domingo, 8 de septiembre de 2013

El desliz (y sus consecuencias)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La comentarista de Fox News, tras una extensa cadena de preguntas dirigidas directamente al presidente Obama, cerraba su intervención así: "¡Tiene usted un Premio Nobel de la Paz! ¡Devuélvalo!" Son las siete de la mañana y todas las cadenas internacionales se hacen preguntas sobre el sentido de una intervención en Siria, sobre quiénes son realmente los "rebeldes sirios" o comentan la foto de portada de The New York Times mostrando a los rebeldes ejecutando sin miramientos a unos soldados prisioneros. Son solo algunas de las múltiples cuestiones que se plantean en portada todos los medios mundiales.

La presión sobre el presidente norteamericano crece y las preguntas y opiniones se van acumulando y dejan al descubierto los flancos más débiles de la argumentación sobre la intervención militar en Siria. El debate en el que Obama ha metido a Estados Unidos y a la comunidad internacional no es fácil. Supone mostrar una debilidad internacional o una debilidad institucional para los Estados Unidos. Si eligen la primera, apoyarán a su presidente, aunque sepan que se ha equivocado; si eligen la segunda, admitirán que quien lo ha hecho es su Comandante en Jefe, la persona que ellos eligieron. La cuestión no es sencilla, pues se trata de establecer qué elección es menos lesiva para los Estados Unidos, con cuál se mostrará menos debilidad. Los que están debatiendo los norteamericanos es, en última instancia, la infalibilidad del Presidente de los Estados Unidos, un aspecto que tiene mucho que ver con la teología política y con la confianza en Dios que sus monedas proclaman.


En The Washington Post, el general de la Armada retirado  Robert H. Scales, un experto en temas de seguridad nacional, publica un artículo que comienza analizando el lenguaje corporal, la desgana, de los militares que acompañaban a John Kerry durante su intervención ante el Comité de Relaciones Internacionales. A Scales le parece que muestra el sentimiento negativo subyacente de los militares norteamericanos ante la iniciativa de la presidencia. El título de su escrito es directo, sin retórica política: "A war the Pentagon doesn’t want". Scales señala:

After personal exchanges with dozens of active and retired soldiers in recent days, I feel confident that what follows represents the overwhelming opinion of serving professionals who have been intimate witnesses to the unfolding events that will lead the United States into its next war.
They are embarrassed to be associated with the amateurism of the Obama administration’s attempts to craft a plan that makes strategic sense. None of the White House staff has any experience in war or understands it. So far, at least, this path to war violates every principle of war, including the element of surprise, achieving mass and having a clearly defined and obtainable objective.
They are repelled by the hypocrisy of a media blitz that warns against the return of Hitlerism but privately acknowledges that the motive for risking American lives is our “responsibility to protect” the world’s innocents. Prospective U.S. action in Syria is not about threats to American security. The U.S. military’s civilian masters privately are proud that they are motivated by guilt over slaughters in Rwanda, Sudan and Kosovo and not by any systemic threat to our country.*


Es una regla no escrita que los militares retirados se convierten en la voz de los que, por disciplina, están obligados a mantener su voces en silencio. El artículo del general Scales muestra esa "vergüenza" e indignación silenciosa por el "amateurismo" de los civiles y por su retórica hueca de la "guerra relámpago". Los militares tienden a hablar poco; cuando lo hace dicen lo que piensan.
Barack Obama sigue insistiendo para el convencimiento de las voluntades contrarias en que es una operación de castigo de ida y vuelta. Scales la llama "the next war", sin eufemismos. Y centra en el sentimiento de culpa por lo que no se ha hecho anteriormente, las carnicerías consentidas, el sentido de esta próxima aventura bélica, una campaña dirigida por los que llama the U.S. military’s civilian masters. La consecuencia que los militares norteamericanos han sacado es que se encuentran dirigidos por políticos sin el más mínimo sentido de lo que una guerra supone. Y eso es terrible para todos.
El general Scales pasa de la "vergüenza" militar de sentirse mal liderados a la  "indignación":

They are outraged by the fact that what may happen is an act of war and a willingness to risk American lives to make up for a slip of the tongue about “red lines.” These acts would be for retribution and to restore the reputation of a president. Our serving professionals make the point that killing more Syrians won’t deter Iranian resolve to confront us. The Iranians have already gotten the message.
Our people lament our loneliness. Our senior soldiers take pride in their past commitments to fight alongside allies and within coalitions that shared our strategic goals. This war, however, will be ours alone.*


El conflicto al que se ven arrastrados tiene su origen en el desliz (a slip of the tongue), en un patinazo de un presidente que no supo tener la boca cerrada, que ofreció él mismo la pauta sirviéndola en bandeja. La "indignación" de los militares tendría su origen en el convencimiento de que son ellos los que van a cubrir con su trabajo y vidas la metedura de pata de un presidente que necesita restaurar su reputación.
Mientras Obama y Kerry se dedican a poner los vídeos de los muertos, un arma emocional, a las personas a las que quieren convencer del sentido de su acción, Scales muestra que no son solo los argumentos emocionales los que deben pesar en la decisión de una guerra a la que ni siquiera se puede llamar por su nombre, una guerra con la ilusión de que no hay enemigo que responda, sino personas que va a aceptar disciplinadamente su castigo.

La perspectiva de una "guerra solitaria", sin autorización de Naciones Unidas, sin aliados, es desoladora, máxime si se piensa que se hace en nombre de la "comunidad internacional", una comunidad que está diciendo que no ve la intervención como una solución. La prensa norteamericana está valorando el documento firmado por la mitad del G20 tras su reunión de San Petersburgo como un medido apoyo que excluye la intervención militar, más una condena del régimen sirio que un aval para Obama. Lo más que habría conseguido Barack Obama es un documento que no le hiciera salir de la ciudad rusa como un apestado. El documento, tal como lo refleja El País. señala que:

Este bloque de naciones comparte el criterio de que la solución final de la crisis de Siria ha de ser política, y pide a la ONU que acelere la presentación de su informe sobre el uso de armas químicas para que “el Consejo de Seguridad actúe acorde” con los resultados. Pero entiende que es necesaria “una fuerte respuesta internacional a esta grave violación de las normas y la conciencia del mundo, con el fin de enviar un mensaje de que esta clase de atrocidades no se pueden repetir jamás y de que aquellos que las perpetraron deben de responder por ello”.**

Esto no es más que un declaración de intenciones, la manifestación de un deseo —ya existente— de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas actúe "como debe", con "contundencia", estableciendo sanciones que puedan ser aplicadas por la comunidad internacional en su conjunto y no dejando impune estas acciones allí donde se produzcan. No es mucho, pero los países occidentales no podían dejar salir a Obama de allí con las manos vacías. Difícilmente se puede presentar como una victoria, pero al menos se trae algo firmado. "Putin appears emboldened by EU's tepid support of Syria strike at G-20 meetings", tituló la Fox tras la reunión. El ganador del encuentro había sido Vladimir Putin que consiguió manejar la reunión y poner sus propias "líneas rojas" a la intervención contra un aliado y protegido. Putin no tenía que convencer a nadie, solo advertir de lo que va a hacer.


La guerra de Obama, la suya particular, se desarrolla en los foros internacionales y, especialmente, en Washington. La batalla de Washington tiene dos escenarios muy distintos: la opinión pública y la clase política. No tiene clara ninguna de las dos. The New York Times señala:

The White House’s goal is to persuade Congress to authorize a limited military strike against Syria to punish it for a deadly chemical weapons attack. But after a frenetic week of wall-to-wall intelligence briefings, dozens of phone calls and hours of hearings with senior members of Mr. Obama’s war council, more and more lawmakers, Republican and Democrat, are lining up to vote against the president.
Officials are guardedly optimistic about the Senate, but the blows keep coming. On Saturday, Senator Mark Pryor, Democrat of Arkansas, perhaps the most endangered incumbent up for re-election, came out against the authorization to use force.
In the House, the number of rank-and-file members who have declared that they will oppose or are leaning against military action is approaching 218, the point of no return for the White House. Getting them to reverse their positions will be extremely difficult.***


El límite de los 218 votos se acerca peligrosamente para Obama, con el agravante de que se acelerará si la corriente crece. Cada manifestación en contra acaba arrastrando un dudoso. ¿Está preparado Estados Unidos para desautorizar a su presidente en un caso así —en otros ámbitos, como el presupuestario, por ejemplo, hemos visto encarnizadas oposiciones—, en una cuestión militar exterior? ¿Está mentalizado Obama para tomar una decisión en favor de la intervención si se rechaza su propuesta en las Cámaras? Lo que está claro es que el desliz, como lo calificaba el general Scales, de Obama ha abierto varias crisis impredecibles, crisis personales, institucionales e internacionales.
El rechazo a la intervención militar crece en todos los ámbitos, fuera y dentro de los Estados Unidos. Como todo movimiento no organizado, contiene todos los extremos: desde los antiimperialistas tradicionales hasta los aislacionistas americanos, aquellos que piensan que los Estados Unidos debería dejar de meterse en complicaciones por los demás, que cada uno resuelva sus problemas; están los que consideran esencial el papel de las Naciones Unidas y los que son partidarios del gobierno sirio. En medio está el sentido común que nos dice que la solución no puede ser peor que el problema, que Al Asad no puede quedar sin castigo, pero que el castigo tiene muchas formas más allá de la puesta en marcha de la maquinaria de una guerra que se dice que no se desea.


El desliz de Obama, sus líneas rojas avisadas, ha creado un gran problema para el propio Presidente, para los políticos norteamericanos, para el pueblo de los Estados Unidos y para la comunidad internacional que, lejos de unirse, está hoy más dividida. En los próximos días veremos cómo va evolucionando la situación y hasta dónde puede llegarse. Seguirán surgiendo voces, silencios significativos y divergencias.
No sabemos lo que en estos momentos tiene en la cabeza, su plan B, para el caso de que la respuesta sea negativa, como muchos temen. Al pasar al Congreso la responsabilidad, Obama asume que sería la descalificación de su liderazgo en algo que como Comandante en Jefe la Constitución de los Estados Unidos le señala como competencia y responsabilidad. La Historia dirá si lo norteamericanos son capaces de perdonar a un presidente que les ha obligado a decirle que no.
In God We Trust.


* Robert H. Scales "A war the Pentagon doesn’t want" The Washington Post 6/09/2013 http://www.washingtonpost.com/opinions/us-military-planners-dont-support-war-with-syria/2013/09/05/10a07114-15bb-11e3-be6e-dc6ae8a5b3a8_story.html?tid=pm_opinions_pop
** "Obama logra el apoyo de la mitad del G20 para una respuesta “contundente” en Siria" El País 6/08/2013 http://internacional.elpais.com/internacional/2013/09/06/actualidad/1378477257_159369.html

*** "Obama’s Battle for Syria Votes, Taut and Uphill" The New York Times 7/09/2013 http://www.nytimes.com/2013/09/08/us/politics/obamas-battle-for-syria-votes-taut-and-uphill.html?hp&_r=0

 





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