Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
ritmos de la Historia son complejos e inesperados. Un hecho imprevisto puede
disparar el turbo de los acontecimientos precipitando las reacciones en cadena que
se entrelazan provocando el vértigo interpretativo. Si dicen que la Historia
requiere cierta distancia para ser comprendida, parece que ahora nos hubiera
saltado a la cara cogiéndonos por sorpresa. Hay ciertos acontecimientos o
situaciones que provocan esas aceleraciones que mueven lo que estaba estancado.
No tienen porqué ser voluntarios. En ocasiones son accidentes o movimientos
involuntarios cuyos efectos van siendo cada vez más racionales y controlados. Se
pasa así del golpe de azar al sentido racionalizado si se logra aprovechar y
canalizar su impulso.
Algo
así ha ocurrido con el caso sirio y sus efectos posteriores. El caos va tomando
orden en un movimiento iniciado al borde de una crisis militar y política de
incalculables e imprevisibles resultados. A nuestra tendencia a escribir la
Historia como un camino inteligente y rectilíneo, algo que pueda ser explicado
a través de un discurso ordenado, le cuesta entender los efectos sistémicos
complejos en el que las situaciones, como ha ocurrido, son el resultado de un
cúmulo de circunstancias que comienzan a tener efectos unas sobre otras sin
saber muy bien cómo.
Los
efectos de un confuso y cruel ataque con armas químicas sobre una población se
convierte en un punto a partir del cual las acciones van entrelazándose de
forma extraña e imprevista. Las cosas suceden al contrario de lo que se
esperaba, pero es precisamente ese factor inesperado el que hace que no se
tomen las decisiones previstas —probablemente las peores— sino que se vayan
encajando unas con otras.
Sea
quien fuera —pensemos con la versión inicial norteamericana o lo hagamos con la
versión de Al Asad y Rusia— quien realizara el ataque contra la población, sus
intenciones se han visto frustradas. No creo que quien lo usara, ya fueran
incontrolados rebeldes para forzar una intervención militar contra Al Asad o
las tropas del gobierno para avanzar militarmente, no han conseguido lo que
querían.
También
se ha frustrado las intenciones iniciales norteamericanas de golpear
militarmente al régimen de Damasco. Lo mismo ocurrió con David Cameron en Reino
Unido con el voto en contra del Parlamento a una intervención militar. De igual
forma puede entenderse, en sentido negativo, las reacciones en contra de las
opiniones públicas en países como Francia, dispuesta a la intervención; el
crecimiento de la intención de voto en contra en las cámaras norteamericanas
tras decidir Barack Obama pedir el respaldo...
Entre
el ataque con armas químicas y el "desliz de John Kerry" —un simple comentario
como respuesta en una rueda de prensa— se producen todos esos movimientos frustrados.
Nada sale como se espera; nadie consigue lo que quiere. Después del
"desliz", con la intervención rusa, todo cambia de sentido y los
objetivos que se buscaba alcanzar desaparecen en beneficio de sus contrarios.
Donde se defendía una intervención militar se produce un rápido proceso de paz
al que todos pueden subirse en marcha. La conclusión provisional de este
periodo es la aprobación unánime del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas
hace apenas unas horas. También la ONU ha pasado de ser un organismo inútil y
desprestigiado, que Estados Unidos pretendía ignorar en su intervención
—incluso sin esperar el regreso de los inspectores despreciando los informes
ante la ONU—, a ser un escenario de acuerdos, capaz de establecer un calendario
y unas consecuencias, algo de lo que nos alegramos todos.
Mientras
una gran cantidad de políticos norteamericanos señalaron que la Carta de Vladimir
Putin les había hecho tener ganas de "vomitar", los acontecimientos
posteriores demostraban que seguían pensando en términos de Guerra Fría, sin
entender que la guerra y la temperatura eran distintas, algo que
Rusia sí había entendido. En su pragmatismo —y probablemente con mejor
información— los rusos habían comprendido que la guerra de Siria había
cambiado, que no había dos frentes sino tres y que la guerra no la perdería uno
sino dos, la ganara quien la ganara. La presencia de yihadistas sunís de Al
Qaeda combatiendo en una misma tacada al régimen (aliado alauí de los chiitas
que gobiernan) y eliminando a los socios circunstanciales moderados que se
enfrentan a las tropas de Al Asad para ganar terreno en el futuro ha sido, en
mi opinión, el elemento determinante del cambio de estrategias y valoraciones.
Fue lo
que frenó en gran medida las posibilidades de armar a los rebeldes —se estaría
armando a Al Qaeda, según muchos observadores— y, probablemente, fue lo que hizo
ver a todos el peligro de que Siria quedara en manos peligrosas, con enemigos
potenciales a ambos lados: Irán e Israel. La inestabilidad creada llevaría a
una situación absolutamente explosiva.
Fue el
compromiso —otro desliz— de Barack Obama con sus "líneas rojas" el
que marcó ingenua e involuntariamente un objetivo, un disparador de la
situación que produciría un salto en el conflicto. Cuando Obama dijo esas
palabras sobre los límites, el conflicto sirio era otro. Lo analizó conforme a
otras situaciones sin saber, que dos años después, la guerra siria —las
palabras nos encierran en cárceles mentales— era otra, aunque se estuviera
luchando en el mismo lugar. El deseo de Estados Unidos de anunciar sus
movimientos y opiniones como si fuera Moisés bajando con las tablas de la Ley
tras una conversación informal con Dios en el Sinaí, se convirtió en una
encerrona en la que se veía obligado a mantener su palabra bajo pena de perder
su carácter de líder y juez mundial. Las tablas de la Ley de la Historia no se
borran con típex.
La
pérdida del control de Estados Unidos sobre el entorno israelí en Oriente
Medio, el cinturón de seguridad que se la ha ido estableciendo durante décadas
para que no se produzcan más ataques de los necesarios contra ellos, se ha
desestabilizado gracias a la pésima política de apoyo a los "islamistas
políticos" desarrollada por los Estados Unidos en los países de las
Revoluciones de la Primavera árabe. En Egipto, por ejemplo, se responsabiliza a
un discurso de Mohamed Morsi —el derrocado presidente— del linchamiento en mayo
de cuatro chiíes como resultado de un encendido discurso de apoyo a los
rebeldes sirios. Da igual que no fuera esa su intención. Hay que asumir que no
controlamos los efectos de lo que hacemos, que lo resultante de nuestras
acciones tiene un porcentaje variable de efectos imprevistos. Así funciona la
Historia y la vida: las cosas no siempre ocurren como queremos.
La
prueba segunda del proceso es la incorporación de Irán a las iniciativas rusas.
Irán es un agente importante en el proceso, el segundo aliado de Al Asad. La
histórica conversación realizada por Barack Obama y Rohani, el primer ministro
iraní, después de treinta años de silencio y amenazas es otro proceso que
aprovecha la inercia del sirio.
A los
que les provocaba náuseas la carta y
la actitud de Putin, la actitud de Irán les parecía una astucia más. Sin
embargo, la cuestión nuclear puede entrar en una nueva fase aprovechando la
dirección abierta en el caso sirio. La mejor forma de evitar que Irán sea un
peligro es incorporarlo al proceso sirio como garante, por lo que pasará a
estar interesado en que se resuelva y en que sea contemplado de una manera
distinta por la comunidad internacional. Sumándose a este proceso, Hasan Rohani podrá
vencer las resistencias internas desplazando a los más radicales y demostrando
que una política menos beligerante que la de su antecesor —cuyas intervenciones
en la ONU se contaban por los abandonos de la sala— puede funcionar y que la población que le
eligió apuesta por caminos de apertura. Los países no son peligrosos, lo son
sus dirigentes. Es fácil de entender, pero no de practicar. En ocasiones, son nuestros movimientos los que provocan o favorecen la radicalidad de nuestros oponentes. Una actitud agresiva o de desconfianza favorece la selección de los más agresivos por parte del que siente que se debe proteger.
Por su
parte, los efectos sobre la política norteamericana son también muy
importantes. Obama está también interesado en el proceso porque le permite
recuperar la posición interna, muy debilitada. Los ataques contra él ha sido
fuertes, no solo por la cuestión siria, sino porque esa debilidad en el
liderazgo —no supo convencer a los aliados para la intervención y abrió una
puerta involuntariamente para que se le escapara la presa— es aprovechada por
los republicanos para atacar el "obamacare" y por los demócratas para
impedirle colocar un candidato propio en las próximas presidenciales —la falta
de apoyo de Hillary Clinton ha sido notoria—. Por los republicanos, John McCain, el hombre que jugaba al póker virtual mientras se debatía la cuestión siria —una imagen que pasará a su historia personal—, y otros competidores tratarán de hacer ver que la cúspide mundial solo tiene un asiento, el de los Estados Unidos, y acusarán a Obama de haber perdido el liderazgo. Serán los argumentos hasta que lleguen las siguientes elecciones en USA. De poco le servirá atacar a Putin si lo que el presidente ruso ha hecho sale bien. No se trata aquí de la catadura moral de Vladimir Putin —que es suficientemente nítida—, sino del juego de las naciones, en el que los agentes juegan con otros créditos. Señalamos en su momento que Putin no se metía en una aventura como esta para salir debilitado. Los que apostaban por un engaño, se habrán visto frustrados por el resultado unánime del Consejo de Seguridad de ayer, que compromete a todos, incluida Rusia, que ya se encargará de que Siria cumpla con sus propios argumentos, seguro que muy convincentes.
Parecería
que todos los jugadores ganan en este extraño juego de la Historia, que todos
han sacado algo positivo. Pero ahora viene el juego más difícil: conseguir una
verdadera salida al pueblo sirio, un acuerdo de paz que permita acabar con el
sufrimiento de la población y un acuerdo estable, de futuro. No será fácil. Existen demasiados intereses, pero el hecho de que se haya llegado hasta aquí significa que la mayoría ha entendido que el otro camino era peor. Y probablemente con toda razón.
Previsiblemente,
el movimiento de paz tendrá en contra a los yihadistas, a los llegados de todos
los países islámicos para combatir a Al Asad y hacerse con un país
estratégicamente situado para provocar el caos. Esta lucha será un obstáculo y
costará muertes y sufrimiento. La pérdida de la retaguardia islamista, como en
Egipto, o el desmarque de Túnez, desde donde partían también combatientes, es
un factor importante. El miedo a que suceda algo similar a lo ocurrido en
Egipto, el desalojo del poder de los islamistas por las manifestaciones
populares masivas contra su gobierno y el consiguiente derrocamiento por la
intervención del Ejército, ha hecho que Túnez rectifique su trayectoria, al
menos aparentemente, para sortear el riesgo. Las denuncias, por ejemplo, estos
días de la vergüenza de la yihad sexual
—yihad al niká, el envío de jóvenes tunecinas piadosas para que sirvan al desahogo sexual de
los combatientes en Siria y el posterior regreso de las mujeres embarazadas a
sus casas después de haber servido de entretenimiento guerrero— ha sido una
excusa suficiente para que el gobierno tunecino dé signos de no estar apoyando esa causa ni dejar que sea
salpicado. Las libertades concedidas a los salafistas para el control social se
deberían ir acabando.
Los
violentos golpes yihadistas en Kenia y Mali tienen el efecto de intimidar
mediante las franquicias de Al Qaeda por el mundo. Hay zonas por las que se
mueven impunemente dando muestras de barbarie, de crueldad infinita. Las
llamadas de Al Zawahiri a extender el terrorismo por el mundo son una reacción
a estas presiones y muchos gobiernos de todo el mundo deberían revisar sus políticas
de acoger como "amigos" a los que no quieres tener como "enemigos".
Al final se comprueba que la amistad es cosa de dos y que ellos nunca han sido
tus verdaderos amigos, sino solo circunstanciales e interesados. De Argelia a Egipto o Túnez se están desencadenando golpes contra estas franquicias terroristas, globales y locales, que desestabilizan gobiernos intimidando poblaciones enteras por la brutal violencia que ejercen.
En un
par de semanas se ha producido un cambio importante en el mapa mental del
mundo, en la forma de concebirlo y en las relaciones. Situaciones que llevaba
estancadas décadas, como las relaciones con Irán, o años de cruenta guerra parecen
que inician un nuevo rumbo. Tendrán que sortear nuevos obstáculos por parte de
aquellos que se beneficiaban de la situación anterior —ninguna situación se
puede mantener mucho tiempo si perjudica a todos— de conflicto. Quizá pronto se
produzcan intentos de evitar la estabilización, que se sedimente todo lo que
ahora está todavía en el aire pero que se va fijando con cada paso en la
dirección de los acuerdos.
Habrá
intentos de boicotearlos en Siria, en Irán, en Israel —el más temeroso— o incluso
resistencias en los mismos Estados Unidos. Cada uno de forma distinta y por
motivos distintos. Lo que nos han enseñado esta situación es el funcionamiento histórico
complejo y cómo muchas veces las soluciones —o simples cambios de estado— se
producen por acontecimientos mínimos que crecen de forma espectacular hasta ser
el eje de los giros que no se alcanzaban. Acontecimiento mínimos —como ocurrió
en Túnez con el inicio de la Primavera árabe, la muerte de un joven vendedor, o
de un bloguero en Egipto— pueden tener efectos grandes e imprevisibles porque
actúan sobre escenarios comprimidos como la pólvora.
De igual
forma que un acontecimiento inesperado nos puede llevar al desastre, en otras
ocasiones nos puede sacar de una situación previsiblemente desastrosa. El caos es un orden que no comprendemos, una lógica que se nos escapa, pero no por ello inexistente. Esperemos que los movimientos que se han iniciado ahora tengan la continuidad que
permita ir cerrado problemas colaterales que se unen formando los tejidos de la
Historia. Aparecerán otros nuevos seguramente, pero nada mina más la moral y
voluntad de los pueblos que los problemas enquistados, que nos transmiten la
sensación de que nada puede ser cambiado o que solo se puede hacer mediante la
destrucción de los otros.
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