Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cuanto
menos conflictiva sea la justicia, es decir, cuanto mayor consenso exista sobre
las personas, funcionamiento, instituciones, etc., mejor para todos. Es
garantía de estabilidad. Las instituciones deben apoyarse por todos y máxime si
se trata de la Justicia que debe actuar de árbitro en muchas ocasiones.
Por
ello la estrategia de Pedro Sánchez con el nombramiento de una ex ministra para
la Fiscalía General del Estado. Es importante el último término por que no se
trata de la "Fiscalía General del Gobierno", sino del Estado. De
nuevo, se comete el error de introducir más conflictos con la intención teórica
de evitarlos. Pero Sánchez tiene dos pies izquierdos. El "¡pues ya
está!" famoso es uno de los mayores errores conceptuales y estratégicos.
Por ello, Sánchez ha recibido ya ataques antes del primer Consejo de Ministros.
Se
puede aceptar que los ministros y demás nombramientos sean partidistas, pero
convertir la Fiscalía en una sucursal es un error imperdonable. Lo es, además,
en otro sentido. Sánchez está tomando decisiones necesitas de gran consenso con
el gobierno más débil de nuestra historia democrática (me refiero en números
parlamentarios), con los peores apoyos y en el momento probablemente más crítico,
con los mayores desafíos.
Pueden
gustarnos más o menos las personas que ha nombrado para los ministerios, pero
tiene el legítimo derecho a nombrar su equipo. Esto forma parte de sus
funciones y derechos. Pero por más que sea el gobierno que "nombre"
al Fiscal General del Estado, no es ni puede parecer un títere del gobierno.
Mucho menos cuando queda claramente señalado que se trata de mantener a la
Justicia alejada de los procesos independentistas, los planteados ya y los que
seguirán en cadena si se cede en el
primero.
Ver la
Justicia como un "problema" es de una miopía enorme, pues ha sido la
Justicia la que ha evitado que sean precisamente los partidos los que asuman
sus negociaciones (como ha ocurrido y seguirá ocurriendo) como intercambios y
cesiones. Sánchez no va a poder evitarlo, al contrario: va a forzar la sobre judicialización de la vida
política española, pues cada situación en la que se considere que Delgado está
actuando al dictado de Sánchez, será controvertida. Y, peor todavía, se tendrá
la sospecha de que se esté usando a la Fiscalía General del Estado como un
factor de negociación ahora que se dice que se desjudicializa. La cuestión se agudiza cuando la persona nombrada
ha sido además reprobada por tres veces en la legislatura anterior.
El
problema, una vez más, es que Pedro Sánchez cree que con haber conseguido
apoyos para una investidura bajo mínimos, quiere afrontar retos para los que
hace falta mucho consenso y fuerza. Está, por el contrario, lanzándose a
acciones cuyos avales le pueden salir muy caros.
Parece
que tras estos años de política a cara de perro, nadie va a bajar el tono de
las disputas, que no se reducen, sino que se amplían. Podemos ir a buscar las
cusas remotas o no hacerlo. Pero no podemos ignorar el cansancio, el desgaste y
el hastío que la vida política —por llamarla algo— está causando en muchos
ciudadanos. Ahora le toca a la Justicia, al menos, en parte someterse a un
proceso de desgaste desde el recelo que el nombramiento ha causado.
El
nombramiento de la nueva Fiscal General del Estado ha eclipsado todo lo demás.
Motivos hay porque será el eje de la política próxima. Nadie —absolutamente
nadie— tiene la más mínima duda de que el nombramiento es absolutamente claro
en su finalidad. Eso es malo porque se necesita poder confiar en algo. Y cada
vez se puede hacer en menos.
Lejos
de rectificarse, la política sigue ahondando en la discordia y en la controversia
ciudadana e institucional. Sánchez no aprendió la lección sobre lo fácil que es
derribar un gobierno y lo difícil que es mantenerlo. Cuanto más dependa de unos,
más cautivo estará de ellos; cuanto más partidista se vea a la Fiscalía General, menos se confiará en la Justicia, debilitando a la institución.
La Justicia no solo debe ser independiente, sino parecerlo para tranquilidad de los ciudadanos —de todos— y funcionamiento de las instituciones. No es lo que parece ni lo que nadie ha entendido.
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