Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La comentarista
de Fox News, tras una extensa cadena de preguntas dirigidas directamente al
presidente Obama, cerraba su intervención así: "¡Tiene usted un Premio
Nobel de la Paz! ¡Devuélvalo!" Son las siete de la mañana y todas las
cadenas internacionales se hacen preguntas sobre el sentido de una intervención
en Siria, sobre quiénes son realmente los "rebeldes sirios" o
comentan la foto de portada de The New
York Times mostrando a los rebeldes ejecutando sin miramientos a unos
soldados prisioneros. Son solo algunas de las múltiples cuestiones que se
plantean en portada todos los medios mundiales.
La
presión sobre el presidente norteamericano crece y las preguntas y opiniones se
van acumulando y dejan al descubierto los flancos más débiles de la
argumentación sobre la intervención militar en Siria. El debate en el que Obama
ha metido a Estados Unidos y a la comunidad internacional no es fácil. Supone
mostrar una debilidad internacional o una debilidad institucional para los
Estados Unidos. Si eligen la primera, apoyarán a su presidente, aunque sepan
que se ha equivocado; si eligen la segunda, admitirán que quien lo ha hecho es
su Comandante en Jefe, la persona que ellos eligieron. La cuestión no es
sencilla, pues se trata de establecer qué elección es menos lesiva para los
Estados Unidos, con cuál se mostrará menos debilidad. Los que están debatiendo
los norteamericanos es, en última instancia, la infalibilidad del Presidente de
los Estados Unidos, un aspecto que tiene mucho que ver con la teología política
y con la confianza en Dios que sus
monedas proclaman.
En The
Washington Post, el general de la Armada retirado Robert H. Scales, un experto en temas de seguridad nacional, publica un artículo que
comienza analizando el lenguaje corporal, la desgana, de los militares que acompañaban a John
Kerry durante su intervención ante el Comité de Relaciones Internacionales. A
Scales le parece que muestra el sentimiento negativo subyacente de los
militares norteamericanos ante la iniciativa de la presidencia. El título de su
escrito es directo, sin retórica política: "A war the Pentagon doesn’t
want". Scales señala:
After personal exchanges with dozens of active
and retired soldiers in recent days, I feel confident that what follows
represents the overwhelming opinion of serving professionals who have been
intimate witnesses to the unfolding events that will lead the United States
into its next war.
They are embarrassed to be associated with the
amateurism of the Obama administration’s attempts to craft a plan that makes
strategic sense. None of the White House staff has any experience in war or
understands it. So far, at least, this path to war violates every principle of
war, including the element of surprise, achieving mass and having a clearly
defined and obtainable objective.
They are repelled by the hypocrisy of a media
blitz that warns against the return of Hitlerism but privately acknowledges
that the motive for risking American lives is our “responsibility to protect”
the world’s innocents. Prospective U.S. action in Syria is not about threats to
American security. The U.S. military’s civilian masters privately are proud
that they are motivated by guilt over slaughters in Rwanda, Sudan and Kosovo
and not by any systemic threat to our country.*
Es una regla no escrita que los militares retirados se
convierten en la voz de los que, por disciplina, están obligados a mantener su
voces en silencio. El artículo del general Scales muestra esa
"vergüenza" e indignación silenciosa por el "amateurismo" de
los civiles y por su retórica hueca de la "guerra relámpago". Los
militares tienden a hablar poco; cuando lo hace dicen lo que piensan.
Barack Obama sigue insistiendo para el convencimiento de las
voluntades contrarias en que es una operación de castigo de ida y vuelta. Scales
la llama "the next war", sin eufemismos. Y centra en el sentimiento
de culpa por lo que no se ha hecho anteriormente, las carnicerías consentidas,
el sentido de esta próxima aventura bélica, una campaña dirigida por los que llama
the U.S. military’s civilian masters.
La consecuencia que los militares norteamericanos han sacado es que se
encuentran dirigidos por políticos sin el más mínimo sentido de lo que una
guerra supone. Y eso es terrible para todos.
El general Scales pasa de la "vergüenza" militar de
sentirse mal liderados a la "indignación":
They are outraged by the fact that what may
happen is an act of war and a willingness to risk American lives to make up for
a slip of the tongue about “red lines.” These acts would be for retribution and
to restore the reputation of a president. Our serving professionals make the
point that killing more Syrians won’t deter Iranian resolve to confront us. The
Iranians have already gotten the message.
Our people lament our loneliness. Our senior
soldiers take pride in their past commitments to fight alongside allies and
within coalitions that shared our strategic goals. This war, however,
will be ours alone.*
El conflicto al que se ven arrastrados tiene su origen en el
desliz (a slip of the tongue), en un patinazo de un presidente que no supo tener
la boca cerrada, que ofreció él mismo la pauta sirviéndola en bandeja. La
"indignación" de los militares tendría su origen en el convencimiento
de que son ellos los que van a cubrir con su trabajo y vidas la metedura de
pata de un presidente que necesita restaurar su reputación.
Mientras Obama y Kerry se dedican a poner los vídeos de los
muertos, un arma emocional, a las personas a las que quieren convencer del
sentido de su acción, Scales muestra que no son solo los argumentos emocionales
los que deben pesar en la decisión de una guerra
a la que ni siquiera se puede llamar por su nombre, una guerra con la ilusión
de que no hay enemigo que responda, sino personas que va a aceptar disciplinadamente
su castigo.
La perspectiva de una "guerra solitaria", sin
autorización de Naciones Unidas, sin aliados, es desoladora, máxime si se piensa
que se hace en nombre de la "comunidad internacional", una comunidad
que está diciendo que no ve la intervención como una solución. La prensa
norteamericana está valorando el documento firmado por la mitad del G20 tras su
reunión de San Petersburgo como un medido apoyo que excluye la intervención
militar, más una condena del régimen sirio que un aval para Obama. Lo más que
habría conseguido Barack Obama es un documento que no le hiciera salir de la
ciudad rusa como un apestado. El
documento, tal como lo refleja El País. señala que:
Este bloque de naciones comparte
el criterio de que la solución final de la crisis de Siria ha de ser política,
y pide a la ONU que acelere la presentación de su informe sobre el uso de armas
químicas para que “el Consejo de Seguridad actúe acorde” con los resultados.
Pero entiende que es necesaria “una fuerte respuesta internacional a esta grave
violación de las normas y la conciencia del mundo, con el fin de enviar un
mensaje de que esta clase de atrocidades no se pueden repetir jamás y de que
aquellos que las perpetraron deben de responder por ello”.**
Esto no es más que un declaración de intenciones, la manifestación
de un deseo —ya existente— de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas
actúe "como debe", con "contundencia", estableciendo
sanciones que puedan ser aplicadas por la comunidad internacional en su
conjunto y no dejando impune estas acciones allí donde se produzcan. No es
mucho, pero los países occidentales no podían dejar salir a Obama de allí con
las manos vacías. Difícilmente se puede presentar como una victoria, pero al
menos se trae algo firmado. "Putin
appears emboldened by EU's tepid support of Syria strike at G-20 meetings",
tituló la Fox tras la reunión. El ganador del encuentro había sido
Vladimir Putin que consiguió manejar la reunión y poner sus propias "líneas
rojas" a la intervención contra un aliado y protegido. Putin no tenía que
convencer a nadie, solo advertir de lo que va a hacer.
La guerra de Obama, la suya particular, se desarrolla en los
foros internacionales y, especialmente, en Washington. La batalla de Washington
tiene dos escenarios muy distintos: la opinión pública y la clase política. No
tiene clara ninguna de las dos. The New York Times señala:
The White House’s goal is to persuade Congress
to authorize a limited military strike against Syria to punish it for a deadly
chemical weapons attack. But after a frenetic week of wall-to-wall intelligence
briefings, dozens of phone calls and hours of hearings with senior members of
Mr. Obama’s war council, more and more lawmakers, Republican and Democrat, are
lining up to vote against the president.
Officials are guardedly optimistic about the
Senate, but the blows keep coming. On Saturday, Senator Mark Pryor, Democrat of
Arkansas, perhaps the most endangered incumbent up for re-election, came out
against the authorization to use force.
In the House, the number of rank-and-file
members who have declared that they will oppose or are leaning against military
action is approaching 218, the point of no return for the White House. Getting
them to reverse their positions will be extremely difficult.***
El límite de los 218 votos se acerca peligrosamente para
Obama, con el agravante de que se acelerará si la corriente crece. Cada
manifestación en contra acaba arrastrando un dudoso. ¿Está preparado Estados
Unidos para desautorizar a su presidente en un caso así —en otros ámbitos, como
el presupuestario, por ejemplo, hemos visto encarnizadas oposiciones—, en una
cuestión militar exterior? ¿Está mentalizado Obama para tomar una decisión en
favor de la intervención si se rechaza su propuesta en las Cámaras? Lo que está
claro es que el desliz, como lo
calificaba el general Scales, de Obama ha abierto varias crisis impredecibles,
crisis personales, institucionales e internacionales.
El rechazo a la intervención militar crece en todos los
ámbitos, fuera y dentro de los Estados Unidos. Como todo movimiento no
organizado, contiene todos los extremos: desde los antiimperialistas tradicionales hasta los aislacionistas
americanos, aquellos que piensan que los Estados Unidos debería dejar de
meterse en complicaciones por los demás, que cada uno resuelva sus problemas; están
los que consideran esencial el papel de las Naciones Unidas y los que son
partidarios del gobierno sirio. En medio está el sentido común que nos dice que
la solución no puede ser peor que el problema, que Al Asad no puede quedar sin
castigo, pero que el castigo tiene muchas formas más allá de la puesta en
marcha de la maquinaria de una guerra que se dice que no se desea.
El desliz de Obama, sus líneas rojas avisadas, ha creado un
gran problema para el propio Presidente, para los políticos norteamericanos,
para el pueblo de los Estados Unidos y para la comunidad internacional que,
lejos de unirse, está hoy más dividida. En los próximos días veremos cómo va
evolucionando la situación y hasta dónde puede llegarse. Seguirán surgiendo
voces, silencios significativos y divergencias.
No sabemos lo que en estos momentos tiene en la cabeza, su
plan B, para el caso de que la respuesta sea negativa, como muchos temen. Al
pasar al Congreso la responsabilidad, Obama asume que sería la descalificación de
su liderazgo en algo que como Comandante en Jefe la Constitución de los Estados
Unidos le señala como competencia y responsabilidad. La Historia dirá si lo
norteamericanos son capaces de perdonar a un presidente que les ha obligado a
decirle que no.
In God We Trust.
* Robert H.
Scales "A war the Pentagon doesn’t want" The Washington Post
6/09/2013
http://www.washingtonpost.com/opinions/us-military-planners-dont-support-war-with-syria/2013/09/05/10a07114-15bb-11e3-be6e-dc6ae8a5b3a8_story.html?tid=pm_opinions_pop
** "Obama logra el apoyo de la mitad del G20 para una
respuesta “contundente” en Siria" El País 6/08/2013
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/09/06/actualidad/1378477257_159369.html
***
"Obama’s Battle for Syria Votes, Taut and Uphill" The New York Times
7/09/2013
http://www.nytimes.com/2013/09/08/us/politics/obamas-battle-for-syria-votes-taut-and-uphill.html?hp&_r=0
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