Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Publicó
ayer el diario El País un curioso editorial titulado "Democracia de
calidad"*, interesante concepto que se aplica ahora a casi todo. Compara
nuestra vida política con la de los alemanes y señala que ellos son muy
correcto y nosotros, en cambio, no. En su vertiente pedagógica, el
editorialista dice cosas profundas como que en otros países, además de llevarse
bien, la gente dimite. Lo dice también por Alemania, claro, que es elevada al
paradigma universal de la corrección y de la dimisión, además de otras cosas bien merecidas. La gente allí dimite por
cosas extrañas, como copiar las tesis doctorales, pero eso no tiene muchos
sentido en España porque algunos han engordado las Licenciaturas con esa
fórmula tan pintoresca de "posee estudios de..." (rellénese con
aquello de lo que le guste presumir). Es cierto que el líder socialdemócrata,
Peer Steinbrück, nos ha copiado la peineta de Bárcenas, pero no lo es menos,
también, que fue ante fotógrafos de estudio, posando y pactada, y no una peineta ofensiva dirigida a los fotógrafos
mismos mientras empujaba un carrito con maletas, como nuestro tesoro y tesorero nacional. Esto quiere decir que
hay peinetas de estudio y peinetas en instantáneas, captada como al vuelo,
dignas de decirle, como Fausto, al instante que se detenga. ¡Es tan bella esa peineta! ¡Es tan simbólica! Lo que era el brazo en alto del franquismo, lo es ahora esta peineta de una democracia grosera e inapetente.
Luego
el diario habla de la "crispación", que es un verbo relativamente moderado tal como están las cosas. me
refiero a que no sé a cuál parlamento se refiere si al mal llamado nacional o a
los autonómicos que no sé ya como calificarlos. Nos sorprenden ahora —hasta fin de existencias— los
canarios, también crispados, autodenominándose "colonia española" y pidiendo
a la ONU que los descolonice. Tienen una cosa
nueva que se llama Vecinos Canarios Unidos, aunque no especifican a quién, que
se quieren separar también. Yo creo que si contamos a los que se quieren quedar
acabamos antes. Pero me temo que corren el peligro de que los alemanes e
ingleses —y ahora los rusos— les compren el territorio como si fuera Alaska o
la Florida y se monten allí un paraíso, fiscal o de los otros. Como si Canarias
no es española, lo que desde luego no es "europea" por aquello de la
distancia, lo mismo les llegan los marroquíes, mauritanos o del cualquier otro
sitio próximo a reivindicarles la "africanidad" y, de paso, la
soberanía. Me los veo como en El Álamo, pero en bañador o tanga regional que
elijan para marcar diferencias. Parece que la gente —los vecinos— no escarmentó
de los tiempos de Cubillo y de Gadafi. Pues nada, nada, a separarse que, ¡total,
para no hacer más que discutir! Les ofrezco hasta nombre por si lo quieren:
"Federación de Repúblicas Volcánicas del Atlántico". Es mejor decirlo
todo seguido porque con siglas es casi impronunciable.
Me
resulta muy sorprendente lo que dice el diario: "No hay ninguna maldición
que impida a España comportarse de modo similar a sus vecinos europeos. Lo que
lo hace muy difícil es el estado de bronca política continua."* No sé
hasta donde llega el concepto de "vecinos" que El País maneja, pero
espero que no sea por Italia o Grecia, en donde el ambiente está caldeado.
Quizá los verdaderos "vecinos" lo sean al modo de los "vecinos canarios
unidos", que aquí parece que solo te unes para separarte con más ganas. Y
es que mientras Europa alienta el sentido de "identidad" y
"unión nacional" en los que se van al otro extremo, desde los
"verdaderos fineses" a los "verdaderos griegos" o los
"auténticos alemanes" —ultranacionalistas, al fin y al cabo—, aquí dejamos
eso para el fútbol —mientras ganemos, claro, que ¡Dios sabe lo que nos puede
caer con una eliminación temprana en una Eurocopa!— y nos lanzamos a la
liquidación nacional, al cierre por reforma y, para algunos, por traspaso de negocio. Lo
malo de la "maldición" española, querido diario, es que nos la
echamos nosotros mismos y nos regodeamos en ella.
Yo creo
que el argumento no debe ser "comportarse de modo similar a sus vecinos
europeos", sino que la exigencia a este paso debería ser de "no molestar
a los vecinos europeos", simplemente. Si España tuviera una pared
imaginaria, los vecinos estarían todo el día tocando en ella para pedir un poco
de silencio en la hora de la siesta y
respetar la paz nocturna bajando el volumen de la música. Demasiado chunda-chunda. Yo creo que, de
seguir así, lo mejor es que nos echaran de Europa una temporada —una expulsión
temporal como en el deporte— hasta que aprendiéramos que además de complicarnos
la vida nosotros se la estamos complicando a los demás. Pero llegamos a Europa y se nos relajaron los esfínteres.
Me he
molestado en recoger los titulares de las noticias que el diario que pide mesura nos ofrecía ayer en su edición digital y
son estas: "Letta encara el chantaje de Berlusconi y pedirá la confianza
del Parlamento", "Italia amenaza con reabrir la crisis del euro en su
versión más política", "El conservador Passos Coelho se estrella en
las grandes ciudades", "El ‘número dos’ de Aurora Dorada se entrega a
las autoridades griegas", "Mas pide a Europa que deje de ignorar el
proceso soberanista", “Cataluña sería un Estado fallido como
Somalilandia”, "Las seis diferencias entre Rajoy y Merkel (y no son hacer
la compra)", "Los indignados del ‘Jaque al Rey’, los más
furibundos", "Marchas masivas en Baleares contra la política
educativa del PP", entre otros.
Si se
observan los términos usados por el diario que pide calma y buenas maneras son:
"chantaje", "amenaza", "estrellarse",
"entregarse" (no como los ciclistas, sino como los criminales),
"ignorar", "fallido", "indignados", "furibundos",
etc. Pero me parece que su contribución excelsa al buen rollito político es,
sin duda, este titular: "Las seis diferencias entre Rajoy y Merkel (y no
son hacer la compra)".
No sé
porqué se preguntan tanto por las maneras del Parlamento, con lo que tenemos
dentro, fruto de una cuidadosa selección grano
a grano, como el café del anuncio. La pena es que lo de dentro se contagia
fuera y lo de fuera dentro. A mí me gustaría que sus señorías dejaran de
pelearse, pero mi duda es si saben hacer otra cosa. Son tan pobres los
argumentos que esgrimen cuando no chillan o se pelean que casi se agradece el
estruendo y el griterío por no deprimirse más. Tampoco es que los modos sean
muy malos, no se pegan y cosas así, como ocurre en Grecia, por ejemplo. Son más
bien monótonos en sus estrategias, terriblemente aburridas y con efectos casi
conductistas. No me malinterpreten: no estoy pidiendo que el Parlamento sea
"divertido", algo a lo que llegaremos cuando se pase esta fase bronca.
No, no digo eso.
Yo iría
un poco más allá en lo que el diario les pide sobre las maneras. Yo les pediría
—ya sé que me excedo y que no es cosa suya— alguna idea medianamente coherente
para solucionar algún problema y, especialmente, que no creen ninguno nuevo. Deberíamos
donarles el 0,7 por ciento de las ideas que se nos ocurran. Puede que algunas
no sean muy buenas, pero es la voluntad lo que cuenta.
Creo
que además de pedirles "calidad" a los políticos —no sé si va a poder
ser— habría que ir reconstruyendo todo el destrozo que han causado con su mal
ejemplo y prácticas viciosas. Deberían organizar algún acto conjunto de
desagravio a la ciudadanía, pero es mucho pedir. La prensa, es cierto, no ayuda
demasiado —incluido el flemático El País—.
No sé si es por mimetismo o porque van un paso por delante, calentando los
ánimos del personal, pero no contribuyen y, por el contrario, le sacan buen
rendimiento a la gresca, alentando filias y fobias. Unos son portavoces y otros
portabroncas; unos correas de
transmisión y otros cinturonazo en
las nalgas. Que no pidan paz los que no la buscan ni ayudan a encontrarla.
La
política española ya no es partidista, es sectaria. Tiende a extender los
excesos de sus miembros menos capaces a los demás para formar esta gigantesca
cacofonía, sin una sola idea positiva que nos permita reconciliarnos, si no con
la Historia —llena de agravios y desaires—, sí con la imaginación de algo mejor
que lo que tenemos. Griten o no griten, gesticulen o no, el problema es más
profundo que todas estas impresentables grescas, acusaciones constantes para
tapar su desidia, su inoperancia y su falta absoluta de ideas. No hay un solo
político que hay ido más allá de la consigna y el eslogan; no hay uno solo al
que le hayamos escuchado un análisis coherente, preciso de nuestros problemas,
creados por ellos mismos. Si tienen ideas, desde luego las esconden bien. Los que no esconden son los insultos o desdenes, las amenazas y las descalificaciones, que se suman todas contribuyendo al descrédito general. No nos pidan respeto cuando no se respetan, ni entre ellos ni a las instituciones que les acogen y utilizan.
Pedir
"calidad" a estas alturas es como pedirle a los náufragos del Titanic
que esperen a hacer la digestión. Es casi un imposible porque la vida
parlamentaria se ha convertido en una de esas peleas en el fango con las que se deleitan algunos viciosillos. Señala
El País que no se puede reducir el Parlamento a vetos y pataleos. Y tiene
razón, pero ¿cómo se arregla?
Finalmente,
frente a los políticos, surge la palabra mágica —¡cómo no!—,
"expertos". Es increíble que teniendo tan malos políticos tengamos tan buenos expertos:
Muchos expertos diagnostican la necesidad de
abordar una reforma constitucional de amplio calado, que abarque desde el
modelo territorial del Estado a las vigas maestras del sistema electoral. Pero
abordar esa tarea resulta inimaginable sin contener los estériles partidismos
que caracterizan el día a día de la política. Tampoco ayuda en nada que una
institución tan sensible como el Tribunal Constitucional avale casi sin
pestañear la falta de neutralidad política de su presidente.
Puede que sean "estériles", pero desde luego con mucha testosterona. Y me
pregunto: ¿quiénes son los "expertos en política" sino los "políticos"?
Para eso los elegimos, pienso yo. Me echo a temblar cuando los "expertos"
hablan de reformas de "amplio calado" porque precisamente a los que
hemos calado ya es a los expertos. Hay mucho "republicano" de Platón suelto por ahí. Los expertos son usados por unos y otros según les convenga. Aquí no hacen falta "expertos", sino voluntad. Y es lo que falta.
Entre expertos
en política a los que no voto, pero debo hacer caso, y políticos a los que voto pero que no me hacen caso a mí, me quedo
como el famoso asno, en medio, dudando si dirigirme a un montón de paja u otro.
¡Qué pena dudar tanto en un mundo con las ideas tan claras!
* "Democracia de calidad" El País
29/09/2013 http://elpais.com/elpais/2013/09/28/opinion/1380394372_425596.html
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