero
deben decir lo contrario. La estrategia de los republicanos, en cambio, oscila
entre decir que Trump no ha hecho nada
malo y decir que no es lo bastante
malo como para sacarlo de la Casa Blanca.
Gran
parte de la vida democrática se resuelve por los números. Pero hay puntos, como
este, en que es mejor usar las conciencias porque es lo que pide la democracia.
Si el número lo es todo, ¿qué garantías tenemos de que alguien no traspase los
límites constantemente si tiene la mayoría disciplinada suficiente? El la
disidencia lo que garantiza el sistema, al igual que es la rebeldía consciente
la que asegura la vida de la Ciencia o del Arte, que se ven cada día enfrentados
a situaciones en las que hay que elegir entre seguir las pautas comunes o, por
el contrario, salirse del paradigma que ha dejado de funcionar.
El
impeachment no es solo un juicio político a Trump; lo es a todo el sistema, a
todos y cada uno de los senadores y representantes y, en última instancia, al
pueblo mismo que quiere seguir aplaudiendo conductas reprobables porque
prefiere un sinvergüenza que le adule a alguien que le diga la verdad.
Trump
no es un intelectual, obviamente. No se ha planteado nunca conflictos de este
tipo, ya que su mentalidad —en la que le criaron y de la que siempre presume—
es que lo único que importa es ganar, da igual el modo. Ha repetido que no ve
"nada malo" en lo que ha hecho. Me imagino que en más de uno de sus
negocios ha buscado información que desprestigiara a sus rivales, algo habitual
en el mundo de los negocios donde parece que vale todo según la Ley de Trump.
El
grave problema de Trump no es solo por lo que hace sino por los efectos que
tiene sobre la credibilidad del propio sistema. Los sistemas, como muchas otras
cosas, se miden por sus resultados. Los de Trump son claros. Él presume de que
Estados Unidos nunca ha estado tan bien como con él y gracias a él. Se
considera un regalo divino.
Pero si
nadie duda de su narcisismo y su falta de escrúpulos, lo que tienen un grave
problema son las personas que tienen que salir a dar la cara por él, los que
tienen que justificar ante otros, sin sonrojo, lo que el presidente hace o dice.
Trump
ha llevado a muchos al límite, que no han conseguido ni el temple ni la
desfachatez de poder decir ante el público que los que Trump hace está bien o
es justificable. No aritmética democrática que justifique eso si se tiene un
mínimo de conciencia.
Aquí
comentamos el caso del embajador ante la Unión Europea, un empresario donante
de la campaña de Trump. Gordon Sondland pidió volver a declarar. Puede que al
no ser un político tradicional, un hombre de partido, más condescendiente, haya
decidido volver para revisar y ampliar lo dicho anteriormente. Como señalamos
en su momento, cada uno elige cómo pasar a la historia. Y hacerlo como un
mentiroso no merece la pena por Donald Trump.
Desde
que Trump llegó a la Casa Blanca, antes incluso, ya en las primarias, Trump
desplegó sus recursos más sucios a la vista de todos. Nadie estaba engañado, pero todo el mundo
pensó que Trump, una vez conseguida la presidencia, dejaría su línea
destructiva, descarada y mentirosa, se dejaría asesorar por su falta de
experiencia política y sería controlable. Nada más lejos de la realidad. Trump
ha ido a peor, ha revuelto medio mundo convirtiendo Oriente Medio en una zona
intransitable, al borde del enfrentamiento con Irán o Corea del Norte. Ha
destrozado la economía mundial, extorsionado a países amenazándolos con
arruinarlos, ha destruido los acuerdos internacionales que daban un poco de
seguridad y se ha dado portazo a las instituciones mundiales y a los aliados.
Es
difícil respaldar a Trump, que ha manejado a la mayoría de los republicanos
como si fuera un ejército de ratones haciéndole el traje para algún baile.
La
responsabilidad de los republicanos es obvia. Han sostenido a Trump en todo
momento, por lo que este se ha ido creciendo y traspasando límites. Ya no
dependen siquiera de los republicanos, sino que se ha rodeado de su equipo
privado para tener control absoluto. El caso de su abogado Rudi Giuliani es una
muestra de hasta dónde Trump se ha ido haciendo con su propia guardia
pretoriana que le guardara las espaldas.
Pero
ahora en Senado son los republicanos los que deben dar la cara y mostrarse
públicamente como esos ratones que no pueden aportar razones sino simplemente
bloquear cualquier iniciativa que deje en evidencia a su jefe mostrándolo como
lo que es, un mentiroso constante y una personalidad narcisista descarada.
Trump, según su propia visión, ha llegado al mundo a cambiarlo. No se ajusta ni
a las personas ni a las instituciones. Son ellas las que se deben cambiar para
hacerse conforme su gusto. Los ejemplos más claros se muestran en el plano
internacional donde su creencia firme en tener soluciones para todo ha puesto
el mundo patas arriba.
¿Van a
conseguir los demócratas convencer a un número suficiente de republicanos que
apoyen el impeachment, que dejen salir los documentos vetados, que dejen hablar
a los testigos? Hasta el momento la actitud mostrada es la contraria.
El gran
daño para la democracia y para el país, dentro y fuera, es demostrar que con el
número se puede todo. El número es la fuerza, mientras que la conciencia se
base en los argumentos y en la búsqueda y defensa de la verdad. Los que están
defendiendo a Trump no están haciendo más que obstruir o tratar de enmarañar
las cosas para que lo que está claro parezca oscuro.
¿Es más
"rentable" defender a Trump que quedar como mentirosos, amorales
y manipuladores? El senador por Texas Ted Cruz, que fue especialmente atacado
por Trump reviviendo una vieja historia —con poco fundamento, según parece— que
relacionaba a su padre con el exilio cubano y la muerte de JFK, es uno de los
actuales defensores de Trump, de los que se niegan a ver y lo dicen. Su cuenta
en Twitter se encuentra inundada de mensajes tachándolo de mentiroso, lo más
suave que le dicen. Tendrá que vivir con ello. Trump los arrastrará.
Algunos de los senadores republicanos están pasando por la vergüenza de la hemeroteca y videoteca. Hay que tener mucho sentido del descaro partidista para ver y escuchar las palabras y enfoques que tuvieron cuando era Bill Clinton el que era amenazado por el proceso. Las imágenes y palabras de entonces y ahora lo dicen todo con claridad.
Al
final, Trump habrá enmarañado tanto al partido republicano que este se verá
abocado a una futura gran renovación si quiere liberarse de la bellaquería
acumulada y los reproches del electorado. La única forma de hacer soportables y
aplaudibles las mentiras de Trump y las de los que le defienden, es pervertir
al electorado, envilecerle, hacerle aplaudir las mentiras bochornosas y reírse
con los chistes infames; en eso Trump es un especialista. Pero eso es la muerte
de la democracia y de la sociedad que la sustenta.
Si la democracia no se cuida
en su base moral, se convierte simplemente en gestión de la fuerza, algo por lo
que algunos abogan. Pero eso a la larga nos deja sumidos en la confrontación constante y
la demagogia, que no son unos principios sostenibles por mucho tiempo sin que
se acabe en desastre.
En The Point, su sección en la CNN, Chris Cillizza, titula "1 in 3 GOPers think Trump did something illegal. But..." Es en ese "pero" donde radica la cuestión. Los que sabiendo que lo que hizo es ilegal contribuyan a taparlo están haciendo un flaco favor al sistema democrático. ¿Desacreditar el sistema democrático... por Donald Trump? Hay cosas que se venden muy baratas.
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