Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
prensa y los comentaristas políticos —los políticos mismos— norteamericanos realmente están
descolocados por la velocidad de los acontecimientos. Tras el desliz
de Kerry sobre el que se ha montado toda esta serie de encuentros vertiginosos todo
parece fluido y amigable. Hace apenas unas horas se hablaba ya de un acuerdo
cercano. Aunque ayer por la mañana escribía que pronto oiríamos hablar de "negociaciones
de paz" nunca pensé que sería esa misma tarde. Es tal la sucesión de los
acontecimientos que la Historia parece marcada con postes entrevistos desde un
tren de alta velocidad, meros destellos.
Mientras
John Kerry parece haber encontrado a su alma gemela en el ministro de
Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, el presidente Barack Obama, condenado a
quedarse en casa, muestra en su rostro los efectos del desgaste y la tensión
acumulada estos días por la terrible campaña contra él desde todos los frentes.
Es
extraña la política. Hace unos pocos días se le recriminaba el haber lanzado a
Estados Unidos a una intervención; después se le criticó haber pasado la pelota
a los representantes políticos, cuyo proceso ha quedado a mitad de camino;
ahora se le critica el acuerdo en sentido contrario porque Estados Unidos —que
se ha ahorrado una intervención militar no deseada ni deseable— ha quedado en
evidencia y cedido el protagonismo a la Rusia de Putin.
La
carta del presidente ruso es motivo de análisis en toda la prensa y ha golpeado
a la clase política norteamericana "por debajo de la cintura". El
"ego" norteamericano ha sufrido con esa carta que algunos han
calificado de "vomitiva". Pero hasta ahora, lo que la carta señalaba
se va cumpliendo en la realidad y no hay motivos —más que la tradicional
rivalidad de USA y Rusia— para no leerla de otro modo. Desde el escepticismo
crónico, se pensó que la función de la carta era ralentizar el proceso para impedir la intervención norteamericana
y, en mi opinión, es acelerarlo. Cuanto
más se avance en la propuesta, más se alejará el fantasma de un recrudecimiento
del conflicto y sus múltiples e imprevisible efectos. Rusia ha cambiado el ritmo. Ahora le interesa la velocidad.
Sigo
pensando que la jugada rusa no es "engañar" a los Estados Unidos
sino, por el contrario, dar una muestra de su propia "eficacia". El psicodrama colectivo que viven los Estados Unidos contrasta con la sencillez rusa: dicho y hecho. La posición
norteamericana —de único juez posible y de clasificación del mundo conforme a
su propia visión— es lo que está en cuestión. Y eso no les gusta.
La
perspectiva de Estados Unidos de una intervención sin el aval de Naciones
Unidas, como planteó el presidente Obama, vuelve el mundo más inseguro porque
es hundir la institución misma, que, aunque nos quejemos en ocasiones, cumple
una función importante. La perspectiva de la legalidad debe prevalecer porque
la acción, por bienintencionada que sea, se convierte en ilegal y eso puede ser
invocado por cualquiera. Obama fue más lejos: no quiso esperar siquiera que
regresaran los inspectores de la ONU, por lo que el desafío ya no fue solo por
el veto del Consejo de Seguridad; fue un ejercicio de soberbia y,
especialmente, de suicidio político personal. ¿Qué pretendía? No lo sabemos y
para llegar a entenderlo tendríamos que entrar en su mente o en la de sus
asesores.
Para
alguien que se comprometió a cerrar Guantánamo y "no ha podido
hacerlo", al que le están boicoteando hoy mismo el "obamacare" —sus
propuestas de sistema de salud pública que son el objetivo de una verdadera guerra de intereses y donde se concentran sus principales enemigos—, que tiene irritados a muchos gobiernos
y ciudadanos del mundo por estar espiados, etc., meterse ahora en un conflicto
de este tipo por lo horrendo de las muertes de Siria, después de dos años de
guerra y más de un millón de refugiados, no sé cómo debe de ser entendido.
Las "buenas
acciones" deben seguir buenos caminos y tener también buenos resultados.
Una "buena acción" que no resuelve nada y que crea más conflictos y
problemas deja de ser una buena acción y se convierte en una locura
bienintencionada. Pero la persona que tiene el poder que tiene el presidente de
los Estados Unidos no se puede permitir esas ligerezas. Y menos "ligerezas"
anunciadas a bombo y platillo, involucrando a las cámaras de tu país y a los
demás países en un proyecto cuya finalidad no es "acabar con el tirano al
Asad " —que hubiera sido comprensible, al menos—, sino "servir de
ejemplo". ¿A quién? ¿No es mal
ejemplo intervenir militarmente en un país en guerra sin el aval de la ONU, que
es el requisito del derecho internacional?
Creo
que el problema de Barack Obama —y con él el de todos los demás, nosotros
incluidos— es el intento de demostrar que tiene una fuerza que le han ido
recortando por la falta de apoyos internos. Curiosamente, el presidente que fue
elegido para dar la vuelta a un país que había padecido la profunda división
causada por las acciones de George W. Bush y por la codicia criminal de Wall
Street, ha tratado compensar su frustración en la vía exterior tratando de
mostrar un liderazgo mientras perdía sus seguidores y apoyos en el interior.
Todas las acciones clave de Obama han tenido una resistencia inusitada por
parte de los legisladores. Sus iniciativas se han visto frenadas y recortadas. Es
a esos mismos legisladores a los que envió su iniciativa militar que ahora se
ve anulada por la propuesta rusa. Se ha ahorrado, al menos, una muerte pública
y oficial.
Solo es
posible haberse lanzado a una aventura de ese calibre y riesgo desde una
profunda soledad y aislamiento político. Quizá
a Obama le ha pasado como se decía de algún Papa reciente, que prefería viajar
con tal de estar lo menos posible en el Vaticano.
Si
Obama es engañado por los rusos, será atacado. Si los rusos cumplen sus
propuestas y se soluciona la crisis siria y se inicia un complicado proceso de
paz y reconstrucción bajo la tutela de Rusia y Estados Unidos, será atacado por
haber dejado el liderazgo mundial en manos de los rivales. Comprendo el cansancio
que su rostro muestra, lo que hay detrás de su mirada.
Ahora
le queda por delante un camino muy complicado en el que tendrá que elegir la
discreción política o intentar ganar un protagonismo con propuestas que se
convertirá en un deporte político echar por tierra.
La próxima
guerra americana tiene dos frentes: los republicanos mostrando la falta de
liderazgo demócrata y la de los demócratas desmarcándose de Obama y tratando de
ganar posiciones para las próximas elecciones y evitar que el
presidente deje bien colocado a un sucesor. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, una vía dolorosa que no será tan rápida como la del nuevo plan sirio.
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