viernes, 24 de enero de 2020

Tener razones o votos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tener razón o tener votos, esa es la cuestión. El proceso de impeachment ante el Senado norteamericano sirve para plantear un conflicto ético que está en la base de la democracia y se plantea de múltiples maneras. Es el conflicto entre la aritmética y la conciencia, la tentación de convertir en "verdad" aquello que se gana en una votación, aunque se sepa que es "mentira". Por eso, cuando se plantea un caso como el que ahora mismo vemos en el senado vuelve ante nosotros el bendito problema de la democracia, el que nos proclama libres pero nos limita posteriormente en nombre de razones de las cuales la más evidente son los intereses partidistas o incluso los personales.
¿Qué duda cabe que el hecho de que un presidente de un país retenga unas ayudas económicas a otro si este no le fabrica y facilita información contra un rival político en su carrera hacia la presidencia es un hecho más que reprobable? Cualquiera puede entender fácilmente que ha usado para un fin personal lo que no es suyo, las ayudas, abusando y presionando al gobierno de un país para conseguir lo que sus propias instituciones han aprobado. Con el agravante importante de que esa ayuda era ayuda militar para un país en guerra, es decir, les era urgentemente necesaria.


Durante el proceso, ha quedado demostrado el abuso. Ha hecho, además, un daño al prestigio de su propio país, que se percibe como manipulador extremo y deja de ser fiable, considerando a los países aliados como meros títeres a su servicio.
Hay ocasiones, por ejemplo, en que un país condiciona a otro cuando se producen situaciones graves que deben resolverse, como en casos de derechos humanos. Se hace para obtener un bien amplio que beneficiará a los perjudicados. Pero en este caso, el único interés es personal —debilitar a su rival de cara a la reelección—, por lo que no hay ningún bien que se pueda alegar más allá del beneficio del propio Trump. Puede que este, en su visión mesiánica, considere un bien para la humanidad, un regalo, un segundo mandato. Pero eso es algo que forma parte de su propia patología narcisista.
El impeachment es un caso extremo. Los dedos de la mano sirven para contar los casos en la historia de la República. La negación de los republicanos, siguiendo a Trump, de la trascendencia del hecho, que primero negaron, es importante y tiene consecuencias para el futuro y para el propio concepto de democracia que no se basa en el partidismo y en el número sino precisamente en los límites a la arbitrariedad y al abuso.


Toda la estrategia de la acusación demócrata y que se plantea ahora en el Senado, especialmente la desarrollada por el antiguo fiscal Adam Schiff, tal como nos la presenta Stephen Collinson en su análisis de la CNN con el título "Adam Schiff piles pressure on Republicans under fire" y tal como podemos apreciar en sus intervenciones a través de la TV, se basa en el combate entre la política de los números y la política como conciencia. Los números pueden variar de una legislatura a otra, pero si se deja fuera la conciencia y se acepta todo en nombre de la aritmética, el sistema se resiente y acabará  pasando factura política y social.
La estrategia de Schiff no se centra en demostrar lo que ya saben sino en apelar a las consciencias de aquellos que saben que lo que Trump ha hecho es malo pero deben decir lo contrario. La estrategia de los republicanos, en cambio, oscila entre decir que Trump no ha hecho nada malo y decir que no es lo bastante malo como para sacarlo de la Casa Blanca.
Gran parte de la vida democrática se resuelve por los números. Pero hay puntos, como este, en que es mejor usar las conciencias porque es lo que pide la democracia. Si el número lo es todo, ¿qué garantías tenemos de que alguien no traspase los límites constantemente si tiene la mayoría disciplinada suficiente? El la disidencia lo que garantiza el sistema, al igual que es la rebeldía consciente la que asegura la vida de la Ciencia o del Arte, que se ven cada día enfrentados a situaciones en las que hay que elegir entre seguir las pautas comunes o, por el contrario, salirse del paradigma que ha dejado de funcionar.


El impeachment no es solo un juicio político a Trump; lo es a todo el sistema, a todos y cada uno de los senadores y representantes y, en última instancia, al pueblo mismo que quiere seguir aplaudiendo conductas reprobables porque prefiere un sinvergüenza que le adule a alguien que le diga la verdad.
Trump no es un intelectual, obviamente. No se ha planteado nunca conflictos de este tipo, ya que su mentalidad —en la que le criaron y de la que siempre presume— es que lo único que importa es ganar, da igual el modo. Ha repetido que no ve "nada malo" en lo que ha hecho. Me imagino que en más de uno de sus negocios ha buscado información que desprestigiara a sus rivales, algo habitual en el mundo de los negocios donde parece que vale todo según la Ley de Trump.
El grave problema de Trump no es solo por lo que hace sino por los efectos que tiene sobre la credibilidad del propio sistema. Los sistemas, como muchas otras cosas, se miden por sus resultados. Los de Trump son claros. Él presume de que Estados Unidos nunca ha estado tan bien como con él y gracias a él. Se considera un regalo divino.


Pero si nadie duda de su narcisismo y su falta de escrúpulos, lo que tienen un grave problema son las personas que tienen que salir a dar la cara por él, los que tienen que justificar ante otros, sin sonrojo, lo que el presidente hace o dice.
Trump ha llevado a muchos al límite, que no han conseguido ni el temple ni la desfachatez de poder decir ante el público que los que Trump hace está bien o es justificable. No aritmética democrática que justifique eso si se tiene un mínimo de conciencia.
Aquí comentamos el caso del embajador ante la Unión Europea, un empresario donante de la campaña de Trump. Gordon Sondland pidió volver a declarar. Puede que al no ser un político tradicional, un hombre de partido, más condescendiente, haya decidido volver para revisar y ampliar lo dicho anteriormente. Como señalamos en su momento, cada uno elige cómo pasar a la historia. Y hacerlo como un mentiroso no merece la pena por Donald Trump.


Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, antes incluso, ya en las primarias, Trump desplegó sus recursos más sucios a la vista de todos.  Nadie estaba engañado, pero todo el mundo pensó que Trump, una vez conseguida la presidencia, dejaría su línea destructiva, descarada y mentirosa, se dejaría asesorar por su falta de experiencia política y sería controlable. Nada más lejos de la realidad. Trump ha ido a peor, ha revuelto medio mundo convirtiendo Oriente Medio en una zona intransitable, al borde del enfrentamiento con Irán o Corea del Norte. Ha destrozado la economía mundial, extorsionado a países amenazándolos con arruinarlos, ha destruido los acuerdos internacionales que daban un poco de seguridad y se ha dado portazo a las instituciones mundiales y a los aliados.
Es difícil respaldar a Trump, que ha manejado a la mayoría de los republicanos como si fuera un ejército de ratones haciéndole el traje para algún baile.
La responsabilidad de los republicanos es obvia. Han sostenido a Trump en todo momento, por lo que este se ha ido creciendo y traspasando límites. Ya no dependen siquiera de los republicanos, sino que se ha rodeado de su equipo privado para tener control absoluto. El caso de su abogado Rudi Giuliani es una muestra de hasta dónde Trump se ha ido haciendo con su propia guardia pretoriana que le guardara las espaldas.
Pero ahora en Senado son los republicanos los que deben dar la cara y mostrarse públicamente como esos ratones que no pueden aportar razones sino simplemente bloquear cualquier iniciativa que deje en evidencia a su jefe mostrándolo como lo que es, un mentiroso constante y una personalidad narcisista descarada. Trump, según su propia visión, ha llegado al mundo a cambiarlo. No se ajusta ni a las personas ni a las instituciones. Son ellas las que se deben cambiar para hacerse conforme su gusto. Los ejemplos más claros se muestran en el plano internacional donde su creencia firme en tener soluciones para todo ha puesto el mundo patas arriba.
¿Van a conseguir los demócratas convencer a un número suficiente de republicanos que apoyen el impeachment, que dejen salir los documentos vetados, que dejen hablar a los testigos? Hasta el momento la actitud mostrada es la contraria.


El gran daño para la democracia y para el país, dentro y fuera, es demostrar que con el número se puede todo. El número es la fuerza, mientras que la conciencia se base en los argumentos y en la búsqueda y defensa de la verdad. Los que están defendiendo a Trump no están haciendo más que obstruir o tratar de enmarañar las cosas para que lo que está claro parezca oscuro.
¿Es más "rentable" defender a Trump que quedar como mentirosos, amorales y manipuladores? El senador por Texas Ted Cruz, que fue especialmente atacado por Trump reviviendo una vieja historia —con poco fundamento, según parece— que relacionaba a su padre con el exilio cubano y la muerte de JFK, es uno de los actuales defensores de Trump, de los que se niegan a ver y lo dicen. Su cuenta en Twitter se encuentra inundada de mensajes tachándolo de mentiroso, lo más suave que le dicen. Tendrá que vivir con ello. Trump los arrastrará.
Algunos de los senadores republicanos están pasando por la vergüenza de la hemeroteca y videoteca. Hay que tener mucho sentido del descaro partidista para ver y escuchar las palabras y enfoques que tuvieron cuando era Bill Clinton el que era amenazado  por el proceso. Las imágenes y palabras de entonces y ahora lo dicen todo con claridad.


Al final, Trump habrá enmarañado tanto al partido republicano que este se verá abocado a una futura gran renovación si quiere liberarse de la bellaquería acumulada y los reproches del electorado. La única forma de hacer soportables y aplaudibles las mentiras de Trump y las de los que le defienden, es pervertir al electorado, envilecerle, hacerle aplaudir las mentiras bochornosas y reírse con los chistes infames; en eso Trump es un especialista. Pero eso es la muerte de la democracia y de la sociedad que la sustenta. 
Si la democracia no se cuida en su base moral, se convierte simplemente en gestión de la fuerza, algo por lo que algunos abogan. Pero eso a la larga nos deja sumidos en la confrontación constante y la demagogia, que no son unos principios sostenibles por mucho tiempo sin que se acabe en desastre.
En The Point, su sección en la CNN, Chris Cillizza, titula "1 in 3 GOPers think Trump did something illegal. But..." Es en ese "pero" donde radica la cuestión. Los que sabiendo que lo que hizo es ilegal contribuyan a taparlo están haciendo un flaco favor al sistema democrático. ¿Desacreditar el sistema democrático... por Donald Trump? Hay cosas que se venden muy baratas.


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