Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Creo
que nadie duda de que Barack Obama se ha equivocado. Creo que lo saben hasta
los que le apoyan; especialmente los que ven que no tienen más remedio que
apoyarle. Saben que es un error, que se meten en aguas turbulentas de las que
desconocen su profundidad y fuerzas, aguas de las que ignoran hasta dónde
pueden arrastrarles.
Si el
objetivo del presidente norteamericano era mostrar la firmeza de la comunidad
internacional contra el uso de armas químicas, ha hecho un flaco favor a la
causa al mostrarla divida. Y así ha
desvirtuado las razones principales al hacer que se desatiendan los problemas
secundarios.
La
reunión del G20 ha supuesto un duro revés y una demostración de la división de
la comunidad internacional que, aunque comparte esencialmente el fondo no
comparte, en cambio, las formas o el método. Por decirlo así, muchos comparten
el diagnóstico pero no están de acuerdo en el tratamiento. ¿Por qué se lanzó
Obama a esta aventura que se ha acabado volviendo contra él? ¿Por qué es él el que
queda aislado cuando se trataba de
aislar a Basar al Asad? ¿Por qué se llenan las calles del mundo de pancartas
contra los Estados Unidos, es especial contra su presidente, en vez de contra la Siria gobernada por Al Asad?
Podemos
pensar que es un problema de Barack Obama, de los Estados Unidos o de la
comunidad internacional. Quizá los problemas están en los tres, cada uno en su
nivel, porque es evidente que los errores se acumulan cuando las soluciones que
se ofrecen no hacen sino aumentar el conflicto en vez de reducirlo. Hoy lo que se
le pide a la comunidad es participe solidariamente en un error a sabiendas de
que lo es.
Ningún presidente de los Estados Unidos había suscitado tantas simpatías y esperanzas como Barack Obama, especialmente fuera de sus fronteras. Ese capital se ha dilapidado y hoy se le responsabiliza de muchas situaciones de conflicto tanto por sus dudas como por sus decisiones.
La imagen de un presidente aislado, una especie de príncipe hamletiano por los pasillos de la Casa Blanca, es seductora. Explicaría la falta de
asesoramiento real y eficaz sobre los problemas y ciertas reacciones suyas en las que busca una conexión con el pueblo antes que con la clase política. Sus complicaciones para
sacar adelante sus medidas más radicales, que le son boicoteadas por esa falta manifiesta de apoyos, así lo demuestran. ¿Pero está aislado realmente o es
una forma personal de actuar, de entender la política?
Obama empezó la casa por el tejado y le falló la cimentación. La
táctica empleada por Obama ante los problemas presupuestarios y ante otros de
gran envergadura ha sido la misma: ha lanzado el problema a la opinión pública
para que esta presione allí donde él no obtiene resultados directos. Obama
confía más en sus dotes de orador emocional convincente que de negociador en
despachos; sus trabajados discursos y retórica empática no funciona ante
políticos conocedores de la distancia que hay entre las palabras, las emociones
y los hechos. Quizá por eso Obama se lanza a la arena pública con demasiada
frecuencia sabedor de que puede ganar el favor de la opinión y que esa opinión
favorable le servirá como arma al arrojar la responsabilidad del no sobre los otros. Pero ahora Obama no cuenta con el favor de la opinión pública, que se manifiesta en contra de la intervención de su país en otro campo de batalla.
Con
motivo de la presentación en abril del presupuesto, El Nuevo Herald citaba y comentaba las palabras de Obama:
“Ya cumplí con más de la mitad de lo que
pedían los republicanos, así que en los próximos días y semanas espero que los
republicanos den un paso al frente y demuestren que realmente están tan
comprometidos en disminuir el déficit y la deuda como dicen estar”, afirmó
Obama en el Rosedal de la Casa Blanca.
Pero en lugar de hacer que el Congreso se
acerque a un acuerdo en gran escala, hasta ahora las propuestas de Obama han
logrado enfurecer tanto a los republicanos –que están molestos por el aumento
en los impuestos– como a algunos demócratas, descontentos por los recortes a
las prestaciones de la Seguridad Social.*
Parece
que el sino de Obama es pedir la unión y lograr la división. Su estrategia
provoca siempre los mismos efectos. El mecanismo es siempre el mismo: el
lanzamiento de una proclama de bondad
universal —educación, sanidad, presupuestos...— que los otros se vean en
dificultad para rechazar. Obama siempre apela directamente al pueblo, siempre
lanza la responsabilidad del "no" a los demás. Y eso en política es
empezar la casa por el tejado.
En el
caso de Siria ha hecho lo mismo: en vez de negociar antes para ver los apoyos
de que disponía y, sobre ese conocimiento previo, tomar una decisión ajustada a
las posibilidades reales, se lanza y deja a los demás en situación de decir "no".
Les pide a los demás "que den un paso al frente", literalmente. Esa
forma de actuación le ha creado grandes problemas en la política nacional y se
los ha creado en la internacional. Obama tiene demasiado a menudo un
"sueño", algo que está muy bien si luego, despierto, aciertas en la
forma de cumplirlo. Si no se distingue el sueño —lo que se desea— de lo que se
puede, se produce un problema.
Lo que
ahora mismo se están planteando los políticos norteamericanos —los republicanos
hablan directamente de falta de liderazgo y temen lo que pueda hacer— es cómo
salir de una situación en la que se les
ha metido, en donde se juegan mucho más que una acción militar. La
pretensión inicial de Obama de que al emprender una cruzada todos se iban a
lanzar a seguirle entonando algún tipo de canto espiritual se ha desmoronado
ante la resistencia de la comunidad internacional a dejarse arrastrar a una aventura
incierta en sus resultados y dudosa en sus fines. Una guerra es una guerra, se
juegue como se juegue con las palabras o los tiempos.
Prescindo
de cualquier tipo de hipótesis sobre otra finalidad para la intervención, que
las hay para todos los gustos e imaginaciones. Hasta junio, Obama señalaba,
cuando se le preguntaba, que Estados
Unidos no tenía intención de realizar ninguna intervención militar en Siria.
Los muertos ya entonces se estimaban en cien mil y los refugiados en cerca de
dos millones. No creo que esto obedezca a ningún plan oculto, sino —todo lo
contrario— a una falta de plan y criterio, que es lo que de verdad asusta a la
gente, dentro y fuera de los Estados Unidos, meterse en una guerra irresponsable.
Se ha
pasado de hablar de una operación relámpago de dos o tres días a pedir la
aprobación de una campaña de sesenta días con treinta más de prórroga, si es
necesario, como si fueran letras de un banco. ¿Prórroga?
Cuando
se logró el visto bueno para una "zona de exclusión aérea" con fines
de protección del pueblo libio, sin pisar el suelo, se realizó una acción
militar en toda regla que además de "proteger", borró a Gadafi del
mapa. Nadie lloró por Gadafi, pero aprendieron que una "zona de exclusión
aérea" da mucho de sí, que hasta lo más sencillo es demasiado interpretable. Se consiguió obtener el
permiso para eliminar a Gadafi, pero se convirtió el Consejo de Seguridad en
algo inútil, pues el voto se pedía con unos objetivos y en la práctica se iba
más allá. Es tan malo bloquear resoluciones como pedir autorización para una
cosa y luego hacer otra. Hoy nos quejamos de que está bloqueado —también para
cualquier acuerdo que afecte a Israel— para intervenir en Siria, pero lo cierto
es que sus resoluciones se incumplen luego por exceso. Sembrar el recelo se acaba
pagando y eso lo aprovechan los interesados, especialmente Rusia.
La
intervención militar en Libia tenía muchas cosas a su favor, especialmente una
corriente histórica que estaba haciendo tambalearse una serie de dictaduras por
los levantamientos populares. Todo el mundo —no todos, Chávez estaba con
Gadafi— apoyaba la caída de los dictadores, al menos después de ver que iba en
serio, como ocurrió con Sarkozy en Túnez. Las opiniones públicas de los países
apoyaban con simpatía y solidaridad los esfuerzos de los pueblos que se
levantaban buscando libertad y democracia. De esto han pasado siglos en el peculiar calendario de la
densidad histórica. La dura realidad de los tortuosos caminos hacia la
libertad, llenos de obstáculos, ha hecho que muchos hayan perdido el entusiasmo
y se hayan vuelto más pragmáticos. Siria es un fleco descontrolado de la "primavera árabe", la cara bélica del fracaso político que ha creado otros problemas, de distinto grado, en Egipto, Túnez o Libia.
Podemos
caer en el cinismo y señalar que el error de los Estados Unidos —de Barack
Obama— ha sido tratar de implicar a
la comunidad internacional llegados a un punto crítico de la situación; pero
eso sería otra inmoralidad, un ejercicio de hipocresía, como es la política de líneas rojas, que deja manos libres a otras formas de ejercer la violencia.
Obama toma una decisión y luego
pide a la Comunidad que se sume. Al tratar de conseguir simultáneamente el
apoyo interno y le externo —otro error de cálculo y estratégico importante— se
tiene que enfrentar al rechazo de ambas pretensiones porque los argumentos no se pueden
mezclar: no se puede decir en USA que se defienden los intereses de los Estados
Unidos y fuera que son los de todos. Al único que ha favorecido todo este mar
de dudas, esta peregrinación mendicante de apoyos, cosechando rechazos y apoyos
ambiguos, ha sido a Basar Al Asad, que ha obtenido la confirmación de quiénes
no van a intervenir en Siria y de que sus apoyos son firmes.
Si
Estados Unidos quería realizar una acción ejemplar y moral, podría haberse
volcado con la ayuda a los refugiados y buscar una condena política de Al Asad
en todos los foros internacionales, haber aumentado la presión para la condena
del régimen sirio, que sobre él pesara la amenaza de verse ante el tribunal
penal internacional acusado de genocidio. Era buena cualquier fórmula que,
partiendo —algo en lo que no entramos ahora, aunque sea la raíz del problema
actual— del hecho de que no se ha intervenido antes, supusiera el aumento de la
presión internacional sobre Al Asad y paliara el sufrimiento que padece el
pueblo en el conflicto.
Todo
conflicto que no se para a tiempo salpica a la comunidad internacional. Habrá
siempre unos responsables directos, pero la comunidad debe asumir que toda
guerra implica también un fracaso de todos y de los mecanismos e instituciones
creados para evitarlas. Todos somos un poco responsables, por eso tratamos de
compensar al menos el dolor que se causa con las ayudas internacionales.
Podemos estar ciegos ante la guerras, en función de los intereses particulares, pero
no debemos estarlo ante sus consecuencias.
Si
Barack Obama se empeña en seguir adelante, conseguirá lo contrario de lo que
buscaba: apoyos para Al Asad, que se podrá mostrar como víctima del
"imperialismo norteamericano" y justificará mayores atrocidades para
defenderse. Obama mostrará un "liderazgo" de muy bajo perfil; la
gente se fijará más en los que no le han seguido que en los que lo han hecho a regañadientes o por convencimiento, que
se verán enfrentados a la lucha política local —como en Francia— que
aprovecharán sus opositores locales. Merkel no ha querido meterse en mitad de campaña en estos líos que se vuelven siempre contra el que gobierna. La opinión pública la respalda y además muestra su independencia y la de Alemania. Cameron ha hecho el ridículo y Hollande lleva el mismo camino.
Solo se
beneficia Al Asad. Indudablemente, hay que condenar a Basar Al Asad, buscar un castigo eficaz; se lo
merece desde el día en que rechazó una salida política a las reformas y cambios
que le pedían sus ciudadanos. Hay que condenarlo y buscar vías inteligentes y
eficaces, directas e indirectas, para conseguir el objetivo de la solución del
problema sirio. Incluso los problemas matemáticos pueden tener varias formas de
resolverse y todas son buenas —unas más laboriosas que otras, unas menos
elegantes y armoniosas que otras— si llegan al mismo resultado, el correcto. En
la política, en las relaciones internacionales, el camino más corto no siempre
es el recto y hay que dar muchas vueltas para lograr obtener unos resultados.
Lo malo es cuando el problema está mal planteado, en cuyo caso es casi
imposible que se resuelva por esa vía.
Quizá
Barack Obama tiene demasiados "obamas" a su alrededor y necesita, por
el contrario, de alguien que cumpla las funciones de abogado del diablo. Creo que Obama necesita la visita de los tres
espíritus, como Ebenezer Scrooge en Canción de Navidad
(A Christmas Carol), la conocida obra de Charles
Dickens, para mostrarle con claridad lo que ocurrió en el pasado, la situación
del presente y sus consecuencias en el futuro. Al final, tanto Hamlet como el cuento de Dickens tratan de fantasmas que nos visitan y advierte y de las consecuencias de no hacerles caso.
Queda
la duda de cómo reaccionará en las próximas fechas ante los reveses consecutivos
que está teniendo y si el Congreso de los Estados Unidos asume de forma
solidaria el error de planteamiento bajo el principio de que su país debe
mantener lo que su presidente ha dicho en su nombre, aunque no esté de acuerdo. La situación es bastante insólita y puede que Estados Unidos no gane nada y que, por el contrario, pierda su liderazgo ante los peligros de ser aliados de alguien que toma decisiones dando por hecho que le vas a seguir.
*
"Obama envía un plan de presupuesto al Congreso" El Nuevo Herald 11/04/2013
http://www.elnuevoherald.com/2013/04/10/1451006/obama-envia-un-plan-de-presupuesto.html
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